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PARTERAS

Así es la partería, uno de los legados ancestrales del Pacífico

La atención personalizada de las comadronas es una virtud de esta tradición de la comunidad afro del Pacífico. Las parteras asumen esta misión como un don.

19 de enero de 2020 Por: Dayana Buriticá y Stephanie Upegui, integrantes del Semillero USC-El País
Rosmilda Quiñones, de 66 años, es portadora de una tradición del Pacífico.

Dar a luz en algunos centros médicos del litoral Pacífico es riesgoso, debido a la falta de vocación de ciertos médicos, que ignoran que el proceso de un parto debe desarrollarse con amor. Pero también, a las condiciones inadecuadas que existen en la mayoría de centros de salud. Por eso, el oficio ancestral de la partería, que se practica desde el siglo XVII y es reconocido por su valor histórico en las comunidades afrodescendientes, cobra cada vez más vigencia.

“Yo decidí aprender, porque es un saber de nuestros ancestros, es muy importante que no se pierdan esos conocimientos, esas creencias. Lo importante es que nosotras, como aprendices, podamos replicar todas esas prácticas que se hacían antes”, explica Lesbia Valencia, aprendiz de partería de Buenaventura, una tradición que se niega a desaparecer en el Pacífico colombiano.

Las parteras, también llamadas matronas o comadronas, guían a las mujeres a lo largo de sus vidas, incluso, desde su primera menstruación, y son las encargadas de ayudar a las madres, antes, durante y después del embarazo.

En Buenaventura, el puerto más grande de Colombia, ubicado en el Valle del Cauca, se creó hace más de treinta años la Asociación de Parteras Unidas por el Pacífico (Asoparupa), que tiene un pequeño local ubicado en el barrio La Independencia.

En su interior tiene pinturas que representan el arte de nacer, imágenes de las mujeres que ejercen esta labor, bebidas ancestrales y un rincón especial llamado El Nitcho, donde se realiza el encuentro entre partera y madre. Es ahí donde se desarrollan los controles prenatales.

Conocida en el puerto como Mamá Minda y como la partera de Buenaventura desde hace 31 años, Rosmilda Quiñones se unió con varias colegas para defender esta tradición oral, que desde el siglo XVII ayuda a traer vidas al mundo. En Asoparupa ha habido más de 1600 parteras, unidas por la difusión y preservación de esa labor.

Cada ocho días se reunen algunas de ellas para compartir sus saberes y tradiciones, heredadas de este oficio empírico, sobreviviente en pleno siglo XXI gracias a las capacitaciones que las sabedoras dejan a las nuevas generaciones.

Para Rosmilda Quiñones, partera y directora de Asoparupa, existe un proceso llamado relevo generacional, un mecanismo que pretende convertir a las parteras del Pacífico en portadoras de los saberes ancestrales de su territorio.

“Las generaciones antiguas de parteras les enseñan a las mujeres de hoy la hermosa labor de traer vidas al mundo. Las jóvenes que quieren aprender a ser parteras, comienzan el proceso de aprendizaje con nosotras y se vuelve un legado que va quedando de generación en generación”, explica Rosmilda.

Las malas experiencias con los partos en los centros médicos han sido uno de los puntos de partida de las acciones que desarrollan las mujeres vinculadas a Asoparupa, que son dedicadas, entregadas y orientadas al bienestar de las madres y los bebés de esta zona tan olvidada de Colombia.

“Yo tengo tres hijos, a dos los tuve con partera, pero a mi última hija me tocó darla a luz en el hospital; no podía tenerla en la casa, porque primero venía la placenta y después la niña, entonces había el riesgo de que si daba a luz en la casa se me ahogara. Cuando llegué a la clínica me chequearon, me dijeron acuéstate, se fueron y me dejaron ahí”, relata Mimi Johanna Montaño, madre y asistente a las actividades de Asoparupa.

Cuando llegó el doctor, continúa explicando, “yo prácticamente estaba pariendo sola, mientras que con la partera, en mis dos experiencias anteriores, estuvieron siempre presentes, para donde uno se iba, ellas estaban, nunca estuve sola”, agrega.

Parteras versus médicos, una discusión vigente

Para las parteras, su trabajo es más valioso que el de los médicos, ya que ellas se familiarizan, no solamente con la embarazada, sino con el papá y con todo su entorno. Ellas afirman que son un grupo en pro de una vida, que deben velar por la unión, y que trasciende el estado físico del bebé y la madre, algo que no suele ocurrir en los hospitales.

“Las madres sienten una gran confianza, porque uno no las tiene intimidadas, cuando ellas quieren tener su hijo, lo tienen, uno no las presiona, uno se gana la confianza de la embarazada por la paciencia que se tiene con ellas; con las tomitas (bebida de hierbas para la parturienta) y la soba (masaje en la barriga de la mujer en proceso de parto) se les apapacha como si fueran nuestras hijas. Esa es la relación con una embarazada, nosotras atendemos mejor un parto que los doctores, aportamos más que ellos, la tasa de mortalidad es más grande por culpa de los médicos”, explica Feliciana Hurtado, partera de Asoparupa.

Es la discusión entre parteras y médicos, ejercicios que los enfrentan y los llevan a cuestionamientos. Para Carlos Domínguez, obstetra de la Clínica Colombia, “las parteras son personas con un aprendizaje empírico, que en poblaciones que no cuentan con servicios médicos prestan ayudas a las mujeres gestantes, mientras que el médico ofrece un manejo integral, porque está preparado para diagnosticar más rápidamente las complicaciones obstétricas y, de medicina general, y recurrir a especialistas en caso de complicaciones”.

A pesar de ello, en el Pacífico colombiano las parteras son reconocidas por los beneficios que brindan a la comunidad, que les dan respeto. Y los niños a quienes ayudaron a nacer las admiran; la partera en el Pacífico es mamá, es madrina, es tía; hay una connotación emocional y ancestral.

Llegada del bebé, un ritual

En el Pacífico es una dicha tener un hijo en casa. Por eso que se celebra la llegada del niño con tragos de tomaseca (bebida ancestral del Pacífico colombiano), cantos y danzas con marimbas y tambores, mientras lo ponen en el pecho de la madre.

“Es una alegría inmensa, uno se llena de emoción, uno se siente segura y tranquila, la partera se convierte en la mamá de uno, ya es parte de la familia porque trajo mi hijo sano al mundo y, por esa razón, solo queda gozar al ritmo de nuestra música”, afirma Estela, una madre que dio a luz con partera.

Días después del nacimiento, cuando se cae el cordón umbilical, algunas madres lo guardan, pero la mayoría siembra el cordón de sus hijos, junto a un árbol, ya que para ellas, según como crezca el árbol, así crecerá el niño. También se hace con la finalidad de mantener vigentes esas costumbres que se han heredado de generación en generación, esperando que sus hijos enseñen lo mismo a su descendencia.

El trabajo de partería no es bien retribuido, pues son escasas las madres que pueden pagar este servicio, que varía entre cien mil y cuatrocientos mil pesos. Sin embargo, la mayoría de las parteras son conscientes de las necesidades de algunas familias, sobre todo en su región, por eso reciben lo que les ofrezcan. En ocasiones, incluso, no cobran por su trabajo.

“Para mí, no hay mayor recompensa que traer el niño al mundo, es el pago más gratificante, estamos para ayudarnos, porque hemos sido madres y somos mujeres, hoy por ti, mañana por mí”, narra la directora de la fundación, Rosmilda Quiñones.

Hoy se siente orgullosa de lo que ha logrado en la comunidad afrodescendiente de Colombia, ya que ha recibido más de cinco nominaciones por parte del Ministerio de Cultura y, además, logró que la partería fuera declarada Patrimonio Cultural de la Nación.

Oficio y don

La partería es un arte y también un don. No cualquiera es partera, se debe amar el oficio de traer vidas al mundo y llevarlo en las venas, ya que es una labor de riesgo y de compromiso.

La partería tiene como esencia los elementos que brinda la cultura del Pacífico. Por eso se usan plantas y alimentos de la región y bebidas que de ellos se extraen. “Le hacemos a la madre los vahos o baños de vapor de hierbas utilizados durante el parto, luego los pringues con hierbas. Tenemos nuestros truquitos para ayudarlas a dilatar, que es la primera fase del parto: se les hacen arrullos, cantos tradicionales del Pacífico alegóricos para nacimiento, o se las pasea cuando están en las contracciones; a algunas les gustan que les canten, pero otras prefieren estar en silencio”, relata Feliciana Hurtado, partera tradicional.

Los arrullos juegan un papel esencial en el embarazo ya que ayudan a estimular al niño en el vientre y a difundir la tradición, cantos como San Antonio y los Hijos de José, acompañan el parto y posparto.

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