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Un soldado revisa las semillas de los frailejones del páramo de Barragán para luego llevarlas al invernadero del Ejército. | Foto: Foto: José Luis Guzmán | El País

TULUÁ

La 'batalla' por el medio ambiente que el Ejército está ganando en montañas de Tuluá

En Barragán, a 75 kilómetros de Tuluá, soldados del Batallón de Alta Montaña No. 10 y la CVC construyeron el Centro de Investigación de Especies de Páramo, con el objetivo de repoblar de frailejones la zona. Crónica sobre la "nueva misión del Ejército": proteger el medio ambiente.

7 de julio de 2019 Por: Santiago Cruz Hoyos | Editor de Crónicas de El País / Fotos: José Luis Guzmán

El teniente coronel Néstor Gildardo Prieto, comandante del Batallón de Alta Montaña Número 10 ‘mayor Óscar Giraldo Restrepo’, reconoce que el conflicto armado afectó gravemente los páramos de Colombia.

Tanto los soldados del Ejército Nacional, como los guerrilleros de las Farc que combatían en esas alturas, acostumbraban a cortar las hojas de los frailejones, acolchadas y húmedas como esponjas, se las ponían en la planta de los pies, y así se les hacía más cómodas sus botas para caminar cuesta arriba por esas montañas heladas.

Cada compañía del Ejército o cada frente de las Farc que pasaba por un páramo hacía lo mismo, así hubieran hojas en el suelo que dejaron previamente otros combatientes. Como nadie iba a usar las hojas que estuvieron en los pies de otro, procedían a mutilar nuevos frailejones, lo que contribuyó a la afectación del equilibrio natural de los páramos.


– Pero no solo eran los páramos. En cualquier parte selvática nos tocaba cortar plantas y árboles para ‘cambuchar’.

Es miércoles al mediodía, llueve, y con el teniente coronel Prieto nos aprestamos a caminar precisamente hacia la cima del Páramo de Barragán, ubicado a 3600 metros de altura en el corregimiento del mismo nombre, que se encuentra a 75 kilómetros de Tuluá por una carretera destapada.

Allí, dentro de las instalaciones de la base, el Batallón de Alta Montaña Número 10 y la CVC construyeron el Centro de Investigación y Producción de Especies de Flora de Páramo, subparamo y Alta Montaña, con el que se busca repoblar el Páramo de Barragán de frailejones y otras especies de plantas y árboles nativos.

– No hemos dejado las operaciones militares, porque nuestra misión sigue siendo garantizar la seguridad de la población civil. Sin embargo, el Ejército también se está enfocando en la preservación del medio ambiente. Se trata de una nueva misión, una manera de saldar la deuda que tenemos con la naturaleza quienes hemos combatido– aclaró el teniente coronel Prieto, antes de iniciar su camino hacia la cima del páramo.

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Mientras recorremos en una camioneta 4 x 4 la carretera destapada que conduce de Tuluá a Barragán, el teniente coronel Prieto, vestido con su traje militar y su gorra de coronel que deja sobre su rodilla izquierda, cuenta que el corregimiento y sus montañas fueron uno de los fortines de Pablo Catatumbo, excomandante del Bloque Occidental de las Farc.

Esta región de la cordillera central representaba para esa guerrilla un corredor estratégico de movilidad desde el Tolima, pasando por el Quindío y el Valle del Cauca, hasta llegar a Nariño. En varios de los corregimientos de la zona las Farc llegó a ser la autoridad suprema, hasta que comenzó una guerra con las autodefensas comandadas por el paramilitar Vicente Castaño, que en diciembre del año 2000 ordenó perseguir a Pablo Catatumbo.


El encargado de ejecutar el plan fue Éver Veloza, alias ‘HH’, al mando de casi 100 paramilitares. Aquella confrontación, dice en la camioneta el teniente coronel Prieto, afectó especialmente a la población civil, que fue víctima de asesinatos, secuestros y desplazamientos masivos.

Sin embargo desde 2014, con la instalación del Batallón de Alta Montaña Número 10 en el corregimiento de Barragán, y la posterior firma de la paz en 2016 entre el gobierno y las Farc, en la región volvió la tranquilidad. No se volvió a saber de grupos armados, no hay cultivos ilícitos, e incluso algunos turistas, pese a la carretera destapada y los precipicios que generan un vacío en el estómago, volvieron a subir hasta pueblos como Puerto Frazadas para comprar truchas.

Si sus obligaciones se lo permitieran, dice el teniente coronel Prieto, mantendría en pueblos como Barragán, donde la temperatura puede llegar a seis grados centígrados y hay miradores desde donde es posible sentarse con un tinto para apreciar las montañas tupidas de bosque que rodean al corregimiento. El teniente coronel no descarta “algún día”, quizá en el retiro, tener algunas vacas en el pueblo y disfrutar la vida de otra manera.

De momento debe dedicarse a combatir lo que a veces perturba la tranquilidad en esta región: la delincuencia que se dedica al robo de los carros que transportan la leche, el abigeato, y quienes explotan de manera ilegal el medio ambiente: traficantes de madera o de oro.

Atacar “esos focos de delincuencia”, dice el teniente coronel, es una prioridad de sus hombres, sobre todo después de que el presidente Iván Duque expidiera a principios de 2019 la Política de Defensa y Seguridad del Estado, que ordena a los militares la protección del agua, la biodiversidad y el medio ambiente.

Antes de ello, en días de la confrontación con las Farc, para el Ejército la prioridad era capturar y dar de baja a los cabecillas de este grupo guerrillero, o del ELN, cazar narcotraficantes, y no perseguir a los que talaban los bosques o los que contaminaban los ríos con mercurio para extraer oro.

En todo caso, dos años antes de la Política de Defensa que ordena el cuidado de los recursos naturales, algunos soldados y dos cabos del Batallón de Alta Montaña Número 10 ya lo estaban haciendo.


Mientras patrullaban un trozo de las 1840 hectáreas del Páramo de Barragán, los cabos Cubillos y Carranza notaron el deterioro de la montaña por el conflicto armado pero también por los cultivos agrícolas, por la ganadería - mientras se sube al páramo es posible toparse con vacas que aparecen de repente entre la neblina– y por el calentamiento global.

Entonces se les ocurrió la idea: recolectar algunas semillas de frailejón en el páramo, ponerlas en un algodón con agua, como el experimento que todos hacemos alguna vez en el colegio con fríjoles, y esperar a que germinaran. El experimento les funcionó y enseguida decidieron crear, en la base del Batallón, un vivero de frailejones y otras especies nativas como el cedro o el arrayán. Dos años después la CVC hizo un aporte de $120 millones para construir y dotar el Centro de Investigación y Producción de Especies de Flora de Páramo, inaugurado el 23 de marzo de 2019.


Desde entonces los soldados que dirigen el Centro han sembrado 150 frailejones en el Páramo de Barragán, y el 30 de julio habrá una nueva sembratón, esta vez de 158 plantas.

– Lo más importante al cuidar los páramos y repoblar sus frailejones es que vamos a incrementar nuestros afluentes hídricos que, en un futuro no muy lejano, van a ser muy escasos. Los vamos a necesitar no solamente en la región, sino en toda la humanidad. Hay que hacerlo desde ya. Es una misión que no da espera y en el Ejército lo sabemos – decía el teniente coronel Prieto minutos antes de que la camioneta ingresara al Batallón de Alta Montaña Número 10 en Barragán.

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El sargento Sergio Andrés Luna, gestor ambiental del Batallón, analiza en un microscopio de disección un puñado de semillas de frailejón.
Mientras observa a través del aparato como si apuntara con la mira de su fusil, dice que el trabajo en el Centro de Investigación de Especies de Páramo comienza con la recolección de semillas que hacen los soldados en la montaña.

A cada frailejón le retiran “máximo” el 30% de sus flores, para no afectarlo. En el páramo se verifica si la semilla está apta para ser tratada en el laboratorio: que no esté muy verde o seca, o por el contrario que no esté muy húmeda, podrida. Posteriormente, en el microscopio de disección, se analiza si las semillas no tienen hongos, o si tienen embrión, para en ese caso pasarlas a las cajas Petri: el mismo recipiente redondo, de cristal o plástico, donde alguna vez en el colegio introdujimos un frijol con algodón y agua, solo que en este caso son pequeñas semillas de frailejón del tamaño de una pulga.


Las semillas permanecen en las Cajas Petri 45 días, y cumplido ese tiempo las pasan a unas bandejas de germinación que contienen turba, un abono traído desde Canadá que hace que el frailejón crezca más rápido.

Con todo y eso, los frailejones pueden permanecer 11 meses en las bandejas de germinación, para después pasarlos a las bolsas de vivero, donde permanecerán entre 3 y 4 años y posteriormente sembrarlos en el páramo.

El sargento Luna, a quien le gusta la acción - ha hecho curso de lancero, es paracaidista y alguna vez cultivó café, mucho más rápido en crecer que el frailejón - dice que el trabajo con estas plantas le ha enseñado a ser paciente.

Los semestres que cursó de derecho, una carrera que abandonó por su vocación militar, se le notan al hablar. El Sargento explica que la Ley 1861 ordena que el 10% del personal incorporado a un contingente debe estar capacitado para prestar servicio ambiental.

En el Batallón de Alta Montaña Número 10, sin embargo, procuran que todos los soldados sean capacitados para aprovechar aún más su conocimiento del campo: la mayoría son campesinos. El Sena les imparte algunos cursos, y luego los soldados van a los colegios para explicar la importancia de los frailejones.


El soldado López (se presenta como “López Posso Jhon Jairo”) es uno de los encargados de las clases. Mientras recorre el vivero del Centro de Investigación explica que el frío que sentimos es porque, a través de unas cortinas laterales y en el techo, se simula la temperatura y la humedad de los páramos. Todos los días, además, los frailejones son regados “por nebulización”: el agua se expulsa en forma de neblina, como en la montaña.

Reproducir estas plantas, continúa el soldado López, es una forma de garantizar la vida. Los frailejones son fábricas de agua. Basta tocar una hoja y el líquido escurrirá a goterones. Los frailejones mejoran además los suelos. Como los musgos, son como esponjas que retienen la lluvia, regulan las fuentes hídricas de las que dependemos, abastecen acueductos.

***

El páramo, dice el suboficial Nelson Enrique Bueno, es celoso. Cuando no se quiere dejar ver, no se deja. Entonces llueve. Ahora la lluvia ha mermado y es como una señal de la montaña, un permiso para comenzar a ascender.

El teniente coronel Prieto toma la delantera. En su caso, tras 23 años de servicio en las Fuerzas Militares, y decenas de combates, entre ellos uno en La Sierra de la Macarena para perseguir a un cabecilla de las Farc protegido por más de 1000 hombres, subir este páramo es pan comido.

En su carrera militar, contaba hace un rato, tiene un récord: jamás le asesinaron un soldado en un combate. El que sí murió fue un soldado tras caminar durante horas por un páramo como el que nos aprestamos a ascender. Cuando se respira en estos climas el aire tiene agua que puede terminar en los pulmones, lo que causa un edema pulmonar. Para combatirlo existe un antibiótico que en esa ocasión la tropa no tenía. El soldado murió debido al edema y extrañamente – aún el teniente coronel Prieto no se lo explica – otros 23 soldados comenzaron a temblar, “como si estuvieran poseídos, como cuando alguien tiene dolor de huesos y escalofríos. Yo me echaba la bendición”.

Algunos de los que se enfermaron le habían dicho al soldado antes de que falleciera: “Negro perro culo, párese que usted no tiene nada”. Como siempre se quejaba del frío, no le creían.

Pero eso lo había contado hace un rato. El teniente coronel Prieto sigue ascendiendo y se pierde de vista entre la neblina. A mi lado va el suboficial Nelson Enrique Bueno, quien, como yo, respira agitado y debe parar a descansar tras cada minuto recorrido. Se sonríe. Dice que tal vez los kilos de más le están haciendo mella. Además carga su fusil galil Ace que debe pesar unos tres kilos, la pistola, proveedores. Entre más alto estamos, más cuesta respirar y es posible escuchar los latidos del corazón como las pisadas de un caballo a toda marcha.

Llegar a la cima del Páramo de Barragán nos toma unos 40 minutos. Por momentos la lluvia arrecia de nuevo, la ropa termina como si acabara de salir del tanque de un lavadero, y el suboficial Bueno, nacido en San Lorenzo Caldas, en un resguardo de la comunidad indígena embera chamí, repite: “el páramo es celoso”. Cuando él combatía en un páramo, o cuando cortaba un palo con su machete, pasaba lo mismo: llovía duro.

– ¿Y sabe por qué el páramo es celoso? – me pregunta. Enseguida agrega: – Escuche–.

En el Páramo de Barragán se ven miles de frailejones de hojas amarillas. Vistos desde lejos, parecen cabezas de un rubio pálido. El resto es hierba húmeda, algunas uvas silvestres, neblina. No se escucha nada. Ni siquiera los pájaros. Como si fuera un lugar sagrado. El suboficial Bueno continúa.

– El páramo es celoso por el silencio. El único que viene a perturbar ese silencio es el hombre, entonces el páramo se defiende. Es un lugar que no se debe tocar para proteger la vida allá abajo. Por eso los soldados de Colombia queremos ser los guardianes de los páramos.

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