VALLE DEL CAUCA
La misión de la subteniente Rojas: destruir minas, sembrar esperanza
La oficial, con 24 años, es una de las cinco mujeres en todo el país dedicada a dejar libre el territorio nacional de minas antipersona y otros explosivos.
La subteniente Alicia Fernanda Rojas Coral es una mujer imperturbable. Nada la espanta. Es una mujer con pies de plomo, afirman los que la conocen.
Y debe ser así, de lo contrario nadie se explicaría como una joven, con apenas 24 años de edad, se expone todos los días a la muerte. Y no a cualquier tipo de muerte.
Nacida en Colón, Putumayo, un pueblo donde la gente vive de la agricultura y la ganadería, cuenta que es un pueblo muy cultural, lleno de cosas mágicas.
No obstante, actualmente reside en Sibundoy -otra población del Putumayo-, con sus tres mujeres: su abuela materna, su madre y su hermana menor.
Silvia Jacqueline Coral Zambrano, madre de la subteniente Rojas, es ingeniera de sistemas, mientras su padre, ya fallecido, era ingeniero industrial, por eso, dice, lleva la ingeniería en la sangre. Su hermana, entre tanto, estudia medicina.
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Alicia abandonó su tierra a los 17 años, decidida a cursar su carrera en la Escuela Militar José María Córdova, en Bogotá, pues si había otra cosa que llevara en la sangre, además de la ingeniería, era su amor por el Ejército.
“Obtuve un cupo en la Universidad Nacional, pero siempre me llamó la atención el Ejército, entonces presenté pruebas y exámenes en la José María Córdova y un día me llamaron y me dijeron que había pasado”, confiesa con un brillo que no puede ocultar en sus ojos.
Allí la elección fue fácil. Se inscribió en Ingeniería Civil pues, según afirma, “es una profesión que me llena mucho. Siempre tuve una meta muy clara en el Ejército y era que yo quería ayudar al desarrollo de las poblaciones. Siendo ingeniera civil e ingeniera militar lo podía lograr”, sostiene la joven con voz firme.
Encontró que en el Ejército los ingenieros tienen muchas líneas de acción, porque además de apoyar a las poblaciones en todo lo que es construcción de carreteras, escuelas y vías, también le aportan un plus a la sociedad al hacer parte del Batallón de Desminado Humanitario, ya que la labor que adelantan les permite contribuir al desarrollo de las poblaciones más vulnerables.
“Nosotros somos símbolo de esperanza y seguridad para las comunidades donde realizamos el desminado humanitario”.
Su primer oficio
Cuando terminó su carrera, la subteniente Rojas fue enviada al Batallón de Desminado Número 60, en Antioquia, donde se desempeñó como comandante de una compañía de estudios no técnicos que hacía la investigación de cada uno de los eventos que ocurrieron con un artefacto explosivo o una mina antipersona.
Sin embargo, una vez cumplido su tiempo en esa unidad, sus comandantes decidieron que debía continuar en el desminado humanitario y la trasladaron al Batallón de Desminado Humanitario número 6 que cubre los departamentos de Valle del Cauca, Cauca y Nariño.
En esta zona, donde lleva ya nueve meses de labores, vivió su primer gran susto. “Fue en Suárez, Cauca. Hombres de un Grupo Armado Organizado, GAO, residual, incineraron el carro mientras interveníamos un área. Ellos también amenazaron a los que estaban cuidando el vehículo. El susto fue que le pasara algo a los soldados, que llegara a revisarlos y ellos ya no estuvieran”, confiesa.
Al día siguiente, afortunadamente, pudieron abandonar la zona sin ningún contratiempo.
Una líder imperturbable
Si algo caracteriza a la subteniente Rojas Coral, líder de desminado en el Batallón de Desminado Humanitario número 6, es su tranquilidad. Su capacidad de permanecer imperturbable aún ante las situaciones más difíciles o peligrosas como la que vivió en Suárez, Cauca. Esa increíble capacidad de mantener calmada tal vez fue lo que hizo que ese día no terminara en tragedia.
Por eso, ella se ha convertido en un símbolo de confianza para los soldados a su mando, quienes no vacilan en acatar sus órdenes o recomendaciones.
Su trabajo como líder de desminado es estar atenta en el terreno, verificando que el procedimiento realizado por el soldado se haga de la forma adecuada; que no atente contra la integridad física de él mismo, ni de las personas que están a su lado.
“Esta es una labor difícil porque uno no sabe a los peligros que se está exponiendo todos los días y lo que puede pasar en el momento menos pensado. Uno tiene que hacerlo con mucha seguridad, con mucha cautela y sobre todo con mucha precisión”, sostiene.
- Pero, ¿cómo es un día ‘normal’ de la subteniente?
“Nosotros en el área nos levantamos a las 5:00 de la mañana. Nos alistamos, desayunamos y salimos para el terreno de trabajo. Del área administrativa hasta el lugar de trabajo son aproximadamente unos dos kilómetros caminando. Nos ponemos nuestro equipo de protección personal que consiste en un visor y un chaleco”.
Los soldados, por su parte, cogen su kit de desmalezamiento, también su equipo de protección personal, su detector de metales e ingresan al área peligrosa.
Cuando entran, empiezan a verificar y hacer sendas de cinco metros de fondo por un metro de ancho. Entonces van revisando metro a metro, centímetro a centímetro, que no haya una mina, un artefacto explosivo o una munición usada sin explosionar.
Cada dos horas debe hacer el relevo de los soldados que están en campo para evitar accidentes producto del cansancio. De esta manera se va avanzando lentamente en las sendas.
Sin embargo, para la subteniente Rojas no hay relevo. Ella debe estar en el área, pendiente cien por ciento, durante las ocho horas que dura la jornada de trabajo, todos los días.
“Conmigo no hay relevo, tengo que estar pendiente al cien por ciento las ocho horas de trabajo, que van de 7:00 de la mañana a 2:00 de la tarde. Una vez terminamos nuestra labor vamos al área administrativa a almorzar y a realizar todos los reportes que necesitan en la sección técnica respecto del avance que hemos tenido”.
Rojas, cuya piel es paradójicamente muy blanca, pese a trabajar en el campo, se confiesa una mujer muy creyente. Antes de salir para el área de trabajo se encomienda ella y a sus soldados a la Virgen María y al Señor de Los Milagros.
“Hacemos una pequeña oración y nos encomendamos para que el día sea excelente porque uno nunca sabe a lo que se va a enfrentar”.
El grupo de trabajo lo conforman el líder de desminado, el auxiliar, los desminadores y un enfermero, porque aunque todos se forman como desminadores, en la zona solo trabajan entre cuatro o seis, dependiendo de la disponibilidad.
El auxiliar prácticamente es otro líder, pues en caso de que algo le sucediera a la subteniente Rojas, él sería el encargado de asumir su labor. Tiene también la potestad, como ella, de corregir al soldado si no está haciendo correctamente el procedimiento.
- Y cuando descubren una mina ¿qué hacen, cuál es la acción a seguir?
En ese momento, el desminador llama a la subteniente Rojas que es la líder y le informa que encontró una mina o un artefacto explosivo.
Acto seguido, la oficial hace un paso a paso para saber de qué tamaño es la mina y cuáles son las características que se pueden observar de la misma. Entonces hacen una excavación, antes de la mina, de unos 20 centímetros y de unos 13 centímetros de profundidad.
Posteriormente, limpian muy despacio para no tocar un cable, y tratan de desempolvar el cuerpo de la mina, pero con mucho cuidado. La idea es saber si está en un envase de vidrio o de plástico; en un contenedor de tubería PVC o cualquier otro elemento. Cuando ya saben el sistema de iniciación que puede ser por presión, tensión, foto celda, radiofrecuencia o por cualquier otro montón de características que ellas tienen, proceden a dejarla marcada con un cono y se retiran de la senda para que al terminar los trabajos, el explosionista, que también es un desminador, la destruya de manera controlada-.
“Nosotros no manipulamos minas, las destruimos”, aclara la oficial.
Dice también que hasta ahora que nunca se ha explotado una mina mientras hace su trabajo, pues recalca, el desminado humanitario tiene unos pasos muy seguros.
Asimismo sostiene que no es cierto que trabajen con un detector de minas, ya que no existe. La labor se realiza con un detector de metales, que detecta el metal que puede haber dentro de la mina, no la mina como la gente piensa.
“No existen los detectores de mina, pero con los detectores de metales el trabajo es más fácil aunque en Antioquia, por ejemplo, en muchos lugares no hay minas que tengan contenido metálico, en ese caso no sirve el detector. Hay que hacer excavación total aunque es más riesgoso, sin embargo allá no perdí ningún hombre”.
Por eso, advierte, no puede exigirle a un desminador que haga un metro diario porque eso depende de la confianza que le tengan al terreno y también de qué tan contaminado puede estar.
En área de dos mil metros cuadrados por ejemplo, explica, primero deben hacer los pasillos de seguridad que es por donde van a transitar sin ningún problema, donde van a llegar y dejar sus cosas.
Después hay que comenzar a hacer todos los pasos de despeje de una senda, es decir, hacer la inspección visual, pasar la vara en busca de alambres y realizar la detección para verificar que el terreno no esté contaminado.
La subteniente Rojas ya no recuerda cuántas minas destruyó durante los dos años que estuvo en Antioquia, pero en los nueve meses que lleva en Palmira revela que han destruido tres minas antipersonas en la vereda La Nevera, zona montañosa de este municipio, donde la guerra también sembró de miedo y muerte los campos palmiranos.
- ¿Todos los días se enfrenta a la muerte?
“Todos los días. Es un riesgo inminente”.
Pero encontrar y destruir minas no es lo único que le apasiona a la subteniente Rojas, ella como cualquier joven de su edad disfruta de hacer deporte y estar en casa con su familia, a la que adora. Revela, igualmente, que le gusta prepararse y capacitarse constantemente porque su sueño, a corto plazo, es ser comandante de un Batallón de Desminado Humanitario, pero a largo plazo quiere ser general de la República para compartir todo lo aprendido y construir un gran Ejército.
Agrega que la mayor gratificación que le ha dejado su trabajo es ver la sonrisa de la gente o sus lágrimas de agradecimiento cuando pueden regresar a sus tierras, sembrar sus cultivos, llevar sus animalitos y ganado, y hasta construir nuevamente su casa, en un terreno que antes significaba muerte.
“Me gusta ser símbolo de seguridad, sembrar nuevamente de esperanza los campos colombianos”, puntualizó.