Valle
Los esfuerzos en Cali por no dejar morir a burilico
El último de su especie estaba en el Vivero Distrital, donde su salvador simuló el proceso germinativo de las aves y logró, después de seis años, que aflorara una semilla.
Ya los informes oficiales lo daban por muerto. De burilico, como comúnmente se le ha conocido, no quedaba rastro alguno en la ciudad y su nombre solo figuraba en un listado frío de desaparecidos.
Quienes compartieron junto a él en el pasado, aseguran que burilico fue un desplazado, como muchos otros; que en su afán de supervivencia, no tuvo más remedio que huir en medio de una de las tantas guerras que se han librado en la capital del Valle del Cauca: la guerra del cemento.
Fue entonces cuando su padre, don Carlos Antonio Valencia Moreno, un experimentado jardinero del Vivero Distrital, adscrito al Dagma, empezó su búsqueda, a pie, recorriendo humedales, madreviejas y lugares contiguos a la margen del río Cauca, intentando obtener noticias de él.
Su búsqueda terminó en el 2011, cuando encontró por fin la última de sus especies. Un burilico de 20 metros de altura que sobrevivía en el sector de Caucaseco. Empezó entonces a visitarlo y a esperar que floreciera para obtener sus semillas.
La gran mayoría de las plantas en el bosque seco tropical, explica Mauricio Salazar, líder del Vivero Distrital, necesitan tratamiento pregerminativos, para que la semilla pueda reventar.
“La naturaleza es tan avanzada en ese tema, que las semillas las genera con características especiales para que algunas aves o algunas especies se las coman y el tratamiento digestivo hace que la cáscara de la semilla se degrade por la acidez del estómago y, cuando cae de nuevo a la tierra, produce que reviente la semilla al caerle la lluvia”, explica Salazar.
La dedicación y la perseverancia de don Carlos finalmente dieron su fruto. Más de seis años después de haber iniciado pruebas y ensayos para simular de alguna forma ese proceso digestivo de las aves, logró reproducir, de manera exógena, su primer árbol.
“Todos los días lo miraba; todos los días le echaba ojo, hasta que por fin lo vi crecer y eso fue una enorme alegría”, relata con una sonrisa de satisfacción.
Ese primer árbol, más que su hijo entrañable, fue su aliado; el papá de todos, pero hace poco murió. “Los árboles, al igual que las personas, nos morimos, pero lo que quedan son los hijos y nuestras acciones, y yo tengo aquí, en la entrada del vivero, un hijo de ese árbol que salvó a esta especie”.
Con malicia y experiencia
Cuando la modernidad vistió de cemento el oriente de la ciudad y los sectores aledaños al río Cauca, incluso durante la construcción del jarillón, las aves empezaron a migrar y el burilico sintió la amenaza.
Su germinación depende de que los pájaros coman su semilla y, luego del proceso digestivo, caigan al suelo para ser germinadas por las lluvias.
Pero ya los pájaros no encontraban dónde arrojar esas semillas tras su proceso digestivo y muchas terminaron agonizando en los techos de las nuevas viviendas del Oriente. Todas con cero por ciento de probabilidades de germinar y dar vida a una planta.
Empezó entonces a investigar todo sobre esta especie, sus características y necesidades de crecimiento, y aprovechó los expertos en botánica que llegaban al Vivero de universidades extranjeras, de Univalle y de la Nacional para indagar sobre árboles.
“Ellos me brindaban sus conocimientos y yo ponía la malicia y la experiencia; así fue que logramos hacer germinar los primeros burilicos”, recuerda don Carlos, quien permaneció durante años intentando obtener una planta de entre las semillas.
“Lo que hice fue activar esa semilla con agua tibia y luego hice una cama, le eché poquita tierra y luego hojas de samán encima, que su hoja es menos ácida y ayuda a germinar más rápido, y ahí sí me reventaron”, explica el orgulloso padre, quien ya tiene otros quince bebés listos para llevar a siembra en algún lugar de la ciudad.
Luchando con ese primer hijo, el que más lidia le ha dado, aprendió también que luego de que la semilla germina, debe contar tres meses exactos para pasarlos de la cuna a bolsas plásticas con tierra fértil mezclada con cascarilla de arroz; cuando la planta tiene alrededor de diez centímetros de altura.
Ahora sabe, además, que un burilico debe permanecer en el vivero durante tres años en periodo de latencia, donde el árbol se encierra a dormir para irse fortaleciendo y evitar que el clima lo mate, antes de salir a la calle siendo ya un joven saludable. Para entonces, ya la mata debe haber alcanzado entre dos y tres metros de altura.
Hoy su mayor ejemplar, el hijo de ese primer burilico que obtuvo y el único que figura en los libros de botánica en esta región, les da la bienvenida a los visitantes del Vivero Distrital (ver foto la foto grande), donde se levanta sobre el cadáver de un tulipán.
Tras años luchando con dedicación por su desarrollo y floración, son cerca de 400 los burilicos que ha obtenido para evitar su extinción definitiva. 400 hijos que intentan sobrevivir en humedales del Valle del Cauca.
El burilico, al igual que árboles como el Pedro Hernández, debería tener también el apellido de su padre; ‘burilico Valencia’ por un tema de paternidad, homenaje o simple justicia.