Valle
Raleadoras de La Unión Valle, una tradición con sello de mujer
Las raleadoras son las encargadas de bajar las uvas del racimo, así como de sanear el cultivo. Se les reconoce como un símbolo de identidad en La Unión, Valle. En sus manos está el arte de la viticultura y la sabiduría.
Por: Ana María Lotero, Valentina Quintero y Valentina Bravo/ Periodismo con Visión de Género/UAO
Chak chak chak. Las uvas verdes más pequeñas caen en el césped guadañado. No se siente el viento, apenas una tenue brisa, que se cuela entre los palos que alzan las crecientes uvas, aún verdes. Tienen sesenta días de cosecha; les faltan dos meses para que maduren, crezcan y puedan ser recolectadas.
Es una mañana fría en La Unión, capital vitivinícola del país, pero a medida que el día avanza la temperatura es más alta. Ubicado al norte del Valle del Cauca, el municipio está rodeado de extensos cultivos en los que predomina la uva, pero también hay variedad de frutales como la guayaba, el melón, la papaya, la espinaca y el maíz.
Mauricio Chávez, trabajador de la finca vitivinícola La Fortuna, cuenta que la uva no es originaria de La Unión, sino que proviene Edge Estados Unidos y se adaptó a esta región valluna, que tiene las condiciones para una buena maduración de la uva al igual que la resistencia a las plagas.
— El raleo se realiza cuando el racimo se va formando; se empieza a engrosar y en medio del racimo salen las uvas pequeñitas —explica Gerardo Grajales, empresario de Casa Grajales, una de las empresas vitivinícolas más importantes del país—. Cuando ya se saca la uva pequeñita que viene mal formada, se deja espacio para que la uva gruesa de mayor tamaño tenga más espacio para que se engorde el racimo. Por eso, casi todos los racimos de uva son uniformes en el tamaño de la fruta.
Marta Posso, periodista y gestora de Identidad Cultural de La Unión, cuenta que el cultivo de la uva dura 120 días. —La mujer entra a ralear en dos ocasiones: en el día 45. Es una labor que la hacen solamente las mujeres, porque el pH de la mujer es más suave que el del hombre. Luego regresan al día 115 a sanear el racimo, a quitar las pepitas que están picadas por los pajaritos o insectos. Lo sanean, lo ponen bonito para entregarlo al comprador—.
El raleo se tarda según la carga. Puede que en el día apenas se trabajen diez matas con veinte racimos cada una, como también puede suceder que se trabajen treinta con diez racimos. El rendimiento de las raleadoras depende del ritmo de trabajo y resistencia de cada mujer.
— Decir que el raleo no es necesario sería estar mintiendo —afirma Mauricio—. La fruta no indica cuándo necesita cortarse. El raleo es un tema cultural, porque podría modificarse hormonalmente para que no se necesite del raleo.
Sara Rodríguez es la más antigua de las raleadoras que se encuentra en el cultivo de la finca La Esperanza, ubicada sobre la vía Panorama, que conecta a Cali con La Virginia. Tiene 78 años y el chak chak chak de las tijeras acompaña sus días, mientras sube y baja del tarro que ha cubierto con un costal para elevarse a la altura de los racimos. Trabajó en Grajales voleando machete, cosechando maracuyá y uva. En Anserma, un señor le enseñó a trabajar la tierra, y llegó a La Unión en los años 80.
—Ese sonidito —sonríe sutilmente al hablar, refiriéndose a sus tijeras negras que tienen un taquito en una de las aberturas donde debería de estar su pulgar—, es para uno no dormirse.
Sus manos revelan los callos del trabajo de la tierra que hace desde su juventud. Baja del butaco, lo corre hacia el siguiente surco y se agarra de las amarraderas para subirse. Tijeras en alto, chak chak chak.
—Cuando el racimo se aprieta, aborta. Se empieza a reventar. Por eso se deben cortar los chiquitos —explica con la mirada siempre fija en el racimo. En ningún momento se detienen sus tijeras—.
Además de Sara, en el cultivo hay otras ocho mujeres. Una parece estar embarazada. Al trabajar, las raleadoras responden por un surco (una fila de racimos). No hay conversación entre ellas, están concentradas en el raleo. Sus cabezas están cubiertas por gorras, camisetas o trapos y visten de colores claros con mangas protectoras como las que utilizan los taxistas.
Sus mochilas cuelgan de los amarraderos de los racimos a unos diez metros de donde están trabajando. Una de ellas pone tímidamente un poco de música. En el horizonte cantan los pájaros, y entre los espacios de las plantas sobre las cabezas de las raleadoras se cuelan los rayos del sol. A pesar de que hay sombra, se siente el bochorno.
El eco de cada tijeretazo demuestra los años de experticia de sus manos. El rostro de doña Sara es del color del caramelo, quemado por todas las horas que en los últimos treinta años ha pasado en La Unión bajo las frutillas de la uva. A sus pies, las pepitas cortadas desaparecen bajo la maleza guadañada. Hacia el final de la finca se escucha el ronroneo del motor del podador.
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El almuerzo es a las 12 en punto. Ya han tenido un descanso para desayunar a las 8:30 a.m., y a la 1 de la tarde podrán detenerse a tomar agua. Para almorzar, las raleadoras se bajan de sus tarros y butacos y se sientan sobre ellos. Los tres hombres que están plateando la tierra se dirigen a la casita de la entrada y se resguardan del sol. Cada trabajador de la finca viticultora saca de sus mochilas el almuerzo.
Además del raleo, la uva necesita buen abono, de lo contrario, el racimo no carga. Luis Eduardo, Ariel Cardona y Juan Morales platean la base de las plantas de uva que ya han sido raleadas. Limpian la tierra o la “sanan”, haciendo un círculo de alrededor de un metro de diámetro para abonar las matas con boñiga y algunos químicos granulados.
—El saneo es más fácil —afirma Luis Eduardo—. El raleo requiere técnica.
—Las mujeres también se ocupan del empaquetado —indica Gerardo Grajales—. Cuando ya la uva viene del cultivo, cuando ya han sido cosechadas, vienen en cajas de cartón, que son las que llegan al supermercado. Ese trabajo solo lo hace la mujer.
—Yo tengo una amiga, estuvimos cogiendo ají juntos y ese trabajo es bravo, porque es un granito muy chiquito; ella se cogía entre 35 a 38 kg de ají, mientras yo recolectaba unos 20 —comenta Luis Eduardo, trabajador de la finca La Esperanza—. Hasta la semana pasada ella estuvo cogiendo 40 kilos. Los hombres se asombran de su capacidad al trabajar; ellas volean azadón, machete y palín.
De acuerdo con el Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), en Colombia, en zonas rurales hay alrededor de 5 millones 760 mil mujeres que se dedican al campo. La economía de La Unión deriva sus principales actividades de la agricultura, la ganadería, el comercio, las artesanías y la industria vinícola. Hasta el 2021 había 380 raleadoras; el 70% eran adultas mayores.
—Es un trabajo mal pago —comenta Marta Posso—, porque no cuentan con prestaciones ni primas, y ya cuando dejan de trabajar, sus hijos les dan el sustento. Un día de trabajo se monetiza entre 40 y 45 mil pesos, que equivale a un día del salario mínimo. Sin embargo, las jornadas son variadas, debido a que las raleadoras son contratadas por temporadas.
—El gobierno dio un reglamento, pero no todos lo cumplen —señala Juan Mo, un señor que paga 285 mil la semana, aquí pagan 280 mil, en otro 260 mil, 245 mil, y así...
—Eso es lo que nosotros los agricultores a veces le reclamamos al gobierno —argumenta Gerardo Grajales—, que le den más apoyo al campo para que uno tenga mejor oferta de trabajo y de dinero para una persona. Ahora conseguir mano de obra es difícil porque la gente, como dice el dicho, ya no se quiere manchar las manos ni de tierra, ni de barro, ni de químicos.
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Miriam Arizmendi lleva más de 50 años en esta labor; aprendió a la edad de 15 años ya que, para entonces, no había muchas opciones de trabajo. Actualmente es la líder de la finca La Esperanza, encargada de conectar a las otras raleadoras. Para ella, las mujeres son las laboriosas para el raleo ya que los hombres tienen manos duras.
—Ahorita están haciendo embolsar el racimo para que el pájaro y el murciélago no se coman las uvas —explica doña Miriam—. Cuando la uva ya tiene tres meses y medio, las embolsan esos 15 o 20 días para de ahí cortarlas. Esas embolsadas son nuevas, y resulta más empleo para nosotras porque la embolsada lleva más tiempo; se sanea el racimo, se embolsa, se quita y se corta.
—El reconocimiento que se le hace a la mujer raleadora en nuestro municipio es por parte de la Casa de la Cultura y de la fundación Hábitat —apunta Marta Posso, periodista cultural de la Alcaldía de La Unión—. Se ha creado una danza en la que se resalta su imagen, se ha escrito la canción písale, písale y poesías alrededor de ella, convirtiendo a la mujer raleadora en símbolo de la capital vitivinícola.
La Unión lleva 16 versiones del Carnaval de la Uva y el Vino, y desde el 2018 realiza homenajes a las mujeres y los demás trabajadores de la uva. Se llevan a cabo la feria gastronómica y de emprendimiento, y danzas y poesías para las raleadoras.
Desde la Alcaldía de La Unión se ha logrado que la Gobernación del Valle reconozca el raleo como un saber ancestral. En 2021, con recursos de la Red Pacífico, se estableció la Escuela-taller-Museo del Raleo y la Elaboración del Vino Artesanal. Fue un proyecto de ocho meses en el que se enseñó a cultivar uva, a ralearla y a producir vino artesanal orgánico.
En el programa de Identidad y Cultura se busca salvaguardar la tradición del raleo para que sea patrimonio de la Nación este saber ancestral que se teje entre racimos de uva.
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