ORGANOS
Donación de órganos: el amoroso acto de salvar vidas a través de la muerte
En Colombia, a raíz de la pandemia y los mitos que promueven las series de tv, las estadísticas de este regalo de vida se han reducido, mientras la lista de espera crece. Crónica de los héroes que buscan brindarles una nueva oportunidad.
Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas y Reportajes
Hay dos formas de morir: una, que se pare el corazón. Otra, que se pare el cerebro. En Colombia, cuando nos diagnostican muerte cerebral, podemos donar órganos. Si morimos por un infarto, “parada cardiaca”, como dicen los médicos, podemos donar tejidos. Las córneas, por ejemplo. En vida también es posible donar un riñón, una porción del hígado o de la médula ósea.
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Es miércoles. El doctor Hernán Felipe Castillo Serna recorre las clínicas de Cali “pasando revista”, como se le llama a la búsqueda de posibles donantes de órganos y tejidos. El doctor Castillo es uno de los coordinadores operativos de trasplantes de la clínica Imbanaco.
— En Colombia, hasta antes de la pandemia del coronavirus, por cada millón de habitantes, ocho donaban órganos. Después de la pandemia se ha reducido, mientras la lista de posibles receptores es cada vez más extensa. Alrededor de 3000 colombianos están a la espera de un órgano para salvar su vida – dice el doctor, con marcado acento paisa. Nació en Pereira hace 35 años.
Cuando comenzó la pandemia, se determinó que los fallecidos por Covid-19, o quienes tuvieran la enfermedad, no podían ser donantes o receptores. Eso explica el descenso en las estadísticas. Ahora el protocolo es distinto: si los órganos no fueron afectados por el covid, se pueden tomar.
La ficción que no siempre es distinguida por la audiencia de las series de televisión y el cine también ha contribuido a que la donación de órganos se haya reducido. Una de las creencias populares más arraigadas es que existe el tráfico de órganos. El doctor Castillo, que alguna vez quiso ser músico, se sonríe como a quien le echan un cuento difícil de creer. Es imposible, asegura, que exista tráfico de órganos, por lo menos en Colombia. Para empezar, extraer un órgano requiere de tecnología avanzada, una clínica especializada como las que recorremos esta mañana. Deben tener quirófano, Unidad de Cuidados Intensivos, un especialista en neurociencia que diagnostique una muerte cerebral. En Cali son alrededor de 15 las clínicas que cumplen con esas condiciones. No hay manera de extraer un órgano como lo muestran las películas, en tinas de baño repletas de hielo.
Además, se trabaja casi como en la Fórmula Uno, en una carrera para ganar más años de vida. Para extraer un órgano se requieren de unos líquidos llamados solución de preservación, que garantizan unas cuantas horas, entre cuatro y cinco, para trasplantarlo. Si se pasa ese tiempo antes de llegar el órgano al receptor, las células se mueren al no alcanzar a darles el suministro de oxígeno y nutrientes que necesita.
— Pasa como con las plantas, cuando se les corta el suministro de agua, se mueren. Cuando a un órgano no le llega sangre le sucede lo mismo –dice el doctor Castillo.
Esa es la razón por la cual tampoco existen bancos de órganos, como también se cree. No es posible almacenarlos. Un corazón dura máximo cuatro horas fuera del cuerpo, al igual que un pulmón. El hígado dura hasta 12 horas extraído y los riñones hasta 24 horas. Lo que sí existen son los bancos de tejidos, como las córneas, que no necesitan circulación sanguínea pronto, sino que pueden estar fuera del cuerpo hasta 14 días antes de ser trasplantadas.
Todos los equipos médicos usados para trasplantes son registrados ante el gobierno y el Ministerio de Salud les hace seguimiento. Por si acaso, la ley 919 de 2004 condena el tráfico de órganos. Lo considera un delito penal.
La ley también dice que donar debe ser un proceso anónimo. La familia del donante no sabe a quién le dará los órganos, ni el receptor sabe quién se los donó. Apenas le entregan datos generales, como la edad y el género. El nombre del proceso también lo deja claro: no se le paga un peso a quien done. Donar es entregar de manera voluntaria, sin esperar premio ni recompensa alguna.
La religión hace que algunas familias duden a la hora de donar los órganos de sus seres queridos fallecidos, aunque por lo regular, después de conversar con el doctor Castillo, quien se encarga de explicarles el proceso, dicen sí. El doctor, vestido con su traje azul, recuerda familias Testigos de Jehová que han donado órganos, cuando su fe sugiere abstenerse de recibir sangre. Castillo, que tiene la calidez necesaria para hacer sentir a cada persona que saluda como si fuera su amigo de toda la vida, apela en esos casos a un argumento que nadie rebate: todas las religiones tienen un mismo fin, el amor al prójimo. Y no hay nada más amoroso que donar un órgano de un ser querido, desprenderse de ese cuerpo, para que alguien viva. ¿Qué es preferible? ¿Qué un órgano se descomponga o que le permita a una persona cumplir sus sueños?, pregunta.
Otra de las dudas de las familias a la hora de donar o recibir un órgano es si “las energías de la persona que donó se sienten”, como lo sugieren las series de tv, o si se transmiten características de la personalidad del donante. “Son ya millones los enfermos trasplantados con estos órganos en los que para nada se ha constatado esta transmisión de recuerdos, sentimientos ni mucho menos algo tan etéreo como ‘el alma’”, escribió el doctor Rafael Matesanz, fundador y exdirector de la Organización Nacional de Trasplantes en España.
Además, los órganos se conectan a la circulación, no a los nervios. No hay manera de ‘sentir’ la supuesta energía del donante. De hecho los recuerdos, los sentimientos, la memoria, el dolor, se encuentran en las neuronas, que fallecen con la muerte cerebral. Tal vez a nivel psicológico pueda ocurrir aquello de “sentir al donante”, pero el doctor Castillo aclara que antes de realizar un trasplante se hace una evaluación psicosocial para determinar si el receptor tiene las condiciones para recibir ese “regalo de vida”. Una vez recibido el trasplante, se continúa con el acompañamiento.
En la lista de espera la prioridad la tienen los niños y los pacientes en ‘urgencia cero’, aquellos que necesitan un trasplante ya, o de lo contrario fallecen. Entre los criterios para elegir a los receptores está el tiempo de espera en la lista, la gravedad de su estado de salud, la compatibilidad con el grupo sanguíneo del donante, las características antropométricas del órgano, entre otras variables.
El doctor Castillo hace silencio, mira su celular: recibió la alerta sobre un posible donante de tejidos, un paciente de 41 años asesinado por arma de fuego. La mayoría de los donantes mueren de forma violenta: siniestros de tránsito o disparos.
Pero hay ciertas recomendaciones de Medicina Legal. En caso de que una mujer fallezca a causa de un feminicidio, su familia no podría donar sus órganos. Lo mismo sucede con los casos de abuso infantil, o las personas que mueren bajo la custodia del Estado, en las cárceles. O soldados y policías en ejercicio de sus funciones. Cuando ocurren este tipo de situaciones, el protocolo de necropsias es mucho más estricto. Las personas que murieron durante la protesta social en 2021 en Colombia no se consideraron para ser donantes.
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Un año antes de fallecer, Gabriela Arredondo le había dicho a su papá, don Ancizar, que si algún día él necesitaba un corazón, ella le daría el suyo. Era el cumpleaños de don Ancizar. En una foto, Gabriela le escribió: “siempre seré tu ángel”. Tenía 17 años.
A finales de 2018, Gabriela, de repente, se desmayó. Estaba en su casa en el barrio San Fernando de Cali, frente al Hospital Universitario. ‘Blacky’, la perra con la que dormía, le lamía el rostro con desespero, mientras los otros perros de la casa lo miraban todo a lo lejos. Laura, una de sus tres hermanas, llamó a don Ancizar para contarle lo que estaba sucediendo. Cuando llegó a la casa tan rápido como pudo, encontró a Gabriela tendida en un sillón.
La cogió en sus brazos y salió corriendo hacia el hospital. Alguien vio que ya no podía más con el peso de su hija y paró un taxi para que lo llevara a urgencias. Una doctora examinó a Gabriela y ordenó que la ingresaran a Medicina Interna. Allí la conectaron a varios aparatos, le pusieron oxígeno y le hicieron un TAC, un examen que reproduce imágenes del interior del cuerpo. Los órganos estaban sanos, perfectos. Los órganos de una joven de 17. El problema estaba en el cerebro. Tenía un aneurisma, a causa de una malformación congénita. Ese día la operaron.
Gabriela estuvo hospitalizada dos semanas. Cuando don Ancizar y doña Sandra Torres, su mamá, fueron a visitarla, los médicos les explicaron que, clínicamente, había fallecido. El diagnóstico era muerte cerebral. Sucede cuando el cerebro sufre un daño irreversible, lo que genera la pérdida de las funciones vitales. Al cerebro ya no le llega sangre ni oxígeno y los órganos pueden funcionar durante pocas horas de manera artificial. Por eso es posible donar órganos cuando no hay vida en el cerebro; los órganos se conservan, a diferencia de lo que sucede cuando morimos por parada cardiaca, que deja de llegarles sangre.
Para don Ancizar y doña Sandra nada volvió a ser como antes. Si la vida fuera lógica, comenta don Ancizar, los hijos enterrarían a sus padres y no al revés. Es cierto que perder un hijo es el dolor más grande que se pueda llegar a sentir. Pero el haber donado los órganos de Gabriela fue una manera de ayudar a sanar ese dolor, o por lo menos darle otro significado.
Lo conversaron en la capilla del hospital, donde don Ancizar recordó lo que Gabriela le había dicho, que le donaría su corazón. Gabriela siempre lo donó. Ella salía a compartir con los habitantes de calle, a quienes les llevaba chocolate y pan. No le importaba sentarse con ellos a comer, o abrazarlos, pese a que algunos no olían bien. Si se encontraba un perro o un gato abandonado, los llevaba para su casa. Su sueño era crear un albergue al que llamaría La Esperanza, “porque eso es lo que necesitan los animales callejeros, un pedacito de esperanza”. También quería estudiar gastronomía para montar una repostería y que sus papás no trabajaran más. Y anhelaba ir a México, era devota de la virgen de Guadalupe.
Unos días después de haber donado sus órganos, doña Sandra recibió una carta de la clínica Imbanaco. Allí le decían que le agradecían porque dos personas habían recibido los riñones de Gabriela. A doña Sandra la estremecieron esas líneas. Pensó que en algún lugar hay dos gabrielas. No las puede ver, abrazar, decirles que las ama, como lo hacía con su hija. Pero pensar que en algún lugar está ella, le ayudó a sobreponerse de la depresión de perder un hijo. Lo mismo le sucedió a don Ancizar, a quien le preguntan por qué donar los órganos de un ser querido, y él responde: “significa dar vida a través de la muerte; evitarle a otro papá el dolor que sentí”.
María del Rosario Martínez Cleves piensa de la misma manera. Ella es la mamá de Juan Camilo Falla Martínez, médico residente de medicina interna, enamorado del fútbol y del Chelsea de Inglaterra, quien hace siete meses, a sus 31 años, y en la plenitud de su vida, ante un suceso inesperado, tuvo una muerte cerebral. Juan Camilo había manifestado su deseo de donar sus órganos. Tenía un carné en el que expresaba esa voluntad. En la casa de los Falla – Martínez lo de donar se comentaba continuamente, no solo porque Juan Camilo era médico, al igual que su hermana, María Carolina, sino porque desde su fe católica y la formación jesuita del colegio Berchmans los hermanos han seguido un lema: ser más para servir mejor.
— Estoy segura de que mi hijo tiene una sonrisa y una oración de esos seres que recibieron sus órganos. Eso para nosotros es muy grato y es parte de la adaptación ante la pérdida de un ser querido. Y es hermoso, reparador, en medio de tanto dolor, entregar amor y vida. Pienso a diario en las familias que recibieron los órganos de mi hijo. Mi hija me hizo entender algunas cosas. Me dijo: mi hermano está cumpliendo sus sueños en otras personas. Está siendo papá, como anhelaba, desde otro papá al que le regaló más años de vida con sus órganos – dice María del Rosario.
Eduardo, el padre de Juan Camilo, considera que todos deberíamos expresar en vida el deseo de donar órganos. Así se le ayuda a la familia a tomar la decisión que, en medio del dolor, implica desprenderse de ese cuerpo que se quisiera atesorar. En Colombia, según la Ley 1805 de 2016, todos somos donantes de órganos y tejidos por el hecho de ser ciudadanos colombianos, si no nos opusimos en vida. Sin embargo, las clínicas respetan la decisión final de las familias.
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Cali es una ciudad pionera en donación y trasplante de órganos y tejidos. Todo empezó en 1986, en el Hospital Universitario del Valle. Allí el doctor Luis Armando Caicedo fundó la primera Unidad de Trasplantes, con el programa de trasplantes de riñón con donante vivo. Dos años después continuó con el trasplante renal con donante de cadáver. Hasta 1994, cuando el doctor Caicedo, considerado uno de los mejores cirujanos de trasplantes de América Latina, se trasladó a la Fundación Valle del Lili.
Dos años después se realizó el primer trasplante de riñón, y en 1998 se abrió el programa de trasplante hepático; en el 2000 se inició el programa de trasplante de páncreas; en 2015 se realizó el primer trasplante de intestino multiviseral, es decir que el receptor recibió un hígado, un intestino y un páncreas. También se hace trasplante de corazón, de pulmón, de médula ósea. Colombia es uno de los países con mejores cirujanos de trasplantes de órganos de Latinoamérica, varios de ellos radicados en Cali.
— Cuando hacemos un rescate de órganos, el donante se lleva a la sala de cirugía de la clínica donde se encuentra. Si se va a extraer el hígado, el riñón, páncreas e intestino, se hace la apertura del abdomen, y si se van a extraer corazón y pulmón se abre el tórax. Posteriormente se hace una disección de cada órgano de sus estructuras vasculares. Lo que se hace buscar la vena y la arteria que tiene el órgano, desconectarlos, y enseguida se hace una preparación mediante una fusión de líquidos de preservación y hielo para conservar las células de los órganos y su estructura. Es como quitar y poner la batería del carro. En los trasplantes se desconecta y conectan de nuevo los órganos– dice el doctor Mauricio Millán Lozano, cirujano de trasplante de órganos abdominales y jefe de la Unidad de Trasplantes de la Fundación Valle del Lili.
Los porcentajes de ‘sobrevida’ de las personas que han recibido un trasplante son altísimos. Según los datos de los procedimientos hechos en la Fundación, el 99.3% de los que han recibido un trasplante renal continúan con vida 5 años después de haber recibido el riñón. Lo mismo ocurre con el 92% de los que han recibido un hígado o un páncreas.
— Es cierto que donar es regalar vida. Pero nos preocupa que hay tanta gente a la espera de un órgano, y la donación se haya reducido. Por eso desde la Fundación Valle del Lili se pretende abrir un programa innovador a nivel mundial, que es la donación de órganos a corazón parado. Es una práctica que se hace en Europa y Estados Unidos. Quiere decir que una persona que tiene una enfermedad terminal, y desea morir, firma el proceso de eutanasia y, si decide donar sus órganos, se hace la limitación de soporte de vida, hasta que el corazón pare. Después de 5 minutos de haber fallecido se hace un proceso de resucitación de los órganos, con el objetivo de la donación. Es un programa que no se está haciendo en Colombia, porque no hay una legislación, pero los grupos de trasplantes están trabajando para que se reglamente – agrega el doctor Mauricio, quien no duda al afirmar que el objetivo de los trasplantes es rehabilitar a la sociedad: personas que estaban en una UCI, y que tras ese órgano salen de allí con muchos años más por delante para estudiar, trabajar, casarse, tener hijos, “aportarle a los demás”.
Hace unas semanas, en la Fundación Valle del Lili se hizo el primer trasplante multivisceral en niños. La paciente, de 15 años, recibió el hígado, páncreas e intestino. Ya está en su casa, recuperándose.
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El doctor Hernán Felipe Castillo Serna, de Imbanaco, se encuentra en una sala de la clínica, conversando con la familia de la persona de 41 años que acaba de fallecer asesinada. Era guarda de seguridad. El tono de voz del doctor, y las palabras elegidas, son consuelo para sus familiares, un desahogo.
El doctor lee la historia clínica y explica que se hizo todo lo posible para salvarle la vida. La esposa asiente. Su hijo guarda silencio. Cuando el doctor Castillo les explica la posibilidad de la donación en este caso de tejidos (el posible donante hizo parada cardiaca) la esposa en un principio dice “no”. No porque la familia de su marido, explica, es conflictiva, y no sabe cómo lo puedan asumir.
El doctor Castillo le pregunta al hijo qué piensa de la posibilidad de donar las córneas, ayudar a otros a restaurar la visión. El muchacho, que tiene un morral a sus espaldas, como si acabara de salir del colegio, lo aclara todo:
— Mi papá siempre me enseñó que debía hacer lo correcto, pese a las consecuencias. Y lo correcto es donar para ayudar a los demás.
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