Colombia
A Juanchaco se lo traga el mar; sus habitantes luchan con costales de arena
En los últimos meses, casas, hostales, restaurantes, cayeron por las olas y la marea alta. Cambio climático aceleró la erosión costera. La playa que se conserva es mínima. Piden acciones para proteger, ya, lo que queda.
Lo primero que se tragó el mar en Juanchaco fue Punto Amor, la zona de camping y cabañas que el nativo Cristian Hurtado construyó con su suegra en la playa. Sucedió a mediados de agosto de 2024, cuando el océano Pacífico comenzó a chocar contra la costa con una fuerza poco recordada en el corregimiento.
– Eso pasó en un lapso de tres meses. Primero se llevó el camping. Después las cabañas y la casa donde vivíamos. Nos tocó subirnos a la loma. Ahora vivo en una casa que me alquilaron en el acantilado, y trabajo como guía turístico – dice Cristian.
Después, el mar se llevó los billares El Mono, que tenían una tradición de 20 años en la playa de Juanchaco. También derribó la tienda que estaba a su lado y el hospedaje La Mona, todo propiedad de Adriana Holguín y su esposo. Era el paradero donde los turistas tomaban los motorratones o tractores para llegar a Ladrilleros.
Aquel camino carreteable, por donde se transportaban los víveres de los hoteles y restaurantes, así como los materiales de construcción y los equipajes, igualmente se lo llevó el mar. Ahora se debe llevar todo al hombro hasta un punto en la montaña donde es posible que lleguen los transportes terrestres.
– Yo estaba cuando se empezó a caer mi casa. Fue a las 4:00 de la madrugada, con una marea alta. Llovía. No podíamos abrir la persiana porque el mar golpeaba a esa altura. Logramos salir por el frente hasta la terraza de mi vecina, Rosalbina. Desde ahí lo vi todo. Yo escuchaba: pum, pum, cuando se caía el techo, los sueños que se construyen con tanto esfuerzo – cuenta Adriana.
La mesa de Billares El Mono está desarmada. El lugar donde Adriana y su esposo alquilaron para alejarse del mar no tiene el espacio para instalarla de nuevo. Ahora el plan es ir a jugar dominó y otros juegos de mesa. Hasta los pasatiempos los trastoca el cambio climático en Juanchaco.
A Rosalbina Valencia el mar le tumbó la terraza frente al océano donde tiene su restaurante, la Sazón de Doña Rosa. Es una plancha de cemento, donde se almuerza pescado frito con patacón, con vista al mar. El concreto ya está roto por el golpe persistente de las olas; como los andenes en las ciudades atravesados por raíces de árboles.
Hace unas semanas un comensal estaba ahí, almorzando, cuando el trozo de piso donde se encontraba su mesa se vino abajo. No pasó nada grave. Siguió comiendo en la cocina de Rosalbina, quien aún no puede creer que haya noches en las que el mar se mete hasta su sala.
Cuando era niña, recuerda, el océano se veía muy lejos, a 500 metros, y para llegar se caminaba durante diez minutos. Entre su casa y el mar había un caserío en el medio. Ahora el océano está a unos cuantos pasos, por lo que también tiene en riesgo a su vecino, el hospedaje San Antonio y el hotel Sarita, de Anunciación Aguirre.
También se llevó un quiosco donde vendían cocteles de viche, así como el parque donde, cuenta la enfermera Yuly Ramírez, los vecinos se sentaban a conversar y celebraban Navidad y el Año Nuevo.
Del parque solo queda un árbol de almendras aferrado a un pequeño trozo de cemento y tierra, ya dentro del mar. Si existiera una retro excavadora, se podría sacar de allí para sembrarlo en la montaña y salvarlo, dice como un lamento Rosalbina.
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Maira Alejandra Mosquera Valencia camina por la poco que queda de playa – al mediodía la marea está baja – y señala hacia lo que era la Escuela de Juanchaco, que también se llevó el mar. En lo poco que quedó, Maira se fue a vivir con su hijo porque no tenía dónde más, hasta hace unos días que le tocó salir corriendo.
Una ola pegó contra el frente de la escuela y tumbó el techo. Ella alcanzó a salvar algo de su ropa y la de su hijo.
Ahora se encuentra en una casa que le prestaron en la loma, como los otros damnificados que se fueron a pagar arriendo lo más lejos posible de las olas.
— El cambio climático nos está dando muy duro en Juanchaco – dice Maira y tiene razón.
Constanza Ricaurte es la coordinadora del Programa de Geociencias Marinas y Costeras del Instituto de Investigaciones Invemar, con sede en Santa Marta y Buenaventura. Desde su tesis de grado como bióloga marina en la Universidad del Valle, y durante su maestría y doctorado en México en oceanografía costera, Constanza ha venido estudiando la problemática de la erosión de las playas en Juanchaco.
— La realidad de lo que está pasando es una mezcla varios factores. Efectivamente hay un ascenso del nivel del mar causado por el cambio climático. (El aumento de la temperatura en el planeta derrite glaciares, lo que hace que se expanda el agua del mar). Pero además, el cambio climático refuerza los centros de presión. Existe una corriente llamada El Giro del Pacífico. Es una corriente que gira, y si lo hace más rápido, aumenta el oleaje. Eso se ha incrementado en el último tiempo por el cambio climático. Por eso la costa en Juanchaco sufre más los embates del oleaje – comenta Constanza.
Sin embargo, el cambio climático no es lo único que explica que el mar se trague las playas del corregimiento, ubicado a una hora en lancha rápida desde Buenaventura, tres en barco.
Cada vez llega más gente a vivir en Juanchaco; algunos son desplazados por la violencia que encuentran allí un lugar seguro y una oferta de trabajo por el turismo. Otros son personas hastiadas de la vida en las ciudades que, sentadas frente al mar, concluyen que no necesitan de nada más.
– En Juanchaco ni siquiera se requiere estar bien vestido. Nadie te voltea a mirar. Y usted pasa por cualquier parte y lo saludan como si viviera aquí hace años. Y si lo ven más de 5 días, va a la tienda y le fían. Eso no se ve en la ciudad y por eso muchos se quedan – comenta Liliana Gamboa, la propietaria del gastrobar Mi Locura, una juanchaqueña que, incluso, dice tener su ombligo enterrado en estas tierras. En el pasado era tradición que a los recién nacidos en el corregimiento les enterraban el ombligo cuando se caía y, para tener ciertas habilidades en la vida, le echaban polvo de escorpión.
La migración, entonces, ha generado que cada vez sean más las casas, los hostales, los restaurantes sobre la playa, un terreno que por supuesto no es estable. Con las mareas altas, el oleaje, las corrientes, el terreno se mueve y lo que se construya encima está en riesgo. A más edificaciones, más peligro, con otro factor: en Juanchaco cambiaron los métodos de construcción.
La tradición era hacer casas en palafito, que permitían el movimiento del agua y la arena debajo, sin que afectara la estructura. Ahora las casas se hacen de concreto, rígidas, al mismo nivel del mar, sin la altura para que pase el agua.
— Los nativos lo llaman aculturamiento. Cambiaron su estilo de construcción por una supuesta modernización, se importaron métodos que afuera parecen más desarrollados, estructuras de cemento, pero que en las condiciones de Juanchaco no son recomendables – comenta Constanza Ricaurte, de Invemar.
Para intentar contener el océano, la comunidad ha construido barricadas a lo largo de la playa con miles de costales de arena. Los costales los ha enviado – vacíos – la Alcaldía de Buenaventura, o la gente los compra de su propio bolsillo, para después rellenarlos con la arena de la playa, lo que en el corto plazo la debilita. Es una trinchera que termina siendo una condena.
— Además de que la arena que usan para rellenar los costales es la misma de la playa, igualmente la utilizan para todas las construcciones del corregimiento. Entonces hay problemas de ascensos del nivel del mar, más población, cada vez más ocupación de la playa y adicional tienes el problema de estar sacando la misma arena que es la que debería estar alimentando la zona costera. Es una suma de factores que va intensificando la problemática de la erosión de la playa – continúa Constanza, del Instituto Invemar.
La comunidad es consciente de que los costales de arena no son la solución, pero de momento es su único recurso para intentar contener las olas, que empiezan a golpear constantes, como un boxeador sin afán, a eso de las 5:00 de la tarde, cuando la marea está alta.
Pegan contra los muros posteriores de las viviendas. La mayoría de las casas en la playa tienen el frente hacia la calle principal del pueblo, y no como todo el mundo desearía, con vista al mar. En Juanchaco, recuerda Liliana Gamboa, la propietaria del Gastrobar Mi Locura, “el nativo le tiene miedo al océano”, y por eso intenta dormir lo más alejado posible de él.
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Juanchaco aparece en todas las postales turísticas del Valle del Cauca. Lo promocionan como el destino imperdible, junto a Ladrilleros, La Barra, Bahía Málaga. El de Juanchaco es el muelle donde llegan y salen los turistas que desean conocer el Pacífico vallecaucano.
Al año, comenta John Janio Álvarez, el director de la empresa de lanchas Destino Pacífico, al corregimiento arriban 172 mil turistas, de acuerdo con las cifras oficiales del Muelle Turístico de Buenaventura. Y sin embargo, la inversión en su infraestructura es casi nula.
En Juanchaco no hay médico, por ejemplo. Sandra Fernández, una veterinaria que salió de Venezuela huyendo del gobierno de Nicolás Maduro y que se quedó en el corregimiento por amor, perdió su bebé hace unos meses. Sandra, mientras estuvo en embarazo, se cayó en el patio de su casa y, como no había médico en Juanchaco, debió salir de urgencias en una lancha hacia Buenaventura. La lancha se varó y el bebé falleció.
— Semejante flujo de visitantes que tiene Juanchaco debería llamar la atención del Gobierno Distrital de Buenaventura, del Gobierno Departamental y Nacional, para ponerle atención a estas poblaciones. Somos un destino turístico emergente, y estamos creciendo, pero las condiciones son cada vez más difíciles. Si se acaba la playa de Juanchaco sería una tragedia, allí es donde se desembarcan esas 172 mil personas al año y es por donde transitamos 4000 locales que estamos yendo y viniendo entre Buenaventura, Juanchaco, Ladrilleros y La Barra. Hay que actuar ya. Hemos sido pasivos para proteger las playas, y podría ser en cuestión de meses que desaparezcan – advierte John Janio Álvarez, quien también es el representante legal de Asotur Pacífico, una asociación que agremia a empresarios turísticos.
El abogado Castor Asprilla Mosquera acaba de instaurar una acción de Tutela contra la Alcaldesa de Buenaventura, Ligia del Carmen Córdoba, y el Director de la Unidad de Gestión del Riesgo Nacional, Carlos Alberto Carrillo, debido a la “inacción” frente a la erosión costera. Hace dos años, Castor instauró una Acción Popular en la que incluyó a la Gobernación del Valle por el mismo motivo.
En la comunidad también señalan al Consejo Comunitario de Juanchaco de no hacer gestión alguna para proteger la playa, y tampoco permitir que otros lo hagan. “Ni rajan ni prestan el hacha”.
La casa del abogado Castor Asprilla está al frente de la estación de Policía de Juanchaco. Su comandante, Gilmar Collazos, ya envió la solicitud para que la trasladen. Día de por medio el mar inunda las instalaciones. Paradójicamente, el pasado martes, los 11 agentes debieron bañarse en el océano. La estación de Policía no tenía agua.
— Nadie en Juanchaco duerme tranquilo con el mar cada vez más cerca. A nosotros los policías nos toca tener las lanchas listas por si ocurre algo en la madrugada – dice Gilmar, como bromeando, aunque la lancha está frente a la estación.
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Anunciación Aguirre, el administrador del hostal San Antonio y el restaurante Sarita, expone que la reubicación de quienes están frente a la playa es necesaria, pero no suficiente. Además de las casas, en las lomas de Juanchaco se requiere construir vías, puentes, alcantarillado, una Planta de Tratamiento de Aguas Residuales, infraestructura que hoy no existe. Pero, además, ¿de qué sirve una casa para dormir sin tener de qué vivir, la playa, el turismo?, se pregunta Anunciación. Por eso pide que se tomen medidas ya para salvar la costa que queda.
Las opciones para lograrlo son variadas, pero hay obstáculos para ejecutarlas: en Colombia no existe una entidad doliente, responsable, de la erosión costera. Son tantas las entidades involucradas, Secretarías de Turismo, de Medio Ambiente, de Gestión del Riesgo, de Infraestructura, alcaldías, que en realidad nadie se hace responsable de lo que ocurre no solo en Juanchaco, sino en todas las zonas costeras de Colombia.
— Son diversas las acciones que se pueden implementar para salvar la playa de Juanchaco y recuperarla. Por ejemplo, instalar estructuras sumergidas que disipen el oleaje, simular una barrera rocosa. Con esto se crearía una zona de calma, para después rellenar la playa. También se deben intervenir los manglares alrededor del poblado. Los manglares construyen territorio. Entre sus raíces se va atrapando el sedimento, lo que ayuda a conservar la playa. Y reubicar las construcciones que están sobre la misma. Se debe mirar lo que está ocurriendo como una oportunidad para rediseñar el corregimiento, con casas climáticamente inteligentes, adaptadas a las nuevas condiciones de la Tierra. Y es un proceso que se debe implementar en muchos lugares. Pero Colombia está en mora de crear una agencia similar a la de Infraestructura, una Agencia Nacional de Erosión Costera – comenta Constanza Ricaurte, de Invemar.
Mientras eso sucede, a las 8:30 de la noche Liliana Gamboa ordena recoger las mesas de su gastrobar frente a la playa. La gente en Juanchaco se acuesta temprano, en parte por temor al mar.
Es una zozobra que se renueva cada doce horas y 15 minutos, cuando sube la marea, en especial al final del año, cuando en el Pacífico ocurre lo que se conoce como Súper Marea y, debido a los vientos que provienen del Istmo de Panamá, las corrientes son más fuertes, lo que incrementa el oleaje.
En el corregimiento temen lo que pueda ocurrir el 14 o 15 de diciembre. En esa fecha se tiene presupuestada una marea muy alta con olas fuertes.
— Si podemos aguantar esa puja, tal vez nuestras casas y hostales frente a la playa duren unos meses más – dice Anunciación Aguirre.