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País sin deberes

Qué dolor, saber que estas historias las sigue viviendo Colombia...

9 de diciembre de 2024 Por: Paola Guevara
Paola Guevara, columnista
Paola Guevara, columnista | Foto: El País

Diego Kuratomi, presidente de la comunidad japonesa en Cali, habló hace poco sobre los secretos y episodios menos conocidos de la migración japonesa al Valle del Cauca, cercana a cumplir un siglo.

Desde su perspectiva, la de alguien que conoce a Colombia en profundidad pero, al mismo tiempo, proviene de otra tradición y otra cultura, señaló un asunto que le causa preocupación sobre el presente y futuro de nuestro país.

No era una crítica, más bien una reflexión cariñosa. Dice Kuratomi que el desequilibrio de Colombia consiste, entre otros, en que desde la misma Constitución los ciudadanos tienen una larga lista de derechos y poquísimos deberes. Estos últimos, además, expresados de manera etérea y nebulosa.

Mientras que en la Constitución del Japón -añade- hay derechos siempre asociados a deberes, un equilibrio entre dar y recibir, una correlación entre lo que el país hace por el ciudadano y lo que el ciudadano hace por el país, que ha sido clave para construir una ética tan sólida del trabajo y el progreso.

Minutos más tarde, asistimos a la charla con la joven autora Camila De La Cruz, de Granada, Antioquia. Siendo muy niña, 12 o 13 años, al patio trasero de su casa llegaron los paramilitares y le anunciaron a su padre que venían a reclutar a sus dos niñas para la lucha armada.

El señor, como pudo, distrajo a los criminales y esa noche la familia huyó, sin tiempo ni oportunidad de llevar nada consigo, hacia Medellín. Se instalaron en el basurero central de dicha ciudad.

Con mucho sacrificio personal, Camila y su familia trabajaron; con el paso de los años estudiaron, progresaron, avanzaron hasta el punto en que Camila publicó su primera novela, que ya está traducida al inglés, al italiano, al francés y no recuerdo cuántas lenguas más. El libro se llama Huir para vencer.

Le pregunté a Camila por qué en un basurero y no en un semáforo donde pudieran pedir ayuda de los transeúntes. Su respuesta me heló la sangre: fueron al basurero porque es donde van a parar todos los desperdicios de comida. Y ellos tenían hambre.

Qué dolor, saber que estas historias las sigue viviendo Colombia, en este reciclaje de grupos armados, disidencias y violencias que se reproducen sin pausa, sin freno, y que se agravan por la creciente pérdida del control territorial por parte del Estado. Muchos derechos y prerrogativas reclaman los violentos, y de deberes nada.

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