Por Santiago Cruz Hoyos - Editor de Crónicas - Fotos Aymer Andrés Álvarez
Himer Holguín González dice que a las orquídeas les debe agradecer que lo alejaron del trago. “Lo dejé en un 80%”, comenta bajo un quiosco en el Orquideorama, al norte de Cali.
– Lo que pasa – detalla – es que le dedico más tiempo a las orquídeas. Por eso ya no le encuentro sentido a emborracharme, y saber que al otro día tengo que levantarme a regar mis matas, abonarlas, pasar un día rico en la finca. El alcohol ya no es lo mío, lo que yo quiero es estar todo el día con mis orquídeas. Si me emborracho hoy, mañana voy a estar enfermo.
Himer tiene 64 años. Aunque nació en Palmira, se crio en Dagua, Valle, por lo que se considera dagueño. En su juventud estudió para ser tecnólogo en sistematización de datos; se dedicó a otros asuntos. Tiene heladerías en Yumbo, donde vive y colecciona orquídeas de tierras cálidas. En su finca, en Dagua, las de clima frío. Son tantas, que su esposa le dijo que hasta en la cabecera de la cama iban a salir flores. Himer se ríe.
Las orquídeas las conoció cuando estaba en el bachillerato y sus vacaciones las pasaba en el municipio de Calima El Darién con un amigo. La casa de su amigo colindaba con otra donde vivían dos muchachas bonitas a las que visitaban luego de pasar en sigilo un cerco de guadua. En esa casa había orquídeas.
– Cuando las vi, de inmediato llamaron mi atención por su belleza. Pero, aunque intenté cultivarlas, no podía. No florecían. Hasta que conocí AVO: la Asociación Vallecaucana de Orquideología. Allí aprendí a cultivarlas y me metí más en el cuento, descubrí otras connotaciones de estas plantas. Por ejemplo, son de las más antiguas del mundo. La primera orquídea de la que se tienen datos es de hace 78 millones de años. Es decir que cuando estaban los dinosaurios, ya había orquídeas.
Los apasionados y coleccionistas por estas plantas se cuentan por miles. Siempre mencionan que es una afición muy difícil de explicar, entender. Les atrae la belleza de las orquídeas, los colores, las formas, los tamaños. También la variedad: hay más de 30 mil especies y cada año descubren más, luego siempre hay una nueva por atesorar; nunca se está satisfecho con la colección. El deseo de conseguir la siguiente mantiene la pasión viva.
Además, son plantas inteligentes. Pese a su fragilidad, han logrado sobrevivir al cambio climático y la depredación humana que, en la búsqueda desenfrenada de algunos por las orquídeas, una afición que viene desde el Siglo XVIII, arrasó miles de hectáreas de bosque.
Estas matas tienen una gran capacidad de engaño, de hecho. La Ophrys speculum, por ejemplo, para atraer a las avispas que la polinizan, imitan los colores de las avispas hembra para que se pose sobre ellas el macho. Existe el mito de que cultivar orquídeas es difícil, pero ellas puedan vivir hasta 100 años.
– Sin embargo son plantas muy exigentes. Hay muchas especies de orquídeas que han desaparecido sin que las conociéramos. El problema es la depredación humana. Cuando se talan los bosques, se modifica todo. No hay insectos, polinizadores. Todas las orquídeas requieren de un insecto para la polinización, de lo contrario no hay reproducción, porque ellas se reproducen por esporas. Y además necesitan unos hongos que las fijan a los árboles o al suelo, pero si talamos los árboles no hay nada de eso. Todo queda en manos de nosotros, los cultivadores – dice Himer, quien lucha para que no desaparezca una orquídea llamada La Reina del Valle, o la Flor del Dagua, hoy en peligro de extinción por la deforestación. Su nombre científico es Miltoniopsis Roezzi.
Alguna vez esa orquídea apareció en las etiquetas del Aguardiente Blanco del Valle, que destinaba recursos al Orquideorama.
Las flores de Himer están tan bien cuidadas, que ha recibido premios por ellas tanto del Comité Colombiano de Orquideología, como de la Asociación Norteamericana. Esta última lleva el registro de todas las plantas que juzga alrededor del mundo. Si alguien presenta una planta que supere a las que tiene registradas, le otorgan un premio y además el ganador puede bautizar a la flor ganadora.
Himer ha bautizado a sus orquídeas galardonadas con el nombre de sus hijas, Ana Bolena y Ana María, el de su esposa, Luz Helena, y el de su suegra, Cipriana.
Por lo menos 17 orquídeas tienen nombres relacionados con la familia de Andrea Niessen, una de las cultivadoras más reconocidas de Cali, y su esposo, el ingeniero agrónomo Juan Carlos Uribe.
El apellido de Andrea, que nació en Cali, es alemán. Su abuelo materno llegó a Colombia en 1920, y se apasionó por las orquídeas. Coleccionarlas era su hobby. Andrea pasaba mucho tiempo en la casa de su abuelo – es donde vive hoy – y también cultivó esa afición. A sus cinco años ya tenía una colección de orquídeas.
– Es muy fácil apasionarse por ellas sobre todo en Colombia, donde hay una variedad tan grande. Es uno de los países donde más especies hay. Cada vez descubro más y más, a pesar de todos los años que llevo con esta afición. Es un mundo que nunca se termina de conocer. Hasta en los desiertos de Australia hay orquídeas subterráneas. El bicho por estas plantas nunca se ha ido de mi vida, antes sigue creciendo.
Andrea conoció al amor de su vida gracias a las orquídeas. Sucedió en los años 80. Ya en ese tiempo, como ahora, ella daba conferencias sobre la diversidad de estas plantas. En una charla aquí, en el Orquideorama de Cali, se encontró con quien se convertiría en su esposo. El día que se casaron hicieron lo que Andrea llama una locura bien pensada: crear una empresa dedicada a la pasión que compartían, Orquídeas del Valle.
– Dijimos: si no vamos a tener hijos, seamos independientes. La empresa se creó el día que nos casamos en 1986, pero me dediqué a ella en 1989, cuando renuncié a mi trabajo como bióloga. Hoy generamos 22 empleos, y somos de los viveros con mayor variedad del país. Tenemos nuestro laboratorio de reproducción de semillas, hacemos todo lo que se pueda hacer con orquídeas, y los clientes ya lo saben: las flores de etiqueta roja son las nuestras, las de colección, las plantas madre, que son alrededor de 2000, quizá más. No se venden. Ni se tocan.
A Andrea siempre le preguntan ¿cuál es su orquídea?, y la respuesta cambia con el tiempo. Le apasionan las miniaturas, que son las plantas más frágiles y también las más amenazadas. Se llaman Lepanthes calodictyon.
Pero esta vez quiere cambiar la respuesta. Hay una orquídea muy significativa, explica. Se llama Cyenoches banthiorum, nombrada en honor a su abuelo, Erich Barth.
Cuando Andrea tenía 18 años, con su primera cámara, tomó una foto de la colección de él. Allí vio una mata muy rara, que con el tiempo desapareció. Meses después Andrea estaba en la colección de orquídeas de Maruja Navia, otra de la grandes cultivadoras de la ciudad, y vio la planta. Andrea pudo contactar al coleccionista que se la había llevado a su abuelo y le contó que era una orquídea de Huisitó, en el departamento del Cauca. Ahora está en peligro de extinción. Andrea trata de salvarla.
Alguna vez ella “hizo vaca” con otro cultivador en Miami para comprar una orquídea costosa en una exhibición y no lograron reproducirla. Era estéril.
– A veces pasa eso. Cuando se muere una planta duele, se pasa por un duelo. Yo digo que se van al cielo de las orquídeas – dice Andrea.
En el quiosco del Orquideorama, Paul Chavarriaga. el presidente de la Asociación Vallecaucana de Orquideología, reconoce de pronto: “soy un orquidiota”.
Paul es biólogo egresado de la Universidad del Valle, recién jubilado. Toda su vida ha trabajado con la genética de las plantas. Él está seguro que la pasión por las orquídeas “se hereda”.
– Mi abuela paterna era apasionada por las orquídeas, mi papá también, y uno va aprendiendo, le va cogiendo gusto a esas flores desde muy temprano. Para mi abuela era una maravilla ver florecer una planta, y lo llamaba a uno para que lo presenciara. Es una afición que requiere mucho amor, énfasis, tiempo. Tener orquídeas es como tener hijos.
Paul vive en el barrio San Antonio, donde, en el patio, tiene su colección de orquídeas. Esta mañana le floreció una en la sala. Le tomó fotos, como si se tratara efectivamente de las muecas graciosas de un bebé.
–Uno se vuelve un tonto con esto. Porque al final a ti no te importa cuánto gastas. Y los apasionados no comerciales, gastamos mucho.
Paul alguna vez pagó un millón de pesos por una flor, con la desdicha de que la orquídea se murió.
Su sueño es conseguir el dinero que se necesita para convertir al Orquideorama de Cali en un Jardín Botánico de orquídeas. Hace unos días se reunió con Mauricio Diazgranados, el director del Jardín Botánico de Nueva York, para hacer una alianza y empezar a hacer el sueño realidad.
– Desafortunadamente, el tráfico ilegal de plantas existe y es serio. Y es muy difícil perseguirlo. Se oculta fácil. Las orquídeas son muy susceptibles porque están quietas, vos vas, quitas la mata del bosque, y ya. El problema es que las poblaciones de orquídeas silvestres tienden a declinar en el tiempo, en 20, 30 años, ya no va a haber poblaciones, en parte por la intervención humana, los incendios forestales, pero también por el cambio climático, los excesivos calores, o las excesivas lluvias. El panorama no es optimista. Hay que hacer un esfuerzo muy grande para que podamos tener conservación de orquídeas ex-situ, es decir fuera de su hábitat natural, en lugares como el Orquideorama, y tener la mejor representación. Los cultivadores somos al final eso: un grupo de personas que están protegiendo plantas que posiblemente ya no están en los bosques. En el bosque seco de Cali ya es difícil encontrar orquídeas. La labor que hacemos muy calladamente desde hace mucho tiempo y sin que nos diéramos cuenta es de conservación: preservar lo que ya no existe en la naturaleza — dice Paul.