Laura Andrea duda si darnos o no la entrevista porque no le gusta mostrar su casa desorganizada. “A mí me gusta mantener full mi apartamento; todo bonito”, explica.
El lugar donde reside hace más de cuatro años es un espacio de 3 metros cuadrados que originalmente fue construido como extractor de humo y gases de los vehículos que ingresan en el túnel de la Autopista Suroriental, a la altura de Comfandi El Prado.
Lo que hizo Laura Andrea, de 42 años de edad y oriunda de Supía (Caldas), fue cubrir con un tablón el ducto para evitar caer a la vía, a más de diez metros de altura, y encima puso el colchón sobre el que descansa.
En los cuatro ventanales de la pequeña ‘vivienda’, Laura cortó unas pequeñas cortinas de un velo en otrora blanco y que el humo de los carros alcanza a teñir de un tono grisáceo.
Al lado izquierdo de la puerta, de apenas 60 centímetros de ancho por 40 centímetros de alta, sobre un pequeño tocador en madera, hay cremas, splash y perfumes rodeando una imagen en caucho de Jesucristo.
En la pared de la entrada, sobre un fondo de color crema, una advertencia temeraria intenta mantener lejos a los intrusos: ‘Prohibido el paso a personal no autorizado: atte, mata foquin”.
Su casa, como la llama, la tiene gracias a un amigo. “fue él quien me trajo y durante este tiempo me ha servido de mucho; al menos para calmar un aguacero o un sol”.
Laura Andrea asegura que realizó estudios de dibujo y que tiene dos hijos que también realizaron estudios superiores y viven en Jamundí. Su infierno, cuenta, se inició con el papá de sus hijas. Junto a él conoció el diablo. “Fue él quien me enseñó a fumar”.
“Él no me obligó, pero tampoco me lo negó; yo vivía con él y el consumía y un día sentí la curiosidad. Resulta que él dejó uno de esos cosos armados y yo me lo fumé; sentí la sensación más tremenda en ese momento y pailas. Cuando se levantó le dije que me había fumado eso y me dijo que no había problema, que nos enrumbáramos, y desde esa noche estoy enrumbada; tengo ‘ventipiola’ de años enrumbada”.
Son diez los ductos de aire que sobresalen frente a la plazoleta de Comfandi El Prado y todos están ocupados por residentes ocasionales.
Es una mañana de viernes y Laura Andrea recibe la visita de su amiga Sandra Patricia Lozada. Adentro, las dos llenan completamente el espacio, donde se revuelca niño, el perro que acompaña a su amiga.
Sandra también se fue de su casa y conoce bien lo que es la vida en la calle. Es de buena familia y estudio tres semestres de derecho en Cali.
“Uno vive en la calle en estas condiciones porque quiere. Porque podríamos vivir mejor. Y no es que la gente nos desprecie, sino que nosotros hacemos que nos desprecien”, dice.
Ambas tienen como proyecto de vida salir de la calle el día que sepan que no regresan más nunca.