Situado en el barrio San Fernando, donde acuden millares de personas del suroccidente colombiano a practicarse cirugías visuales y otorrinolaringólogas, está el Instituto para Niños Ciegos y Sordos, que dirige hasta diciembre la doctora Doris García de Botero, motor del aporte científico y humano de profesionales que han logrado estándares de calidad, certificados por el Icontec.
Desde 1940, un terreno baldío del San Fernando viejo se convirtió en la sede del Instituto, cuando el gobernador Alonso Aragón Quintero lo donó y su primera directora, Luisa Sánchez de Hurtado con la junta directiva de entonces, conformada por Enrique Micolta, Joaquín Borrero Sinisterra, Gustavo Lotero y Ana María Carvajal, emprendieron el sueño de construir en Cali un lugar para rehabilitar niños con problemas de visión y audición.
Esa primera sede, con enormes corredores y arcadas que dan a un patio central, protegido por frondosos mangos que le dan sombra, al principio sirvió como internado para los pacientes, iniciando funciones en 1942 hasta 1978 en que sus enormes salones se convirtieron en salas de educación primaria, segundo grado y rehabilitación integral para que los menores pudieran ingresar en colegios y escuelas de pénsums académicos normales.
En el 2005, con recursos propios, donaciones del sector privado y un préstamo por $3000 millones, inició la construcción de la nueva sede de la Clínica Visual y Auditiva en Cali, entregada en julio del 2007.
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Así mismo en Buenaventura se inició la prestación de servicio visual y en el 2001 comenzó a funcionar en forma la Clínica visual y auditiva. En octubre del 2006 se iniciaron los servicios en la sede del Vallado de Cali, lo mismo que en Palmira y Puerto Tejada.
El cuadro de Gordillo
Al entrar a la sala de juntas del Instituto, un cuadro de Mario Gordillo expresa todo lo que las palabras no alcanzan a describir: dos caritas se asoman al mundo desde un fondo violeta oscuro. Una de ellas tiene velada su sonrisa bajo unas pinceladas blancas, casi transparentes, pero sus ojos irradian ternura y vida. La otra sonríe abiertamente pero sus ojitos están semicerrados. Las manitas se juntan y un hilo conductor, una línea perfecta casi triangular los une y los comunica, logrando la perfecta comunicación del mensaje que invita a conocer más a fondo ese misterio de los niños que al iniciar sus vidas ya están marcados por la discapacidad auditiva o visual.
Mientras dialogamos con Doris García de Botero, que ha llevado la batuta del Instituto de Ciegos y Sordos desde hace décadas y entrega la antorcha luminosa en diciembre, dejando un legado de consagración total y dedicación absoluta, esas dos caritas son testigos luminosos de su trabajo. Tal vez son un par de angelitos que la han acompañado en silencio desde que Mario Gordillo los hizo realidad.
Doris nació en Buga, en una familia de once hermanos, con un padre estricto y amoroso que siempre quiso que la segunda de sus hijas estudiara derecho. Tuvo una infancia feliz, cuando en las vacaciones de mitad de año y en diciembre se iban para la hacienda de Restrepo, donde había libertad absoluta, pero sin violar las reglas de ese papá que ella perdió años después, víctima de un accidente.
Hizo sus estudios de bachillerato en el Colegio de la Enseñanza de Buga e inició Derecho en el Externado, donde conoció a Mario Alonso Botero Cabal, el amor de su vida, con quien habría de compartir un matrimonio sólido y cómplice. Al retirarse del primer año de Derecho, Doris ingresó a la Universidad del Rosario y allí finalizó con honores la carrera de Fonoaudiolgía.
Al parecer la serenidad, entereza y fuerza interior que la caracterizan se la debe al otro accidente que la marcó para siempre: el accidente automovilístico de su hijo menor, Alvaro José, quien a los 18 años quedó parapléjico. Y, hace 7 años un agresivo cáncer se llevó a su gran compañero de vida, el jurista y académico de la Universidad Libre, Mario Alonso Botero, cuya vinculación de muchos años al Ingenio Riopaila-Castilla, terminó hasta pocos días antes de su muerte.
Para ver y oír
El único interno es Polito, quién lleva viviendo en el caserón desde que nació. Su ceguera no le impide bajar los escalones sin prenderse de ningún soporte y se conoce cada rincón del claustro. Es “la mascota” y ya en su tercera edad, todos los niños y docentes lo quieren y lo respetan. Forma parte del alma del Instituto.
En los salones ubicados en la primera planta es donde se produce el milagro. Los niños “sordomudos” pasaron a la historia. Gracias a los implantes cocleares se integran los sonidos y sus cuerdas bucales empiezan a funcionar normalmente. Ya el lenguaje de señas manuales y signos, pasa a un segundo plano. Conmueve observarlos en clases, leyendo cuentos en voz alta, conversando, jugando y riendo.
Las aulas de los invidentes y la biblioteca, donada por Camilo Molina y modernizada con equipos de computación por su hija Rosa María Molina de Luna, están llenas de luz y alegría. Muchos niños con baja visión funcional, acercan sus caritas al texto y lo pueden leer perfectamente. Otros manejan con habilidad pasmosa el ábaco en las clases de matemáticas y leen los cuentos en braille sin problemas. Algunos libros tienen texturas y relieves, así sienten en sus dedos las alas de la mariposa o la piel lanuda de la oveja.
La buseta los recoge. Son 181 niños de estratos socioeconómicos muy bajos que, de no existir el Instituto, estarían condenados de por vida al mundo de la oscuridad y el silencio absoluto. Desayunan y almuerzan con menús diseñados por nutricionistas de la Institución, bajo los lineamientos del ICBF. Existe el Plan Padrinos y el subsidio, por niño es de $50.000.
El ambiente que se respira es cálido y alegre. Cada persona es dirigida en forma personalizada e integral. Los preparan para volar solos, defenderse y pertenecer al mundo exterior, sin que sus limitaciones les impidan desarrollarse en toda su plenitud emocional y física.
Nace la Clínica
Entre las innumerables labores que se desarrollan en el Instituto están: la formación a docentes en la metodología de triple adiestramiento para la rehabilitación de la parte auditiva, desarrollo del programa de psicomotricidad, apertura de los servicios de caminantes y Escuela Maternal para sordos, inicio del programa de estimulación temprana para sordos, consulta externa para gente con problemas de lenguaje y aprendizaje y sección de Audiología en los servicios de Impedanciometría, poteciales evocados visuales y auditivos.
Mientras recorremos los pasillos del claustro que pronto dejará Doris, iniciamos el siguiente diálogo:
-¿Cómo se financia el Instituto y qué aportes recibe del Estado?
-Fue en la dirección de Estela Bazurto y la Junta que aún nos acompaña hoy, con su presidente, el doctor Carlos José Villaquirán, que sintieron que la Institución necesitaba algo que le generara recursos; entonces nace la idea de la Clínica Visual y Auditiva, pero como en esa época todavía no existía la Ley 100, deciden fundar un Centro especializado de acuerdo con las competencias que tenía la Institución en la parte visual y otorrinolaringólica. Cuando yo empecé, los aportes del ICBF eran pequeñitos. Ellos han hecho un esfuerzo importante, porque hoy dan una cuota mensual de $667.000 por cada cupo y tenemos 90 cupos. En el Instituto hay 181 niños. Con la Secretaría de Educación Municipal hay otra cobertura. Esos son los apoyos del Gobierno y del ICBF, que son fundamentales. Lo que nos da el ICBF solamente es el 40 % del valor del cupo de un niño, porque el valor total, por niño, es de $1.136.000, sin internado.
-¿Cómo nació la Clínica?
-Al llegar la Ley 100 nosotros teníamos unos servicios súper económicos que nos prometían crecer solo el 45 %. Hicimos convenios con todas las aseguradoras, prestábamos servicios de oftalmología y otorrinolaringología y la consulta diagnóstica. Los pagos en el Seguro Social no eran muy rápidos sino que demoraban 90 días, pero eso fue una especie de ahorro pues el pago era seguro. En el 91 estudiamos la posibilidad de ampliar la clínica en un sitio que sigue al parqueadero. Allí podría instalarse el quirófano, pero no era funcional. En el 2005, con recursos propios, gracias al ahorro que se había hecho de $4000 millones, los arquitectos Tenorio y Jaramillo nos ayudaron a gestionar muchas ayudas con la sociedad de Cali y se recogieron como $2000 millones, por donaciones. Hicimos un préstamos de $3000 millones, y la Clínica Visual y Auditiva se entregó en julio de 2007.
-¿Cuántos hospitalizados hay?
-En la clínica se maneja el sistema ambulatorio. No hay servicio hospitalario. Ahí lo duro es recuperar la plata, así la Clínica se mantenga a full. Tenemos cartera de 90 días que se va colgando a 260 días. Esa es la parte dura del sistema de Cali.
-¿Hay profesionales al servicio del Instituto?
-Somos 362 personas trabajando en el Instituto. En administración 72. Hay 46 oftalmólogos y 25 otorrinos, que no vienen todos los días, a quienes tenemos por prestación de servicios, en los que ellos nos dan la disponibilidad de tiempo, pues no se puede tener subutilizada la estructura por costos, entonces a través de los diferentes profesionales, tenemos siempre la clínica funcionando. Están también las fonoaudiólogas que hacen terapia del lenguaje, terapeutas ocupacionales, los audiólogos, jefe de cirugías, jefe de consulta externa, jefe de seguridad del paciente, para estar certificada por el Icontec.
-¿Cómo definiría la transformación del Instituto desde su llegada?
-La gran transformación no solo ha sido la Clínica, sino el hecho de que no teníamos sedes. La primera tarea fue Buenaventura, que no tenía sede. En 1996, con el apoyo de la Christoffel Blindenmission, se inicia la prestación del servicio visual. En el 2001 se entrega a la comunidad la Clínica Visual y Auditiva, con la colaboración de María Cecilia Otoya, la Sociedad Portuaria y Epsa. La otra sede es en El Vallado, que nace por las dificultades desde la época en que inició el MÍO y la gente se perdía. En octubre de 2006 se inicia la prestación de servicios en la sede que empezó a funcionar en las instalaciones de la Fundación Carvajal. En Palmira, que inicialmente hubo una alianza con Comfaunión, a la fecha se prestan servicios visuales y otorrinos en el Edificio Coomeva de esa ciudad. Hoy tenemos una alianza con Propal en Puerto Tejada, donde se atiende oftalmología y optometría.
Honores
Doris García de Botero ha sido reconocida por su labor social durante 40 años al servicio de la comunidad.
Entre los honores se cuentan la medalla de la Independencia de Santiago de Cali y la medalla Orden al Mérito Vallecaucano en el grado de Caballero categoría al Mérito en el trabajo.
Prevención de ceguera
Christoffel Blindenmission, que trabaja en el mundo para prevenir la ceguera, hoy busca la prevención de las discapacidades, basados en la responsabilidad de las comunidades. En el Instituto, desde el año 98, existen apoyos de proyectos de esa Fundación, para hacer cirugías de cataratas. El proyecto de retinopatía ha salvado los ojos a 489 niños.