Un año después del Paro Nacional, que se inició el 28 de abril de 2021, Cali, a la que llamaron la ‘capital del estallido social’ por la magnitud de las manifestaciones, es una ciudad aún herida.
Las marcas son tanto visibles como invisibles, dice Laura Guerrero, la mamá de Nicolás Guerrero, el joven grafitero asesinado el 3 de mayo de 2021 mientras participaba en una velatón en el Paso del Comercio.
— La falta de todas estas vidas que se perdieron en Cali durante el paro es una marca invisible que tiene un impacto psicológico para las familias que no se ha atendido. Quienes vivimos en los alrededores de la Fuerza Aérea todavía escuchamos un helicóptero y nos despertamos alarmados. El dolor por la muerte, el vacío, sigue latente. Por eso conformamos un colectivo llamado Memoria Viva Colombia, integrado por las familias de los jóvenes que ya no están o que perdieron un ojo en las manifestaciones o resultaron heridos de alguna manera. Es un grupo para consolarnos, para darnos ánimo, para estar juntos y tener la esperanza de alcanzar ese cambio que buscó el estallido social. La esperanza por una mejor ciudad y un mejor país es también otra huella invisible del paro.
Las marcas visibles se las encuentran a diario los caleños. Un año después de las manifestaciones, aún hay ocho estaciones por recuperar del Sistema Integrado de Transporte Masivo, después de que 58 fueran vandalizadas. Todavía se ven postes de las cámaras de foto detección calcinados. La estatua de Sebastián de Belalcázar, el fundador de la ciudad en 1536, sigue sin regresar al lugar de siempre, el oeste, luego de que los indígenas Misak la tumbaran el 28 de abril de 2021 como símbolo del inicio de las protestas; en la Calle Quinta, epicentro de marchas y bloqueos, continúan decenas de locales comerciales cerrados, como recordando que los problemas económicos de miles de familias no se han resuelto, y los grafitis advierten la polarización que vive la ciudad, la desconfianza, la fragmentación, una división de clases sociales que se acentúa cuando se acercan las elecciones presidenciales.
El 3 de mayo, diferentes colectivos de
la ciudad realizarán el Tribunal de Siloé, un espacio para hacer memoria de lo ocurrido en el Paro Nacional y rendirle tributo a las víctimas.
Mapi Velasco es una líder cívica que desde el inicio de las confrontaciones ha intentando reconciliar a los ciudadanos a través de lo que ha llamado ‘diálogos entre opuestos’. Se trata de una metodología creada por John Paul Lederach, profesor universitario estadounidense, hijo de un pescador, quien decidió especializarse en resolver conflictos para intentar consolidar la paz.
Lo que hace el profesor Lederach alrededor del mundo es generar espacios de encuentro y diálogo entre personas que piensan distinto. El objetivo es que se conozcan, se esfumen los miedos, las prevenciones y, sin necesidad de que el uno convenza al otro, encuentren estrategias para trabajar en equipo en transformaciones de largo aliento.
Mapi considera que, un año después del paro, Cali necesita reconstruir la verdad de lo que pasó durante esos meses de muerte, bloqueos, saqueos, desabastecimiento y miedo, para empezar a sanar. Reconstruir la verdad de las muertes, de todas las muertes, tanto de manifestantes como de personas que simplemente estaban en la calle en un momento dado, como de los miembros de la Fuerza Pública; reconstruir la verdad de los desaparecidos, también. Y de lo que pasó con el daño a la infraestructura y los saqueos a las empresas.
Todavía no se sabe quiénes y por qué destruyeron el MÍO. Apenas hay teorías, hipótesis. Tampoco se sabe quiénes eran los que iban en las camionetas que les disparaban a los jóvenes ubicados en los bloqueos y puntos de resistencia.
— En Cali no se ha generado esa conversación para conocer lo que pasó durante el paro. Y mientras no se reconozcan esas heridas, no se hable de ellas, la ciudad no va a sanar. Así la sociedad parezca sana hoy, con una aparentemente normalidad, en el fondo no ha curado. Sigue la desconfianza y el dolor de lo que pasó. Hay que reconocer las heridas de todos para reconciliarnos. Y para lograrlo se requiere voluntad y un liderazgo que lleve a la sanación colectiva, también una amnistía a cambio de la verdad de lo sucedido– dice Mapi.
El profesor de sociología de la Universidad del Valle Luis Carlos Castillo considera que las heridas abiertas tienen que ver también con las incomprensiones del estallido social.
La que ha asimilado las causas estructurales del estallido, esa brecha social enorme, ha sido la academia, que ha jugado un papel de mediación. Sin embargo, entre los caleños hay fracturas ideológicas en la interpretación de los hechos. No son pocos los ciudadanos que piensan que lo que aconteció se redujo a un conjunto de delincuentes que usaron la violencia contra el transporte masivo y la red semafórica y por lo tanto deben ser judicializados y encarcelados. Mientras, otros tienen una comprensión más profunda del fenómeno. Las divisiones sociales parten del desconocimiento de las condiciones del otro.
— Estas múltiples interpretaciones del estallido hacen parte de la fractura de orden social que está enfrentando Cali - dice el profesor Castillo.
El sociólogo advierte además que, un año después del estallido, las profundas desigualdades sociales que lo originaron siguen intactas: el desempleo, aunque se ha reducido después de que finalizaron las protestas y se flexibilizaron las medidas sanitarias a causa de la pandemia del coronavirus, sigue siendo alto, especialmente entre los jóvenes y las mujeres, y, por otro lado, los altos costos de los alimentos a causa de la inflación mundial está asfixiando a los hogares más vulnerables. En Colombia, dice el Dane, 21 millones de personas subsisten con $331.688 mensuales (87 dólares).
— Aunque en la ciudad se ha atenuado el conflicto, Cali sigue asentada en una especie de polvorín que en cualquier momento puede volver a estallar porque los factores estructurales persisten. Si eso no se resuelve de manera definitiva, se podrían presentar nuevos eventos, aunque no iguales, al estallido social de 2021, sin duda el mayor levantamiento de carácter popular de la historia contemporánea– dice el profesor Castillo.
Lina Martínez es la directora del Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Icesi, Polis, una entidad que ha venido investigando los impactos sociales tanto de la pandemia como del estallido.
En su concepto Cali recuperó muy rápidamente un alto grado de normalidad, por lo que aún hay asuntos por resolver.
Por parte de la Administración Pública “se respondió como se pudo”, dice Lina; atendiendo los problemas urgentes, pateando un poco la pelota hacia adelante, sin apuntarle a las transformaciones estructurales.
— El Gobierno ha hecho lo que ha hecho con los recursos disponibles, pero su respuesta no es acorde a la magnitud del paro. Sin embargo, hay que entender que la administración pública se mueve en unos procesos que son lentísimos, a una velocidad en la que es difícil percibir cambios, y también es una administración empobrecida. El covid se llevó buena parte de los recursos disponibles, y por ello hay unos problemas apremiantes a resolver en términos de inclusión social, problemas que vienen desde mucho antes de la pandemia. Antes del covid Cali era una ciudad con la mayor parte de su población en estratos medios y bajos, y lo que hizo el covid fue dejarlos todavía más abajo. Por ello el estallido responde a un proceso estructural, una olla pitadora que estaba dando pitazos chiquitos mucho tiempo, y ha bajado la presión, pero la tapa se le puso de nuevo muy rápido. La olla pitadora puede en cualquier momento volver a pitar.
Las mediciones de Polis dicen que Cali es hoy una ciudad con un alto grado de percepción de inseguridad (82 %), otra herida en la que, en parte, tiene que ver el paro, y es una ciudad temerosa de que se pueda repetir el estallido. Nadie quiere volver a ello. Pero también es una ciudad que muestra signos de recuperación social y económica, impulsada por ciertas iniciativas públicas y una respuesta decisiva, protagónica, del sector privado a las demandas del paro.
— En mi caso, he trabajado 45 años en la empresa privada, y uno vive totalmente sumergido en lo que he llamado ‘la dinámica acelerada del hacer’, donde se está tan concentrado en lo que uno produce en su empresa que se pierde la noción de comunidad. El paro nos abrió los ojos a los empresarios, nos elevó la conciencia y nos puso a pensar en el otro. Nos hemos dado cuenta en este último año de que el diálogo social es una herramienta fundamental para perderle el miedo al otro, reconocerlo y reconciliarnos como sociedad –dice Fernando Otoya, fundador de Siesa, una de las compañías de tecnología más importantes de Colombia.
A través del Mediación por Cali se buscó el diálogo con la primera línea y con los indígenas; se logró bajar el nivel de la rabia y se perdió el miedo. La escucha y
el respeto fueron claves.
Movilización de las conciencias
Pese a la desconfianza, la fragmentación, las heridas, en Cali se movilizaron las conciencias de cientos de ciudadanos que pretendieron actuar para darles respuestas a las demandas del estallido y reconciliar a la sociedad, como lo señala el empresario Otoya.
Una de esas iniciativas es Compromiso Valle, una alianza de empresas y fundaciones que pretende cambios sociales.
— Compromiso Valle es una herramienta de impacto colectivo para aportar a la construcción de mejores oportunidades para la población más vulnerable –dice su directora, María Isabel Ulloa.
Gracias a esta alianza se han reunido $50 mil millones destinados a la formación de jóvenes que no tenían cómo acceder a una universidad, acompañarlos para que logren emplearse o invertir en sus emprendimientos.
En total son 95 las empresas que han aportado recursos, y 60 las que han firmado un ‘Pacto por la inclusión’, que consiste en abrir puestos de trabajo para las comunidades que más los necesitan.
En el paro nos dimos cuenta de que
todos somos vulnerables. Entendimos que si la sociedad se empodera, y logramos una visión compartida, tendremos la capacidad de exigir al próximo gobernante”: Fernando Otoya, empresario
— La gente que salió a las calles a protestar no pedía subsidios, sino una oportunidad laboral. Eso lo entendimos los comerciantes del centro, donde estamos generando empleo para los estratos 1,2 y 3, principalmente. La apuesta es generar inclusión y cambiar las narrativas: ni quien protesta es un delincuente ni el empresario es un oligarca enemigo. Hoy el ambiente en Cali es muy distinto al de hace un año –comenta Edison Giraldo, vicepresidente de Grecocentro, el gremio de los comerciantes del centro que se ha unido a Compromiso del Valle.
Al principio, cuenta María Isabel Ulloa, los grandes empresarios de Cali fueron a los puntos de resistencia y a los territorios a conversar con los jóvenes. Ahora son los jóvenes los que van a las empresas. Han visto cómo se ensambla una moto, cómo se elabora un shampoo, cómo se preparan los pasteles La Locura que tanto les gustan, y eso de alguna manera ha empezado a generar cambios.
— Son muchachos que ahora tienen la posibilidad de ser parte de las empresas de la región, algo que veían como un imposible, y eso ha transformado en ellos la perspectiva de su vida. Quieren ser parte de esas compañías. Esa una demostración de cómo estamos uniendo el tejido social, construyendo juntos. En Compromiso Valle demostramos que no tenemos que pensar igual todos, pero sí podemos trabajar unidos por la región– dice María Isabel.
Al mismo tiempo, académicos, empresarios, representantes de la Iglesia, defensores de Derechos Humanos, conformaron grupos de mediación por la capital vallecaucana una vez inició el estallido, y otro más para construir un Acuerdo por Cali.
Óscar Gamboa Zúñiga, actual ministro consejero de Relaciones Exteriores en la Embajada de Colombia en Estados Unidos, convocó a un grupo donde estaban los grandes empresarios de la región al que llamaron El Sótano, “porque queríamos trabajar con bajo perfil, ocultos mediáticamente, pero productivos”.
Lo que se pretende a través de estos colectivos cívicos es construir una visión compartida de futuro de la ciudad, una suerte de faro que determine hacia dónde se quiere ir y cómo hacerlo.
— Establecer esa visión compartida de futuro, algo que ya se ha hecho en Cali en los años 80 y mediados de los 90, y que se suspendió cuando se creyó que se había llegado a la meta, sería fundamental en el contexto actual, porque esta tarea de recuperación de Cali requiere de un diálogo social permanente para generar soluciones a los graves conflictos desatados, soluciones a los ciudadanos que encontraron en las vías de hecho la manera de solucionar los problemas, con lo cual no estoy de acuerdo, y también un pacto que permita que el sector público, privado, académico y social tenga una misma partitura, unos acuerdos sobre lo fundamental, un mínimo común, para que se pueda crear una base que permita que haya secuencia hacia largo plazo. Eso permitiría una arena neutra para que la ciudad se encuentre, dialogue, acuerde planes y proyectos y se promueva la participación ciudadana – dice el profesor de la Universidad del Valle, Javier Medina Vásquez.
Jacobo Tovar, director de la Caja de Compensación Comfandi, uno de los aliados que más recursos ha aportado a Compromiso Valle (diez mil millones), concluye que es cierto que Cali un año después del paro es una ciudad aún con heridas abiertas, pero por otro lado es un urba que desconfía menos que hace un año.
— Se han construido puentes para reconciliarnos, y el caleño hoy es consciente de esa necesidad de que dialoguemos y nos reconozcamos.
El renacer del Colegio Calipso
Uno de los actos más absurdos que sucedieron durante el Paro Nacional fue la quema y el saqueo del colegio Calipso de Comfandi. En una sociedad que demanda educación, ¿a quién se le ocurre quemar un colegio donde estudian 1020 niños y jóvenes, hijos de trabajadores que devengan entre uno y dos salarios mínimos?
Pues bien, pese a ese doloroso episodio, hoy el colegio Calipso es otro símbolo de las iniciativas de reconciliación de la ciudad.
Tras ocho meses de esfuerzos y la unión de distintas empresas como Tecnoquimicas, que aportó $1000 de los $3500 millones que requería la obra, el colegio abrió sus puertas de nuevo.
“El colegio ha significado un cambio en el entorno del barrio, que en los días del paro fue escenario de fuertes enfrentamientos. Para la reconstrucción del plantel involucramos a la comunidad, la contratamos, lo que genera apropiación del entorno. El talento de Calipso es evidente en el colegio, los murales que hicimos los hicieron tanto estudiantes como vecinos del sector”, explica Jacobo Tovar, director de Comfandi, que, por otro lado, viene apoyando iniciativas como Compromiso Valle no solo con recursos económicos, sino aportando el conocimiento y la metodología de la Caja en materia de empleabilidad.
En ese sentido se están desarrollando capacitaciones en bilingüismo junto a otras entidades para acceder a las oportunidades de empleo en las empresas que están llegando a la ciudad.
Siloé y el oeste, los caminos de la reconciliación
Una de las primeras iniciativas de reconciliación en Cali en medio del estallido social inició en el oeste, donde, pese a los bloqueos, las confrontaciones de un lado y otro, vecinos de barrios llamados ‘privilegiados’ se unieron para intentar cerrar las brechas sociales de la Comuna 1. Finalmente, concluyeron que, pese a las diferencias, son vecinos de un mismo territorio.
— El sentir del grupo es que, como privilegiados, nos miramos después de las movilizaciones y las brechas sociales que evidenciaron. Hay vecinos del oeste que no miraban hacia su entorno y las protestas del paro llevaron a que lo hicieran. Y como privilegiados, sentimos que teníamos que hacer algo al respecto. Y la conclusión de ese ‘algo’ que hay que hacer, que tenemos que hacer, es que al menos en el micro territorio nuestro podamos construir una mejor opción de vida para todos.
Enlazarnos con nuestros vecinos de Terrón Colorado y Altos de Normandía, que tenemos al lado y casi nunca mirábamos, para construir juntos – dijo en su momento Liliana Sierra, una de las líderes de esta iniciativa que ha permitido que jóvenes de Terrón Colorado se capaciten en idiomas. Por ejemplo, muchachos que enseguida han sido contratados en las empresas de quienes viven en el sector, o sea, hoy guías turísticos en la ladera, entre otros emprendimientos.
— El primer paso para reconciliarnos como ciudad es reconocer los sentimientos del otro. Y alguien tiene que dar el primer paso. Fue lo que hicimos– comentó Liliana.
Un año después, añade Nathalia Gaviria Yusti, la iniciativa de paz del oeste continúa. Cada martes los vecinos que hacen parte de la estrategia se reúnen a hacerle seguimiento a los proyectos de turismo que se pusieron en marcha en el sector, turismo en la ladera, y a los 72 emprendimientos que se han apoyado con formación y capital semilla, entre otras iniciativas.
— Es hermoso ver todo el tejido social que se está logrando. Personas que antes difícilmente hubieran podido reconocerse como amigos, hoy nos reconocemos como tales, no solo como vecinos. Se han forjado unos vínculos de amistad muy lindos y ha sido un regalo para todos poder no solo reconocernos, sino también reconocer juntos nuestro territorio. Haber podido reconocer la ladera, disfrutar los ríos que quedan a cinco minutos de nuestras casas y a donde no íbamos porque pensábamos que de pronto no éramos bienvenidos, es maravilloso. Poder estar disfrutando y cocreando juntos en nuestro sector en este vínculo de amistad realmente es algo que no tiene precio – dice Nathalia.
Rocío Gutiérrez Cely es la directora del eje Construcción de Paz e Intervención de Violencia de la Fundación Sidoc, que desde hace 18 años trabaja en la Comuna 20 de Cali, (Siloé), a través del arte y el deporte. Siloé fue precisamente uno de los puntos de la ciudad donde se libró una fuerte confrontación en los días del paro. Uno de los jóvenes que hacen parte de la orquesta de la Fundación Sidoc fue herido en uno de los enfrentamientos.
— Fueron noches muy difíciles para la Fundación. Sabíamos quiénes estaban en la mitad de cualquier situación de riesgo, los niños y niñas que han hecho parte del programa y sus familias, por lo que fue necesario intensificar ese acompañamiento para que los niños entendieran qué estaba pasando – recuerda Rocío.
Un año después el panorama comienza a transformarse. La Fundación Sidoc es otro más de los aliados de Compromiso Valle en esa búsqueda de unir a una ciudad fraccionada. En total son 3800 los jóvenes que participan de sus programas, en siete municipios del Valle. En el caso puntal de Siloé los jóvenes adelantan programas relacionados con rutas turísticas, comedores comunitarios, huertas, hotelería, acompañados de empresarios de la ciudad.
— Definitivamente la gran lección del paro es que en Cali tenemos que repensar aspectos que caracterizan a nuestra sociedad que nos han puesto en lugares muy distantes, muy precarios, y que han ubicado a un grupo de población muy grande en unos escenarios de extrema vulnerabilidad, donde las alternativas son tan escasas que es mu fácil cruzar la línea entre la demanda, el deseo, el requerimiento, y la violencia en pro de exigir. Muchas personas en nuestra sociedad pasan uno o dos o más días sin tener una comida digna; no pueden llegar a un empleo, y no solo no pueden llegar, sino que cuando hay alguna opción son rechazadas por donde viven, o han tenido muchas dificultades para tener un proceso de formación mínimo para tener competencias y habilidades que les permitan emplearse. Como ciudad, tenemos una tarea apremiante para generar acercamientos, que los distintos sectores seamos conscientes de que en algunos contextos de nuestra ciudad hay exceso de hambre, de vulnerabilidad, y si no trabajamos en equipo como ciudad, tenemos un riesgo latente – dice Rocío.
Un acuerdo por Cali
Hoy muchos caleños se preguntan, no si un “estallido social” como el que sucedió hace un año va a volver a suceder, sino, cuando será. En ese ambiente de temor e incertidumbre es muy poco probable que una ciudad como Cali tenga un futuro viable. Difícilmente algún proyecto importante de ciudad va a poder prosperar; pero más lamentable aun, será imposible una coexistencia tranquila entre distintos sectores hoy en los extremos de la fractura y la polarización. Así que en este escenario perdemos todos, si es que decidimos no hacer nada o no lo suficiente.
Hay todavía mucho debate e interpretaciones sobre lo ocurrido, que inició el día 28 de abril de 2021 con el derribamiento de la estatua de Sebastián de Belalcázar en el oeste de la ciudad. No es un reto menor entender muy bien lo que pasó, en especial, porque una realidad que no logra ser comprendida en toda su complejidad, no puede ser transformada.
Para algunos, increíblemente, “aquí no ha pasado nada”. Otros creen que lo ocurrido tuvo origen únicamente en un macabro plan de las guerrillas (ELN y disidencias de FARC) y el narcotráfico. Y en un extremo están quienes se encuentran convencidos que lo que hubo fue una auténtica “insurrección popular” y que “la toma del poder por parte de los oprimidos y excluidos” está cerca; o quienes creen que esto se tramita solo con base en el uso de la fuerza y el ejercicio pleno de la autoridad.
Es una discusión larga y compleja, pero convengamos al menos en que si la pandemia del Covid-19 cambió al mundo, el estallido social cambió a Cali. Es claro que no sirve la opción de mirar simplemente a otro lado y pretender que todo siga igual. Por cuenta de múltiples factores y realidades, Cali dejó de ser hace mucho rato la Sucursal del Cielo, pero su único futuro no puede ser el de “la Capital de la Resistencia”.
La pregunta crucial, la realmente decisiva de responder es ¿Y entonces que hacemos? En el contexto del “estallido social”, un grupo de ciudadanos de diferentes orígenes y condiciones se dieron a la tarea de plantearle a la ciudad un “Acuerdo por Cali”, como una opción para poder superar la fractura y polarización en la que quedó la ciudad luego de esos eventos, de los que tiene que seguir lamentándose, en primerísimo lugar, la pérdida de vidas humanas (especialmente de jóvenes), pero también la destrucción, el vandalismo y la violencia que se dieron a lo largo de casi dos meses.
Varias iniciativas, meritorias y necesarias todas ellas, se han estado impulsando como parte de la respuesta a lo que nos dejó el paro nacional, lo cual incluye esfuerzos sociales, comunitarios, empresariales e institucionales. No obstante, aún no se está encarando el desafío mayor: la conversación sobre si estamos dispuestos o no, y sobre qué bases, a construir y comprometernos con una Visión Compartida de Ciudad. Y este es realmente el acuerdo fundamental al que nos debemos abocar, sin ingenuidades, pero al mismo tiempo con un gran sentido de responsabilidad colectiva y, porque no, también enorme generosidad.
Hacerlo en un contexto de polarización y fractura (agudizado por la coyuntura política), constituye un enorme desafío. Pero no puede ser distinto, tratándose de la necesidad de diseñar y acordar un futuro compartido, en el que, como ejemplo, quepan la estatua de Sebastián de Belalcázar, pero también el Monumento a la Resistencia. Y por qué no, aspirar a que emerja en lo simbólico algo nuevo como expresión de lo que, aun en la diferencia, es capaz de unirnos.