Nos falta mucha cultura ciudadana y democrática, pero es necesario saber que hay muchas heridas y generaciones de personas que no tienen oportunidades. Muchas de ellas actúan como si no tuvieran qué perder cuando ponen a rodar la violencia”.

Así reflexiona el padre jesuita Luis Felipe Gómez en torno al clima de crispación que se registra en el país y que esta semana se tradujo en fuertes choques entre miembros de la Policía y manifestantes en las calles, cuando paradójicamente la Iglesia Católica conmemoraba la Semana por la Paz.

Rector de la Pontificia Universidad Javeriana Cali y exsecretario del Provincial de la Compañía de Jesús en Colombia, dice que la violencia nunca será el método para resolver injusticias, contradicciones o conflictos, y tilda de oportunistas irresponsables a los políticos que buscan sacar provecho de la situación.
Hoy termina en el país la tradicional Semana por la Paz.

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¿Cuál es el sentido de ese evento?

La paz es una construcción colectiva de largo plazo, que pasa por el proceso de reconciliación de todos los colombianos y colombianas. Tenemos muchas tensiones sociales sobre las cuales debemos dialogar como sociedad, y debemos hacerlo con dos acentos: el amor y la innovación.

El amor como clave de acogida del ‘otro’, especialmente el que piensa distinto, y la innovación como dinamizador para buscar nuevas soluciones. Lo que ocurrió en varias ciudades va en contravía de todo el proceso sanador. No aceptamos el diálogo, las heridas son profundizadas y agudizadas, y la violencia termina en el desconocimiento del derecho a la vida y destruimos nuestro patrimonio público y privado. También se cumplieron tres años de la visita del Papa a Colombia, que parece haber quedado en el olvido.

¿Qué rescatar para hoy del mensaje del Pontífice a los colombianos?

El principal mensaje del Papa fue trabajar para consolidar la paz en el país. Su mensaje nos toca la conciencia a todos los colombianos, ¿cómo hemos aportado a la reconciliación del país?

Pareciera que muy poco...

Hay muchas iniciativas a lo largo y ancho del país, pero están siendo estranguladas por los nuevos ciclos de violencia que han aparecido. Por ejemplo, esfuerzos de muchos líderes sociales los están convirtiendo en blanco de fuerzas oscuras, del narcotráfico y de las disidencias.

Pero también hay asuntos positivos, como la priorización del gasto público en los municipios Pdet, que va a ayudar a enfrentar la reducción de la pobreza rural. A nivel de ciudadanos, falta mucho compromiso y responsabilidad con el futuro del país. Da tristeza ver tanta gente guerrerista y, peor aún, totalmente insensible con lo que ocurre en el país. ¡Parecen marcianos! Es lo que el Papa y la doctrina de la Iglesia llama el pecado de omisión.

Tragedias como la de los menores asesinados en Llano Verde llevan a pensar que ya no hay el mínimo respeto por la vida...

La dignidad humana la tenemos que rescatar, en dos niveles, en el que usted plantea, el derecho a la vida, pero también en la forma como estamos cultivando la vida de las personas, me refiero a las oportunidades que les ofrecemos. Cuando tenemos poblaciones tan excluidas, estamos estructuralmente desconociendo su dignidad humana. Ambas formas debemos afrontarlas. Es evidente que el respeto a la vida es urgente, pero la forma cómo se vive también debe preocuparnos.

¿Cree que al Estado le ha faltado contundencia para prevenir y atacar esas masacres?

Sí. Tenemos más territorio que Estado. Desafortunadamente, tenemos situaciones muy graves en muchas regiones que están en manos de los violentos y del narcotráfico, donde no hay Estado. Y esa presencia de Estado no es solo de cuerpos armados oficiales, sino escuelas, salud, transporte. Hay muchas zonas totalmente alejadas de la presencia estatal. Las diferencias entre centro y periferia en Colombia son tenaces. Igualmente, entre los municipios bien comunicados y los alejados y sin vías de comunicación hay un precipicio horrible.

Algunos relacionan esos hechos con el proceso de paz. ¿Qué piensa?

Siempre se dijo: la guerra tiene escondidos muchos problemas estructurales de nuestra sociedad. Y eso es totalmente cierto, si bien veníamos en la dirección correcta, pero al ser tan grande la tarea, los analistas dicen que el 38 % de la población está en la pobreza actualmente, más de uno de cada tres colombianos.

Mejor dicho, razón de protesta la hay y de sobra, pero también debemos ser responsables, hay que ser proactivos y trabajar por solucionar. No se trata de vivir indignados protestando. Podemos enfocar también esa indignación en acción transformadora, cuando asumo un rol activo del cambio. La violencia nunca será el método para resolver injusticias, contradicciones o conflictos.

A propósito, ¿qué mensaje les da a los caleños después de los enfrentamientos con la Policía?

Dialoguemos, brindemos oportunidades, respetémonos todos en nuestra vida y dignidad humana. Debemos dar pasos de esperanza y ello implica necesariamente disponibilidad para la acción concreta también. Así, debemos tener un diálogo para la transformación colectiva de nuestra región. Tres aspectos se han conjugado para mal del país.

Por un lado, la falta de liderazgo asertivo de las autoridades; se requiere reconocer los problemas estructurales de la policía y los puntuales.

Aquí hay discusiones muy profundas que dar sobre la formación de muchos uniformados que lo hacen bajo el paradigma de que hay unos enemigos internos, y eso genera unas mecánicas muy complejas para un cuerpo como la Policía, que es civil; el tema del fuero militar es otro clave.

En segundo lugar, es fundamental no dejar que las dinámicas de violencia se apoderen de distintos actores. Nos falta mucha cultura ciudadana y democrática, pero a su vez, es necesario saber que hay muchas heridas y generaciones de personas que no tienen oportunidades. Muchas de ellas actúan como si no tuvieran que perder nada cuando ponen a rodar la violencia. Finalmente, se desdibujan los escenarios de diálogo y reconciliación y ellos son fundamentales para que podamos buscar soluciones creativas e innovadoras para tantos problemas sociales.

¿Cuál es el límite entre la protesta social y el vandalismo?

Muy claro: la violencia.

¿Pero cómo garantizar el derecho a la protesta de quienes se sienten abandonados por el Estado?

Es fundamental generar procesos participativos donde podamos escucharnos con respeto y paciencia. Las autoridades y los políticos sí que tienen que escuchar a víctimas, jóvenes, niños y niñas. Hagamos un alto en el camino, escuchemos.

A los jóvenes hay que acompañarlos para que puedan ver con esperanza el futuro. Si hay estos espacios, seguramente la gran mayoría de aquellos que protestan encontrarán canales para expresarse y ser escuchados. Y si protestan, lo harán pacíficamente, democráticamente. Y ahí sí podríamos aislar a los violentos, que debemos judicializar. Pero la protesta no la podemos judicializar. Es la violencia a la que hay que judicializar.

El expresidente Santos dijo esta semana que la protesta social estaba contenida por el covid, pero que las marchas volverán...

La protesta, la indignación y el inconformismo sí están contenidos. Si viene protesta pacífica, no nos debe preocupar. La protesta es un derecho constitucional.

La protesta dentro de la ley y la Constitución es parte de nuestra vida democrática y de participación ciudadana. Creo que es urgente generar espacios de diálogo, por una parte y, por otra, acelerar la acción concreta social para atender a los más golpeados con la situación socioeconómica.

Así es como el Estado debe asumir la situación, con una actitud muy proactiva de liderazgo, y no de bolillazo o cosas peores… Lo que pasa es que los violentos siguen haciendo de las suyas. Todo dependerá de una voluntad férrea de todos los marchantes de hacerlo pacíficamente y aislar a los generadores de caos.

Hay quienes dicen que se trata de una disputa de extrema derecha y extrema izquierda...

Puede haber una influencia ideológica, que la vemos en todos los países democráticos. No nos podemos asustar con ello. Lo grave es la violencia. Me da temor que haya ruido internacional metido desde Venezuela, hay que decirlo con nombre propio. Creo que la estrategia de Duque sobre Venezuela nos ha perjudicado enormemente, hay que replantearla. Igualmente, debemos evitar que paradigmas de extremos determinen el curso de las cosas en Colombia.

¿Y cuál es el mensaje para la clase dirigente, en estos momentos de grave crisis económica en el país?

Hay una urgencia inmediata. Debemos, entre todos, hacer un plan de choque para el empleo. En el mediano y largo plazo hay una tarea pendiente inmensa. En Cali tenemos una ciudad muy fracturada por exclusiones de mucho tipo, desde la generacional, pasando por la étnica, y llegando a la económica.

Es imposible tener una sociedad cohesionada con tantas brechas. Imposible cuando hay tanta pobreza, tanta gente sin oportunidades, tanta gente excluida. Debemos tender puentes de solidaridad, todos debemos hacernos la pregunta explícita: ¿cómo impactamos con nuestras empresas, con nuestras organizaciones, con nuestras instituciones, en esas fisuras?

¿Y para los políticos que quieren sacar provecho de la situación?

Que no sean oportunistas irresponsables, sino estadistas que ayuden a buscar soluciones de bienestar general... Los líderes tradicionales están caducos y en no pocas oportunidades están metiendo un ruido insoportable en el país. Hay que dejar que las nuevas generaciones tomen las riendas. Nuevos liderazgos más cercanos a la gente, más flexibles, más posmodernos, más comprometidos con las transformaciones.