La muerte de Fernando Botero, el más importante artista plástico de Colombia, conmovió al país y al mundo entero el pasado viernes, 15 de septiembre. El escultor y pintor paisa falleció a los 91 años en su casa de Montecarlo, rodeado de sus hijos y sus nietos, apenas cuatro meses después de la partida del “amor” de su vida, la artista plástica Sophia Vari, quien partió de este mundo el pasado 5 de mayo.
Aunque inicialmente su familia señaló que todos los homenajes fúnebres serían en Pietrasanta, en Italia, tres días después de su fallecimiento, sus hijos revelaron que el cuerpo será trasladado a Colombia, donde será homenajeado con cámara ardiente en Bogotá y Medellín.
“Estamos abrumados con esta situación tan difícil, quedamos inundados de una gran sensación de orfandad, pero estamos haciendo todo lo que hay que hacer incluyendo llevarlo a Colombia”, mencionó el hijo del maestro Botero, en diálogo con Mañanas Blu.
Poco después de que se conociera la noticia, los hijos del maestro, Fernando, Lina y Juan Carlos hicieron público un comunicado sobre el traslado de su cuerpo. “Ante la conmovedora reacción del pueblo colombiano y la generosa invitación de parte de las autoridades del orden nacional, departamental y municipal, así como el Congreso Nacional de Colombia, por medio de la presente nos permitimos comunicar a la opinión pública que llevaremos el cuerpo de nuestro padre a su querida tierra natal para su despido final”, se lee en el texto.
También detallaron que lo llevarán a Bogotá el día jueves, 21 de septiembre, después a Medellín y por último, a Italia, “para que descanse por fin junto a su amada esposa Sophia Vari, en el cementerio de Pietrasanta.”
Según dijo Botero, uno de los deseos de su padre era despedirse de “su gente” en Colombia, por lo que ahora trasladarán el cuerpo del famoso escultor al país y, posteriormente, lo llevarán de regreso a Italia para sepultarlo en Pietrasanta junto a su esposa, Sophia Vari.
“Estamos realizando todos los trámites porque son muchos, pero eso es lo que vamos a hacer con toda seguridad y, tan pronto como podamos, llegaremos a Colombia con él, para que puedan llevarse a cabo los homenajes necesarios”, destacó.
El hijo del maestro colombiano recordó cómo fueron sus últimos meses de vida. “Nunca nos detuvimos a pensar cómo sería la vida sin mi padre porque era inconcebible, estuvimos dedicados a aprovechar cada instante que teníamos con él”, contó.
A pesar de sus quebrantos de salud, según Juan Carlos, el escultor paisa cumplió el sueño de hacer lo que le apasionaba hasta el fin de sus días. “Él tenía una condición muy difícil que era parkinson, tenía una progresiva rigidez y por eso en los últimos meses de su vida le costaba mucho hablar, comer y caminar, pero podía pintar y lo hizo hasta el último día de su vida”, señaló.
Aun cuando trabajaba con dificultad y ya no podía pintar los formatos de óleo a los que sus admiradores estaban acostumbrados, lo cierto es que no dejó de trabajar pequeñas acuarelas en una mesa de su estudio.
Una de las grandes lecciones que su hijo recordó del maestro es su sencillez y su humildad, pues nunca olvidó sus raíces. “Muchas personas cuando alcanzan la fama se olvidan de sus raíces y de su origen, mi padre, al contrario, vivía orgulloso de nacer en Colombia, de nacer en Antioquia y lo más curioso es que hablaba varios idiomas y todos en acento paisa”, mencionó.
La historia del maestro Botero
Fernando Botero nació el 19 de abril de 1932 en Medellín, en un hogar humilde. Fue el segundo de tres hermanos, que perdieron al padre cuando aún eran niños y tuvieron que dejar los jugos para ayudar en la economía del hogar que sostenía su madre con arreglos y costuras.
De los tres, Fernando tomó el camino más difícil, se dedicó al arte en una Medellín que aún transpiraba un aire campesino y melancólico, pero que ya despuntaba como la ciudad industrial, cuna de los grandes empresarios del país.
En ese ambiente de urgencia económicas y realidad grises, el joven Botero se lanzó a ser artista plástico. A los 15 años le vendió un dibujo a un vecino, lo que sería el presagio del hombre que décadas después cotizaría en millones de dólares sus cuadros y sus esculturas, todas con un sello inconfundible: seres con volumen, coloridos.
En sus obras están inmortalizados toreros de ropas apretujadas, mujeres sexys, prostitutas voluminosas, campesinos atildados, sacerdotes de otra época, todos coloridos, todos expuesto en museos y calles de países como Estados Unidos, Japón, México, Italia, Alemania, España y Francia, entre otros. No fueron los únicos que aparecieron en sus cuadros, aunque sí los que más dominaron el conjunto de su obra.
Algunos de sus cuadros también fueron contestatarios como el conjunto de 45 piezas que revelaron los vejámenes cometidos por los militares estadounidenses en la cárcel de Abu Ghraib, que despertaron los elogios de muchos y las críticas de sectores conservadores que consideraron su obra como “antiamericana”.
Siendo un adolescente, Botero publicó sus primeras ilustraciones en la revista dominical del diario El Colombiano y a los 19 años partió a Bogotá con el propósito de hacerse una carrera como artista plástico, aún sin la marca que caracterizó a su obra y que encontraría muchos años después.
En 1952 ganó el premio nacional de pintura y usó el dinero del galardón para viajar a Europa en un barco, en el que sería el inicio de un camino sin retorno, no solo de país sino en la definición de su arte. A pesar de su sentido mundano, Botero nunca dejó su acento antioqueño y en sus cuadros siempre estuvo presente la Colombia de su infancia, los personajes tristes del país, así como la violencia.
”Yo tengo una temática que está en mi corazón y en mi mente, que es la realidad latinoamericana, la realidad colombiana, la realidad de Medellín, no necesito más que ese recuerdo para seguir trabajando”, afirmó el pintor y escultor en 2016.
Como muchas de las historias de los artistas plásticos, Botero no solo fue pobre en su infancia, lo fue en su juventud, incluso cuando ya era padre de sus tres hijos Fernando, Juan Carlos y Lina sus eternos compañeros de vida. El artista tuvo un cuarto hijo, Pedro, quien falleció en un accidente de tránsito en España, cuando apenas tenía cuatro años.
En la década de los 70 y tras años de insistir en su técnica, las puertas del ámbito artístico internacional se abrieron para Botero cuando Dietrich Malov, el director del Museo Alemán, llevó a Berlín su obra para exponerla, lo demás fue una espiral en ascenso de un artista que construyó un lenguaje visual reconocible, único, como los grandes maestros del arte. La extensa obra de Botero está en manos de marchantes, de coleccionistas y muchos de sus cuadros han sido valuados en millones de dólares.
*Con información de Colprensa.