Paola Tequié vive en Santuario desde hace más o menos 23 años y llegó allí víctima de los maltratos de su comunidad y el abuso de sus padres que no soportaban que fuera una mujer en el cuerpo de un hombre. En el Cabildo no gustan de ellos, dicen que están enfermos y los rechazan por ser quienes son.

“Ellos no le gustaba como yo soy. A las personas que les gusta esto mismo los sacan de una de ahí. Ellos dijeron en el cabildo: ‘si usted se va a poner así como una mujer más bien salga de aquí’. Mi familia también me rechazaba, mi familia me decían que me veía muy fea, me pegaban con lazos. Yo tengo todo el cuerpo maltratado, al final me aburrí y me vine para Santuario”, dice Paola en el Parque de Santuario, su nuevo hogar.

El castigo más severo que dicen las mujeres Trans que viven en Santuario que vivieron en sus comunidades es el cepo, un castigo medieval en el que los amarran a un palo de brazos y piernas de cabeza, y allí colgados, tienen que soportar por horas.

“Yo cuando llegué aquí, llegué con ropa de hombre, pero maquillada; una persona se arrimó y me dijo: ‘¿Oiga, usted también es una mariquita?’, yo le dije que sí. Entonces me dijo: ‘Si le gusta pintar maquillaje como nosotras, cambiamos cuerpos... quita esa ropa de hombre y póngala ropa de mujer’; y ya puse ropa de mujer y me siento muy bien, súper bien (Sic)”,

Paola no ha olvidado tampoco su primer amor, “yo cuando era pequeña, me sentí, me enamoré de los niños chiquiticos así como yo, finalmente me gustó un hombre, nos relacionamos y terminamos durmiendo juntos. Me gustó mucho, muchísimo ser quien soy, ser una mujer. Desde ese día he sido una mujer, yo nunca voy a volver a ser como un hombre, nunca jamás”, dice orgullosa y empoderada de ser quién es.

Cerca de un centenar de indígenas Embera viven en Santuario, Risaralda, un pequeño enclave cafetero. (Fotos Hugo Mario Cárdenas) | Foto: El país

La historia se repite en el pueblo, pues Paola hace parte de una comunidad de cerca de 80 mujeres trans que viven en Santuario, Risaralda, quienes en época de cosecha de café se dedican a recoger el grano, y a trabajar como un jornalero más. Sin embargo, los fines de semana pasean por la plaza del pueblo vestidas con sus mejores pintas. Los pobladores las llaman las Mariposas del Café.

Sin embargo, la vida que llevan no es fácil. Ellas sufren de enfermedades, y en algunos casos, discriminación por parte del sistema de salud.

De acuerdo con Jénnifer Andrea Ochoa, directora de Salud del municipio de Santuario, “hemos venido haciendo la caracterización del estado de salud de ellas, y en conjunto con la Gobernación de Risaralda hemos hecho todo lo que son tamizajes de VIH, sífilis y hepatitis, y hemos encontrado aumento de estas enfermedades en la población indígenas trans”.

Cerca de un centenar de indígenas Embera viven en Santuario, Risaralda, un pequeño enclave cafetero. (Fotos Hugo Mario Cárdenas) | Foto: El país

“Cuando intentamos llegar a ellas con la fisiología de una patología específica, por ejemplo el VIH y cómo prevenirlo, cuando les explicamos el uso del preservativo y hablamos de los síntomas, ha sido muy difícil porque ellos hablan de ‘Jai’ (espíritu poderoso)... incluso refieren tener algunos síntomas, pero todo el tiempo hablan de ‘Jai’ y de brujería que viene del “jaia” y de la medicina ancestral, pero no dimensionan que realmente el cuerpo está enfermo y si muere alguna de ellas, como pasó en algún momento que falleció una chica por los tiempos del Covid y que tenía VIH, ellas insisten en que murió embrujada y llegamos a ese cruce de ideologías entre lo curativo y lo científico y ellas no creen en los tratamientos farmacológicos que les damos”, explica la directora de Salud.

Conozca el reportaje completo en: