Las ciudades colombianas han tenido logros muy interesantes que las han puesto en la mente de todos como éxitos de la transformación urbana.
Sin embargo, en el desarrollo de las ciudades no hay fórmulas mágicas y solo el consenso y la búsqueda de soluciones prácticas, es lo que permite mantener una ciudad habitable.
Esto es lo que dice Joan Clos, quien fue alcalde de Barcelona y es un reconocido experto mundial en materia de urbanismo.
Él estará en el Congreso Colombiano de la Construcción, que realizará Camacol entre el 19 y el 21 de octubre en Barranquilla, y habló con Colprensa, sobre las complejidades de mantener el desarrollo de las ciudades en un contexto tan difícil como el actual.
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Hoy en día, parece un poco utópico hablar de ciudades en las que no haya trancones, en las que se pueda caminar, en las que se puedan hacer desplazamientos cortos. ¿Todavía es posible pensar en ciudades que permitan esa calidad de vida alta?
Bueno, nuestra experiencia, por ejemplo en España, en los últimos 30 o 40 años, es que partimos de una situación donde las ciudades tenían problemas estructurales muy graves, pero afortunadamente con un poco de tiempo y sobre todo de constancia en la inversión se fueron mejorando y ahora tenemos unas ciudades que en términos generales podemos considerar que son bastante habitables. Yo creo que es una cuestión de empeño político, no hay otra. Y ya en paralelo también un poco la evolución del propio país. Es decir, las ciudades no se arreglan sustancialmente si el país no mejora sustancialmente. Es decir, no se puede separar la transformación urbana de la transformación general del país.
En circunstancias tan difíciles en todo el mundo, la guerra en Ucrania, una inflación tan alta, el costo de la energía, ¿usted ve que eso se traduzca en una crisis de la vivienda, como se dice que será una crisis del hambre?
El acceso a la vivienda requiere de políticas de vivienda asequibles. Por lo tanto, hay que ponerse a buscar soluciones para poder construir vivienda asequible y yo creo que se puede hacer. Hay varias experiencias en todo el mundo donde la vivienda asequible se pueda construir pero se requiere de estabilidad normativa, de colaboración público privada. Es una política de medio y largo plazo.
Por lo tanto, tiene que haber una base de confianza entre inversor y administración pública pues se tarda tiempo en recuperar el capital. La vivienda ha de entenderse como una inversión a largo plazo. Una vivienda no se amortiza en menos de 20 o 30 años y, por lo tanto, se puede hacer, por ejemplo, por concesión de suelo público donde el suelo no sea el coste, fundamental. Se pueden buscar tecnologías que sean relativamente compatibles con los recursos que hay en el país. Pero hay que ponerse a ello de una forma muy rigurosa y con un cierto consenso entre las fuerzas políticas porque si uno está en el gobierno y luego está en la oposición y cada partido quiere dejar su propia huella y tal, entonces no se generan las circunstancias.
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¿Cree que el tema de la vivienda no tiene hoy en día la prioridad que pudo haber tenido hace algunos años? ¿Siente que hoy en día los gobiernos sí le dan la importancia que te merece el tema?
En Europa hemos tenido una clara tendencia desde la segunda guerra mundial hasta los años ochenta, cuando creció el Estado de bienestar, y la vivienda, en la mayor parte de los países, no tanto en España pero en la mayoría de la sociedades democráticas europeas, se consideraba un pilar del Estado bienestar igual que la educación, la salud, las pensiones, y por tanto había políticas públicas, es decir, presupuesto del Estado, invertido en hacer vivienda asequible. Cuanto más frío y más geográficamente difícil era el país, más políticas había, como en Suecia, Escocia, Dinamarca o algunas partes de Alemania.
En el Mediterráneo, la gente se apañaba a veces con menos calidad de la vivienda. Pero en un país tan diverso como Colombia, es muy interesante poder llegar a tener políticas de vivienda asequible. Como políticas de largo plazo, no tienen que estar sometidas a los vaivenes de las del gobierno y entonces yo creo que hace falta consensuar una política nacional a largo plazo que pueda dar origen a una regulación estable que dure quinquenios o décadas, porque si no, no los inversores no ponen dinero en estas cosas.
En Colombia pasamos a veces de querer desconcentrar las ciudades y enviar a la gente a las afueras a todo lo contrario de concentrar a la gente en el centro y en ambos casos ha habido problemas. ¿Cuál cree usted que es un equilibrio que pueda funcionar?
Desde hace unos 10 años o 15 años, está en boga la ciudad mixta, de usos mixtos y por lo tanto relativamente compacta, porque tiene varias ventajas económicas sociales y ambientales, porque se trata de minimizar la demanda de movilidad y esto se consigue con ciudades, pues que tengan un poco más de densidad. En cambio, en general, los humanos tenemos preferencia por vivir en casas más grandes y más aisladas. Aquí hay una, hay un dilema. Lo que pasa es que en una ciudad de baja densidad, si se dan servicios son más caros y el Estado ya no suele ser muy rico en general. En una ciudad muy dispersa, estás poniendo la semilla de unos costes posteriores mucho más elevados. No hay soluciones perfectas ni mágicas, sino que en cada caso hay que encontrar un equilibrio. Muchas veces es un equilibrio muy ajustado.
¿Cómo ha visto la evolución de las ciudades de Colombia dentro de lo que usted conoce?
La movilidad es un tema importante, pero no todo es la movilidad. También a veces cuando nos coge una idea y nos parece que va bien entonces a veces nos lanzamos sobre esta idea hasta torturarla tanto que hacemos que no funcione. c Ustedes tienen un problema muy grave, me refiero a Bogotá, que es el tema del metro, que además es un tema delicado, porque el subsuelo de Bogotá es un subsuelo poco propicio a construir infraestructuras permanentes, pero lo que sí hay que hacer es sistemas de transporte público masivo pero no continuar indefinidamente con la expansión en baja densidad porque si no el coste de mantener Bogotá será infinito y entonces tienes entornos donde no hay inversión pública, la pavimentación está destrozada y esta clase de ciudad no suele generar valor, no suele ser atractiva para invertir y para hacer nuevos proyectos.
Y luego tienen otras ciudades como Medellín o Barranquilla o Cali, que tienen otras morfologías urbanas y cada una de ellas representa sus propias dificultades, pero también se han hecho cosas muy interesantes, que están en la mente de todos y están descritas en los libros como éxitos de la transformación urbana.
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¿Qué le recomienda a las ciudades pequeñas en su planeación urbana?
Normalmente, si hay suerte, lo suelen tener más fácil, porque hay menos viajes a pagar, se puede hacer un planeamiento bastante mejor. Yo soy partidario de aplicar la nueva agenda urbana en sus tres pilares básicos: lo primero es revisar la regulación urbanística, porque en la regulación suele estar muchas veces el germen de la dificultad; luego, el diseño urbano, y luego, el diseño financiero, pero cada uno de los tres tienen que ir juntos, tú no puedes hacer una transformación de la ciudad sin un excelente plan urbanístico, pero si tienes una regulación que funciona mal o una financiación que no funciona no vas a lograr nada. Es más importante equilibrar el nivel de complejidad del diseño regulatorio, el diseño urbano y el diseño fiscal o financiero que tener un arquitecto estrella. Vale más ser pragmático en estas cosas y buscar un equilibrio que funcione.
¿Cómo se imagina usted de pronto esa esa ciudad o el futuro? ¿Una ciudad en la que haya menos carros, en la que la gente se desplace por menos distancias?
Aquí hay que huir un poco de los tópicos: la ciudad de los 15 minutos, que es un poco el lema que se usa para hablar de la ciudad compacta donde vivienda, trabajo, servicios urbanos, equipamientos de hospitales, escuelas, todo está relativamente junto, ese ideal solo se puede conseguir con una urbanización por ejemplo de 10.000 habitantes o 15.000 habitantes por kilómetro cuadrado. No se puede hacer esto en barrios suburbanos, como dicen los americanos, o barrios de densidad de dos alturas, esto se consigue en barrios con cinco, seis o siete alturas y que además el espacio público esté muy bien diseñado. Todo esto requiere de consenso social.