Omar Porras, actor de teatro que triunfa en Europa, llevará por todo el país y a diferentes lugares del mundo la obra Bolívar, fragmentos de un sueño, puesta en escena con motivo del Bicentenario.
Vicisitudes sin cuento hicieron de él finalmente un triunfador del teatro y de la escena. Su vida ha sido reseñada en el libro Teatro Malandro, Omar Porras editado con maestría y belleza por Villegas Editores. En Europa se lo considera digno heredero de Maurice Béjart. Este mismo Omar Porras que en los 80 montaba un espectáculo en los vagones del metro de París fue galardonado 20 años más tarde en la legendaria Comedié Francaise, para recibir la atronadora ovación de un público enfebrecido. Acaba de triunfar en Colombia con la presentación de la obra Bolívar, Fragmentos de un Sueño escrita y montada al alimón con el poeta y escritor William Ospina. Un éxito sin precedentes. Y precisamente a un fragmento de la presentación que hace de Porras, William Ospina, acudo para empezar esta entrevista:Asistir a un montaje del Grupo Malandro, de Omar Porras, es presenciar un complejo juego de espejos. La historia de una ida y de una vuelta del teatro europeo no tanto a las tierras indomadas de la América del Sur cuanto de sus conciencias indómitas, y otra vez de esos horizontes sudamericanos a los escenarios de Europa. Igual ante piezas del repertorio moderno, como Ubú Rey o La Visita de la Vieja Dama o ante grandes piezas clásicas como Fausto de Marlowe, Don Quijote de la Mancha o el Burlador de Sevilla, Omar Porras suele recorrer muchas versiones en la literatura, en la leyenda y en el mito, antes de condensarlas en una suerte de versión arquetípica. ¿Qué es lo que fascina de este teatro? Tal vez su primer efecto es devolvernos a la credibilidad de la infancia. El escenario llega a ser el mundo, y Omar Porras logra convencernos de que lo único irreal es el marco del escenario. Que detrás de la escena no hay camerinos, ni decorados, sino los bosques de la historia, o interminables olas de un mar. Esa niebla con fantasmas viene en realidad de otro mundo, no de detrás de bambalinas; ese rey español tiene alrededor a España; ese salto del actor hacia el público lo lleva realmente hacia Nápoles. Solo es posible lograr ese efecto de realidad mediante el curioso artificio de no imitar el mundo sino de simbolizarlo. Malandro nos lleva, dóciles, al país de los sueños donde las flores son más altas que los hombres, donde la marioneta del caballo es más verdadera que el caballo mismo, donde el trono de fantasía es todo el reino El maravilloso sincretismo logrado en esta obra, encargada para el Bicentenario, por dos grandes del arte, Porras y Ospina, le dio vida no sólo a un Bolívar más humano, sino que germinará en la creación de una nueva sala de teatro, La Quinta Porra, que será punto de encuentro del arte, la literatura, el teatro, la música, la danza y la poesía.¿Cómo vivió sus primeros tropiezos?El dolor y al mismo tiempo la fortuna del inmigrante es vivir en un espacio de ausencia y simultáneamente poder crear un espacio libre para reinventar su mundo. En nuestro presente tiene mucha importancia cada una de las vértebras que hemos ido construyendo a partir de nuestros ancestros. Yo no soy yo. Soy el resultado de. Cuando estoy interpretando a Bolívar y escucho las frases que le dice Manuelita: Tú no hiciste nada para ti. Sólo pensaste en la libertad, me doy cuenta de cómo cada frase y cada movimiento son el resultado de mi pasado. Mis padres eran campesinos agricultores y vivimos el enfrentamiento entre los dos porque mi padre no quería que estudiáramos sino que trabajáramos cuanto antes, mientras mi madre no quería que repitiéramos su historia. Pienso que el azadón que tuvo entre sus manos mi padre y el café que recogía mi madre, se traducen en las palabras, en el verbo con que estoy conjugando un texto en mi terreno, que es el escenario.¿Hubo sorpresa en su padre por sus triunfos?Mi padre llegó por primera vez a un gran teatro en Europa cuando yo estaba montando, en Ginebra, Bodas de Sangre, de Lorca. Cuando pedí que lo llamaran al escenario había programado que abrieran el telón y prendieran todas las luces de los balcones para deslumbrarlo; él se quedó mirando y dijo: Oiga, esto está bonito pero, ¿usted sí reza?. Mi respuesta fue: Sí, aquí, en este escenario, mi arte es mi oración. En otra ocasión se negó a ponerse un abrigo muy elegante que le habíamos comprado, y se caló su ruana. Yo estaba ensayando con los actores y desde el foso de la orquesta les dije: muchachos quiero presentarles a mi padre; él dijo: ¿Por qué no me había dicho que usted también era agricultor y que tenía este jardín tan bello?. Es una bella metáfora que siempre he recordado. ¿Qué lo ha conmovido hasta el llanto?Poder hacer en Colombia lo que siempre había querido hacer y no pude porque me tocó irme. No culpo a nadie por la falta de oportunidades. El destino, que es sabio, me ha traído muchos años después a realizar el sueño de interpretar la vida de Bolívar, que siempre fue para mí un Quijote, como Jesucristo o como el Tarzán que yo leía en las tiras cómicas. Sin ánimo de ofender, todos esos personajes se convertían en mi cabeza de niño en un mito inalcanzable. Como en mi casa no había televisión, oíamos Kalimán y Arandú, en la radio, donde se convertían en personajes míticos muy cercanos. Todo ese universo se materializó cuando pude tener mi propio grupo de teatro, y ahora, al poder montar esta obra en mi país. La calle lo marcó a usted. Una calle riesgosa, llena de peligros, de violencia y de droga. ¿Qué le dejó?Nací en el Barrio Jorge Eliécer Gaitán de Bogotá, y luego nos fuimos a vivir al de Fátima. Desde chiquitos empezamos a trabajar llevando mercados y otras minucias. La calle me enseñó a no tenerle miedo a nada y por eso cuando llegué a París, a los 20 años, sin nada, ni siquiera el idioma, me inventé y monté un espectáculo en los vagones del Metro. Era un cuadro musical con el tema de la Adelita de la Revolución Mejicana y tuve mucho éxito. Terminé haciendo Carmen en 3 minutos, y representaba también a un clown callejero. Con esto viví durante los primeros 6 años en Europa.¿O sea que su formación fue como actor callejero?Al principio sí porque vivía en ese medio marginal donde conocí lo que era la droga, la prostitución, los dealers y los chulos. Era un indocumentado y pasaba de una novia a otra, y cuando no tenía novia me las arreglaba de alguna manera para sobrevivir. Fueron año intensos. Y me alcanzaba para ir, por ejemplo, a Berlín a ver La Ópera de los Tres Centavos o algún artista en Milán. Fue un peregrinaje, marcado al fuego, por muchas ciudades europeas. Yo me consideraba una especie de príncipe de la calle porque, además, mi actitud no era la del que pide plata, sino la de aquel a quien deben pagarle su espectáculo. Yo estaba seguro de que lo que hacía era muy profesional y de que tenía talento. ¿Por qué su teatro se llama Malandro que tiene una connotación peyorativa?Porque viví mucho tiempo en medio de los clochards, los gamines nuestros a los que llaman malandros. Viví en casas abandonadas donde se iban creando núcleos de trabajo en medio de droga, tensiones y violencia (y también de poesía), pero logré protegerme de esos cantos de sirenas hasta que construí mi grupo de teatro al que bauticé Malandro precisamente porque nació, como yo en cuanto artista, en la calle.Su formación fue muy religiosa...Así es. Pero mi noción de religiosidad fue evolucionando y hoy no es excluyente. Yo creo que a Dios, a Alá a Yahvé, a Buda, lo encontramos donde queramos buscarlo y dónde mejor que en el teatro, porque, para ponerle un ejemplo, los Evangelios o las Suras bien pueden equipararse a textos de Eurípides o de Shakespeare. Sí, tuve la fortuna de nacer en una familia religiosa a la que provoqué un soponcio cuando bajé la Virgen de mi cuarto y la reemplacé por Nina Hagen no sin antes explicarle a mi mamá que ella era una virgen dionisíaca. (Risa).La calle lo sensibilizó, lo hizo más permeable a la tragedia y a la comedia que conforman la vida de los seres humanos. ¿Luego de esa escuela es más receptivo a las emociones?Claro, que sí, pero más que la calle, es la esencia del artista. Ahora en Bogotá, cuando llego al hotel en la noche, me la paso oyendo la ciudad. Sus gritos, sus susurros, sus voces. Dejando que entre el recuerdo con sus cosas buenas y malas, con la risa y con el llanto...Y recuerdo que me expulsaron por mendicidad. Hoy, las plazas y los teatros llenos me llenan de felicidad porque compruebo que gané la batalla por la vida.Usted ha confesado que tuvo miedo a las personas, a la sociedad. En su caso ese miedo fue un acicate, un impulso, un motivo para luchar. ¿Me equivoco? No. La calle fue un diploma. He combatido al miedo y le he ganado. Y por eso he podido ser una especie de maestro de otros como yo. Y eso es un arte. Ya no se trata sólo del espectáculo sino de aprender la habilidad de congregar. En el teatro, tú pagas y te quedas, en la calle tú miras y oyes y si te gusta, pagas. En la calle también hay que tener un criterio de empresario cuando pasas el sombrero. Yo viví un tiempo en casa de Alejandro Jodoroswky y su hijo Axel quiso que yo fuera su maestro. En ese momento entendí que para enseñar tenía primero que arrojar mis propios lastres y uno de ellos, el más pesado, era el miedo. El miedo frena. Pero sí, el miedo puede impulsarte a saltar para ir allí donde tu corazón te dice que vayas. Y en el teatro, ¿cómo funciona el miedo? Al miedo no hay que perderlo de vista porque siempre está ahí para atacarte a traición. Hay que tenerle respeto. En la vida, en el amor, en la guerra, en el escenario. Antes de entrar a escena yo siempre tengo miedo pero lo enfrento con la responsabilidad que implica cumplirle a un público y darle seguridad a mi equipo.París es la meca de todo artista. Pero también se ha dicho que para triunfar hay que dejar sangre en sus calles...Sí, en París dejé mi piel, mis lágrimas, amores y desamores. Allí abandoné sueños y me despojé de muchas cosas. Me perdí hasta de mí mismo porque París es una ciudad dura y violenta e implacable. Por eso me fui luego de seis años. Un amigo me tachó de cobarde y le dije: sí, prefiero ser un cobarde, irme, y aceptar que si París era un enemigo, simplemente era más fuerte que yo. Aunque París es un centro de energía, no me estaba permitiendo canalizar mi fuerza. Exigía tanto, que tenía que escribir, aprender textos largos, tomar clases de pintura, de danza clásica, trabajar para sobrevivir, actuar, robarme libros porque no tenía con qué pagarlos. Libros que luego no tenía tiempo de leer.Ha montado obras de Lorca, como Bodas de Sangre; ¿le atrae el carácter popular de buena parte de su obra, tan diferente a Poeta en Nueva York?Es que yo también soy hijo de campesinos. Él era el poeta del más puro cante jondo, del desgarramiento, el ser marginal y al mismo tiempo tan mundano y tan brillante; ese hombre capaz de escribir teatro, de armar un grupo universitario en pleno franquismo e irse por toda España llevando su obra por pueblos. Yo sueño con hacer eso: viajar por mi tierra llevando el mensaje de la palabra a través del teatro. Monté Bodas de Sangre, que ha sido mi obra más inspirada. El espectáculo comenzaba con los Rolling Stones luego un homenaje a Bobby Cruz y a Ricardo Rey. Todo un sincretismo musical de nuestra América, metido en la obra de Lorca y a la novia (escogí a una soprano), le di textos de Poeta en Nueva York.¿Cómo se ha sentido en la piel de Bolívar en esta nueva obra?Bolívar es algo que me traspasa. Cada vez que entro al escenario lo evoco, lo mismo a la tierra que él liberó. Representarlo en un escenario colombiano es algo muy poderoso porque es alguien de una fuerza moral inusitada, que está y estará siempre presente en nuestro imaginario por los siglos de los siglos. Montó la obra junto con el poeta y escritor William Ospina, para la celebración del Bicentenario. Entiendo que quisieron desacralizarlo un poco, mostrarlo como hombre. Ospina quería bajarlo de la estatua. ¿Qué encontraron ustedes a través de esas investigaciones, de los diálogos, de la evocación?Nos hemos compenetrado tanto y la confianza es tan profunda que ya sabemos que él me puede llevar a un lugar que yo no me espero y viceversa. Nos estamos descubriendo. El teatro nos reveló y lo más importante es que miramos nuestro país con una mirada abarcadora en la que Bolívar está siempre presente. Yo leí biografías que me llevaban a pasajes enteros de Montesquieu, leí el Emilio de Rousseau, a Byron. ¿Cómo se hace un Bolívar? Pregunta Simón Rodríguez. Pues a nuestro Bolívar lo saqué de las escuelas, lo puse a caminar a las orillas de los ríos, a montar a caballo, a revelar sus sueños. Todo ese texto maravilloso que creó William es para decirle a la gente que vaya a la aventura, a su aventura, que crea en sus sueños, que se esfuerce y siga creyendo, que aprenda y haga lo que siente. Y ¿cómo aparece el Bolívar genio?El genio es el espectador. En una presentación un niño de 11 años dijo: qué pesar que todos nuestros héroes terminen así. Qué visión, porque Bolívar no terminó bien. El espectáculo te toca porque no se trata del Bolívar acartonado sino del hombre con dolores, que sufre, traicionado. En nuestro espectáculo lo agarran a patadas, lo hacen tragar tierra y después lo suben a una estatua y lo congelan allá para que se quede callado. Una vez mudo, ahí sí lo aplaudimos, pero al menor aguacero todo el mundo desaparece y lo deja solo diciendo su discurso. Como los discursos de Gaitán, Galán, Pizarro, Jaime Garzón. Cuando nos parece que ya hablan demasiado y nos muestran nuestras lacras les hacemos una estatua y quedamos tan contentos: Ese es nuestro héroe. ¿Qué le representó interpretar a Bolívar?Hablar de mi pueblo, de lo que me duele, de las madres que lloran. De los hombres que hacen la guerra y las mujeres que están desenterrando huesos desde hace décadas. Eso es nuestro Bolívar. El que se va encontrando con la bandera de Colombia bajo seis toneladas de tierra. Esa tierra es el único decorado porque es la que ha sido el sujeto de la guerra, de nuestra discordia, de nuestras muertes, de tanta sangre derramada: la lucha por la tierra.