"Cuando llegó la hora de que me programaran para el parto, lo primero que me advirtieron fue: ‘No vas a hacer bulla, no vas a gritar, no te vas a poner de escandalosa porque te dejan de última’", comentó Laura, una víctima más de una violencia invisibilizada, ejercida contra la mujer en muchos hospitales de Colombia: la violencia obstétrica.

Cuando se habla sobre los diferentes tipos de violencia de género que existen, la mayoría de las veces se tiene en mente aquellos de carácter físico, sexual, simbólico, estructural, patrimonial, psicológico...

Pero, ahondando en el mundo de lo no tan conocido se encuentra la violencia obstétrica, que también es un tipo de maltrato hacia mujeres o personas con útero, durante el embarazo y o el parto, que se manifiesta en prácticas u omisiones en el servicio hospitalario, trayendo consigo la pérdida de autonomía y la capacidad de estas, de decidir libremente sobre su cuerpo y sexualidad.

En 2016, la Universidad Industrial de Santander llevó a cabo un estudio en el que diversas mujeres testificaron las experiencias que vivieron en la atención de sus partos. La investigación reveló que, además de haber sido víctimas de violencia obstétrica, los tratos que sufrieron fueron neutralizados por ellas mismas, a pesar de que las hicieron sentirse ultrajadas e inconformes.

El informe sacó a la luz una problemática en la que se identifica que el personal de salud, en algunos casos, no está lo suficientemente capacitado para atender un parto de manera digna y que, en ocasiones, las gestantes desconocen sus derechos y la existencia de este tipo de violencia, pues no saben cómo reconocer las agresiones y no saben cómo tomar medidas al respecto.

Así le ocurrió a María del Carmen. “El momento del aborto es muy, muy fuerte, pero quizás, fue la primera experiencia en la que pude vivir en carne propia la soledad de una sala de partos a la espera de que llegara un médico a calmarme el dolor tan intenso que tenía y el reguero de sangre que salía”. Ella, profesora, fue discriminada por quedar en embarazo a una edad que ha sido catalogada por la medicina como avanzada. Recibió apodos indignantes y regaños por su embarazo. Además, sufrió un aborto espontáneo y nuevamente escuchó comentarios excluyentes sobre su edad.

Un año después del aborto, la docente concibió un nuevo bebé y tuvo que oír de nuevo el mismo tipo de críticas. Incluso, en el hospital, el día de su parto, uno de los médicos le programó una ligadura de trompas sin su consentimiento. María se quejó por eso ante el mismo doctor, quien se sentó a su lado. Ella recuerda detalladamente la charla.

Las gestantes o sus familiares pueden interponer quejas por violación de
sus derechos en la Superintendencia Nacional de Salud, la clínica u hospital que prestó el servicio.

- ¿Cómo así, señora? Usted tiene 44 años, va a parir y aquí dice que no va a hacerse la cirugía de ligadura de trompas.

- Sí, doctor, solamente voy a hacer mi parto.

- Pero, ¿es que tú quieres tener otros hijos? O sea, ¡tú estás loca! Yo soy el anestesiólogo, así que después de que yo te coloque la anestesia tú no te vas a dar cuenta de nada.

Así rememora María del Carmen lo que le dijo el galeno con voz amenazante, ese día lleno de llanto, nervios y miedo para ella por lo que podría suceder. Por fortuna, pudo tener su bebé y la cirugía de ligadura de trompas que quería hacer el médico sin su consentimiento, no se hizo.

Al igual que María del Carmen, muchas mujeres han sufrido tratos indignantes en medio de una sala de partos, generalmente, por parte de médicos o enfermeras. Las madres suelen guardan silencio, pues en su imaginario, por mitos o creencias consideran que esto debe ser así, que los profesionales saben lo que hacen, que estos tratos son normales. Por eso deciden quedarse calladas y esconder el dolor que sienten, sin reconocer las heridas psicológicas que estas conductas generan.

Pero, también, se encuentran casos como el de Paola Gómez Ocampo, ahora madre de un niño de 8 años, quien durante su embarazo hizo cursos prenatales y se preparó para ese día tan anhelado: aprendió qué hacer para menguar el dolor, la adopción de diversas posiciones y demás tips que le servirían.

Sin embargo, su parto no sería como ella lo soñaba. Ella cuenta con lágrimas en los ojos que su parto fue atendido por dos equipos médicos, uno en el día y otro en la noche. El primer grupo fue muy amable, respetuoso y condescendiente, le explicaba cada proceso, la entendían y permitían que gritara porque reconocían su dolor y estaba en su derecho.

Luego del cambio de turno, “entró una enfermera, muy déspota, porque me habló sin sentimiento y con muy poca ética profesional. Al sentir una contracción, grité disimuladamente, tratando de controlar el grito con la toalla en mi boca. Y me dijo: ¡Cállese, señora!, o usted, ¿qué pretende?, ¿Que el niño se le ‘meconee’ en la barriga?, ¿eso es lo que usted quiere, que el niño se le muera? ¡Contrólese!, ¿o es que usted no asistió a los cursos prenatales? Esas palabras para mí fueron hirientes y agresivas”, expresa Paola.

También pueden denunciar en la Secretaría de Salud y la Defensoría
del Pueblo.

Además de aquella violencia obstétrica que la madre recibió, también tuvo que soportar que, al momento de expulsar a su hijo, este no le fuera entregado en sus brazos inmediatamente como ella lo quería y esperaba, sino que la misma enfermera se lo llevó por más de 15 minutos para limpiarlo. “Yo siento que ella limitó esa conexión inicial con mi hijo al habérselo llevado”, indica Paola.

Tiempo después, cuando iba camino al ascensor con el padre de su hijo y su bebé en brazos, se encontraron con la misma enfermera, quien resultó ser antigua amiga del marido de Paola. Entonces, reconoció su conducta nada amable en la sala de parto y le pidió perdón a Paola. Ella, indignada, sintió que si su esposo no fuese conocido de la enfermera, esta jamás hubiese admitido su error.

“Siento que no somos conscientes de la vulnerabilidad emocional de las mamás en el embarazo, en el parto y en el postparto… entonces no medimos nuestras palabras, nuestras acciones y hay mamás a las que realmente en el postparto tenemos que hacerles mucha terapia para sanar estos eventos que han vivido en su proceso. Sentirse violentada es una experiencia subjetiva. Por eso, quien dice si ha sido víctima de violencia es la misma mujer”. Así lo indica Marcela Lozano, psicóloga, educadora prenatal y doula (asistente profesional para el trabajo de parto).

Lozano agrega que lo que ocurre al momento de parir, de alguna manera repercute en la mujer y puede tener efectos adversos de corto o largo plazo, generalmente de carácter psicológico, donde marca la manera y la concepción con la que se ve el parto.

Agrega que el cerebro cambia en la fase del embarazo, pues una parte de este, llamada neocorteza, es capaz de activar el instinto de supervivencia. Por ende, una mamá en trabajo de parto se encuentra alerta y necesita de estímulos que la ayuden a sentirse segura para la liberación de oxitocina que facilita la expulsión del bebé y a no generar riesgos en su salud física y emocional. Por ello, una parte fundamental del parto es que se sientan apoyadas por personas allegadas y también que se encuentren en un ambiente ameno, libre de críticas, en el que se consideren respetadas.

Asimismo, Alejandra Ordóñez, psicóloga prenatal, quien hace parte del Movimiento Nacional por la Salud Sexual y Reproductiva en Colombia, enfatiza que el parto nos compete a todas y a todos, pues dar a luz es un acto social, del que todos fuimos o somos parte, ya sea como hijo, madre, padre, amigo, enfermera, doctor, etc. Por ello, lo normal sería que este fuese digno, respetado y garantizado por las autoridades competentes, los centros de salud y desde la academia, bajo los principios de los derechos humanos.

En Colombia no existe una ley que proteja a las madres en caso de violencia obstétrica. Debido a esto, la labor que se tiene como ciudadano o como madre es hacer conocer este tipo de violencia e informarse sobre los derechos propios para que estos no sean infringidos. Además, hay entidades que pueden recibir los reclamos de mujeres en etapa de gestación y que, aunque no tienen en cuenta la violencia obstétrica principalmente, sí sus derechos como ciudadana.

En Colombia no existe una ley directa para proteger a las mujeres de la violencia obstétrica, por ello se busca generar un cambio en el sistema y que estas situaciones de vulnerabilidad
vayan desapareciendo.

Brazos 'vacíos'

"(...) me dejaron con toda mi parte de abajo desnuda y con mi hijo muerto envuelto en una bata dentro de un platón, en un pasillo al frente de la sala de maternidad, esperando, sola. Todo el mundo nos miraba, nada más me acuerdo de verles la cara a todas las embarazadas y que yo no podía parar de llorar, con mi bebé, muerto en mis brazos, viendo cómo nacían los otros bebitos llorando. Me dejaron ahí más o menos una hora mientras toda la gente pasaba por mi lado y se quedaba mirando con morbo. Yo lo único que trataba de hacer era cubrir a mi chiquito, él no se merecía eso y yo tampoco”, relata con dolor Sandra Marcela R., una madre que perdió a Emiliano, su bebé, en la semana 21 de gestación. Por este hecho Sandra es “madre del cielo”, un término que utiliza la comunidad de mamás a la que pertenece: esas que han perdido a sus bebés en etapa gestacional o neonatal.

Este es un duelo diferente a otros, este es un duelo tabú, escondido, silenciado por la sociedad y escasamente acompañado, que es generado por una muerte gestacional o neonatal. La defunción gestacional se refiere al cese de las funciones vitales del feto y la muerte neonatal es el cese de las funciones vitales del recién nacido a partir del primer momento de vida y hasta los 28 días siguientes.

Una situación que por sí sola ya es traumática debería ser tratada con respeto, con información, de manera pacífica, acompañada, empática y humanizada. Así lo plantea Ángela María Muñoz, abogada, “madre del cielo” y directora ejecutiva de JIC, una organización que brinda ayuda ante la muerte gestacional y neonatal. La llamó JIC en honor a su hijo que falleció: Juan Isaac Castañeda.

Desde 2018 la entidad está brindando acompañamiento, información y apoyo a mujeres y familias de Colombia y Latinoamérica que afrontan el duelo por la muerte de un bebé esperado que fallece en gestación, ya sea de manera espontánea, voluntaria o por motivos médicos. O que muere dentro de los primeros meses de su nacimiento.

La fundación nace por la experiencia que vivió Ángela como madre en duelo ante la soledad, la incomprensión, la falta de apoyo y la falta de información. Ella se enfrentó a una difícil circunstancia en la institución de salud al momento de dar a luz, pues el tipo de atención que le brindaron no fue el adecuado y hoy comprende que tuvo muchas ausencias que corresponden a la falta de herramientas de los profesionales de salud.

“En su momento a mí no me dejaron tocar a mi hijo sin vida, alzarlo, no me dieron información, ni me explicaron que era importante tomar imágenes, recuerdos. A mí no me dieron información sobre el manejo de la producción de leche, en este proceso lo único que me dijeron era que tenía que recoger el cuerpo de mi bebé sin vida a las 3:00 de la tarde y yo no entendía qué pasaba. Yo no tuve acompañamiento psicológico de ningún tipo en ese momento, ni para mí, ni para mi esposo. Yo hacía siete días había tenido una cesárea, estaba en postparto, llorando, completamente desajustada y no tuve un acompañamiento emocional de ningún tipo”, cuenta la directora de JIC.

Y como Muñoz, muchas madres viven y han vivido esa situación, según registros del Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, Dane. En 2019 se generaron 37.885 defunciones fetales y 520 muertes neonatales, que equivalen a 41.723 fallecimientos en total, es decir, 114 muertes por día y en esta cifra no están incluidas las interrupciones voluntarias del embarazo, ya que no son reportadas al organismo estatal, porque no generan certificados de defunción.

Además, según el Ministerio de Salud, en el ASIS 2020 (Análisis de Situación de Salud), entre 2005 y 2018, la mortalidad neonatal fue entre una y tres muertes más frecuentes por cada 1.000 nacidos vivos en el área rural dispersa que en los centros poblados o en las cabeceras municipales como Bogotá, Medellín y Cali. En general, las tasas han ido en descenso, pero la desigualdad se ha mantenido a través del periodo.

Un dato estadístico demasiado importante que debe ser tenido en cuenta por las instituciones de salud, las primeras involucradas en un caso de muerte gestacional, pues son 114 familias a diario que enfrentan un duelo perinatal (muerte entre la vigésima octava semana de gestación y el séptimo día de nacimiento) y más aún en Colombia, donde hay regiones como Vichada, San Andrés, Guainía y Casanare en las que las estadísticas de muerte perinatal, según el Dane, son altas. En 2020 las entidades territoriales que registraron las tasas de mortalidad perinatal y neonatal más preocupantes fueron Vichada, Vaupés, Chocó, Buenaventura y San Andrés.

“Es ahí cuando vemos que la necesidad de acompañamiento y un trato distinto en el momento de la muerte en la institución hospitalaria es un tema de salud pública y ante esto, JIC Fundación, se posiciona como la única entidad en Colombia sin ánimo de lucro trabajando y generando iniciativas que permitan acompañar a las mujeres, sus familias, gestionar un abordaje y una atención distinta”, dice su directora.

La finalidad de la ley es prevenir intervenciones inadecuadas que vayan en contra de la humanización de la mujer, como no entregarle el cuerpo del bebé por considerar que es un desecho al tener menos de 22 semanas, cuando ella sí desea verlo.

Proyecto de ley

El proyecto de ley Brazos Vacíos surgió como consecuencia de una investigación académica de la abogada Ángela Muñoz para una maestría en la Universidad de los Andes que arrojó resultados decepcionantes con respecto al tipo de atención que se les brinda a las mujeres en caso de muerte gestacional o neonatal en instituciones hospitalarias.

Decidió entonces, de la mano del congresista del Partido Liberal, Mauricio Gómez Amín, hacer una propuesta, pues en Colombia no existe ningún lineamiento, ni estándar que les dé herramientas a los profesionales de la salud o los forme en determinados casos desde la academia para tratar este tipo de situaciones, llevando a que los que tienen a cargo la atención materno-perinatal, actúen desde sus propios recursos y sus opiniones personales, con el riesgo que ello
conlleva y que la intervención no sea la más adecuada.

Por ende, este proyecto que aún no ha sido aprobado, pero sí radicado en la presente legislatura, lo que busca es establecer la obligación para el Ministerio de Salud de expedir un lineamiento técnico de atención integral, humanizado y del cuidado de la salud mental de las mujeres y las familias que están en duelo perinatal. Y que este sea implementado en las instituciones hospitalarias y en todas las regiones. Además, entre otros aspectos, establecer el 15 de octubre como Día Nacional de la Concientización de la Muerte Gestacional y Neonatal.

La Fundación

La Fundación JIC nació inspirada en el amor a Juan Isaac Castañeda, el hijo fallecido de Ángela María Muñoz, pero, además, movida por la dolorosa experiencia personal de esta abogada. También de la interacción con los profesionales de la salud y como respuesta a un problema de salud pública.

La profesional bogotana crea la fundación con el apoyo de su esposo en 2018. La entidad arranca con los círculos de ayuda mutua para mujeres en duelo. Se empezaron a reunir todos los sábados para hablar sobre lo que les pasaba o sentían.

Estos grupos de ayuda mutua permitieron y todavía permiten que las mujeres no se sientan solas y puedan tener identificación con otros procesos similares. Además, adquieren herramientas para saber cómo validar y cómo transitar el duelo.

Esos relatos y testimonios que recibieron por primera vez los hizo darse cuenta de que, en la gran mayoría de casos, se había adicionado dolor al dolor que por sí ya la muerte generaba, pues las narraciones de estas mujeres eran muy difíciles en torno a lo que fue la atención médica.

“Hubo una mujer a la cual se le entregó el cuerpo de su bebé en una bolsa roja, totalmente inadecuada, pero, además, cuando ella fue a abrir la bolsa, había un roedor dentro. Y estas cosas pasan porque a los bebés fallecidos se les da el tratamiento de desecho hospitalario y se les mete en la bolsa roja y ahí puede pasar de todo, este es un caso de Cali que vengo acompañando”, expresa Ángela aún con asombro por la indignante situación.

Ella se encontró con relatos tan complejos que han sido naturalizados y que le ocurrieron a la mayoría de mujeres que acudieron a JIC, como el hecho de ubicar a las que están en proceso de parto de su bebé sin vida con mujeres que están pariendo a sus hijos vivos, escuchando el llanto de un bebé que no es el suyo, los monitores. Pero, además, en algunos casos, sin privacidad para tener a su hijo sin vida. Esto se convierte en un momento poco respetuoso, en el que no se le da el valor que implica el nacimiento en muerte.

“Culturalmente, este es un duelo tabú, es un duelo silenciado, escasamente acompañado. Las mujeres vivimos un postparto de brazos vacíos, en el que el cuerpo no sabe que el bebé ha fallecido, hay leche, tu vientre aún te recuerda que ahí hubo un bebé y no se habla de esto y a lo que te motivan las personas cercanas y la sociedad es a que tú calles, a que busques otro bebé rápidamente, pero una de las cosas que nos hemos dado cuenta en este proceso de acompañamiento y cuando empezaron a llegar estas mujeres es que la palabra sana, encontrarse con personas que han pasado por la misma experiencia desde esa validación y el no juicio ayuda a sanar”, indica la fundadora de JIC.

Hoy la organización cuenta con un equipo de 25 voluntarios de Colombia y de varios países de Latinoamérica, como México y Puerto Rico. Tienen una línea externa de apoyo al duelo a través de la cual brindan acompañamiento individual y psicoterapia con psicólogas expertas en duelo perinatal, donde manejan los círculos de ayuda mutua para mujeres y hombres por esta clase de duelo (perinatal); para mujeres que perdieron a su bebé en la etapa gestacional o neonatal y tras esa experiencia deciden intentar tener otro hijo y lo logran, ellas son llamadas: “mamás arcoiris”.

En JIC está el círculo de ayuda para abuelos en duelo, porque este proceso de dolor por un bebé fallecido impacta a los padres y a todo el entramado familiar.

Las mamás que ya están transitando por este camino, colaboran en una casa de adopción de Bogotá acompañando a niños, dándoles la comida, colocándoles la pijama, llevándolos a la cama para dormir, y haciéndoles reuniones o fiestas, como ayuda bilateral, pues esto también sana a las progenitoras que están en duelo.

La entidad cuenta, además, con una rama de humanización en donde desarrollan capacitaciones para los profesionales de la salud, con el fin de sensibilizarlos sobre este tema y darles herramientas. Tienen espacios de formación, realizan acompañamientos a las instituciones hospitalarias que decidan hacer alianzas para ayudar a las familias que están pasando por esa experiencia.

El año pasado JIC inició la entrega de ‘Cajas de memoria’, las cuales donan a hospitales públicos. Estas tienen información para las familias cuyo bebé acaba de morir, pero también tienen objetos que permiten la resignificación y crear memoria: un huellero para tomarle las huellas al bebé, una manta tejida para envolver al niño sin vida y mostrárselo a la mamá, una vela y unos corazones tejidos. Las cajas las produjeron como una estrategia de humanización, en ayuda a las familias, y en segunda instancia, a los hospitales.

Otra línea de trabajo se enfoca en las incidencias de políticas públicas, para lo que ya están gestionando el proyecto de ley Brazos Vacíos.

Si quiere realizar el test completo
para determinar si fue víctima también
lo puede encontrar en el Instagram @noesnormal.vo o si desea conocer más sobre la violencia obstétrica, pueden acceder al podcast ‘Historias en sala de parto’, disponible en Spotify.