Galardonado este año, en México, con el IV Premio de Novela Mario Vargas Llosa por su obra ‘Volver la vista atrás’, el escritor bogotano Juan Gabriel Vásquez fue exaltado por su “enorme habilidad narrativa y una prosa extraordinaria, que ayuda a entender la realidad de Colombia”.

Dicha novela histórica reconstruye la vida del director de cine colombiano Sergio Cabrera, cuya infancia y adolescencia estuvieron marcadas por la militancia de su padre en el maoísmo y en una de las guerrillas colombianas. Vásquez, autor también de ‘El Ruido de las Cosas al Caer’, fue uno de los invitados a FILCali, y hablamos con él.

¿Cuál es la importancia de contar la historia de Colombia a través de la novela, qué le aporta esta a los relatos históricos?


Me gusta recordar a Novalis, el escritor alemán, que decía que la novela surge de las carencias de la historia. En otras palabras: la ficción cuenta lo que la historia no puede contar, y al hacerlo completa nuestro conocimiento del pasado. El gran problema con el pasado es que solo podemos conocerlo a través del acto de la narración, y eso implica muchos riesgos. Por ejemplo, su manipulación constante de parte de todos aquellos que quieren imponer un relato falseado o mentiroso.

Ahí es cuando nuestros políticos más deshonestos entran a sostener, por ejemplo, que la masacre de las bananeras nunca ocurrió. Por fortuna tenemos las páginas de ‘Cien Años de Soledad’. No para que demuestren que sí ocurrió, sino para que nos recuerden que la literatura puede ser el lugar donde recordamos lo que otros quieren ocultar.

En su última novela, ¿por qué le pareció importante contar esa conexión de España y Colombia a través de una familia que huye del fascismo?

La novela cuenta la historia de Sergio Cabrera, un hombre que nace en Colombia, pasa cinco años importantísimos en la China de Mao y luego vuelve a su país para unirse, con 19 años, a un movimiento armado. Pero en algún momento me di cuenta de que su vida y sus decisiones estaban marcadas por vidas de otros que vinieron antes, por decisiones o vivencias de sus antecesores.

Siempre creemos que tomamos las decisiones de manera autónoma, y no nos damos cuenta de que somos herederos de lo que les pasó a nuestros padres o a nuestros abuelos, e incluso de la historia: sin la guerra civil española, que comenzó 15 años antes de que él naciera, Sergio no habría sido quien fue.

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En su obra hace un análisis profundo de cómo las ideologías pueden desencadenar la violencia, para usted, ¿cómo se ha presentado esto en la historia de Colombia, y en el presente?

Bueno, yo quería tratar de comprender los mecanismos por los cuales eso sucede, que no son solo históricos, ni políticos, ni psicológicos, ni emocionales.

Pero lo que más me importó, cuando iba terminando la novela, era la idea de poner una pieza más en el rompecabezas de este país tan complicado. Contar una historia que es más importante que su mera anécdota, que ilumina una parte de nuestro pasado que hoy es necesaria para entender nuestro presente.

¿Algunas obras literarias le sirvieron de modelo, o le aportaron luces, para escribir la novela ‘Volver la vista atrás’?

Tuve muy presentes dos novelas que me resultaron útiles por razones muy difíciles de explicar: ‘Rojo y Negro’, de Stendhal, y ‘Los Demonios’, de Dostoievski. A veces son claras las razones por las que un libro nos ayuda. En este caso, no lo fueron tanto.

Para usted, ¿cómo la literatura, y en particular la novela, resulta un antídoto contra los fanatismos?


El fanático es incapaz de admitir matices o complejidades, y la novela, en cambio, es el reino de la complejidad y del matiz. Toda novela que valga la pena nos dice: las cosas siempre son más complicadas de lo que usted cree. Pero hay algo más. Lo que distingue a un fanático es, sobre todo, la falta de imaginación. Es incapaz de imaginar al otro, pues si lo hiciera, correría el riesgo de entenderlo. Eso es una consecuencia extraña de las novelas, claro.

Nos permiten suspender el constante enjuiciamiento de los demás y comenzar a entenderlos. Sobre todo, las novelas no solo respetan sino que se fascinan con la ambigüedad de la vida, sus incertidumbres, su falta de respuestas claras, sus zonas de sombra. El fanático odia todo eso: quiere una vida de certezas y de líneas claras.

El jurado reconoció la habilidad narrativa
y gran capacidad en la prosa de Vásquez en ‘Volver la vista atrás’ y le dieron el IV Premio de Novela Mario Vargas Llosa
el 26 de septiembre de este año.

Después de usted volver la vista atrás en la historia de este país, ¿qué Colombia vislumbra en un futuro no muy lejano?

No soy optimista. Creo que los últimos tres años son años perdidos, y que han sacado lo peor de este país: su mezquindad, su insolidaridad, su profundo desdén por el sufrimiento ajeno, y sobre todo la ligereza con la que admitimos y aun admiramos la violencia, siempre que se ejerza contra los otros. La clase política que está al mando, del presidente al partido de gobierno, es insustancial, frívola e incompetente en el mejor de los casos, y corrupta, mentirosa, y cómplice de la violencia en el peor.

Pero lo más doloroso, para mí, es ver la forma a la vez hipócrita y descarada con la que han malversado las posibilidades de los acuerdos de paz, usándolos para enfrentar y polarizar a los colombianos, siempre matoneando a los vulnerables y poniéndose inequívocamente del lado de los poderosos.

Qué le significó el premio que recibió ‘Volver la vista atrás’?

El premio fue una enorme satisfacción, claro. Fue satisfactorio que lo recibiera este libro, que me costó siete años de trabajo y puede ser lo mejor que he escrito, o lo menos defectuoso. Por otra parte, la obra de Vargas Llosa fue de una importancia mayúscula en mi vocación. Sus novelas, claro, pero sobre todo su manera de asumir el oficio.

Esa idea de disciplina y dedicación absolutas, y esa convicción de que la novela es una forma de intervención en la realidad, no de escape de ella… Todo eso ha sido importante para mí. En los momentos difíciles, que para un escritor son muchos más que los fáciles, ciertas páginas de ‘El pez en el agua’ o de ‘La orgía perpetua’ han sido siempre un apoyo.

Su relación con Cali

¿Qué representa Cali para usted como escritor?

Cali se ha vuelto cada vez más importante para mí. Mi relación con una ciudad pasa siempre por el doble camino de los amigos y los libros, y Cali es un lugar donde confluyen las dos cosas: tengo amigos que me importan, algunos escriben libros y en todo caso los leen, y hay libros con los cuales mi relación ha pasado de ser distante a íntima, como los de Andrés Caicedo.

Hace unos años prologué una edición británica de ‘¡Que viva la música!’, y en el acto de explicarles un libro tan caleño a los ingleses me encontré con que el libro no era caleño: era colombiano, era latinoamericano y era mío. Ese prólogo me dio además un gran regalo: la amistad de la familia de Caicedo y de sus amigos Luis Ospina y Sandro Romero. ¿Cómo no estarle agradecido?

¿La pandemia como tema de la literatura le interesa?


Por supuesto. ¿Cómo no me va a interesar un momento que suspendió todas las reglas, que nos enfrentó a los peores lados de nuestra naturaleza, que ha desnudado la incompetencia y la desidia de nuestros políticos mejor que cualquier denuncia, y que nos ha obligado a algunos a volver a los libros del pasado para saber cómo diablos se lidia con el presente?

Yo fui uno de los primeros contagiados del país y he perdido amigos y he visto mucha tristeza, y sé que me ayudaron mucho los libros de Defoe y de Camus. Con mucha frecuencia encontré en ellos información más valiosa que la que salía en los periódicos.

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Tres de Vásquez

EL RUIDO DE LAS COSAS AL CAER
La historia de una amistad frustrada. Ganadora del premio Alfaguara 2011.

LA FORMA DE LAS RUINAS
Dividida en nueve partes numeradas que se interconectan.

CANCIONES PARA EL INCENDIO
La historia de personajes tocados por la violencia.