Desde hace algunos años vengo anunciando públicamente mi retorno a Cristo, cosa que a algunos ha impactado hasta las lágrimas y algunos otros han impugnado como una broma. Con Dios se han hecho muchos chistes, y Él no ha dejado de reír, dije un día, de todas las sorpresas que pudimos proporcionar, ninguna como la (de) que el Nadaísmo iba a dar a Dios.

Uno de mis amigos del alma reencontrada, periodista con pluma de ángel encañonado, picaflor de las palabras, alegre, gozoso, vivo, Óscar Domínguez, no sé cómo hizo para chuzar y poner en circulación esta epístola, que a través del teófono celular me despachó en su momento el poeta de Galilea. A la que la próxima semana daré adecuada respuesta.
Querido José Mario:

Por tus columnas en El Tiempo y El País me he enterado que decidiste tirar la toalla como agnóstico, qué sé yo, para sumarte a mi corte celestial de creyentes. Aunque mientras más conozco a los nadaístas más incrédulo me vuelven, te doy la cordial bienvenida a bordo antes de que decidas revolver al ateísmo, o creer en todos los dioses. Los nadaístas, como los sastres, incluido tu padre, Jesús, mi tocayo, no dan puntada sin dedal. Por ello me pregunto qué hay detrás de todo esto. Jota, respóndeles a tus fans: ¿Qué te traes entre manos?

Como todo tiene su tiempo bajo el sol, por fin San Nicolás de Tolentino hizo el milagro de reclutarte. Dicho está que cuando Dios no viene manda el muchachito. En este caso, envié al agustino Nicolás con una buena dosis personal de… bizcochos milagrosos de los que se consiguen en la iglesia del barrio Berlín, en Medellín. También tenía pensado enviarte a Agustín de Hipona, quien anticipando tu estilo hacía chistes teológicos espléndidos como éste: “Señor hazme casto, pero no hoy”. A Pablo de Tarso le deparé una caída del caballo camino de Damasco más una coz, y ya ves cómo lo hizo de bien a partir de su conversión. No es por demeritar a los nadaístas, pero Pablo escribía mejor que todos ustedes juntos. Lean sus cartas.

Eres el segundo nadaísta que recluto. Desde hace marras tengo a mi diestra a Gonzalo Arango, quien en vida hizo una perestroika espiritual hasta rara. Consignado está en el libro ‘Oleajes de la sangre’ (La Pisca Tabaca Editores), por inspiración de Andrés Nanclares y su esposa-diseñadora María Clara Echeverri. En esa obra, que está capando reedición, recogieron la correspondencia de Gonzalo con su familia. En ella confiesa que su labor mesiánica era rescatar la verdadera imagen del suscrito. Tú la prologaste certeramente, en ella está toda la película de la voltereta de Gonzalo, mientras ustedes seguían masticando hostias sin confesarse y “escandalizando beatas”.

“Como soy poeta, amo todas las cosas, como Dios ama su creación, pues un poeta es lo más parecido a Dios por su capacidad de amarlo todo”, dice Arango en una de las cartas. Y en el reportaje para Cromos que te hizo Gonzalo -como poetas qué buenos periodistas son los nadaístas- sueltas una bella blasfemia que te perdono. Dices que, en el cielo, “me gustaría encontrarme con Dios, para pedirle cuentas”. ¡Igualado!
Veremos cómo reaccionan los nadaístas de rueda suelta que quedan. Más lejos que cerca de mí veo a tu camarada Eduardito Escobar, a quien le pasé un memo con copia a su hoja de vida, del cual queda una cremallera inmensa en la cabeza, de donde le extrajeron un tumor chévere como el pan, que no le estropeó el estilo ni las metáforas.
Bueno, Jotica, juicioso en esta reencarnación en vida. Claro que tu revolución religiosa ya la habías anticipado en una charla para ejecutivos sobre el brujo Fernando González: “Si algún día vuelvo a Dios como está contemplado en un códice, y como me lo pidió San Nicolás de Tolentino en un trance mediúmnico, será en gran parte conducido por el brujo de Otraparte, creatura de la Presencia, aquel cuya esencia es la Presencia”.

Algo importante: no tienes que renunciar a nada. Los vicios irán renunciando a ti, algo inevitable con quienes van envejeciendo. Así te resistas. No te digo que te abrazo para que no te asustes. Adiós. Jesús, el Zarco de Galilea.