Llegar a ser estrella de una de las tres más importantes compañías del ballet del mundo no fue un camino fácil para Fernando Rodríguez Montaño. Fueron muchos los obstáculos económicos y de otro tipo que debió sortear.

Para él, uno de los mayores sacrificios fue tener que desprenderse de su madre Gloria Jenny Montaño, de su padre Juan Rodríguez y de sus hermanos Katherine, Leida y Juan Miguel, desde que tuvo 14 años.

A esa edad debió marcharse a Cuba a estudiar ballet, pero en esa época, reflexiona, “no me puse a pensar en el dolor de mi madre, de mi familia porque los estaba dejando atrás, yo estaba contento, iba a cumplir mi sueño. Ahora pienso en ese dolor de mi madre, que no me lo expresó para no hacerme dudar en salir adelante, pero sí sé ahora que ella sufría mucho. Nosotros perdimos nuestra casa, nos quedamos sin vivienda y una de las cosas lindas que siempre les agradezco a mis padres fue esa confianza que me tuvieron desde el inicio sin saber qué pasaría con mi vida y mi carrera. Ellos apostaron todo. Y a pesar de que perdimos todo, nunca me han reprochado nada, y tuve siempre el apoyo de ellos que es muy valioso para cualquier persona, para poder llegar a ser grandes cosas en la vida”.

Sí, perdieron por culpa de hipotecas su casa del barrio Marroquín (Tercera Etapa), esa que construyeron con tanto esfuerzo en el Distrito de Aguablanca cuando llegaron de Buenaventura buscando un mejor futuro y sobre todo, un colegio donde el benjamín de la familia, pudiera dar rienda suelta a esa pasión por bailar que descubrió a los 4 años viendo el programa Nubeluz.

Don Juan Rodríguez recuerda con gran lucidez aquella época, cuando Fernando, de 11 años y medio, fue seleccionado en Incolballet para ir a concursar a Cuba. Debió costear no solo el viaje de su hijo sino también el de su esposa, que fue escogida como tutora de todo el grupo de diez niños que concursarían.

Él, jubilado del Puerto - donde le tocaba cargar y descargar buques- y quien en Cali se ayudaba con la albañilería, no le tocó de otra: hipotecar su casa “de dos plantas, grande, con terraza, por seis millones de pesos”.
Su hijo y ninguno de sus compañeros sobresalieron en el certamen.
Fernando no lloró como los demás y como su mamá. No. Tenía era “rabia”, decía, por la poca preparación que tuvieron. Entonces, le pidió a su papá que todos los chécheres de la sala de su casa los trastearan a otro lado y que ese espacio se convirtiera en su lugar de entrenamiento. No sin antes instalarle espejos y una barra para hacer sus prácticas de ballet.
“Ese muchacho venía de Incolballet, cogía la grabadora y dele y dele. Eran las 2:00 de la mañana y estaba entrenando. Yo le decía, ‘ya acuéstese’ y me respondía: ‘no, déjeme’. A las 5:00 a.m. se levantaba para irse a estudiar. Pasó como 7 meses en eso”.

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Pronto sería convocado a participar en una segunda competencia dancística en Cuba. Otra vez don Juan debió resolver: acudió nuevamente al señor que le tenía hipotecada la casa. En esta ocasión le dijo que le diera cinco millones más. “Le prometo que en el nombre de Dios, yo vacío no me vengo”, le manifestó su hijo menor.

Y así fue. Ocupó el segundo lugar en la competencia. “El presidente Fidel Castro le preguntó su nombre y si quería estudiar en su país y Fernando le respondió que sí, y él y doña Alicia Alonso le firmaron la beca”, rememora don Juan.

Terminado el año lectivo en Incolballet se fue a estudiar a la Escuela Nacional de Ballet de La Habana, donde sobresalió por su talento y se graduó. Sus padres no pudieron acompañarlo en la graduación “porque no tuvimos cómo viajar”. Fernando, comenta su padre, se quedó un año más bailando en Cuba sin recibir un peso, en contraprestación por la beca otorgada.

La vivienda familiar, en definitiva, se perdió cuando aún Fernando estaba estudiando, evoca su padre. Faltando tres días para el desalojo la desocupé, dice don Juan, “pero ya yo tenía otro terreno y volvimos a hacer otra casa en Marroquín Tercera Etapa”.

Ángeles en el camino


Dios ha puesto ángeles en el camino de este carismático artista que le han ayudado a resolver muchas de sus apremiantes situaciones. Como la vez que debía irse a especializar a Italia y su visa le fue negada por falta de solvencia económica.

El papá de una de sus parejas de baile en Cuba, residente en Italia, le prestó seis millones de pesos, le facilitó extractos bancarios y los títulos de propiedad de uno de sus apartamentos para respaldarlo económicamente y así pudiera viajar sin problema.

O cuando ya en Italia, sin dinero, Venus, una de sus amigas, le ayudaba a entrar a escondidas al convento de monjas donde ella tenía un cuarto arrendado para que allí durmiera.

“Yo me quedaba a escondidas en el convento, viví casi cinco meses y medio ahí. Tenía que mirar que no hubiera nadie para entrar a toda, me dejaban la puerta abierta y yo ‘fusss’ (indica con sus manos que iba a gran velocidad). Para salir e ir a la escuela en la mañana y para entrar en la noche era igual, hasta que me pillaron”, ríe Fernando pícaramente mientras recuerda la anécdota.

Enfrentar la noticia de la muerte de su mamá debido a un cáncer, al poco tiempo de haber llegado a Londres, también fue un duro golpe.

“A los dos meses exactamente recibo la noticia: yo llego a Londres un 23 de diciembre y mi madre muere un 23 de febrero. En ese tiempo era complicado tener el pasaporte colombiano, entonces se demoraron tres días para conseguirme un tiquete donde no necesitara visa para poder llegar a Colombia”, explica Montaño.

Aunque en el Royal Ballet le dieron la posibilidad de tomarse el tiempo que quisiera para asumir su duelo, él decidió regresar a la semana de estar en Colombia. Entregarse aún más a la danza, su gran pasión, fue la manera de no estar tan triste y encerrado.

Hoy, no deja de rogarle cada día a su mamá que lo cuide y acompañe para seguir ‘volando’ alto.

Humilde y sensible

La primera vez que su amiga bonaverense, la gestora cultural Karoll Arroyo Banguera lo vio bailar en el Royal Opera House, de Londres, no pudo contener el llanto. “Ver que todos se levantaban de sus sillas y lo aplaudían es una emoción grandísima: a uno se le salen las lágrimas al observar, en semejante escenario, a ese negro, de Buenaventura, colombiano, es una gran satisfacción. Verlo bailar es un espectáculo”.

Un verdadero show es también observarlo bailar salsa y otros aires, como asegura Alberto Arroyo, papá de Karoll y quien lo quiere como a un hijo.

Él saca a bailar a mi señora y todo el mundo se queda mirándolos, yo no sabía que también era un espectáculo bailando salsa, comenta entre risas Alberto, “porque él es delicado en todo. No parece de raza negra porque los negros no somos así. Es delicado para hablar, actuar, bailar.
Inclusive, estuvo bailando currulao con Karoll, en diciembre, en una invitación con la Ministra de Cultura y lo baila como un ballet, bien elegante”, precisa riendo.

Pero, por más buena que esté una fiesta, comenta Alberto, a más tardar a las 2:00 a.m. llega con Karoll a la casa, porque, como resalta su anfitrión en Cali, “él es muy, muy disciplinado”.

Además, destaca de este joven de 34 años, piel canela, 1.80 m y 73 kilos, que a pesar de haber llegado tan alto en su profesión se conserva sencillo, descomplicado. “Eso sí, quiere que todo le salga a la perfección”.

Es generoso en el conocimiento, interviene su amiga Luz Mónica Guerrero, docente de Incolballet, “y aun cuando es un solista reconocido tiene la humildad de preguntarles a sus profesores, cuando están a su alrededor, si ese paso estuvo bien hecho, aunque, ya con el nivel que tiene y los docentes no tengan mucho que aportarle, él siempre se voltea y dice: ‘¿profe, usted cree que esto me pudiera quedar mejor? ¿Usted cómo vio esto? Tiene una humildad grande”.

Esa humildad innata, su sensibilidad, su técnica, disciplina, ese impulso de querer llegar muy lejos que lo ha acompañado desde niño y sus cualidades físicas ideales, lo han hecho sobresalir, opina la profesora.

“Tiene unas piernas largas, unas líneas estéticas que son definitivas en el arte del ballet para verse bello, es un negro muy lindo. Además, tiene un tamaño de cuello y de pies, y una flexibilidad que son ideales. A todo esto se le suma una sensibilidad musical por ser del Pacífico, él lleva el ritmo en la sangre y esa cadencia que lo han hecho único”.

Amante de la música clásica, del reguetón, la salsa y la salsa choque, es feliz comiendo seviche de camarón o toyo sudado, acompañado de ensalada roja, maduro cocido y arroz con coco.

Aunque en la compañía donde trabaja los bailarines acostumbran a retirarse a los 42 años de edad, Fernando Rodríguez Montaño, (ese es su nombre verdadero, porque el artístico, solo con el apellido de su madre fallecida, es un homenaje a ella) no sabe hasta cuándo dejará de danzar y ‘volar’ en distintos escenarios del mundo.

“No sé hasta cuándo voy a dejar de bailar”, comenta con total tranquilidad, porque todo es muy relativo: todo depende de cuántas lastimaduras hayas tenido, que tu cuerpo no esté adolorido y yo, gracias a Dios, he tenido solo dos torceduras de tobillo, una en cada pie, por las que me dieron, dos semanas de reposo en cada ocasión. Pero hay gente que tiene operaciones, metales, en fin, y yo, gracias a Dios, rara vez tengo dolor. Hay bailarines que constantemente tienen dolor en todo lado”.

Si Dios y su madre en el cielo velan por él, como hasta ahora lo han hecho, tendremos a este ‘cónsul vallecaucano’ danzando por largo tiempo, siendo el protagonistas de clásicas obras del ballet que goza interpretarlas como Romeo y Julieta o Don Quijote. Y
anhelando bailar en otras que nunca ha hecho, como en ‘Manon’, “sobre la historia de una cortesana francesa que se enamora de un escritor y a la que la avaricia lleva a la muerte: es súper dramática, ella muere en los brazos de él, es muy poética, muy linda. Ese es uno de los personajes que espero hacer pronto”, dice convencido.

Y seguramente lo logrará porque este joven tozudo e impulsivo consigue lo que desea, contra viento y marea.

Así, en su mundo de pasos, giros, saltos, esplendorosos vestuarios y luces multicolores, seguirá conquistando aplausos con el Royal Ballet, como lo ha hecho en Australia, Japón, Rusia, China, EE.UU., España, Austria...

Y continuará agradeciendo los aplausos y gestos de su público, como a la audiencia japonesa, que es una de las más generosas, asegura Fernando: “son personas que si tú les gustas como artista, ellas te siguen al resto del mundo. A donde tú bailes, ellos van”.