En el semáforo de la Carrera 1 con Calle 56, en el norte de Cali, un hombre aprovecha que la luz está en rojo para bajarse de su carro y confrontar al conductor de un vehículo vecino por haberle cerrado el paso metros atrás. Manoteando, con el pecho erguido, ronda el vehículo que amenazó, saca un arma de su cintura y retorna a su carro. La luz cambia a verde. Nada pasa.
Más al Sur, en la estación Universidades, el pasado fin de semana un grupo de jóvenes que intentaba llegar a Pance irrumpe en un bus alimentador del MÍO a través de las ventanas, ante la falta de rutas para llegar al río.
A principios de este año, Fernanda Ocampo le reclamó a un vecino por tratar mal a su hijo mientras compraba un dulce en una tienda de Polvorines, en la ladera de Cali. En medio de la exigencia Fernanda terminó siendo agredida por un hermano de la dueña de la tienda, lo que la llevó a instaurar una denuncia que, días después, terminó desatando la ira de un grupo de personas, quienes apedrearon la vivienda donde residía junto a su hijo y su esposo, Juan Camilo Baltazar.
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Juan Camilo, al tratar de defender a su familia, recibió tres puñaladas. Fernanda también fue atacada con un cuchillo en la frente y murió en el hospital Mario Correa Rengifo. La ciudad de la furia, como la retrató el columnista Gerardo Quintero.
De esa misma furia fue víctima el año pasado el agente de tránsito Wilmer Calvache, quien al momento de multar a un motociclista que iba en contravía por la Autopista Simón Bolívar entre carreras 68 y 69, en Ciudad 2000, recibió sendos golpes en la cara con el casco del sancionado. Aunque transeúntes evitaron que la agresión continuara, el guarda recibió cinco días de incapacidad.
Las imágenes de intolerancia en la ciudad no son nuevas ni raras. Y cada vez más son los casos en los que los objetivos de esos ataques no son solo civiles, sino las mismas autoridades.
De acuerdo con William Bermúdez, subcomandante de agentes de tránsito, el año pasado hubo 35 agresiones físicas a los agentes de tránsito. Este año, el primer y único caso reportado ha sido el de Henry Pérez, quien en medio de un operativo contra un mototaxista recibió, como respuesta a la sanción que impuso, cortadas en su oreja derecha.
“El operativo más crítico para nosotros es el de transporte informal e identificamos que el Oriente, la ladera y el Sur son las zonas más álgidas. En muchos de los casos, cuando se puede identificar al agresor, se han puesto denuncias ante la Fiscalía, pero es importante que esas denuncias tengan eficacia, falta más celeridad”, afirma Bermúdez.
Pero, ¿por qué se ha diluido la imagen de referente cívico que ostentaba Cali? ¿Qué hace que brote la intolerancia y la falta de cultura ciudadana entre los caleños? ¿Cuáles son las causas para que sigamos agrediéndonos, matándonos?
El doctor en psicología social, Nelson Molina, asegura que en Cali reina una cultura altamente individualista, no hay una noción del otro o lo ajeno.
“Además, hay una falta de educación ciudadana y de entender que la violencia no es el medio más adecuado para conseguir los fines, porque estamos en un contexto donde la violencia no es un recurso legítimo, pero sí bastante disponible. A esto se suma que lo público no cuida al ciudadano, entonces se le pide a la gente que sea decente, educada, correcta, pero la relación que se establece desde los elementos de ciudad hacia el ciudadano son bastante violentos, como la infraestructura y el manejo del tráfico”, afirma Molina.
Las multas por ofender miembros de la Policía oscilan entre $261.504 y $1.046.016, además de la participación en un programa comunitario o una actividad pedagógica de convivencia.
El especialista reseña que, por su cercanía con el Pacífico, Cali tiene un componente de conflicto social, político y económico muy grande. “Esto hace que, si no hay unas condiciones de cuidado óptimo desde la administración, la gente encuentre soluciones en el dinero fácil y esto termina empoderando a las personas para cometer cualquier tontería”, advierte.
Para Lina Martínez, directora del Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad Icesi, Polis, el desconocimiento y la respuesta violenta hacia las autoridades obedece a que en la ciudad hay unos niveles muy altos de desconfianza hacia la Administración Pública. “Para que haya respeto también tiene que haber confianza, y esto está asociado con los múltiples casos que se escuchan de corrupción en la Policía y de funcionarios, que la gente los relaciona con que falta autoridad moral”, afirma.
Para mejorar la convivencia en Colombia se expidió el Código de Policía, una herramienta que desde mediados del 2016 se convirtió en una guía para resolver conflictos y evitar problemas de carácter judicial y penal.
En dicho manual hay un capítulo en el que se contemplan sanciones para quienes incurren en “comportamientos que afectan las relaciones” con las autoridades y durante el 2019 se impusieron 1518 órdenes de comparendo a caleños que, de alguna forma, irrespetaron a policías; y en lo corrido del 2020 ya van 64 sanciones.
Asimismo, el año pasado fueron multadas 4625 personas por desacatar, desconocer o impedir una orden de Policía; mientras que este año van 98 comparendos. Y por agredir por cualquier medio o lanzarle objetos a los policías en el 2019 se dictaron 254 órdenes de comparendo. En lo que va del presente año se han notificado 10 sanciones por dicha acción.
No obstante, Martínez señala que este tipo de medidas no son efectivas para solucionar problemas de convivencia y que la pacificación de la sociedad “debe ser una apuesta sostenida, es un cambio de paradigma porque hay que ver los problemas desde otra perspectiva. Esto no se trata poner más policías o más cámaras, porque esto no va a dar resultados a largo plazo; esto solo se logra construyendo tejido social, educación, cultura”.
El secretario de Paz y Cultura Ciudadana, Danis Rentería, es consciente de las falencias de civismo que se han acentúan en la ciudad, por lo que advierte que revertir esta situación es uno de los retos para los que ya diseña estrategias. “Vamos a trabajar con la academia, los empresarios, las organizaciones sociales, las iglesias, los personeros escolares. Con el programa ‘Mi Comunidad es Escuela’ también trabajaremos la convivencia, porque esta es la raíz de la cultura ciudadana”.
El funcionario adelanta que se establecerán mesas de cultura ciudadana en los 249 barrios y los 15 corregimientos. “Allí tendremos un gran insumo, porque en el diálogo en el territorio, con la gente, sabremos qué le molesta al ciudadano de Cali, qué le gusta, qué podemos rescatar. Esto nos dará elementos para construir la política pública de cultura ciudadana que, en un tiempo no muy lejano, puede arrojar cambios en esta materia”, asegura.
Una de las figuras que puso en marcha la pasada administración local para mejorar la convivencia fueron los gestores de cultura ciudadana, estrategia sobre la que Rentería prefiere no entregar balance todavía. Un intento más por pacificar la ciudad de la furia.
¿Civismo en la vía?
La falta de civismo y la intolerancia al volante son conductas reiteradas en las vías de Cali.
Jan Grill, un sociólogo de origen checo que estudia el comportamiento de los caleños en las vías, señala que en Cali se han normalizado algunos comportamientos para burlar las normas de tránsito, teniendo en cuenta que hay una pérdida de temor a la autoridad.
”Uno de los factores que influye en esto es la desigualdad, porque si se piensa en lo que gana un chofer de transporte informal tiene que moverse mucho para ganar algo, le toca arriesgar para ganar. A esto se suma que, históricamente, se ha establecido un orden social en el que la gente siente que le toca ser ágil o agresiva para surgir en la vida, y esta forma de comportamiento se reproduce a la hora de manejar carro”, afirma Grill.