Cinco minutos antes de las 8:00 a.m. la cortina metálica se sube y afuera cinco personas esperan a ser atendidas. El primero de ellos deposita en un recipiente especial dos tolas, las jeringas que utilizan los consumidores adictos a la heroína, y luego de registrar sus datos recibe un kit con elementos limpios para un consumo seguro.

El local del programa de Reducción de Riesgos y Daños, ubicado sobre la carrera 15 en el barrio Sucre de Cali, es discreto. No tiene avisos ni lujos. Pasa tan desapercibido e ignorado entre los transeúntes como el centenar de personas en condición de calle que llegan a diario en busca de atención.

Tras una cortina hospitalaria de tela tipo acordeón, se restaura la dignidad de unas 400 personas que hacen parte del programa. Una labor encomendada a un grupo interdisciplinario que le recuerda a diario a esta población invisibilizada que la adicción no los hace menos gente, que tiene derechos y que son importantes para alguien. Esa es quizá la primera gran lección que deja la Corporación: que la dignidad, pese a ser un derecho inherente al ser humano, es posible dejarla al cuidado de otro; como lo han hecho ellos en los últimos 15 años en medio de dificultades, afugias y riesgos.

El siguiente en ser atendido es Nicolás*; aparentemente no es colombiano y a juzgar por la manera como ha maltratado las venas de su antebrazo, recién ingresó en el laberinto de la heroína. Sólo quiere cambiar tres jeringas por otras limpias, pero adentro recibe atención en salud y educación enfocada en reducción de daños producto del consumo.

Trabajar con niños genera aplausos; con adultos mayores, con discapacidad o con el deporte, todo eso da aplausos. Pero trabajar con personas adictas genera críticas”. Raúl Félix Tovar, directo Ejec. de Viviendo.

Le explican que debe utilizar el filtro de algodón porque el de cigarrillo puede hacer que una fibra se desprenda y le llegue al corazón. Que con la cazoleta hierva la heroína en agua esterilizada para quemar el material que utilizan para rendir la droga y le recomiendan no prestarse jeringas entre compañeros.

“Queremos que haya un consumo seguro, pero no siempre atienden las recomendaciones porque si en el momento de inyectarse tienen síndrome de abstinencia, las manos les tiembla y si se ponen a calentar la heroína se les riega. También se les aconseja cambiar de vena para que no se les dañe, pero ya coliquiados (dolor en el estómago producido por la abstinencia) las venas se les esconde y les toca en la misma que ya tienen dañada”, cuenta Cesar Londoño, administrador del local.

Afuera la ciudad indiferente sigue a su propio ritmo. Quienes realizan este trabajo saben que no hay droga más letal que la exclusión social ni un daño más perverso que la estigmatización y el abandono.

Fue con el ánimo de atender a esa población que nació hace 15 años la Corporación Viviendo con su programa de reducción de riesgos y daños. “Si este programa no existiera habría un altísimo nivel de sufrimiento en las calles y en particular de la gente de este sector”, explica Raúl Félix Tovar, director ejecutivo de la Corporación.

“El logro de cero muertes por sobredosis en el 2021 ha sido un acto colectivo con la comunidad del barrio Sucre que entendió que quien consume tiene un dolor no solo físico, sino emocional y psíquico”. Angie V. Gutiérrez, coordinadora del programa de reducción de Riesgos y Daños.

“Nuestro programa fue diseñado para cuidar de la persona y evitar que se genere un daño peor al que ya se está causando. Hablo de tuberculosis, VIH, hepatitis B y otras infecciones asociadas al consumo, hasta evitar el riesgo mayor que es la muerte”, detalla el director.

La esperanza de esta población en condición de calle nació en 1998 en el seno de la Iglesia Católica, en la Conferencia Episcopal, como una propuesta de reducción del sufrimiento, pero en el 2006 se independizaron y empezaron en varias ciudades a abordar situaciones extremas de exclusión social.

“Nos interesa el ser humano más allá de sesgos morales y les brindamos atención en su espacio ”, agrega Tovar.

Pero los ángeles no serían ángeles sin el financiamiento de organismos internacionales como Open Society Foundation y el apoyo de entes como el Fondo Nacional de Estupefacientes y los cada vez más escasos recursos que destina la Alcaldía a través de las secretarías de Bienestar Social y Salud.

“Hay cosas que técnicamente tendrían que resolverse con tranquilidad, suficiencia, solvencia y ojalá con abundancia, y esa última palabra la subrayo porque si hay algo que define este tipo de programas es la carencia y la precariedad. Tal vez por la población que atendemos y lo decimos con el ánimo de que ojalá alguien lo escuché y que temas como este se pongan en la agenda pública y en los presupuestos de ciudades como Cali”, señala el Director Ejecutivo.

Por un consumo seguro

Las personas que pasan a diario por la corporación recibirán jeringas limpias, agua esterilizada, filtros de algodón, pañitos alcoholizados y curas para prevenir sangrados. adicionalmente, cazoletas metálicas para hervir la droga y una banda para ejercer presión en el brazo.

La entrega del material, más allá de evitar la propagación de enfermedades y daños mayores en la población consumidora, es una excusa para brindar una atención integral a otras problemáticas”, explica Angie Vanessa Gutiérrez, coordinadora del programa de reducción de Riesgos y Daños.

“Damos atención en psicología, enfermería, trabajo social, fortalecimiento de redes personales y sociales, y asesorías legales apoyadas en consultorios jurídicos de las universidades”, señala la coordinadora del programa.

Los procesos de reducción de riesgos y daños están basados en evidencia y en que los adictos a la heroína compartían jeringas, tomaban el agua de los charcos y realizaban el consumo en condiciones inhumanas y poco higiénicas. Surgieron de ahí políticas públicas a nivel mundial para mitigar los daños en esta población.

“El programa no solo se pude ver como la entrega del material y reclamé su kit y váyase, como si reclamara el desayuno, no. Usted recibe un kit pero paralelo a esto puede recibir un proceso de intervención más completo en el que podrá tener acceso a otras instancias, atender otras necesidades derivadas de esas prácticas de consumo y de las mismas interacciones sociales que se van dando debido a la misma segregación de la comunidad hacia los consumidores”, explica Angie Vanessa.

El trabajo no se limita a población consumidora en condición de calle. Viviendo trabaja también con la comunidad del barrio Sucre en procesos de sensibilización, involucrándolos en la atención y cuidado de estas personas desprotegidas, pero también beneficiando a los no consumidores con muchos de los programas y brigadas de atención. Enseñando a convivir en el territorio.

Naloxona al alcance de todos

Es una mañana de finales de enero y Jessica González, operadora comunitaria del programa, como cada dos días inicia el recorrido por diferentes puntos del barrio Sucre para recoger jeringas usadas, verificar si hubo casos de sobredosis, qué personas los atendieron y hacerles seguimiento a los afectados.

La batalla de un único round entre la vida y la muerte tarda solo unos minutos y como árbitro la Naloxona define al ganador. Es el medicamento capaz de revertir el efecto de la heroína cuando hay consumo en exceso.

Esa batalla en el 2021 la ganó la vida con cero muertes por sobredosis en Cali, gracias al trabajo de la Corporación Viviendo, que tiene de aliada a la misma comunidad del barrio Sucre, a quienes prepara para identificar estos casos, garantizar el medicamento las 24 horas del día en las calles y que los voluntarios la suministren de forma correcta.

La segunda gran lección es que la vida está por encima de taras institucionales. Que aunque el medicamento es de uso controlado y en algunos lugares solo puede usarlo personal de salud, lo realmente importante es que la Naloxona esté en manos de la gente dispuesta a atender posibles casos las 24 horas.

“La Naloxona salva vidas; permite que una sobredosis atendida a tiempo no se convierta en una muerte. Hay una especie de soberbia institucional y existe la percepción de que como es un medicamento controlado, debe estar bajo llave. Es como tener el extintor con candado”, compara Raúl Félix Tovar.

Fue justo el año pasado cuando lograron hacer la adquisición más grande de Naloxona, gracias a un proyecto territorial que financió el Fondo Nacional de Estupefacientes con el que adquirieron alrededor de 200 ampolletas de este medicamento. En el registro quedó que 33 vidas se salvaron gracias, en parte, a la acción de la comunidad que supo sortear la crisis.

Los informes que realiza la Corporación Viviendo han contribuido en la adopción
de políticas públicas de atención a la población adicta a sustancias como la heroína.

Paradójicamente, y pese a que no es mucha la ayuda que recibe esta entidad sin ánimo de lucro de manos del Estado, la población adicta a la heroína en Cali siente que el único acercamiento que tiene con el Estado, es la ayuda que les brinda la Corporación Viviendo.

De nuevo en el territorio, Jessica González, la operadora comunitaria del programa, continúa su recorrido por las calles mientras es abordada por personas con requerimientos distintos. Algunos piden medicamentos, ayudas para internarse en una fundación que los saque de las drogas, pasajes para regresar con sus familiares y su mediación en peleas entre consumidores.

Una mujer semidesnuda, descalza y sucia que fue abordada por ella hace unos minutos es trasladada a la sede de la corporación. Media hora después sale aseada, con ropa limpia y zapatos. Sonríe al pasar frente a Jéssica y el gesto de alegría la llena de amor por su trabajo. Una sensación gratificante y distinta. Una sonrisa invaluable.

“Se genera afecto y relaciones filiales porque sienten que tienen un lugar en la sociedad y que hay personas que se preocupan por ellos. Cuando uno logra reconectar a un habitante de calle con su familia o que sean atendidos por un sistema de salud que los tiene casi ignorados, queda una sensación gratificante”, agrega Angie Vanessa Gutiérrez.

La tercera gran lección de la Corporación Viviendo es que hay una enorme diferencia entre decir y hacer. Que hay una institucionalidad con altísimo compromiso en el discurso, pero bajísima operatividad.
En los planes futuros de la Corporación, quizá escandaloso para muchos en una sociedad moralista, está la posibilidad de estructurar un centro supervisado de consumo, como en países de Europa, para evitar muertes.

Gracias al apoyo de la Arquidiócesis y Bienestar Social de la Alcaldía, la Corporación Viviendo ha podido dar sepultura a personas en condición de calle que han muerto en el barrio Sucre.

“Una sala de consumo supervisada sería el nivel mayor de asepsia en una propuesta de reducción de riesgos y daños porque se controlarían todas las variables y se abordaría de manera directa el mal mayor”, explica el director ejecutivo de la Corporación.

La heroína, en los países que realizan consumo supervisado, es regulada y producida por el Estado a través de farmacéuticas, no por los expendedores que la mezclan con otras sustancias para hacerla rendir y que al alterar los componentes hay más riesgo de sobredosis.

Es cerca del mediodía y más de 40 personas han sido atendidas. Con la dignidad restablecida cruzan la calle, una calle que hoy por hoy representa más peligro a sus vidas que la droga. Mientras en el 2021 hubo cero muertes por sobredosis, cerca de una decena de ellos murieron atropellados por conductores que huyeron. Gente ‘normal’ en una sociedad tanto o más enferma que ellos.