El sueño americano lo logró con sabor a tamal. Alejandro Martín, un colombiano que buscaba en Estados Unidos mejorar sus oportunidades laborales y dominar el inglés, ha triunfado con su propio negocio, ‘La tamalería colombiana’, llevando un poco de nuestra cultura al exterior.
Cuando llegó a Nueva York en 2013 traía 300 dólares en el bolsillo. El comunicador había tomado una de las decisiones más importantes y difíciles de su vida, migrar a un país desconocido. “Fue pasar necesidades económicas y soledad. Es el momento en el que ya llevo seis años en el país y no volví a ver a mis papás, haber dejado una vida no fue fácil”, comenta este egresado de la Universidad Minuto de Dios.
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Su espíritu trabajador y emprendedor era innato. Trabajó en Samsung como product manager para la división de portátiles e impresoras. Duró tres años y entró a D-Link, donde fue gerente de producto del sector de tecnología y mercadeo. Y con 25 años, se dio cuenta de que su nivel de inglés era un impedimento para seguir avanzando.
Viajó a Estados Unidos, se devolvió para Colombia, duró un año en Bogotá y tomó luego la decisión de ir en búsqueda de mejores oportunidades laborales en el extranjero.
Cuando llegó a Estados Unidos empezó de cero, pero eso no fue un impedimento para triunfar. “Si pude hacer tantas cosas en Colombia, Estados Unidos no me va a quedar grande. Es un país muy avanzado y seguro, movido económicamente”, pensaba en aquel entonces este bogotano que creció en Medellín.
De un antojo a un gran negocio
Hace cuatro años, en Nueva York, a su exnovia le dio un antojo de tamal, así que buscaron el producto durante horas en esa ciudad, pero no encontraron. “Pero mi mamá, que nació en Cundinamarca, pero se crio en Purificación, Tolima, hace unos tamales espectaculares y nos dijo que nosotros los hiciéramos”. Ella les dijo cuáles eran los ingredientes, les dio todas las instrucciones vía Skype y, ellos, sin saber cocinar, los hicieron.
Los tamales quedaron de un sabor exquisito, arraigado a la cultura colombiana. Ese día le sobraron algunos y Alejandro se los vendió a compañeros connacionales. Pronto se dio cuenta de que ahí estaba el negocio. “A ellos les encantaron y me empezaron a pedir 1, 5 y hasta más. Había una oportunidad. Entonces les empecé a decir a mis jefes y a los clientes que yo vendía tamales y se los podía llevar a sus casas”.
A los pocos días, un compañero se quedó sin trabajo y le dijo, en chiste, que “le iba a tocar ponerse a vender esos tamales”. El chiste se convirtió en un hecho y su amigo empezó a vender alrededor de 15 tamales al día. Al ver esto, Alejandro pensó en que él también podría salir a venderlos.
Entonces creó el ‘Tamal go’, un automotor brandeado con su marca, ‘La tamalería colombiana’, en el que vendía este plato típico colombiano.
Tres años duró vendiendo en la calle. “Con toda la pena del mundo salí a vender tamales en la calle, pero lo bueno era que nadie me conocía”, dice el joven especialista en comunicación organizacional de desarrollo administrativo, que comenzó su sueño americano trabajando de mesero.
La pena pasó a ser segundo plato. Fue así como se atrevía a ofrecerles tamales a las personas que pasaban por la bajada del tren de la Calle 82 con Roosevelt, que está por la Calle Colombia, y a quienes no lograba convencer, se los regalaba.
Después de que su exnovia los preparaba, Alejandro guardaba los tamales en una bolsa térmica y llegaba todos los días con ellos a las 2:00 p.m., a ese mismo sitio aledaño a la calle Colombia. Allí permanecía hasta las 8:00 de la noche, junto a un cartel en el que tenía escrito con marcador ‘tamales colombianos’.
Ese era el resultado de una travesía que comenzaba con mucho tiempo de antelación, porque el proceso de preparación de un tamal dura alrededor de doce horas para lograr el resultado esperado: tamales con óptima textura, sazón y una buena presentación.
Y el que persevera alcanza. Sin importar las bajas y altas temperaturas siguió esforzándose por vender cada día más. Por eso sus clientes comenzaron a buscarlo y a reconocerle que su producto tenía ese sabor latino, criollo, tan esperado.
“Cuando hacía frío me tapaba como un esquimal y algunos me decían que me fuera para la casa. Pero otros, incluso, pasaban, y por lástima, me decían: ‘¿Cuántos le quedan? Yo se los compro’, y poco a poco me iban reconociendo”, dice este padre de una hija pequeña a la que le encantan los tamales.
Durante tres años Alejandro vio que sus ingresos poco a poco aumentaban. Debido a la pandemia del coronavirus, notó que mucha gente quería vender tamales y vio la necesidad entonces de buscar distribuidores y un local físico, que estuviera cerca de su casa, para su empresa ‘La tamalería colombiana’. Y así, “creamos las redes sociales @latamaleriacolombiana, publicamos en los grupos internos de Nueva York. Después se organizó el punto de fábrica de producción y hoy tenemos una red de más de 140 distribuidores y hacemos venta online”.
Próspera empresa
Hoy Alejandro brinda trabajo a más de 260 personas en EE.UU. Teniendo el conocimiento del mercado, impulsó su negocio a un modelo ‘red de inbound marketing’, mercadotecnia interna, como cuando en Colombia se vende por catálogo de revista. “Tenía el producto y pensé en dar el catálogo a vendedores. Así, comencé a tener trabajadores directos, cocineros, personas que venden en algunos carritos de ventas, hasta gente del común que quiere un ingreso extra, porque todo el mundo acá está buscando un dinero”, comenta este comunicador social.
Con su red de trabajo ha logrado crecer. En la actualidad su producto se puede comprar en 17 estados: en Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut, Miami, Orlando, Tampa, Atlanta, Washington D.C, Masachusset, entre otros. Y actualmente cuenta con una gama de productos: “lechona tolimense, tamal valluno y tolimense, envueltos rellenos de queso bocadillo y de maíz, y picadas”.
Admite que el éxito de un tamal, el cual cuesta alrededor de 11 dólares, es decir, $40.000 colombianos está en los ingredientes. “El tamal tolimense es muy artesanal, está hecho a base de arroz, maíz, tiene carnes, pollo, costilla, tocino, huevo, zanahoria, papa, y el punto final está en empacarlo en forma de conito”.
Lo bueno, asegura, es que las hojas para envolverlo son de Cundinamarca, que ayudan a mantener el sabor original. “Con la globalización ahora es más fácil conseguir productos muy típicos de Colombia, como comidas específicas. En este momento el 90 % de nuestros ingredientes son colombianos, por lo que el sabor es el mismo. Estamos trayendo a EE.UU. realmente un poco de nuestro país”, agregó.
Frente a críticos de cocina, por lo pronto, espera una buena nota de Tulio Recomienda, un influencer que es referencia de la gastronomía colombiana. “Le he escrito y Dios quiera que algún día venga, estoy esperando su respuesta”, comenta Alejandro, quien se siente satisfecho por el reconocimiento que ha tenido por parte de medios de comunicación de Estados Unidos y Colombia. “Nos llamaron de Suso’s Show, la Mega, FM, Blu Radio, entre otros” y todo, por el voz a voz que han generado sus productos con sabor colombiano.
Más que vender comida por un fin monetario, lo hace también por regalarle sensaciones de tipo emocional a sus clientes. De ahí que señale que su empresa “es un negocio de estándares emocionales”.
Él está consciente de que a través de sus comidas revive la cultura colombiana con sazón, tanto, que son varias anécdotas bonitas que ha experimentado con relación a este aspecto. Como en aquella ocasión que “una señora lloró después de comerse un tamal. Me dijo que su mamá era del Tolima y había fallecido hacía quince años. Cuando lo probó dijo que era el mismo que preparaba su mamá, que no podía creerlo. Eso para uno es lo más gratificante”.
El secreto de su éxito como emprendedor está en la perseverancia, admite Alejandro. La constancia siempre es lo mejor, precisa, además, de desprenderse del miedo. Actualmente su meta es tener una franquicia en cada estado de EE.UU. donde hay latinos y lograr “que la Tamalería Colombiana se convierta en el McDonald 's de los colombianos” en el país del Tío Sam, comenta con orgullo.