Octubre de 2019 será recordado como el mes en que América Latina volvió a sacudirse y a cambiar sus equilibrios de poder, pero la resultante parece ser una línea del centro que navega por entre los extremos de la política continental.

El descontento social emergió con fuerza en Ecuador y en Chile, en la forma de masivas protestas indígenas y sociales. En Argentina tomó la forma de voto castigo, con el triunfo del peronista Alberto Fernández y la derrota del presidente Mauricio Macri en las elecciones de este 27 de octubre.

En Uruguay, si bien el gobernante Frente Amplio ganó la primera vuelta el domingo pasado, es posible que gane la oposición el 24 de noviembre. En Bolivia, crece la tensión por el resultado de las presidenciales del 20 de octubre, en las cuales Evo Morales proclamó su triunfo en primera vuelta. Por la vía de las protestas o de los votos, estos sacudones del tejido social y político suramericano están dando surgimiento a nuevos liderazgos y tendencias.

Descontento social

La masiva movilización de los indígenas y movimientos sociales en Ecuador el mes pasado hizo retroceder el paquete de medidas adoptadas por el presidente Lenín Moreno. El peso decisivo de la movilización recayó en la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador, Conaie.

Lo interesante es que, si bien las movilizaciones también fueron apoyadas por el movimiento Revolución Ciudadana, del expresidente Rafael Correa, el protagonismo fue claramente de los indígenas, que mantienen una tensa relación con el exmandatario.

Chile, que deslumbró por su estabilidad y éxito económico en las últimas décadas, continúa envuelto en violentas y masivas movilizaciones, que empezaron como respuesta a la decisión del Gobierno de Sebastián Piñera de aumentar el precio del transporte. El masivo rechazo social lo obligó a retroceder en la medida, tal como había sucedido en Ecuador semanas antes.

En ambos casos, está claro que se trató de un acendrado resentimiento de los sectores más golpeados por la crisis económica. Es que América Latina concentra los peores niveles de desigualdad del planeta. Según La Calculadora de la Desigualdad, un proyecto de Oxfam, “el 10 % de la población más rica en América Latina concentra el 71 % de la riqueza”.

En Chile no se trató de una protesta por el transporte, sino por un sistema de desigualdad y un modelo de privatizaciones de la salud y la educación heredado de la dictadura de Augusto Pinochet, respaldado por la represión del Ejército y los Carabineros. “No son 30 pesos, son 30 años”, decían los manifestantes.

A pesar del retroceso gubernamental, las manifestaciones continúan, pero ahora van por cambios profundos en el sistema político y constitucional, aunque todavía no está claro qué rumbo tendrán estas tendencias.

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A diferencia de Chile y Ecuador, en Bolivia el malestar no es económico sino político, contra la reelección de Morales, en el Gobierno desde 2005. Su triunfo por más de 10 puntos en la primera vuelta desató las protestas de la oposición, liderada por Carlos Mesa y los movimientos cívicos de la ciudad de Santa Cruz, dividiendo al país y a la sociedad en dos. Ni siquiera el anuncio de una auditoría vinculante de la OEA calmó los ánimos, con la oposición paralizando Santa Cruz y el oriente del país.

En Argentina, la gravísima situación económica del último año, con una devaluación del peso de casi 400 % y una inflación de más del 50 %, se expresó por la vía electoral, con la derrota del proyecto reeleccionista del presidente Mauricio Macri y el claro triunfo del peronista Fernández.

En Uruguay, el oficialismo también la pasó mal. Si bien el Frente Amplio es de un signo político contrario al de Macri, su magro triunfo en las elecciones del mismo 27 pone en riesgo la continuidad de esta alianza de izquierda que gobierna desde 2005. Para la segunda vuelta, el candidato del Partido Nacional, Luis Lacalle Pou, ya ha recibido el respaldo del Partido Colorado y de Cabildo Abierto, lo cual le puede dar la mayoría para terminar con el reinado frenteamplista.

Por el camino del medio

Para el analista argentino Julio Burdman todavía no está claro cuál será el mapa político que emerja de los sacudones de octubre. “Tiene que correr más agua”, dijo a El País.

“El triunfo de Alberto Fernández es significativo, pero todavía no se puede encontrar un denominador común para toda la región: en Uruguay es posible que gane la oposición de derecha encabezada por Luis Lacalle Pou; en Bolivia, si bien Evo Morales fue reelecto, la oposición está más organizada que antes con una fuerte polarización, y en Chile, si bien la movilización fue impactante, no están claros los resultados políticos”, agregó.

La región está en turbulencia pero el único común denominador es la crisis económica, que “en algunos caso se expresa por izquierda o por derecha”.

En este panorama todavía incierto, el triunfo de Fernández en Argentina marca un cambio político importante, porque busca, desde una posición de centro izquierda, alejarse de los extremos que primaron en la primera década de este siglo. Su primer viaje internacional a México, para visitar al presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), es una muestra de la política que seguirá su Gobierno.

La próxima semana se reunirá en Buenos Aires el Grupo de Puebla, una coordinación de líderes políticos progresistas latinoamericanos, fundada en julio de este año en esa ciudad azteca. El Grupo reúne a expresidentes como Dilma Rousseff, Luis Inácio Lula da Silva, Rafael Correa, Leonel Fernández, Ernesto Samper y Pepe Mujica, y será liderado por el Presidente electo.

“Frente a la dificultad continental, la respuesta neoliberal claramente falló, y eso explica el triunfo electoral de Fernández y de Morales. En el caso de Chile, como no hay elecciones en el corto plazo, esto explota”, explicó a El País Marco Enriquez-Ominami, político chileno animador del Grupo de Puebla.

Para Julio Burdman, el nuevo Presidente argentino va a jugar con dos cosas: “Un posicionamiento distinto al Grupo de Lima liderado por EE.UU. y, en un contexto de crisis social, va a intentar mostrar un modelo de liderazgo político concertado, donde las crisis, en vez de estallar en la calle, se vuelvan cuestiones sociales negociadas en el marco de la política”.

Burdman considera que, para Fernández, es muy importante que en Argentina “no haya malestar social sino un modelo de negociación política con los movimientos sociales y los sindicatos, un modelo político distinto”.

A nivel regional, esto implica “un liderazgo político social alternativo a los gobiernos de derecha que carecen de esas herramientas de concertación social, como lo demostró Piñera en Chile, que evidenció “una enorme miopía”, enviando a los militares a reprimir en lugar de buscar una negociación. “Dialogo social, concertación política, son las palabras que se van a utilizar para definir este tipo de liderazgo, que representan Fernández y AMLO”, concluye.

“Se necesita integración, diálogo para resolver la pobreza”, dice Enríquez-Ominami. “America Latina, a diferencia de Europa, no ha logrado consolidar su institucionalidad, por lo cual hace falta más integración, buena parte de las respuestas de Argentina, Chile, Uruguay, están en la integración”, dice.

El vacío que deja Brasil

El otro factor fundamental es el vacío político dejado por Brasil, que abandonó, con este Gobierno, todo intento de liderar la integración política y económica regional.

Para Burdman, la figura de (Jaír) Bolsonaro es la opuesta a la posición tradicional de Itamaraty y de la diplomacia brasileña. “Es un mal líder, no es una persona que coordine, como hacían los presidentes brasileños de antaño, sino una persona conflictiva”.

En el otro extremo queda Nicolás Maduro. “Tanto Alberto Fernández como AMLO buscan evitar ambos extremos y buscan mostrar modelos alternativos, vías intermedias. A Fernández le encanta verse como alguien en el medio de Maduro y Bolsonaro”, y la idea que va a vender es que “América Latina no se dirime entre ellos, sino que hay líderes de centroizquierda moderada, concertada, que buscan el diálogo social en un contexto de crisis”.