95 años no tan felices

Un último gesto de amor tuvo la Reina Isabel II de Inglaterra con su esposo, Felipe de Edimburgo, al querer que una carta que ella misma escribió estuviera sobre el féretro, cubierto por el estandarte personal del Príncipe, su gorro naval y por una corona blanca de lirios, rosas y jazmines.

“En memoria del amor”, se leía en la tarjeta escrita a mano y con bordes negros y firmada como ‘Lilibeth’, nombre con el que se refieren en confianza a la soberana, algunos de sus más cercanos amigos y familiares.

Lo que pocos asistentes a las honras fúnebres supieron es que en el interior de su bolso, ella llevaba para honrar el recuerdo de su “fuerza y apoyo”, como le llamaba a Felipe, una foto de los dos tomada en Malta, un país muy importante en su historia de amor. Allí pasaron la primera etapa de casados, en ese archipiélago del Mediterráneo en el que Felipe sirvió entre 1949 y 1951 como miembro de la Marina Real. También llevó consigo a la ceremonia algunos de los pañuelos de tela del Príncipe, hechos por los sastres Kent y Haste.

Durante la ceremonia televisada del funeral se vio salir de la parte trasera de un Bentley, que se estacionó ante el Pórtico Galileo, a la monarca vestida de luto y con una máscara facial a juego, guardando siempre la compostura. Se veía más pequeña de lo habitual (1,52 cms), porque caminó cabizbaja mientras avanzaba sola. Ocupó su lugar en la capilla de San Jorge, en el Castillo de Windsor, separada por dos asientos vacíos del que, dicen, es su hijo predilecto, el príncipe Andrés, y mucho más distanciada aún de las 30 personas que se ubicaron en el templo que tiene una capacidad de 800 feligreses. Allí en la bóveda real ya están los restos mortales de su amado Felipe, quien será trasladado a otra zona del mismo templo el día en que fallezca Isabel, para descansar juntos para siempre.

El pasado 21 de abril fue el primer cumpleaños que la reina celebró sin su esposo en más de siete décadas juntos, “Con motivo de mi cumpleaños 95 he recibido muchos mensajes de buenos deseos que agradezco”, confesó la monarca en una nota difundida por el palacio de Buckingham y se declaró “profundamente conmovida” por todos las manifestaciones de condolencia recibidas, por la partida de su esposo de este mundo. “Aunque como familia nos encontramos en un periodo de gran tristeza, ha sido un consuelo para todos nosotros ver y escuchar los homenajes rendidos a mi marido, tanto en el Reino Unido como en la Commonwealth y en todo el mundo”, aseguró.

Según una fuente real, que habló con el diario Daily Mirror, “la reina quiere aprovechar el buen tiempo para reunirse con los miembros de la familia, la cual ha sido un gran consuelo para ella, y pasear a sus dos nuevos cachorros corgi, Fergus y Muick. Tiene muchas ganas de ver a su familia”.

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Por su parte, el líder conservador Boris Johnson le envió sus “mejores deseos” en un tuit a la soberana: “Siempre he sentido gran admiración por Su Majestad y por su servicio a este país y a la Commonwealth. Estoy orgulloso de ser su primer ministro”.

Debido a la pandemia del coronavirus, se canceló este año, al igual que el anterior, el gran desfile militar que se organiza como celebración del cumpleaños de la monarca en junio (para aprovechar el buen clima), aunque ella cumple años el 21 de abril.

Pese a todo, este no ha sido su “annus horribilis”, como sí llamó la soberana al año 1991, en el cual Carlos de Inglaterra se separó de Diana de Gales; Andrés, de Sarah Ferguson y la princesa Ana, de Mark Phillips, y como para rematar, un incendio asoló buena parte del Castillo de Windsor.

Incluso 1997 podría clasificar como otro de sus peores años, cuando el 31 de agosto en un accidente automovilístico en el túnel cercano al puente del Almá, en París, fallecieron su ex nuera Diana Spencer y Dody Al-Fayed, la última pareja sentimental de la mujer que quizá le generó más dolores de cabeza, con sus declaraciones a la prensa en contra del príncipe Carlos y la familia real, que los que ahora le produce Meghan de Sussex, esposa de su nieto Enrique, con sus señalamientos de racismo.

En noviembre de 1995, dos años antes de morir, Diana concedió en el Palacio de Kensington una explosiva entrevista a Martin Bashir, del programa Panorama a la BBC —23 millones de espectadores—, en la que declaró: “Hay tres dentro de este matrimonio”. La Reina no tardó en enviarle una carta a su hijo Carlos diciéndole que debía divorciarse: “Tienes que sacar a esta mujer, sacarla”. Insistió que Carlos y Diana, quienes se separaron desde 1992, comenzaran su proceso de divorcio que concluyó en 1996.

La muerte de Lady Di marcó sin duda el reinado de Isabel II, al hacer que alcanzara los niveles más bajos de popularidad, por mostrarse impasible. Tanta fue la presión de los británicos, que ante sus reproches, cinco días después de la muerte de la llamada ‘Princesa del pueblo’, la soberana apareció finalmente vestida de negro en televisión, junto a una ventana abierta por la que se veía a una multitud concentrada frente a la entrada del palacio de Buckingham, elogiando por primera vez a su nuera, a quien definió como “un ser humano excepcional”. “Yo la admiraba y respetaba por su energía y compromiso con los demás, y especialmente por su devoción a sus dos hijos. Nadie que conociera a Diana la olvidará jamás. Hay lecciones que aprender de su vida y de la extraordinaria y emotiva reacción a su muerte”, dijo en un discurso que duró menos de dos minutos y con el que recuperó el cariño de la gente.

Durante el cortejo fúnebre de Diana de Gales, al que se acercaron a presenciar un millón de personas, la monarca tuvo un gesto que sorprendió a todos: ante el paso del ataúd frente al palacio de Buckingham, la reina Isabel II inclinó levemente la cabeza como gesto de reconocimiento. Cabe destacar que no está obligada a realizar esta muestra de cortesía ante los demás, como sí se espera que otros lo hagan. Según analistas, ese detalle fue definitivo para la reconciliación de muchos británicos con su Corona, tras aquella fría respuesta inicial a la muerte de Lady Di.

La más sorprendida con el gesto de la Reina fue su hermana menor Margarita, quien le escribió: “Mi gran admiración por ti. Cuan maravillosamente manejaste la situación después del accidente y cómo actuaste”.

A sus 95 años, la reina Isabel II es la monarca más longeva del mundo y mientras viva reinará, como lo dijo en su discurso desde Ciudad del Cabo: “Declaro ante todos ustedes que mi vida entera, ya sea larga o corta, estará dedicada a su servicio”. Y vivirá más que su madre, Isabel Bowes-Lyon, que murió en 2002 con 101 años, así lo predice Bryan Kozlowski, experto en monarquía, “tiene esta disposición para adaptarse, lo que elimina el insidioso estrés que se obtiene al resistirse al cambio. Eso contribuye a la longevidad y una existencia plena con seguridad”.

Secretos reales de longevidad

Isabel II, quien es muy positiva y siempre ve el vaso medio lleno, practica lo que los psicólogos llaman ‘búsqueda de beneficios’, hace a diario caminatas junto a sus corgis y paseos a caballo. Huye del sol, vacaciona en el castillo de Balmoral, lejos de la Escocia tropical. Usa poco maquillaje y prefiere productos de Cyclax o la hidratante Milk of Roses. Duerme siete horas y se levanta a las 7:30 a.m. Come poco, nada de almidón, solo sándwiches, bollos, pollo y ensalada y toma la porción más pequeña de pastel. Le gusta la ginebra —la comercializa—, el champán y el Martini, dice Bryan Kozlowski en su libro ‘Larga vida a la Reina: 23 reglas para vivir como la monarca reinante más longeva de Gran Bretaña’.

En datos

Sí llora. Lo hizo el 9 de febrero de 2002, cuando murió Margarita, su hermana y siete semanas después, el 30 de marzo de 2002, la reina madre, Isabel I, a los 101 años.

Superó el odio a la “malvada mujer”. El 9 de abril de 2005, la monarca asistió a la boda de Carlos y Camilla Parker-Bowles, de quien dijo alguna vez a Carlos: “No aceptaré a esa mujer en mi presencia”.

No fuma. Según Darren McGradi, cocinero en Buckingham por 11 años, toma ginebra con Dubonnet, rodaja de limón y hielo antes del almuerzo, dry Martini en las comidas, que terminan con una onza de chocolate y copa de vino. Y antes de dormir, una copa de champán.

Al príncipe Felipe se le relacionó con amantes siempre más jóvenes que él, entre ellas una princesa, una duquesa, dos condesas y damas con o sin título, muchas vinculadas a la equitación. La reina guardó silencio frente a los rumores y ante los divorcios de sus hijos, dijo: “Y nosotros que creíamos haberles educado tan bien.

Privilegios de reinar

Como “íntegra, sensata, sensible, no tan inteligente, pero que podía divertirse con cierta responsabilidad”, así describe la historiadora Jean Seaton a Elizabeth Alexandra Mary en su juventud. “Papá y mamá trabajan sin parar, pero Margarita y yo nos divertimos”, escribió Isabel durante la gira a Sudáfrica que hicieron con sus padres en el año 1947.

La futura reina nació a las 2:40 a.m. del 21 de abril de 1926 en Londres, siendo la primera hija de Jorge VI y Elizabeth Bowes-Lyon, los duques de York (más tarde reyes).

Ella y su hermana Margarita, nacida en 1930, fueron educadas en casa, en historia, lenguaje, literatura y música, y supervisadas por su madre y Marion Crawford, su institutriz. “Tiene un aire de autoridad y reflexión sorprendentes para un niño”, dijo Winston Churchill, cuando la conoció de 2 años. Isabel no estaba destinada a ser reina, pero la abdicación de su tío Eduardo VII, la situó a los 10 años en primera línea de sucesión. A sus 14 años, en plena guerra hizo su primera intervención radiofónica.

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No con gran sentido del humor, pero sí de la responsabilidad, cuando Isabel veía que su madre se demoraba mucho en un evento, le daba un golpecito suave con la sombrilla para indicarle que debían irse ya.

A Felipe de Grecia, primo en tercer grado, lo conoció en julio de 1939 cuando los reyes y sus dos hijas invitaron al yate real Victoria & Albert, al sobrino de Lord Mountbatten. Ella tenía 13 años y él 19 y era un alto, rubio y apuesto cadete de la Real Academia Naval de Darmouth. A los 21 años ella le dio el “sí” el 20 de noviembre de 1947 en la Abadía de Westminster, ante más de 2000 invitados. Un año después nació Carlos, el heredero al trono, —después Ana, Andrés y Eduardo, 8 nietos y 11 bisnietos—.

Felipe, quien sacrificó su carrera naval y sus apellidos paternos para caminar cuatro pasos detrás de su esposa, no gozaba del todo de la aprobación de la reina madre, quien desconfiaba de sus ancestros alemanes (tres hermanas se casaron con oficiales nazis). Para Isabel I, su yerno era “un huno, un bruto, autoritario”, y él que no encajaba en las imposiciones reales, decía que se sentía como “una condenada ameba”, incluso le dijo a la familia real: “quédense como son o cambien, porque si no morirán”. Tampoco imaginó Felipe que Isabel llegara tan rápido al trono. Tras la muerte de su padre Jorge VI, fue coronada como reina en 1953 en ceremonia televisada.

Actualmente Isabel II es jefe de estado en Reino Unido y de otros 15 países de la Commonwealth. Preside más de 600 ONG, como el Centro de Investigación del Cáncer de Reino Unido o la Real Sociedad para la Prevención de la Crueldad hacia los Animales. La Charities Aid Foundation reveló que en 2012 ayudó a recaudar £1.400 millones (más de US$2.000 millones) en causas benéficas.

“Hasta hace poco la Reina asistía a casi 300 eventos anuales, pero con la edad la cifra ha bajado”, dice Ashley Rhodes, profesor de inglés británico en Cali, quien asegura que “Isabel II es el pegamento que une a los países de la mancomunidad —hoy es más simbólico—, y aunque no interviene directamente en asuntos de comercio libre entre el Reino Unido y otras naciones, al ser invitada por un presidente, un monarca o primer ministro, puede ayudar en el proceso y convencerlos a firmar. El mayor beneficio económico de la monarquía es “que recibimos mucho turismo real de todo el mundo, eso incrementa la imagen de nuestro país”.

Aunque su papel como jefa de Estado británica es casi ceremonial, y los “poderes de prerrogativa” han sido transferidos en gran medida a los ministros, cuando el gobierno británico declara la guerra, regula el servicio civil o firma un tratado, lo hace bajo su autoridad. Es inmune al enjuiciamiento y no es obligada a declarar ante tribunales, es dueña de esturiones, ballenas y delfines en las aguas alrededor del Reino Unido, tiene un poeta personal, puede despedir a todo el gobierno australiano, nombrar lores y aprobar caballeros. No tiene pasaporte (ha hecho 250 viajes) ni licencia de conducción, es probable que nunca haya pagado nada en su vida, recibe una generosa mensualidad del Civil List para mantener casas, empleados y vestuario y en Buckingham tiene su cajero automático de Coutts. No está obligada, pero paga el impuesto sobre renta y sobre ganancias de capital.

Faceta maternal

El príncipe Carlos nació en 1948, tres años antes de que su madre se convirtiera en reina. En 1950 llegó la princesa Ana, en 1960 Andrés y en 1964 Eduardo.

Después de celebrar el primer año de vida de su hijo Carlos, Isabel se fue al extranjero y comenzó a pasar largos intervalos de tiempo fuera. Al ser coronada, debido a su agenda real, delegó a las niñeras la crianza de sus hijos. A su hija Ana, extrovertida e independiente, no le afectó. A Carlos, sí, porque debido a su timidez y sensibilidad, su padre lo envió a un internado en Escocia. Al casarse con Diana Spencer y seguir su romance con Camila Parker, su madre lo echó de palacio y se saltó su cumpleaños 50. Al final lo perdonó y en abril de 2018 dijo que su deseo es que sea rey.

London Bridge

¿Qué pasará cuando muera la reina Isabel II de Inglaterra? Según el diario inglés ‘The Guardian’, se activará la operación London Bridge, que ha preparado ella misma.

El periodista Sam Knight explicó en 2017 en un artículo muy detallado, los protocolos a seguir por el Palacio de Buckingham tras la muerte de su monarca. Sir Christopher Geidt (secretario privado de la reina) informará la noticia al primer ministro diciéndole: “London Bridge ha caído”. Después, el Ministerio de Relaciones Exteriores alertará los 54 Estados Miembros de la Comunidad de Commonwealth, para quienes la reina es una figura simbólica. Y antes de llegar la trágica noticia a sus súbditos y el mundo en general, se habrán enterado gobernadores, embajadores y primeros ministros. Posteriormente, saldrá como noticia de última hora, simultáneamente, a la Asociación de la Prensa y a los medios globales. Y un empleado fijará un aviso a las puertas del Palacio de Buckingham y la página oficial de la Familia Real será transformada en un sitio sombrío y formal, mostrando un texto sobre un fondo negro.

En los canales y redes de televisión británicos la programación regular se interrumpirá y los comunicadores de noticias se vestirán de negro en señal de respeto. Las estaciones de radio comerciales emitirán música serena antes de hacer el anuncio, que se dice, está previamente practicado (para evitar improvisaciones que resulten inadecuadas) y probablemente será similar al transmitido el día de la muerte del padre de la reina.

Según el protocolo real, a las 11:00 a.m. del siguiente día de la muerte de la monarca, el Príncipe Carlos se convertirá en rey de Reino Unido. De inmediato su hijo mayor, Guillermo, dejará de ser el duque de Cambridge y recibirá el título de príncipe de Gales, mientras que su esposa Kate Middleton será llamada princesa de Gales.

A menos que otra pandemia lo impida, cuando la reina Isabel muera, el Palacio de Buckingham recibirá un millón de personas que desearían presentarle sus respetos a la monarca y antes de su funeral su ataúd permanecería a disposición del pueblo durante cuatro días. Los ciudadanos ingleses terminarán sus labores de trabajo como señal de luto. Y durante diez días seguidos se encenderán las lámparas del Parlamento.

El funeral será financiado por el pueblo británico y tendrá lugar 12 días después de la muerte de la monarca. El féretro real será después llevado a la Abadía de Westminster por un carruaje de armas y el Arzobispo de Canterbury dirigirá el servicio fúnebre. Líderes mundiales y jefes de estado del mundo asistirán y acompañarán la ruta del cortejo fúnebre. El Palacio de Buckingham no ha confirmado estos comentarios, ya que tiene prohibido discutir los arreglos funerarios para los miembros de la Familia Real.