Sobre mí cayó hace 45 años Andrés Caicedo, mi dueño. Yo, una máquina de escribir Sperry Rand, modelo Remington Performer, de los años 60, era su obsesión. Sobre mis teclas negras y rojas se pasaba días y noches escribiendo, sin descanso. Pero, a pesar del amor que sentía por mí, ese 4 de marzo de 1977 no pude detenerlo, y en su desespero por salir lo más rápido de este mundo, no alcanzó siquiera a retirar la última carta que escribió. Fue el último día que me acarició, con todos sus delicados dedos en mi teclado, entonces sentí que llegaba una larga soledad a mi existencia, una soledad muda, sin la música de sus palabras brotando de mi cuerpo metálico.
Como era de esperarse, me encerraron en una maleta, la misma en la que me cargaba Andrés, para llevarme con él a todas partes. “Andrés llegaba a todo lado con ella, el sonido de esa máquina está presente en los recuerdos de toda mi adolescencia hasta que me fui de la casa familiar”, me contó Rosario, su hermana. Pero esa vez me guardaron en la oscuridad de un baúl, con todas sus cosas, que no eran más que hojas y hojas manuscritas que yo había parido durante los últimos años a su lado.
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Aunque ahora me encuentro en la biblioteca más antigua de Cali, la del Centenario, rodeada de miles de libros, entre ellos los que escribió mi dueño, en ese momento no imaginaba el largo camino que debía recorrer para llegar aquí, donde hoy justamente me presentarán a todos esos buenos amigos y amigas, los lectores de Andrés Caicedo que —como él— sabrán cuidarme a mí, y a sus cosas (libros, películas y discos), por muchos más años.
A propósito, les cuento que una vez me perdí cuando Andrés viajó a Estados Unidos, a su llegada me dejó olvidada por un segundo, pero cuando regresó al aeropuerto me encontró en el mismo lugar, solitaria y segura de que volvería lo esperé allí todo ese tiempo.
Pero Rosario, quien me guardó por los últimos 12 años hasta hace pocos días, me contó la verdadera historia de cómo Andrés y yo nos encontramos: “es una máquina que a cada rato se le dañaba, y era lo único que él sabía arreglar, no sé cuándo la compró, pero supongo que fue a finales de los años 60 y lo acompañó hasta su último día. Cuando Andrés se suicida, su cabeza queda sobre la Remington, que aún tenía en el rodillo la última carta que escribió, dirigida a Miguel Marías”.
A su muerte, fue su padre Carlos Alberto Caicedo quien me recogió y guardó en su casa, “mi papá se llevó la máquina de escribir, entonces cuando yo la vi le dije que quería quedarme con ella, ‘cuando yo me muera, si es que no la he podido donar, te quedas con ella’, me respondió”, recordó Rosario.
Andrés y su Remington
También me dijo que “mi papá trató de donarla a la Biblioteca Luis Ángel Arango cuando les entregó muchos de sus manuscritos, pero no se la recibieron, porque no guardaban objetos, él nunca pudo entender eso, y siguió con la máquina de Andrés hasta que falleció en 2010 y yo me la traje para Estados Unidos”.
Puedo asegurar que solo una vez, en 2012, cuando se hizo una exhibición de los manuscritos de Andrés Caicedo en la Biblioteca Luis Ángel Arango, en Bogotá, Rosario me trajo de nuevo a Colombia por unos días y me dejaron a la vista de tantos admiradores, fue como volver a la vida. Recuerdo que esa vez casi no puedo cruzar la aduana, me iban a decomisar, porque los agentes sospechaban que mi dueña intentaba traficar algo en mi interior, que alguien se atreviera a tocarme con otra intención que no fuera literaria me pareció un ultraje imperdonable, pero logré pasar con todas mis partes intactas.
Así me cuidara tanto como su hermano, Rosario siempre buscó un hogar para mí, donde pudiera ver la luz y conocer todos aquellos a quienes Andrés escribía.
“Durante años, como mi padre, he intentado que este archivo sea acogido por una institución, pero en muchas no estuvieron interesadas o hubo demasiados trámites para lograrlo, la única que tuvo una voluntad firme fue la Secretaría de Cultura de Cali, por el momento han hecho lo posible para que la Biblioteca del Centenario albergue la máquina de escribir de Andrés y 32 libros suyos, que estaban en Lugar a Dudas. Pero seguimos conversando para que los demás objetos: manuscritos, cartas originales, entre ellas la original ‘Carta al padre’ que le escribió a mi papá, así como discos, carretes de películas, un mapamundi, todo esto pueda ser recibido en Cali”, me aseguró la hermana del escritor.
Mi sueño es que todos estos libros y objetos queden en un mismo sitio para que la gente pueda apreciar los intereses tan variados de Andrés, y su gran nivel de lectura”. Rosario Caicedo
Me sentiré más a gusto rodeada de sus discos, de esos que compró en Estados Unidos, los de Elvis Presley, Bob Dylan, Janis Joplin, Crosby Stills & Nash, Cat Stevens, y hasta uno de Carlos Gardel, que le encantaba escuchar. Incluso, para los más interesados en sus inicios como escritor, me dijo Rosario, que también donará un cuaderno “donde está su primer cuento, que se llama ‘Matar es fácil’, escrito cuando era niño, y es más bien un cómic que hizo cuando tenía 9 años y estudiaba en el Colegio Alemán, entre 1960 - 1961, en cuarto de primaria”.
Ahora quisiera hablarles de los libros de Andrés, resulta que en 1973, cuando viajó a Estados Unidos con la intención de vender sus guiones de cine, poco después de que llegáramos a Houston (Texas) donde Rosario, llegaron en otra maleta una gran cantidad de libros que no le podían faltar al escritor, adonde fuera, siempre que tuviera su máquina y sus libros, él se sentía en su hogar.
Dice su hermana que en los meses que pasó en este país, Andrés amplió su biblioteca a casi 400 libros, “él trajo muchos libros de Colombia, se imaginaba que iba a poder vender los guiones y quedarse en Estados Unidos, de mayo a septiembre empezó a recoger libros en ventas de garaje, o los que encontraba tirados en la calle, incluso en pequeños robos a librerías, que como él decía eran expropiados, pero cuando fracasaron sus planes y se quedó sin dinero, al regresar a Colombia me dijo que se los guardara hasta que él volviera o que se los fuera mandando, pero no se dio lo uno ni lo otro, él murió y yo seguí con los libros de Andrés de casa en casa, de ciudad en ciudad, como un archivo viajero”.
Andrés valoraba tanto sus libros, que cuando llamaba a su hermana siempre preguntaba: “¿Cómo están mis libros, Rosarito? En algún momento los voy a poder ir a recoger, cuídamelos”. A la que no volvió a abandonar fue a mí, que regresé con él y lo acompañé hasta ese día cuando tecleó el último punto de su vida.
Eventos en su honor
Exposición
Una parte de los libros de Andrés Caicedo, así como su máquina de escribir se pondrán en exhibición desde hoy a las 7:00 p.m. en la Biblioteca del Centenario.
Conversatorio
Seguido a la apertura de los objetos del escritor, se realizará una charla con Rosario Caicedo (hermana del escritor) y Sandro Romero Rey (editor de la obra póstuma de Caicedo), que estará moderada por el periodista Yefferson Ospina.
Concierto
El domingo a las 6:00 p.m., en el Tatrino del Museo La Tertulia, será la presentación de la banda de pop gótico tropical Nat Bieler, cuyas canciones se inspiran en la obra del escritor caleño.