Una imagen: “Gabo y Gaba en el jardín de su casa en México, en bata de levantarse, esa mañana en que les sorprendió la llamada para anunciarle que él había ganado el Premio Nobel de Literatura por su obra, en la que brillaba ‘Cien años de soledad’. La foto me lleva al telefonazo que recibí esa misma mañana, siendo directora del Instituto Colombiano de Cultura. Recién despertada, no tenía ni idea a qué se referían”, cuenta entre memorias Aura Lucía Mera, una gabófila impenitente, como se describe así misma, sobre lo que fueron las primeras horas de ese día.
Día en que Gabriel García Márquez había pasado a la historia.
Mera ejercía un cargo tan importante para la cultura nacional, que fue encomendada como delegada de la comitiva que organizaría, —en sus palabras—, el mayor homenaje de la historia de los Premios Nobel en Estocolmo, a -22 °C, al gran padre del realismo mágico. De eso ya, hace cuarenta años.
Era el magno evento, el acontecimiento más importante de la época, y quizá, uno de los más memorables de la historia cultural latinoamericana. Lo fue porque su delegada, junto a la entonces antropóloga y documentalista Gloria Triana, y otros cuantos, entre ellos, el presidente Belisario Betancur, idearon una celebración diferente: se propusieron llevar una delegación folclórica que acompañara a García Márquez a la gala en Estocolmo.
“José Vicente Kataraín, editor de Gabo, y amigo mío, quiso llevarlo un día a almorzar a mi casa. Efectivamente fue así. En aquél encuentro, hablamos de lo que haríamos para acompañar a Gabo, quien no quería asistir solo a Estocolmo”, cuenta Mera en sus reminiscencias.
Consiguieron los mejores representantes del folclor colombiano. Artesanías de Colombia les regaló los ponchos, pasamontañas y medias de frío. Avianca les prestó un avión jumbo. Enviaron piezas del Museo del Oro, y una exhibición del Museo Nacional con los grandes pintores colombianos: Botero, Obregón, Grau.
Gabo, entre tanto, se sentía intimidado, un tanto nervioso. Tanto así que, en la víspera de la entrega del Premio, estaba pensando en no ir. “Me dijo que no quería recibir nada, y le dije que no me importa, yo no había escrito nada, pero él sí y debía ir, y así fue. Tampoco quería que lo condecoráramos”, agrega la columnista de este medio.
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Cuando se llegó el momento, una mancha blanca acaparó la atención en el recinto. Gabo se había saltado el protocolo de vestuario.
“Del lado izquierdo del escenario estaban todos los Nobel vestidos de Frac negro, la única mancha blanca era la del colombiano, quien llevaba un liquiliqui, traje de tradición en Venezuela. Del lado derecho, toda la familia real, la única mancha blanca era de la reina sueca, Silvia, era como estar en un cuento de hadas. Al final, sí lo condecoré, en nombre del gobierno colombiano, no con la Cruz de Boyacá, que se negó a recibir, sino con otra. Me dijo: ‘No me la dejo poner’, y yo ‘que se la pongo porque se la pongo’”, recuerda entre risas, Aura Lucía.
Luego de la premiación hubo un banquete real. Asistieron cerca de dos mil personas que se agolpaban en un antiguo palacio. Gabo solo podía invitar 12, pero llegaron 90. El acto protocolario avanzaba cuando de pronto vieron desfilar la bandera colombiana junto a la sueca. “Todos quedaron hechizados con las voces de la Negra Grande de Colombia y Totó la Momposina, los vallenatos encabezados por el maestro Escalona y Emiliano Zuleta, y los Congos de Barranquilla. Fue un acontecimiento cultural sin precedentes”.
Un día antes, Gabo había ofrecido su discurso, titulado ‘La soledad de América Latina’, que aún hace eco entre montañas de páginas de libros y titulares de diarios. Y es que para su gabófila, —quien llamó a su casa Macondo; a su finca, Aracataca; a su tortuga, Úrsula; y a los pastores alemanes, José Arcadio y Aureliano—, este fue un discurso crudo, con nada de realismo mágico, pero con una voz potente, entre ética y satánica. “No era decir muchas gracias por el premio, fue un sermón que pasó a la historia de la humanidad”.
Gabo dijo: “Poetas y mendigos, músicos y profetas, guerreros y malandrines, todas las criaturas de aquella realidad desaforada hemos tenido que pedirle muy poco a la imaginación, porque el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida. Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
“Es comprensible que insistan en medirnos con la misma vara con que se miden a sí mismos, sin recordar que los estragos de la vida no son iguales para todos, y que la búsqueda de la identidad propia es tan ardua y sangrienta para nosotros como lo fue para ellos. La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”, continuaba.
Fue tal la imagen que dejó la delegación colombiana, que la prensa sueca escribió durante aquella semana que los colombianos les habían enseñado en toda la historia del premio, cómo celebrar un Premio Nobel de Literatura.
De aquella hazaña, llena de atrevimientos, música, cultura y letras, se escribió el libro ‘Aracataca: Estocolmo’, un escrito que recoge las vivencias de los amigos que acompañaron al Nobel colombiano.
Los textos de Álvaro Mutis, Eligio García, Alfonso Fuenmayor, Belisario Betancur, y otros, se entrelazaban con una secuencia fotográfica captada por los lentes de Nereo López y Hernando Guerrero, los dos fotógrafos que acompañaron el grupo.
De este libro no quedó más que la historia. Pues Mera, aún se lamenta de que Colcultura, convertido en Ministerio, jamás lo reeditó.
“Fue un libro divino. Tenía fotografías de lo que fue ese viaje a Estocolmo, artículos de sus amigos. Pero con el tiempo, se perdieron los negativos y quedó allí. Ese libro fue un tesoro incunable. De hecho, en su momento, el presidente Betancur quiso regalarlo a los miembros de la Real Academia de la Lengua Española, que visitaron el país, pero no fue posible. No se pudo recuperar y, para sacar fotocopias no daba la resolución. No sé qué sucedió. Sería maravilloso poderlo recuperar”.
Ahora, a 40 años de aquél episodio, Mera expone con cierta nostalgia, lo que fue su último encuentro con el Nobel, ese al que describió como un tipo adorable y algo tímido. Se lo topó en un viaje de vacaciones a Cuba, justamente en el aeropuerto de La Habana, tomándose un café con William Ospina. “Me acerqué y lo abracé. Sentí ese calor humano y esa sonrisa amplia que se metió en mi memoria”.
Luego pasaron algunos años, hasta verlo de nuevo en Cartagena, en el Congreso de la Lengua Española, pero entonces ya no se atrevió a acercarse. “Estaba con el rey de España y la intelectualidad hispana. Creo que fue una de sus últimas apariciones en público, antes de que su enfermedad lo marchitara. Perdía la memoria como Úrsula Buendía, quien murió un Jueves Santo, al igual que Gabo”.
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Un día histórico
El Nobel para Gabo no fue noticia de un día. Fue un titular que lleva cuarenta años calentando los corazones de los colombianos, mejor dicho, de toda Latinoamérica, que celebró el nombramiento del escritor esa fría madrugada del jueves 21 de octubre del 82.
México, donde vivía hacía una década el colombiano, lo asumió como propio, pues se consideró que había sido un homenaje al llamado ‘Boom latinoamericano’, a sus historias mágicas que habían seducido al mundo con sus narraciones, traducidas a diversas lenguas.
Antes de García Márquez, solo habían recibido el Nobel los latinoamericanos Gabriela Mistral (1945), Miguel Ángel Asturias (1967) —el mismo año en que se publicó ‘Cien años de soledad’—, y Pablo Neruda (1971). Después de él, el turno fue para Octavio Paz (1990) y Mario Vargas Llosa (2010).
En su anuncio oficial, la Academia sueca justificó su decisión con el argumento de que la obra del escritor colombiano reflejaba los conflictos de América Latina valiéndose de un mundo imaginario donde lo real se combinaba con lo fantástico.
Hasta ese momento, Gabo había publicado seis novelas y tres libros de cuentos. Cronológicamente, estas novelas son: ‘La hojarasca’ (1955), ‘El coronel no tiene quien le escriba’ (1961), ‘La mala hora’ (1962), ‘Cien años de soledad’ (1967), ‘El otoño del patriarca’ (1975) y ‘Crónica de una muerte anunciada’ (1981). Los libros de cuentos incluyen títulos como ‘Los funerales de la Mamá Grande’ (1962), ‘La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada’ (1972) y ‘Ojos de perro azul’ (1974).
Cuando García Márquez escribía Cien años de soledad, uno de los momentos más difíciles llegó el día que tecleó la muerte del coronel Aureliano Buendía.
Según cuenta su hijo, Rodrigo García Barcha, en ‘Gabo y Mercedes: una despedida’, libro que escribió para sanar, o por lo menos apaciguar su duelo, contando los últimos días de la vida de sus padres y el silencio en la casa; ese día de los años sesenta, Gabo salió de su estudio en la casa donde vivían en Ciudad de México, buscó a su esposa en una habitación y desconsolado le anunció: “Maté al coronel”. “Ella sabía lo que eso significaba para él y permanecieron juntos en silencio con la triste noticia”.
La obra de Rodrigo comenzó como una recopilación de apuntes para conservar dentro de la familia y se convirtió en un relato necesario para la literatura mundial.
Estas páginas son la crónica más íntima de los últimos días de un genio, escrita con la distancia justa de un testigo de excepción: su hijo, a quien en marzo de 2014 su madre le había dicho: “De esta no salimos”, al hablarle del resfriado del Premio Nobel.
Allí se ve el lado más humano de un personaje universal, más mágico que el realismo que inventó, y de la mujer en la que se fijó cuando era una niña de nueve años, quien le acompañó toda la vida y que apenas le sobrevivió unos años.
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Fundación Gabo
Gabriel José García Márquez, hijo de un telegrafista, nació el 6 de marzo de 1927 en Aracataca (Magdalena) y falleció 87 años después, el 17 de abril de 2014 en Ciudad de México. Gabo o Gabito, como solían llamarle cariñosamente sus amigos, es considerado una de las figuras más influyentes del siglo XX.
El periodismo, que el mismo llamó “el mejor oficio el mundo”, lo ejerció por primera vez en El Universal, un diario liberal de Cartagena que en 1948 lo recibió como columnista y editorialista. Su primer artículo fue publicado el 21 de mayo de ese año.
Su apuesta por la literatura comenzó oficialmente el 13 de septiembre de 1947, cuando el periódico El Espectador publicó en la página cultural, Fin de Semana, su primer cuento: ‘La tercera resignación’.
Desde su primer cuento hasta el Premio Nobel —y tal vez el resto de su vida—, su universo narrativo tuvo un referente geográfico especial: Macondo, un pueblo imaginario del Caribe donde ocurren acontecimientos terribles y asombrosos que cuentan la realidad cultural de Latinoamérica.
El 24 de junio de 1994 se constituyó legalmente la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano —hoy reconocida como la Fundación Gabo—, con García Márquez como presidente y Jaime Abello Banfi como director general, que tiene a Cartagena como su sede principal.
La idea de crear una fundación de periodismo nació por las preocupaciones de Gabo en torno a la ética profesional, la rigurosidad y la calidad narrativa del periodismo, este es su legado al oficio que amó. “Para ser periodista hace falta una base cultural importante, mucha práctica, y también mucha ética” solía decir el escritor.
Este año, cinco trabajos, tres producidos por periodistas argentinos y dos por equipos de Guatemala y Portugal, se impusieron entre un total de 1.980 postulaciones en la edición 2022 del Premio Gabo (antes FNPI) a lo mejor del periodismo iberoamericano, en su décima edición.
El Premio Gabo se entrega por primera vez en las categorías Audio y Fotografía, que se suman a las tradicionales categorías de Texto, Cobertura e Imagen, mientras que el escritor y periodista mexicano Juan Villoro, es el ganador del Reconocimiento a la Excelencia del Premio 2022, fue anunciado el pasado 28 de septiembre. Todos los ganadores estarán en Bogotá del 21 al 23 de octubre, donde recibirán oficialmente el galardón, en el marco del décimo Festival Gabo, que este año será en el Gimnasio Moderno de Bogotá. Además, trae una serie de actividades relacionadas con la ética del ejercicio periodístico. Se desarrollarán charlas, talleres, experiencias y encuentros en los que se debatirán algunos de los dilemas que enfrenta el periodismo, en tiempos en los que la defensa de los Derechos Humanos es urgente y las audiencias exigen un mayor compromiso de la prensa frente al cambio climático, la guerra y el feminismo.