Hoy a las 7:00 p.m. se inaugura en el Centro Cultural de Cali la exposición fotográfica ‘Contrapunto’, una muestra de 80 fotografías en blanco y negro y a color, donde se hace una retrospectiva de la obra del fotógrafo y músico británico François Dolmetsch.
La muestra reúne los 59 años de trabajo ininterrumpido del artista, quien vive en Cali desde 1962. La curaduría fue hecha por Juan Arias y estará en la ciudad hasta el 15 de enero de 2020.
¿Cómo fue llegar a una cultura tan diferente a la inglesa?
Llegué a Colombia secuestrado por mi esposa Ángela. La conocí en Inglaterra. Yo acababa de terminar mi último año universitario en la Universidad de Cambridge y ella estaba estudiando en mi país, haciendo la preparación para los exámenes de ingreso a la universidad. En ese tiempo sus padres tuvieron unos reveses económicos y como debía regresar a Cali, me dijo que me fuera con ella a Colombia unos meses para conocer a su familia. Y aquí he estado 58 años conociendo a su familia.
La idea de escaparme a los 22 años de Inglaterra y de ir a un continente que la mayoría de ingleses desconocen, era interesante y emocionante y como fotógrafo la posibilidad de encontrar cosas nuevas era genial. Además llegué a Cali en la época de los nadaístas, cuando Enrique Buenaventura estaba en su apogeo con el Teatro Experimental.
¿Por qué solo 80 fotos en la muestra?
Las fotos que yo considero que a través de 60 años vale la pena mostrar, son unas cuatro mil fotografías, pero no se puede hacer una exposición tan grande. Entonces Óscar Muñoz, un pintor referente colombiano, me recomendó a Juan Arias, que me ha ayudado a consolidar y organizar el archivo, porque yo no puedo ser imparcial frente a mis propias obras, porque son como mis hijos y se vuelve imposible preferir un hijo sobre otro.
Lo cierto es que yo no hubiera escogido esas 80 fotos, pero no importa, ya que cada cual encuentra en la obra de un artista cosas diferentes.
Incluso uno mismo puede toparse con una idea distinta observando una foto tomada hace años. Lo cierto es que el proceso de todo artista es querer comunicar y eso solo se completa cuando alguien ve o escucha la obra y en ese proceso son las personas quienes verán o no verán lo que hay en ella.
Han pasado nueve años ¿por qué tardó tanto en volver a Cali?
Aunque no expuse en Cali sí he estado en México, Francia, Italia y mis obras han sido puestas en las principales colecciones europeas. Tampoco detuve mi proceso creativo y en los últimos diez años he hecho una cantidad de obras nuevas.
No había vuelto a Cali porque no tenía quien me ayudara a montar una exposición.
Creo que a la ciudad le falta apoyar más la cultura y no hacerlo es un error, porque a través de la educación y de las artes la sociedad cambia. Como dicen por ahí, ‘el niño que empuña un violín no empuña un fusil’.
Ahora varias personas me han colaborado, como Juan Arias y Mariana, y creo que en la medida que haya estos colaboradores y colaboradoras uno se va animando a continuar con su labor.
Creo que invertir en la cultura es un buen negocio, porque es un generador de empleo, pero el Gobierno no lo ve y ahí se equivocan.
¿En una cultura conservadora, cómo fue hacer desnudos?
Mis desnudos empezaron después de un viaje a Juanchito, cuando acababa de llegar a Colombia. Allá uno de los atractivos turísticos eran los areneros sacando arena del río Cauca. Ellos eran trabajadores casi todos afrocolombianos, que se hundían en el agua y salían con el balde lleno de arena y, en las fotografías su piel bajo el sol tropical brillaba y tenía una similitud con el mármol negro y con el bronce.
Cuando Ángela y mi cuñada vieron las fotos me propusieron hacer unos desnudos, consiguieron las primeras modelos e hice las fotografías. Toda la parte racista que conllevó que fueran mujeres negras fue un accidente, no era intencional.
En los años 60 los desnudos era una cosa seria, pero por razones diferentes a las actuales. Pero a Marta Traba, gran crítica de arte de aquella época, le pareció un proyecto interesante, porque en Colombia los desnudos solo estaban en las obras de Débora Arango. Además las fotografías coincidieron con el auge del black power de los años 60.
¿Cómo fue pasar de lo análogo a lo digital?
Para mí fue lo mejor, porque me permitió tener más control sobre el resultado final de la imagen.
Con lo análogo gastaba mucho tiempo y material y no necesariamente alcanzaba el resultado deseado. Con la tecnología sin gastar tanto se puede hacer más.
Me parece que el verdadero mal de la tecnología son las selfies, el deseo de los recuerdos instantáneos, sin detenerse a pensar y a apreciar. Hay que aprender a ver nuevamente.