La escritora e investigadora de artes visuales chilena Ariel Florencia Richards presentó ayer en el Oiga Mire Lea, en Cali, su libro Inacabada, en el que habla sobre su proceso de autoaceptación y la aceptación, por parte de la sociedad, de su tránsito de género. Hablamos con ella.
¿Hubo algún episodio en su infancia que inclinara su gusto por el arte y la literatura?
Recuerdo que cuando mi mamá se separó de mi papá, ella –que es profesora y siempre ha sido muy lectora– se liberó y armó una biblioteca casera. Así, los libros pasaron de estar en el pasillo, en un lugar oscuro, a tener un lugar importante en la sala, en nuestra casa y en nuestra vida. Eso me hizo mirarlos de otra manera, entender que ahí había algo importante. Luego, en el colegio, la biblioteca se transformó en mi refugio. Jamás jugué en los recreos con mis compañeros y las vacaciones las esperaba porque eran los meses en que más leía. Lo mismo con los museos: ahí me siento a salvo.
Hábleme de su infancia y adolescencia en Chile. ¿Qué hechos históricos se vivían en esa época?
Nací en 1981, uno de los años más duros de la dictadura en Chile, con terribles atropellos a los derechos humanos y una crisis económica brutal. Vengo de una familia santiaguina, de clase media alta y de centro izquierda, mis padres fueron muy críticos al régimen de Pinochet, pero también tuvieron miedo a la violencia y a la represión. Con esto quiero decir que no fueron activistas. Eso sí, sé que tenían un compromiso real con la democracia. Recuerdo, por ejemplo, haber acompañado a mi papá a votar a los plebiscitos de salida del dictador y haber celebrado con alegría en la calle cuando por fin salió. También recuerdo el impacto de los desastres naturales como terremotos y aluviones que frecuentemente azotan Chile. Mi impresión, durante mi infancia, es que el mundo era un lugar convulsionado y frágil.
Como editora cultural, ¿siente que en los medios hay muchos estereotipos en el tratamiento de temáticas de género en el arte?
Por supuesto que sí. A veces me impresiona cómo los estereotipos del hombre-artista-genio y la mujer-musa-inspiradora siguen operando. También veo cómo los medios de comunicación más conservadores le temen a la reparación histórica. Este año, el Museo Nacional de Bellas Artes de Santiago se ha visto envuelto en polémicas mediáticas por acciones de curatoría y extensión que proponen una reparación de asimetrías de género que se han perpetuado desde su fundación: los medios de derecha no han tolerado eso.
¿Cómo surge Inacabada?
Como un manuscrito muy íntimo, un diario de tránsito que se fue transformando en novela a medida que se iba escribiendo. Más que como un proyecto pensado para ser publicado, se sintió como una necesidad por dejar registro escrito de una dificultad.
¿Cómo fue el proceso que vivió, antes de declararse mujer transgénero en 2018?
Creo que fui un hombre muy obediente al mandato de masculinidad. Muy cerrado con mis emociones, muy reticente a mostrarme vulnerable. Sufrí mucho los efectos de mi propio aislamiento emocional hasta que llegó un punto en que la decisión era transitar o morir.
¿Hoy en día qué le dice a su mamá por lo que ella consideraba la pérdida de un hijo?
Con mi mamá tenemos una relación reconstruida desde las ruinas del duelo que ella experimentó por la pérdida de su hijo mayor. Es al mismo tiempo una relación nueva. Nos tuvimos que volver a presentar, a entender quiénes éramos y qué nos hería. Entonces más que decirle algo sobre lo que ella consideró, me gusta escucharla, entenderla.
¿Cómo es la sociedad chilena con las personas transgénero?
Hay muchas sociedades chilenas y muchas personas transgénero, entonces no me atrevo a generalizar. Las experiencias varían según las edades, contextos socioculturales y familias de las personas que transitan. Muchas tienen que vivir el rechazo de sus entornos y sufren discriminación laboral: eso sí que puede ser una muerte en vida. Yo transité de vieja a los 37 años, en el Chile democrático y arrojado del presidente Gabriel Boric, donde tenemos una extraordinaria Ley de Identidad de Género. No hubiera tenido la valentía de hacerlo antes.
¿Qué significa venir al Oiga Mire Lea en Cali a presentar su libro? ¿Ya había venido antes?
Un honor tremendo. Tengo vínculos culturales y afectivos muy queridos con Colombia y soy una enamorada de la ciudad de Bogotá, a la que he tenido la fortuna de visitar en varias ocasiones. Así que venir a Cali por primera vez es una ampliación de este amor. Me hace mucha ilusión y aunque llevo pocas horas aquí, ya me encanta.
¿A quiénes va dirigido su libro?
Está dedicado a las personas que me acompañaron y me quisieron aun cuando yo no tenía respeto por mí misma ni amor propio, quiero decir, es un agradecimiento a quienes me vieron antes de que yo pudiera verme a mí misma. Está dirigido a todas las personas que quieran leerlo y mientras más mejor. A principios de este año la ídola mexicana Daniela Romo tuiteó que la había leído y eso me pareció inesperado y hermoso. La novela ha conectado con madres y padres de niñas y niños transgénero y me encanta.
¿Siente responsabilidad por transmitir a través del arte su vivencia?
No. Siento una responsabilidad por las cosas cotidianas: por pagar las cuentas, por llegar a la hora, por cumplir mis compromisos. Pero con el arte y la literatura siento más bien que son espacios de liberación.
¿Qué le dice a mujeres trans, escritoras o no, que están aún oprimidas por el señalamiento y no se han declarado como tal?
Que cada tránsito es perfecto porque ocurre cuando tiene que ocurrir. No hay un “es muy tarde” o “muy luego”. Presentarse ante el mundo como una, requiere coraje y hay que hacerlo cuando se esté lista.
¿Qué mujeres de la literatura admira y por qué?
Soy muy lectora de Marguerite Yourcenar, jamás me deja de sorprender la poesía en su prosa y creo que lo mismo me pasa con Clarice Lispector, cuyas novelas me parece que se pueden leer como profusos poemas. A esos libros puedo volver una y otra vez. Por otro lado vengo de un país con literaturas femeninas muy potentes: Gabriela Mistral, María Luisa Bombal, Diamela Eltit, Elvira Hernández y Cynthia Rimsky, solo por nombrar a algunas cuyos proyectos son fascinantes.
¿Qué siente hoy al decir las dos palabras “soy mujer”?
Que no hay nada más poderoso que la verdad.
¿Qué obra de arte representa el dolor de no poder ser lo que se siente que uno es?
Qué buena pregunta. Soy muy sensible a la pintura, siempre lo he sido. Me encantan las pinturas religiosas. Pienso que las piedades de Cristo nos muestran a un ser humano que murió por ser quien era y lo vemos quebrado, en los brazos de su madre que lo mira como a un recién nacido, ¿qué imagen más bella y dolorosa que esa?
Últimas noticias
¿Ha vivido algún tipo de discriminación?
No, pero mi experiencia es muy privilegiada y no representa a nadie más que a mí. Ser una persona transgénero es estar en una posición de permanente vulnerabilidad.
¿Qué piensa de sus libros anteriores, de Trasatlántico y Las Olas son Las Mismas?
Los quiero, pero los siento poco míos, más bien de la autoría de Juan José Richards. Considero que Inacabada es mi primera novela.
¿Cómo vivió la pandemia?
De nuevo, fue una experiencia muy privilegiada y particular. Adopté una perra, había empezado mi tratamiento de reemplazo hormonal, estaba sana. Pude escribir, leer y tener tiempo para mí misma como nunca antes. Pero esto no significa que la pandemia fue un período gozoso para todas las personas. Cada quién tuvo que enfrentarse a sí misma, y eso nunca es fácil.