Por Oscar Jaime Cardozo Estrada, Museo Planeta Salsa
En los orígenes de la música popular bailable aparece la contradanza afrofrancesa, instalada en el oriente del territorio cubano, hasta ese intercambio maravilloso en Cuba, de sabores musicales entre Oriente y su Son, y occidente y su Guaguancó.
El ritmo continúa su curso en el desarrollo indisoluble del gusto de las comunidades cubanas, las que en sus ratos de asueto buscaban integrar la melodía con la expresión corpórea del quehacer dancístico.
La condición humana quizás ha hecho que el hombre jamás cese en su deseo de transformar lo existente, seguramente en la búsqueda de una mayor satisfacción o de llegar a abordar niveles supremos de excelencia. Siempre se ha innovado, y no solo en el campo musical, sino en las diferentes artes y oficios de la humanidad.
Para el Son, como ese ritmo que iba ganando supremacía en el gusto de melómanos y bailadores, no fue diferente. Nace siendo interpretado por tríos en formato de una o dos guitarras, maracas o claves, y tres voces. Corre el tiempo y en ese proceso de evolución se presenta su primera transformación y curiosamente no es en oriente, sino en occidente, donde empiezan a aparecer agrupaciones en formato de sextetos y septetos, los cuales le introducen percusión y una trompeta, dándole una mayor orientación hacia el bailador.
El Danzonete
En 1929, como hijo legítimo del matrimonio entre el Danzón y el Son, nace el Danzonete, apareciendo artistas que se lucen en su intepreretación, de los que podemos mencionar a Barbarito Diez, Joseíto Fernández, Pablo Quevedo, Fernando Collazo y uno de los soneros mayores, Abelardo Barroso. Por su parte, las mujeres también tuvieron su acercamiento con el Danzonete, teniendo grandes intérpretes como la cantante cienfueguera Paulina Álvarez, a quien llegó a llamársele la emperatriz del Danzonete.
Un fenómeno que no podemos dejar de nombrar y que en otro artículo ampliaremos, es la proliferación de grandes pianistas que se dio en los años 30 en Cuba, alimentando en la lírica y en la melodía, a las orquestas que empezaban a perfilarse como los grandes intérpretes de los ritmos recién nacidos y que se imponían en el gusto del melómano y el bailador. Orlando de la Rosa, Felo Bergaza, Juan Bruno Tarraza, Candito Ruiz, Adolfo Guzmán, Mario Fernández Porta, Isolina Carrillo y René Touzet entre otros.
El Mambo
En 1938 aparece un danzón titulado Mambo, composición del hermano de Cachao, Orestes López Valdés, respaldado por la orquesta de Arcaño y sus Maravillas. Este hecho impulsa toda una confusión histórica sobre la creación del Mambo, sobre si fue el pianista matancero José Dámaso Pérez Prado o López Valdés. Finalmente, todo quedó dilucidado, indicando que fue el pianista matancero Dámaso Pérez Prado quien no solo lo creó, sino que también lo internacionalizó.
El Chachachá
Los músicos cubanos siguen en el tiempo, proponiendo experimentaciones con arreglos y formas de interpretar la música bailable. Aparece El Chachachá, como una creación que se estrena en 1953, basada en el Danzón y el Mambo, con influencia del Son, a partir de la estructuración melódica lograda por el compositor y violinista habanero Enrique Jorrín, en un ritmo eminentemente instrumental, inspirado en el sonido que hacen los zapatos del bailador sobre la pista, siguiendo el ritmo de una canción. Casi que de inmediato a la creación del ritmo, Anacario Cipriano Móndejar Soto, Ninón Mondéjar, director de la Orquesta América, agrupación donde tocaba el piano Jorrín, les introduce letra a las canciones, teniendo un canto de voces al unísono. Por eso se les considera a Jorrín y a Mondéjar los creadores del Chachachá, surgiendo el primer chachachá cantado, La Engañadora, escrito en la esquina de Prado y Neptuno, como a su letra empieza la canción.
Y si vas a la Pachanga
Ya hemos traspasado la barrera de la primera mitad del siglo XX y en el gran movimiento musical cubano surge el músico y cantautor originario de la provincia de Baracoa, Eduardo Davidson, quien propone un ritmo que arrebató el gusto de los jóvenes de principios de los años 60, tanto en Cuba como en Nueva York, a donde llegó de la mano de la agrupación del violinista Rafael Lay, La Orquesta Aragón, y el flautista José Antonio Fajardo y sus Estrellas. Es la Pachanga, la cual normalmente era interpretada por agrupaciones en formato de charanga, es decir, una pequeña agrupación que solo tiene flauta, piano, violín, percusión menor y voces al unísono. Cristóbal Díaz Ayala dice en su libro Música Cubana del Areito a la Nueva Trova, que la Pachanga es un Chachachá más libre, más abierto, más proclive a pasos diferentes y, por ende, más popular por más bailable.
El Son se va perfilando como la base de otros ritmos bailables, como es el caso de la Habanera, la Criolla, la Conga, la Rumba, la Guaracha, el Son Changüí, la Columbia y el Sucu Sucu o Sucu Suco entre otros.
La Pachanga revoluciona a la Gran Manzana
Nueva York, a principios de los años 60′s, tenía una escena orquestal nocturna saturada de orquestas de gran formato, Big Band dirigidas por importantes y reconocidos músicos. Cuando llegó Fajardo y Rafael Lay Apesteguía con su Orquesta Aragón, contagiaron con la pachanga a los virtuosos músicos que presenciaban el arribo de un ritmo, que, aunque efímero en sí, cambiaría la historia de la música popular bailable, pues era interpretada por agrupaciones en pequeño formato, lo cual no solo resultaba ser más económico sino también más fácil y versátil.
Grandes orquestas como la de Johnny Pacheco, Charlie Palmieri, la de Ray Barreto, Joe Quijano, Tito Rodríguez, Frank Grillo Machito, Tito Puente, Eddie Palmieri, Mongo Santa María, Juanucho López y Orlando Marín entre otras, adoptan como propio el ritmo de Pachanga. Otras fueron más allá y rompen con el formato de charanga y como el caso del sexteto La Playa, le introduce la guitarra eléctrica, Gilberto Cruz le agrega el vibráfono y Bobby Valentín el bajo eléctrico. Definitivamente la llegada de la Pachanga a New York revolucionó la música que tradicionalmente se venía haciendo, pues se apoderó no solo de los bailadores sino también de las orquestas, los músicos, los cantantes y los compositores.
Llega The Beatles
Pero el reinado de La Pachanga no iba a durar mucho. En el año 60 había surgido en Liverpool Inglaterra, un cuarteto que venía arroyando en Europa. Cuando llegó a Estados Unidos, hacia 1964, los jóvenes se voltearon a este pop contagioso que traía el cuarteto de peludos y rebeldes llamados The Beatles. La Pachanga empezó a quedar atrás. Los músicos del contexto popular bailable neoyorkino, se quedaron rezagados. Había qué hacer algo. Por eso, músicos inquietos como Pete Rodríguez, que luego llamarían el rey del boogaloo, un pianista que había tocado en algunas de las orquestas de New York, se dio a la tarea de producir música que trascendiera del Son al Pop y así pegó su primer éxito: Micaela. Se trata de un tremendo Boogaloo que puso a bailar y gozar a la muchachada anglolatina de mediados de los años 60 y que en Cali se acelerara de 33 a 45 RPM, para darle mayor lustre al bailador. Todavía no podíamos llamar Salsa al ritmo aquel que arrebataba a las parejas de la mesa, para hacerlas revolotear en las establecidas pistas de baile.
Otro músico se pega al movimiento de resistencia al pop. Aparece en la escena un muchacho de escasos 19 años, pero de un virtuosismo en el piano que descrestaba al mejor maestro de los músicos. Se trataba de Ricardo Maldonado Morales, el cual tiempo después y en honor a su fallecido hermano Ray, decidió llamarse Richie Ray. Recordemos que Raymond Ray Maldonado perteneció a la Fania All Stars y en el inolvidable concierto de inauguración del Coliseo Roberto Clemente en Puerto Rico, se faja en trompeta el sólo que hiciera en la guitarra, en el concierto de Fania en África, Jorge Malo Santana, el hermano de Carlos Santana. Esa mezcla de música latina con influencias del pop recibió el nombre de Boogaloo. La costumbre del barrio y la esencia de la esquina, se volcó a la música que acababa de nacer en pos de no consumir solo lo que venía de Inglaterra, sino también darles a los jóvenes latinos, la música misma de las raíces cubanas, boricuas y newyorikan, de poner en la pista de la creación el sentimiento de amistad, de espíritu rumbero de los jóvenes del Caribe y lograr una perfecta combinación del pop y los ritmos latinos.
Empiezan a aparecer espaldarazos al nuevo ritmo. Orquestas de corte netamente ortodoxo como El Gran Combo de Puerto Rico, ingresa al movimiento del Boogaloo e hizo varios trabajos acoplados a la moda juvenil de entonces. Era la época del Boogaloo, el Jala Jala, el Yeyé, el Gogó y el Pata Pata de Mamá África, Miriam Makeba.
Ricardo Ray y su dupla Bobby Cruz saltan también a la escena rumbera con el Jala Jala y Boogaloo. Igual lo hace Tony Pabón con su orquesta La Protesta. Pabón venía de cantar con la Orquesta de Pete Rodríguez.
A todo lo anterior se suma que las Big Band como las de Machito, Puente y Rodríguez, venían en decadencia, pues los grandes salones de baile habían desaparecido. Las orquestas ya se constituían de entre 8 y 10 músicos y en algunos casos en sextetos y septetos. Tenían oportunidades en el mercado anglo y en el mercado latino, por lo que decidieron cantar ritmos latinos, con clara influencia jazzística, y en muchos de los casos en spanglish.
A nuestra manera de ver, con el Boogaloo se abre la auténtica puerta al género salsa, pues lo jóvenes rebeldes sin causa de la época, se apropian de la forma de bailar el pop y el rock, pero con sabor latino, que les permitía el lucimiento en las pistas de fiestas que se programaban los fines de semana en las casas de familia y en los bailaderos dispuestos para los jóvenes más osados, que se daban el lujo de alejarse de familia y amigos para sucumbir en la noche.
En una próxima entrega, la tercera, llegaremos finalmente a la Salsa, para acercarnos a la era actual de la timba y la salsa choke.