Cuando concluyó la Segunda Guerra Mundial, el joven danés Henrik A. Langebaek decidió abandonar su continente y cruzar el océano en busca de tierras más cálidas, así llegó a nuestro país donde encontró trabajo en una empresa familiar y el amor de una colombiana con la que se casaría.
Radicados en Bogotá, en 1962, nacería el hijo de este matrimonio colombo-danés, llamado Carl Henrik Langebaek, como su abuelo paterno, Carl creció influenciado por el profundo amor que su padre tenía por la historia, y sobre todo por la prehistoria, por eso, desde muy temprano tuvo claro que se dedicaría a la antropología y la arqueología.
“Mi padre era muy apasionado de la arqueología, en Dinamarca existe la tradición de los gabinetes de antigüedades, que son como curiosidades viejas y de la prehistoria que guardan las familias, y mi papá trajo esa tradición a nuestra casa en Colombia y a través de esos objetos, como hachas de pedernal, me fui enamorando de este mundo”, cuenta Carl, quien se graduó como Antropólogo de la Universidad de los Andes, y tiene un doctorado en Arqueología de la Universidad de Pittsburgh (EE. UU.).
El trabajo arqueológico de Langebaek se ha especializado en dilucidar el pasado prehispánico del territorio que hoy llamamos Colombia, para ello ha estudiado las culturas y los vestigios prehistóricos hallados de la Sierra Nevada, Tierradentro, Boyacá, entre otros lugares de la geografía nacional. Entre sus publicaciones se cuentan ‘Los herederos del pasado’, libro por el que recibió el Premio Ángel Escobar en 2009, y el libro de divulgación histórica ‘Los muiscas’, un referente indispensable para adentrarse en la complejidad y riqueza social de esta cultura indígena.
Sin embargo, la obsesión de Carl Henrik Langebaek siempre ha sido correr el velo de ignorancia que cubre la prehistoria de Colombia, por ello dedicó varios años a investigar y recoger los hallazgos más recientes y sólidos de la arqueología que permitan describir en términos de flora, fauna, clima, topografía, así como las particularidades sociales, alimentarias, religiosas y políticas de los primeros pobladores del territorio. Describir, no solo de acuerdo al propio trabajo sino destacando los aportes de otros arqueólogos, hasta donde es posible en la actualidad, ese largo pasado que precedió a la llegada de los españoles en 1492. El resultado de estas investigaciones es el libro ‘Antes de Colombia. Los primeros 14.000 años’, donde el arqueólogo colombiano logra articular por primera vez el pasado prehispánico con el presente, ampliando la concepción de la historia colombiana con una perspectiva más compleja, rica, sorprendente y, sobre todo, diversa de nuestros orígenes.
“El trópico invita a la diversidad, no invita a la formación de grandes imperios como en otros climas y geografías, por eso desde la prehistoria tenemos una multiplicidad de culturas, y eso encontraron los españoles”.
Carl Henrik Langebaek
—En la dedicatoria que hace a su padre habla de un término danés, el “oldtid”...
Ese es un término muy bonito de los daneses para lo que nosotros llamamos prehistoria. A mí me parece que el término prehistoria es muy antipático, porque deja entender que hay pueblos o comunidades anteriores a la historia, lo que no es preciso. Mientras que en danés “oldtid” quiere decir “los tiempos viejos o antiguos”, que no es tan peyorativo. Mi padre siempre hablaba del “oldtid de la gente”, desde la infancia tengo grabada esa palabra.
—¿Considera que con ‘Antes de Colombia’ se está saldando una deuda con un enorme pasado que ha permanecido ignorado por la mayoría de los colombianos?
Hay en Colombia dos actitudes que son terribles con respecto a nuestra propia historia, y más en el caso de la historia prehispánica. Una de estas es pensar que fue un pasado ideal de paz y convivencia, y la otra nos lleva al otro extremo, que se trató de tiempos bárbaros. Y a esto se suma el sentimiento de inferioridad frente a las culturas indígenas de este territorio, los comparamos con Perú y con México, decimos que estos indígenas no hicieron nada impresionante como los Incas o los Aztecas, no tenemos pirámides o grande ciudades antiguas. Entonces tendemos a mirar nuestro pasado con muchas limitaciones. Nosotros solo llevamos 200 años de vida independiente, eso cómo se compara con más de 14.000 años de historia que tiene este país en un territorio profundamente diverso, porque fue ocupado por sociedades muy diferentes entre sí. Incluso diría que a veces nos lavamos las manos muy fácilmente, recordando los horrores que hicieron los españoles, pero olvidando los que nosotros mismos hacemos hoy en día y por los que no podemos culpar a nadie más que a los colombianos.
Hoy los arqueólogos publican cada vez más en revistas muy especializadas, y los estímulos en la academia se han enfocado, debo decirlo tristemente, a premiar esa hiperespecialización. Ya no tenemos esa tradición de dialogar con la gente y contarle lo que nosotros hemos descubierto, entonces el resultado de eso es un conocimiento fragmentado que la gente no comprende, y más importante, que no les apasiona. Pero, en realidad, contándolo de la forma adecuada, cualquiera puede darse cuenta que todo lo que se hace en arqueología tiene una historia interesantísima que puede capturar la atención de todos, porque en el fondo todos tenemos una necesidad de conocer nuestro pasado.
Entonces, creo que traté de saldar una deuda con la historia, y a nivel muy personal, saldar una deuda mía con la forma como se ha entendido la arqueología en este país, puesto que creo necesario que los arqueólogos nos comuniquemos con la gente y de vez en cuando abandonemos la escritura técnica aburrida, y realmente contemos lo que ha sido la historia tan fascinante del poblamiento prehispánico en lo que hoy en día se llama Colombia.
—¿Por qué son escasos los libros de divulgación arqueológica sobre el periodo prehispánico y el pasado más remoto de Colombia, mientras que abundan las obras del periodo colonial y republicano?
Los textos disponibles que resuman la arqueología de Colombia son muy pocos y viejos, pero hay muy buenos textos contemporáneos sobre nuestra historia para el público en general, como los de Jorge Orlando Melo y otros. Pero de los tiempos prehispánicos las últimas síntesis son muy viejas, con más de 20 o 30 años, hay algunos muy importantes escritos por Gerardo Reichel-Dolmatoff, pero actualmente el trabajo de muchos arqueólogos, colegas míos, ha hecho contribuciones fantásticas al conocimiento de la prehistoria de Colombia y que valía la pena resumir, integrar, discutir, a veces estando de acuerdo o no, pero integrados en una visión general que el lector pueda comprender fácilmente y se entusiasme, porque este pasado realmente es fascinante.
Pero hay un mensaje de fondo que intento comunicar con este libro, y es que entendamos que nuestra manera de ver el mundo hoy no es la única forma, hay otras formas distintas a lo que nos han enseñado desde niños, que la naturaleza humana se puede entender diferente a esa forma obvia de sociedades competitivas que viven para maximizar beneficios, de hombres egoístas y dominadores, de supeditar todo a la economía y el lucro. Porque cuando conocemos el pasado prehispánico encontramos formas muy distintas de entender la riqueza, la cooperación, la competencia, incluso la violencia. Eso es muy importante para crear en nuestras conciencias la capacidad valorar las diferencias culturales, valorarlas y respetarlas.
—¿Cuáles son algunos de esos hechos del pasado prehispánico que siguen interactuando con el presente?
Escribí este libro con la conciencia de que el pasado solo tiene valor en la medida que nos ayuda a comprender el presente, no se trató solo de curiosidad intelectual. Quise enfrentar al lector con el presente pero haciéndolo consciente de que hay formas distintas de ver el mundo, con eso intento demostrar que nuestro esquema habitual de desarrollo, de lo que llamamos civilización, está equivocado. Obviamente no soy el primero en decirlo, hay muchos antropólogos que han insistido en esto desde hace años.
¿En qué consiste nuestra idea de civilización? Fíjate en las cucarachas que nos meten en el colegio, nos decían que los pueblos indígenas eran salvajes e ignorantes, que poco a poco fueron aprendiendo a hacer algunas cosas como cerámica y orfebrería, y medida que fueron más inteligentes encontraron la escritura y luego hicieron pirámides, etc. etc. Pero lo que este libro demuestra es que esa no es la verdadera historia, que cuando hablamos de civilización estamos hablando de muchos actos de salvajismo, y en cambio la historia de estos pueblos anteriores a la civilización tienen un montón de cosas que enseñarnos sobre cómo hacer las cosas de forma diferente.
En lo que hoy es Colombia, en el norte de Suramérica, no se desarrollaron esas grandes civilizaciones como en Perú, México o China, pero se desarrollaron otro tipo de sociedades que claramente no estaban interesadas en ser grandes civilizaciones, que además tenían todos los mecanismos para evitarlo, porque a veces ser civilizado no es más que una forma de aprovecharse de los demás.
—En su libro también hace una crítica de los prejuicios que se tienen sobre las comunidades indígenas, que los llamamos “nuestros indígenas”, cuando en realidad no los conocemos...
Nosotros nos apropiamos de los indígenas, nos inventamos narrativas de ellos, que van desde la peor hasta la mejor, o que son caníbales o que son sabios ecológicos, pero sin ningún sustento. Te imaginas que ellos se dirigieran a los demás como “nuestros colombianos”. Los indígenas no son nuestros, son dueños de ellos mismos. Con esto hago un llamado a que pensemos cómo nos imaginamos a estas sociedades, a veces abusando de ellas de forma retórica, sin realmente tener un conocimiento profundo, y tal vez lo que es peor, sin el más mínimo respeto por ellos.
—¿Considera que lo que se cuenta en este libro debería articularse con lo que hoy se enseña en los colegios y escuelas?
Eso sería importantísimo, porque creo que en los colegios no se habla de este tema, y no se enseña de forma crítica. Puede ser que dediquen algunas clases, dentro de la historia general, pero si la misma historia reciente no es objeto de debate, mucho menos la prehistoria. Ojalá este libro entusiasme a muchos maestros para enseñar más sobre el pasado prehispánico y acabar con los estereotipos que suelen inculcarse en estas instituciones. De aquí pueden partir para mirar ese pasado con interés y apasionamiento, encontrando muchas enseñanzas en esos pueblos indígenas. Porque no podemos decir una sola cosa de los indígenas colombianos, ya que fueron muy diversos.
—¿Cuál es la importancia de Chiribiquete para entender la prehistoria de Colombia?
Las investigaciones realizadas en Chiribiquete por Carlos Castaño y Thomas van der Hammen, y las de La Lindosa por Gaspar Moscote, Gonzalo Correal y otros arqueólogos en el Amazonas, son importantes porque durante años muchos expertos pensaban que esta zona era muy difícil de poblar y que probablemente sería tardío, debido a la hostilidad de la naturaleza, desde luego desconocían las maravillas del trópico. Pero estos hallazgos demuestran que sí hubo un poblamiento muy activo y muy complejo desde épocas muy antiguas en el Amazonas, que es una selva tropical. De hecho, durante bastante tiempo se pensó que atravesar el tapón del Darién había sido imposible para los indígenas, pero resulta que lo estuvieron haciendo de sur a norte y norte a sur, desde hace por lo menos 14.000 años, sin ningún problema. Esto quiere decir que los primeros pobladores se adaptaron muy bien a diferentes ambientes desde que entraron al territorio que es Colombia.