Dos hombres mayores entran a una ‘Sex shop’ de Madrid. Ambos rondan los 70 y 60 años, uno de ellos, el más joven, se dirige a la vendedora: “hemos entrado a ver pollas”. “¿Realistas o abstractas?”, pregunta ella con total naturalidad. “Cuanto más realistas, mejor”, responde el hombre, cuyo cabello blanco y alborotado hace que parezca una vieja estrella de rock. Mientras tanto, el otro hombre que usa gafas, también de cabello blanco y muy corto, esquiva las miradas. La vendedora se pierde un momento y luego sale sosteniendo en sus manos un pene erecto con todo y testículos. Entonces, lo que parecía ser el preludio de la desenfrenada noche sexual entre dos viejos amantes, al instante se convierte en una clase de biología:
—Aquí hay dos cosas —empezó a exponer el viejo con cabello alborotado—, el tamaño del pene y el de los testículos. Particularmente los testículos tienen una relación directa con la biología social. Hay especies monógamas, polígamas, promiscuas y especies solitarias también. El orangután, por ejemplo, es solitario. La biología social está determinada por los genes. No es que el gorila diga: yo quiero ser polígamo, sino que tal es su biología. Entonces, lo que refleja el tamaño de los testículos es lo que llamamos la «competencia espermática». Anota esta expresión —le dice al otro viejo, que parece ser su alumno—, «competencia espermática».
—Anotada —responde el otro.
—La competencia espermática —continuó— se da en especies en las que los espermatozoides de los diferentes individuos compiten por fecundar un óvulo. Hay en el grupo una hembra que está ovulando. Hay un óvulo disponible, fecundable, digámoslo así. Y hay especies en las que muchos machos compiten por la hembra portadora de ese óvulo. Pongamos una hembra de chimpancé. Una hembra de chimpancé tiene un periodo de celo o de actividad sexual, que técnicamente se llama «estro». Este periodo se da cada cuatro años y dura un mes. Esa es la vida sexual de una hembra de chimpancé —confirmó, sin dejar de sostener el pene realista, con su escroto, entre las manos—. Ahora bien, durante ese mes puede copular con diez machos el mismo día.
—¡Bárbaro! ¿Y el resto del tiempo?
—Bueno —aclaró—, calcúlale ocho meses de embarazo durante los que no hay ovulación y tres años de lactancia, durante los que tampoco ovula. Así que, entre unas cosas y otras, cuatro años sin actividad sexual. Hasta aquí se entiende, ¿no? Pero cuando una hembra copula con muchos machos —continuó—, los espermatozoides compiten por fecundar ese óvulo. Solo uno lo conseguirá. Piensa que, en una eyaculación normal nuestra, el número de espermatozoides es de varios cientos de millones. Unos trescientos. Haz cálculos. Diez cópulas al día durante un mes. La competencia espermática es brutal. El macho que produce más espermatozoides tiene más posibilidades de que sus genes pasen a formar parte de la cría. Y de eso se trata, de perpetuar los genes.
—Claro —apuntó el otro.
—Los espermatozoides de los chimpancés —continuó el viejo que estaba demostrando ser un sabio—, además de la cabeza y la cola, tienen, en la llamada «parte media», que es donde están las mitocondrias, unos orgánulos que producen energía. Los ingleses lo llaman the fuel tank, el depósito de gasolina, y en los espermatozoides de los chimpancés ese depósito es grande. Pero a lo que íbamos es a que el tamaño de los testículos es un buen indicador del grado de competencia espermática de una especie. Los gorilas, por el contrario, viven en grupos en los que solo hay un macho, el «espalda plateada». Muchas hembras y un macho. Ahí no hay competencia espermática porque cuando una hembra está en celo solo tiene un macho a su disposición. ¿Me sigues?
—Te sigo —dice el otro.
—Entonces, ¿qué tamaño tendrán los testículos del gorila?
—Pequeños.
—O sea, que un gorila, con todo lo grande que es, tiene unos testículos ridículos —concluyó blandiendo el pene en la mano derecha como algunos políticos blanden un ejemplar de la Constitución—, un chimpancé es más pequeño que un humano, pero cada uno de sus testículos tiene el tamaño de un huevo de gallina.
—¿Y los nuestros? —preguntó el viejo alumno.
—Los nuestros, el de una nuez. Imagínate lo que va de una nuez a un huevo de gallina.
—Entonces, entre los humanos —dedujo el de gafas—, hay cero competencia espermática.
—La hubo en tiempos remotos. Ahora no, porque formamos parejas estables. Hay una expresión que te gustará: «confianza en la paternidad». Apúntala también.
El sabio sin pudor no es otro que Juan Luis Arsuaga, el paleoantropólogo más importante de España y director de las excavaciones arqueológicas en los yacimientos prehistóricos de Atapuerca. El otro, que asumió ser su alumno, es Juan José Millás, uno de los escritores más leídos en Hispanoamérica y ganador del Premio Planeta, en 2007, por su novela ‘El mundo’. Este diálogo fue extraído de ‘La vida contada por un sapiens a un neandertal’ (2021), un libro híbrido entre divulgación científica y literatura, donde dos hombres curiosos que caminan por Madrid, aprovechan los espacios más cotidianos (restaurantes, plazas de mercado, parques infantiles, jugueterías y hasta una ‘sex shop’), para descubrir todas las conexiones que la vida moderna mantiene con la prehistoria y cómo los seres humanos, en apariencia y comportamiento, conservamos vestigios de la larga evolución de las especies.
Así concluyen en otro diálogo al final del libro:
—El oído humano es estupendo, pero tiene muchos problemas. El martillo y el yunque formaban, en los reptiles, parte de la articulación de la mandíbula. Más tarde se convirtieron en instrumentos para la escucha. Del diseño de un reptil ha salido un mamífero como tú, ya ves. No es que seas perfecto, pero como chapuza estás muy bien. Estamos hechos de la ropa de segunda mano que desecharon nuestros hermanos mayores. La placenta, por ejemplo, se crea a partir de un huevo. La placenta es genial, pero no le puedes pedir la misma perfección que si hubiera sido hecha ex novo.
—En el fondo seguimos siendo peces.
—Pues sí. De hecho, nuestros pulmones eran los órganos de flotación. Nuestro organismo se ha ido construyendo igual que un libro: corrigiendo, tachando… No somos el resultado de una planificación, de un diseño. La naturaleza, como demostró Darwin, carece de propósito. Sin embargo, es capaz de crear estructuras biológicas con propósito. La naturaleza no busca, pero encuentra.
Desde su apartamento en Madrid, Juan José Millás emprende un nuevo diálogo con un sapiens del nuevo mundo, ¿o seré también un neandertal, otro más? El escritor español habla de su pasión por las ciencias y de cómo en una visita a los yacimientos de Atapuerca, donde se encuentran restos de especies humanas con más de 800.000 años de antigüedad, se percató de que “la prehistoria no solo no es un asunto del pasado, sino que goza de una actualidad conmovedora”. Esta experiencia lo motivaría a proponerle un experimento inusual, pero instructivo, al paleoantropólogo Arsuaga, que mediando unas copas de Ribera del Duero, respondió: “lo hacemos”. Ese sería el primer diálogo de ‘La vida contada por un sapiens a un neandertal’.
—¿Cómo fue la experiencia de mezclar literatura y ciencia en este libro?
—No tenía una idea previa de lo que quería hacer, solo sabía que debía utilizar el discurso de Juan Luis Arsuaga, el paleoantropólogo me fascinó cuando lo escuché hablar durante mi visita a los yacimientos arqueológicos de Atapuerca, mundialmente conocidos. Allí frente a nuestros ancestros de 800.000 años o más, comprendí que esa gente considerada lejana, en realidad estaba aquí al lado y son nuestros abuelos. Yo sentí que en cierto modo los afanes y dificultades que vivieron estas gentes también eran los míos, y conocerlos me enseñaba más de mí mismo, que la historia de mi vida contada por mis propios abuelos biológicos.
Fue precisamente Arsuaga, de quien yo había leído algunos libros, quien me guió por los yacimientos. Aunque yo recordaba que leer sus libros entrañaba alguna dificultad, porque su escritura es más para el mundo académico, sin embargo descubrí que tenía un discurso oral fantástico. Entonces pensé que si conseguía adueñarme de este discurso podría escribir algo, pero no sabía qué: una novela, un ensayo, o un híbrido de ambos. Yo solamente sabía que quería transmitir ese conocimiento sobre la vida que había aprendido con este sabio. Se lo propuse y nos pusimos a trabajar juntos, íbamos de aquí para allá, viajando, él me enseñaba lugares y yo iba apuntando todo para contar luego la experiencia. Así fue armándose el libro, sin una idea clara. Al final, cuando salió el libro, en una librería que lo presentamos, la directora nos dijo que estaban teniendo problemas para catalogar el libro. No sabían en qué sección ponerlo, porque es una novela que no es novela, un ensayo que no es ensayo, una entrevista que no es entrevista, pero esa es para mí la mayor virtud del libro, que es un híbrido. Va en contra de la tendencia general a etiquetar libros en un género particular, pareciera que sin las etiquetas no sabemos cómo enfrentar un libro, es cierto que orientan, pero también reducen. Nos cuesta aceptar esos libros que son inclasificables porque tienen un poco de todo. Pero con este libro la gente se olvidó de las etiquetas y empezó a leerlo, le ha ido muy bien.
—¿Cómo descubrió la forma dialogada del libro?
—Lo único que a mí me preocupó en un principio, es que yo con mi cabeza de novelista deseaba darle una unidad narrativa. Un día, en uno de mis encuentros con Arsuaga, me dijo: “No te preocupes por la unidad narrativa, ese será un efecto secundario o colateral del diálogo”. Efectivamente, yo me despreocupé y me fui dando cuenta de que así como en una novela o cuento, la unidad se presentó como un efecto natural de la forma de trabajar. Resultó un libro muy unitario, a pesar de los diferentes hilos conductores. Yo fui escribiendo el día a día, que por una parte se parece a la forma en que escribo mis novelas, en las que nunca sé qué va a pasar en la página siguiente, no sé siquiera cómo van a acabar, yo escribo precisamente para averiguarlo. Creo que escribir a ciegas es uno de los modos más felices de escritura, sin saber adónde vas. Y también es uno de los modos más gratificantes de lectura, cuando estás en una sorpresa continua, y te vas preguntando siempre ¿y ahora que vendrá?
—Arsuaga y Millás se convierten en una pareja de personajes inolvidables, como otras de la literatura clásica…
—Una de las críticas más inteligentes que he leído sobre nuestro libro dice que aunque es difícil de etiquetar, se distingue por sus aromas clásicos. Uno de esos aromas es afín con la pareja del Quijote y Sancho, ya que Arsuaga y yo somos muy diferentes, venimos de mundos distintos, él de la ciencia y yo de las humanidades, y precisamente una de las cosas que más me gustó y que no estaba en principio en mi cabeza, es que en el libro se hermanan el discurso científico y el humanístico, que desgraciadamente en algún momento de la historia se separaron, pero que yo considero debieron permanecer siempre unidos. Aunque nosotros al principio sentimos que hay un muro entre la ciencia y las humanidades, en seguida empezamos a hacer agujeros en él, entonces por allí yo me pasaba a la ciencia y Arsuaga a las humanidades, en ese sentido nosotros nos sentimos orgullosos de haber vuelto a unir estos caminos divorciados.
—¿Qué opina de la literatura de divulgación científica?
—Yo no sé si exista una literatura de divulgación científica o una ciencia de divulgación literaria, o son lo mismo. Pero lo cierto es que la ciencia muchas veces tiene que recurrir a la literatura para explicar algunas cosas de su mundo, Freud para explicar el subconsciente tuvo que apropiarse de todos los mitos griegos y aprendió español para leer El Quijote.
Yo te reto a que vayas a una biblioteca de libros de física, por ejemplo, y toma uno al azar, busca en el índice onomástico y verás que no hay ninguno en el que no aparezca Lewis Carroll, autor de ‘Alicia en el país de las maravillas’ y ‘Alicia a través del espejo’. Porque estas obras proponen temas de la física que los científicos después descubrieron. Del mismo modo, yo que soy un buen lector de literatura científica, la leo desde una perspectiva literaria. Para mí el principio de incertidumbre de Heisenberg, que explica una teoría física, me parece que tiene una carga literaria enorme, su primer enunciado que, para decirlo de forma apresurada, consiste en que la mirada del observador modifica el comportamiento de lo observado, para mí eso es el tema de una novela. Es decir que siempre ha habido escritores de literatura que han leído el discurso científico desde el punto de vista literario, y científicos que han leído literatura desde el punto de vista científico.
Esto que sucede no es una rareza, solo que se ha teorizado muy poco, y por lo tanto somos muy ignorantes de este fenómeno. Aunque la ciencia y la literatura se separaron hace muchos años, siempre se han alimentado una de otra, hay mucha pruebas además de las que mencioné, solo fíjate en la nomenclatura de la astrofísica, expresiones como “agujero negro” son muy literarias, o lo que pasa en sus bordes que se llama “horizonte de sucesos”, también parece una expresión poética, toda esa terminología tiene una carga simbólica muy poderosa; y el discurso literario observado desde la ciencia tiene una carga de verdad asombrosa.
—Pero, ¿qué importancia tiene que actualmente la literatura este reivindicando el conocimiento científico?
—Es importante para enfrentar el cúmulo de ignorancia que existe hoy en el mundo, y aunque espero que sirva para eso, no creo que ese sea su objetivo. Cuando yo me siento a escribir una novela no pienso en los efectos que va a tener en la sociedad, pienso que yo tengo una necesidad de explicación del mundo y la escritura me ayuda a encontrarla, y sospecho que como las personas no somos muy diferentes, lo que me sirve a mí como escritor también servirá a otros como lectores. Pero no pienso que estoy escribiendo algo útil para una causa, yo no escribí este libro porque pensara que sería útil para aliviar ignorancia de algunas personas, me puse a escribirlo para aliviar mi propia ignorancia, ya es un efecto secundario si alivia también la ignorancia de los lectores.
—En este libro usted es el neandertal y Arsuaga el sapiens, pero a veces sus identidades se confunden, y el sapiens no es tan sabio y neandertal no es un bruto. De hecho, existe un prejuicio que atribuye a los neandertales los peores comportamientos de los humanos, la ignorancia, el machismo y la violencia… Pero la ciencia ha explicado que fueron una especie que logró mezclarse con los sapiens, por eso tenemos algunos genes neandertales…
—Como sabes hubo cinco o seis especies de homínidos, entre las cuales está el homo neandertal, pero solo ha sobrevivido homo sapiens. Yo siempre he mirado con mucha ternura a los neandertales, porque me parecían —y lo que voy a decir no tienen ningún carácter científico es solo una proyección mía—, es que el neandertal era un personaje ingenuo y bondadoso, una especie que en contra de lo que se ha pensado, se ha comprobado su capacidad simbólica y que rendía culto a sus muertos, que dominaba herramientas y técnicas complejas. Por eso yo quiero pensar que no sobrevivió a sapiens, porque sapiens era más listo en el peor sentido de la palabra. Entre sapiens y neandertales hubo muchos intercambios, entre esos el sexual, por eso me gusta bromear que cuando hubo esa mezcla a de la cual aún conservamos un 3% o 44% de genes neandertales, que cuando el sapiens y el neandertal se acostaron, los neandertales follaban por amor y los sapiens por interés.
Entonces, yo he jugado a esto en el libro, he hecho el papel de neandertal ingenuo y sentimental, mientras he asignado a Arsuaga el papel de sapiens listo, pero no siempre listo en el mejor de los sentidos, aunque evidentemente su inteligencia nos permitió sobrevivir.
—Los libros de divulgación también responden a esa necesidad de que la ciencia sea, digamos ‘traducida’ al lenguaje común, algo que usted hace con Arsuaga…
—No siempre es así, aunque evidentemente hay textos científicos que si no estás a su altura cultural no los puedes entender, pero hay muchos otros que poniendo un poco de interés se pueden descifrar. Hay que poner mucho de nuestra parte para leer ciencia y a lo mejor ayudarse de un buen diccionario, pero la recompensa es que leer alguno de estos libros te devuelve un 150% de conocimiento que tú no tenías antes. Por otro lado, hay pensamientos científicos que si se hermanan con el discurso literario funcionarían mucho mejor de cara a lectores sin formación científica. Entre estos podemos encontrar textos científicos que tienen capacidad de llegar a todo el mundo, el caso de ‘Sapiens’ de Yuval Noah Harari es una historia de la humanidad muy rigurosa que puede leer cualquier persona medianamente culta. Aquí en España se ha publicado hace poco un libro hermoso que se llama ‘El infinito en un junco’ de la filóloga Irene Vallejo, es un libro que cuenta la historia del libro de forma absolutamente rigurosa desde el punto de vista historiográfico, y sin embargo es un libro que se lee como una novela. Es decir, que no siempre los libros de carácter científico son inaccesibles.
Claro, yo no puedo leer un libro de gran altura matemática, porque yo no sé demasiadas matemáticas. Pero sucede igual con textos literarios de gran altura. Un lector poco experimentado no puede leer el ‘Ulises’ de Joyce, o leer al mismo Homero con profundidad, porque para leer gran literatura se necesita experiencia y sabiduría lectora. Si tú entregas el ‘Ulises’ a una persona de 40 años sin experiencia lectora, lo más seguro es que lo tire a la basura. Es lo mismo que le pasa a un lector inexperto cuando se enfrenta a un ensayo científico. Entonces esto sucede en los dos ámbitos, no pensemos que la literatura es más accesible que la ciencia, si te has formado para leer literatura es accesible para ti, si no te quedarás en la superficie. Incluso con un libro en apariencia sencillo como ‘La metamorfosis’ de Kafka, un lector experimentado llegará más al fondo de su contenido y saldrá más enriquecido, que uno menos experimentado, es decir que esto de la dificultad para entender un libro, sea científico o humanístico, depende mucho de las capacidades y la experiencia de cada lector.
—Volviendo a esa idea de leer ciencia literariamente y literatura científicamente, ¿es esto un fenómeno reciente, que los escritores particularmente se alimenten de las teorías y conocimientos científicos para hacer literatura?
No creo que sea tan reciente, ‘De rerum natura’ o ‘Sobre la naturaleza de la cosas’ de Lucrecio, un poema del siglo I A.C., ya mezcla ciencia y literatura de un modo sorprendente. Yo creo que esa corriente ha existido siempre, algunas veces más oculta y otras más evidente. ‘El origen de las especies’ de Darwin, es un libro científico maravilloso, pero si no hubiera pasado a la historia de la ciencia, merecería un lugar en la historia de la literatura, porque está muy bien escrito. Este fenómeno no es reciente, yo creo que atraviesa toda la historia de la literatura y la ciencia, lo que pasa es que así como tenemos historias de la novela o la poesía, no existe una de libros donde lo humanístico y lo científico estén trenzados, por lo tanto somos un poco ciegos a esta tradición, pero si nos ponemos a buscar los encontraremos.