Por Laura Valeria López Guzmán / Especial para El País
En su más reciente libro, la escritora Marta Orrantia teje el intrincado relato común de diferentes mujeres a lo largo de la historia colombiana. Dentro de las páginas de ‘Juego de té’, su nueva novela, hay un viaje por el árbol genealógico de la protagonista, que tiene como desencadenante una vajilla de porcelana que por generaciones viene acompañando a su familia, pero nunca se ha utilizado.
¿Qué importancia tiene el linaje femenino en ‘Juego de té’?
El linaje, entendido como la condición de lo femenino, creo que ha cambiado mucho. Ya no podemos hablar de “lo femenino” o “lo masculino”, porque esos límites que antes eran tan rígidos han venido desvaneciéndose. Por supuesto todavía existen preconcepciones sobre lo que debe ser una mujer y su papel en la sociedad. Hay quienes creen que, como antes, las mujeres son las cuidadoras, que son definidas además por su papel de madres, que son quienes se encargan de las labores domésticas, en fin. Pero espero que esos parámetros estén modificándose y que cada vez hablar de esto resulte más arcaico.
¿La literatura ha sido un vehículo para narrar historias de mujeres, historias que de lo contrario habrían quedado silenciadas?
La literatura siempre ha sido un vehículo para narrar la condición humana. No solo ha habido personajes masculinos entrañables, a través de los cuales nos identificamos y siempre tenemos en nuestro corazón (El Quijote, Gregorio Samsa, José Arcadio Buendía), sino que hay personajes femeninos maravillosos (Anna Karenina, Madame Bovary). Pero si vamos más allá, tiene razón en que la literatura ha sido un vehículo para que las escritoras (Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar, Clarice Lispector) narren su vida y expliquen su mundo. Creo que las mujeres narradoras nos muestran con su ejemplo y sus palabras esta lucha cotidiana que libramos por ser escuchadas.
Fue a través de la escritura de este libro que descubrí a estas mujeres. Yo no sabía quiénes eran ellas, no las conocía. Eran apenas nombres que aparecían en los libros de historia, o en los monogramas de las vajillas. Pero detrás de eso había mujeres de carne y hueso, con sus dolores y sus sueños. Y por supuesto el descubrirlas y el darles una voz me permitió conectarme con ellas a través de la literatura, rescatarlas del olvido, dejarlas conversar a través de las generaciones, no solo conmigo, sino la una con la otra y, espero, con quienes lean el libro.
A lo largo de la novela ve el rol de la mujer en diferentes momentos históricos. ¿Cuál considera que es el rol de la mujer hoy en día?
El rol de la mujer es el que cada una quiera y escoja desempeñar. Somos ciudadanas de derecho, capaces de decidir qué rol queremos desempeñar en la sociedad, en nuestra familia, en el ámbito laboral y frente a nosotras mismas.
En este sentido, ¿cómo entender hoy los conceptos de feminidad y masculinidad?
Creo que esos límites no tienen por qué existir. Somos biológicamente seres humanos. Tenemos un lado masculino y uno femenino, todos. Lo “masculino” y lo “femenino” son construcciones sociales, que han usado las diferencias de nuestros cuerpos para someter a la mujer, a quien históricamente se ha considerado inferior que el hombre. Esto está empezando a cambiar, por supuesto, pero todavía falta mucho camino. Y no lo digo desde la militancia, porque no milito en el feminismo. Lo digo desde mi condición de mujer. Hemos sido víctimas de una sociedad patriarcal. Incluso en las clases altas. Estas mujeres cuya historia cuento en ‘Juego de té’ son todas privilegiadas, cercanas al poder político, al poder religioso, al poder económico. Pero han sido víctimas. Víctimas de un sistema que las juzga, que las somete a ser algo que ellas no han querido ser.
¿Cómo ha sido su relación con lo ancestral?
Esta es una pregunta muy bella. Creo que a medida que envejezco me conecto más con lo ancestral. Entiendo más el pasado, porque sin él no puedo entender mi presente. Hoy sé que he heredado cosas de esas antepasadas mías que van más allá de un apellido o el color de los ojos. He heredado su equipaje, por decirlo de alguna manera. Yo soy todas estas mujeres. Pero no solo ellas, claro, porque también me he detenido a ver el lado materno. Mi mamá era de Barranquilla y yo siempre he tenido una nostalgia del mar, del baile, de la música.
He entendido, a través de mis ancestros, el Caribe, esa parte de mi historia. Es hermoso hablar de lo ancestral, porque dejas de sentirte sola y comienzas a ver que haces parte de una red enorme que otros tejieron para ti.
¿Cómo se hace una memoria familiar y colectiva en la escritura?
Tenemos esa memoria impresa en el ADN. Heredamos características, pero también algo más espiritual. Heredamos dolores, vivencias y alegrías. A mí me inquieta, me obsesiona, el tema de la memoria. Quiero explorar la memoria colectiva del país, quiero explorar la memoria como el acto primario del recuerdo y también del rencor. Este libro ha sido un rescate justamente de la memoria familiar y, en alguna medida, también de la memoria colectiva. Muchos de nosotros hemos conocido esa época de Colombia a través de los libros de historia. Marco Fidel Suárez, la Guerra de los Mil Días, la pérdida del Canal de Panamá. Y eso lo cuento en el libro, pero como lo vivieron las mujeres desde lo privado, y hago un paralelo con mi historia, con mi cotidianidad en el siglo XXI, en la pandemia, en el exilio. Esa narradora, que cuenta la historia de su familia y que en muchas cosas soy yo, es una mujer que vive su propio drama y es a través de esa memoria familiar y de esa historia como aprende a conocerse a sí misma, como entiende su mundo.
¿Por qué considera que los seres humanos nos aferramos siempre a algo?
Creo que en los objetos está también la memoria. Cuando se pierden las palabras, cuando el contacto físico se ha desvanecido, nos quedan los objetos. Estos nos recuerdan ratos felices (o tristes) que hemos vivido. Esas reliquias familiares tienen el poder de representar lo que fuimos, lo que fueron quienes estuvieron antes de nosotros. Llevan consigo una carga emocional muy fuerte. Pero no solo las reliquias que se conservan de generación en generación. Las ruinas, por ejemplo, nos enseñan cómo éramos como civilización. Podemos ver los diferentes periodos de la historia a través de la arquitectura, o el arte, o la literatura, y comprender mejor nuestros propios procesos evolutivos. Es así también con esos objetos familiares. Nos ayudan a entender de dónde venimos, cuáles eran nuestras prioridades, nuestros sueños, nuestro lugar en la sociedad.
La novela refleja el peso que tiene la moral católica…
No soy creyente, no pertenezco a una iglesia, pero no por eso dejo de reconocer la importancia de la religión en la vida cultural de las sociedades. En esa Bogotá católica y conservadora, la religión jugó un papel importante y para estas mujeres fue una institución castigadora y una tabla de salvación. El personaje de María Antonia, por ejemplo, encuentra un refugio en un convento de clausura. Allá, en esa celda pequeña, se sintió libre. Allá se encerró a leer, en soledad, lejos del dominio masculino que la había agobiado durante toda su vida. Y también para ella esta fue una forma de ejercer poder. Era superiora de un convento importante, además de suegra del presidente de la República, y a través de sus cartas se veía la influencia que tenía en Marco Fidel Suárez, en la vida política del país. Pero desafortunadamente la Iglesia también fue una forma de represión y de control social a la que estas mujeres terminaron sometiéndose.
¿Cuál es valor que adquieren los silencios en esta novela y el silencio en su escritura?
Aquí hay dos preguntas. La primera es sobre los silencios en la literatura, que me parece hermosa, porque en mis clases siempre hablo de eso. En la literatura es igual de importante lo que se dice que lo que se calla. En los diálogos literarios, por ejemplo, el subtexto es indispensable para comprender a los personajes. Siempre recomiendo leer literatura japonesa para comprender esos silencios, porque ellos son los maestros del silencio. La otra parte de la pregunta se refiere al silencio en mi cotidianidad. Debo decir que el silencio es indispensable para mí. Me hice periodista en las salas de redacción de los periódicos, que son lugares ruidosos, caóticos, fascinantes, y aprendí a aislarme en medio de esa bulla.
Ahora, tanto tiempo después, sigo siendo capaz de separar mi entorno y escribir a pesar del ruido externo, así que no te hablo del silencio como algo físico sino como algo mental. Escribo en silencio, pero no es un silencio que me rodee, sino que viene de adentro, de esa capacidad de abstraerme de mi mundo real y no escuchar nada alrededor. Convivo con el silencio y lo necesito. A veces, cuando no tengo tiempo de escribir porque estoy viajando o corriendo de un lado para otro, necesito aislarme, encerrarme, esconderme del mundo porque necesito el silencio y la soledad para respirar tranquila.
¿Por qué considera que los adultos mayores no son tomados en cuenta?
No respetamos nuestra historia. No la comprendemos. Tal vez es porque somos países jóvenes (y con población joven) que desdeñamos la historia y lo que los viejos tienen para decirnos. Creemos que lo nuevo es lo que vale, lo que importa, pero no comprendemos que venimos de algún lugar, que tenemos unas raíces, que debemos entender nuestras raíces para comprender quiénes somos y hacia dónde vamos. Yo paso mucho tiempo con adultos mayores, tal vez porque me interesan más que las personas de mi edad. Además, siento que se me acaba el tiempo con ellos, siento que dentro de poco ya no estarán y entonces todas sus historias se perderán. Fíjate que las mujeres, a medida que envejecemos, nos vamos quitando capas, nos despojamos de un montón de máscaras. Me rodean unas viejas divertidísimas, que en ningún momento son unas ancianitas tristes o solitarias, sino mujeres plenas, brillantes, lectoras, cultísimas, con un gran sentido del humor y una honestidad frente a la vida que no tienen las más jóvenes. Ellas están ya libres de prejuicios, no juzgan, solo aman.
¿Cuáles son esas pasiones u obsesiones que la atraviesan?
En mi escritura, me obsesiona el tema de la memoria. En la vida cotidiana, tengo más bien pocas obsesiones. Tal vez más pasiones. Me gusta correr, trato de hacerlo por lo menos tres veces a la semana. Me pongo unos audífonos, escucho un podcast o un libro y me desconecto del mundo. Es un momento a solas conmigo. También cocino con frecuencia para los amigos. Cocinar es una forma de contar historias, una manera de dar amor, de cuidar.
¿Cuál es la importancia de que cada quien pueda narrar su historia?
Durante muchos años eran los hombres quienes contaban la historia. No solo la historia de la humanidad, sino la de ellos y la de las mujeres. Muchos crearon excelentes personajes femeninos, por supuesto, por lo que decía que todos tenemos algo de masculino y algo de femenino. Sin embargo, las mujeres estamos apenas empezando a narrar nuestra historia. Hasta hace muy poco nuestras voces no eran escuchadas, o no tan fuertemente como las de los hombres. Ya eso está cambiando. Creo que todos tenemos por lo menos una historia para contar, pero no todos sabemos cómo, no todos tenemos las herramientas, la creatividad, la capacidad, el tiempo o el interés de hacerlo.
Más allá de que cada quien cuente su historia, lo que creo importante es que haya muchas voces, que exista una diversidad, no solo de narradores sino de medios de narrar. Desde lo literario hasta lo audiovisual, pasando por lo oral, lo pictórico, lo artesanal, en fin. Todavía me parece que estamos asomándonos a las infinitas posibilidades que nos da la diversidad.