Para beber vino evito lo perrata. Busco uno cuyas esencias pueda adivinar, que pueda pasar por la boca para saborear y que, tiempo después de habérmelo tomado, siga sintiendo su paso. Recomiendo ‘Hijos del trueno’ (2022), la última compilación de relatos de Juan Fernando Merino, de la misma cepa que ‘Los mares de la luna’ (2020), solo que esta vez situados en Nueva York.
Su esencia es una prosa sin aspavientos ni objetos que carguen las historias. Ágilmente los narradores, omnipresentes burlones o los mismos personajes excéntricos, colocan las fichas en el tablero y entramos en un juego tan bien pensado que nos hace olvidar la ingeniosa relojería que lo organiza. Así, en el primer relato, «El vecino de mis vecinos», en un edificio del «tercio inferior de Manhattan», un habitante espía a su vecindario vigilando que ninguno irrumpa en su apartamento y lo mate al «dejar abierto el gas», «a tratar de envenenar la pizza de Domino's, o a introducir cristal molido en los frascos» de gaseosas. Como en ‘Memorias del subsuelo’, de Dostoievski, este relato nos devela, a través de la lógica de un loco, teñida de sátira, el “caosmos” de los espacios privados electrizados por coitus interruptus interraciales, estrafalarios y mediocres grupos de «fusión-electro-pop-caribe», actrices veteranas en cajas de zapatos y otra gente que solo para los estadísticos es común.
Juan Fernando Merino sabe al dedillo que cada quien es un universo extraordinario y nos lo demuestra de múltiples maneras en su cartografía neoyorquina de personajes desopilantes, ya sean colectivos como los artífices de la pieza epónima ‘Hijos del trueno’, los entrañables pordioseros vacacionantes o las parejas artistas que retratan a sus amados modelos con el carbón de la muerte para acabar entrelazados en un desenlace donde, contra todo pronóstico, Eros le gana a Thanatos.
El sabor que uno percibe y que le queda a uno luego de haber leído a Juan Fernando Merino, es el que deja la felicidad. Según los griegos, esta es posible cuando, ante las casualidades, podemos decidir, es decir, tenemos la libertad de dirigir nuestro propio destino. En ese sentido, los personajes de estos relatos son héroes. Ante el infortunio o sencillamente el pan diario ganado con «el sudor de la monotonía» de comienzos del nuevo siglo, ellos toman decisiones que ya sean buenas o malas, son hazañas. Nos pasan la corriente de la vitalidad y, a menudo, nos despiertan una sonrisa como si fuéramos la criatura de Frankenstein animada por el rayo de la escritura.
El relato «Duelo de videntes» es un ejemplo tajante. El protagonista se halla en un nudo gordiano, halado de punta a punta por dos parcas. ¿Solución? Ni modo de dárselas porque la buena literatura no es posible resumirla. Mejor lean el libro y escuchen cómo truena la felicidad.