Daniele Aristarco es un escritor nacido al sur de Italia, en el seno de una familia de clase trabajadora. Sus padres y abuelos leían periódicos y discutían por “el ‘gusto’ de discutir, por el hecho de hacerlo, por desmantelar cada argumento e insistir en los detalles. Una gimnasia del pensamiento”, como afirma el autor. Quizá esto influenció su trabajo intelectual posterior. Desde muy pequeño, entendió que debía darle un buen uso a su inteligencia a través de los libros, tal como le dijeron sus padres y abuelos, naciendo de allí uno de los más grandes regalos inmateriales que recibió en su vida: la confianza en la inteligencia infantil. Empezó a navegar las turbulencias de la lectura con dudas que lo llevarían a territorios desconocidos, desembocando en la creación de historias para lograr descentrarse de sí mismo, coincidiendo con la salida de su infancia y el “verdadero descubrimiento de los demás”, como asegura.
A través del teatro, cine, radio y literatura, el autor ha centrado su trabajo en diversos contextos, especialmente juveniles. Dice: “He buscado en los libros, los leídos, los escritos y los soñados, la claridad necesaria para poder razonar. He tratado de construir un diálogo incluso con quienes no tienen la posibilidad de acceder a los libros y, en general, incluso sin saberlo, tienen un gran hambre de historias”.
A propósito de su participación en la Fería Internacional del Libro de Bogotá 2021, conversamos sobre su sus libros publicados en colombia:
—A partir de la lectura de sus libros: ‘Ellos dijeron sí’ y ‘Ellos dijeron no’, me nace un gran interés por saber cuál es el origen de concebir la historia bajo una dialéctica tan tajante como lo es decir Sí o No, es decir, ¿cuál sería el origen de la idea de ambos libros?
Cada libro para mí, especialmente los dirigidos a los jóvenes, es un ejercicio de claridad. Busco la sencillez que, en definitiva, es lo contrario a la facilidad. Una historia fácil evita la complejidad, una historia simple la atraviesa, la talla y devuelve al lector la sensación de un largo viaje. No y Sí son las primeras sílabas que aprendemos a pronunciar. A veces, desde el primer momento, tienen un significado profundo, expresan nuestra naturaleza. Luego todo se confunde, la adolescencia se ve circundada de un rumor de fondo molesto, de fuertes ondas negativas y degradantes, de una obscena, antigua y decadente conformidad que se superpone con el consumismo. Para vincular de nuevo nuestra alma profunda a esas sílabas tan simples y tan poderosas, es preciso redescubrirnos a nosotros mismos, reencontrar el sentido de concreción de las palabras y vincularlo a las acciones. El libro también tiene como subtexto esta búsqueda, personalísima, de una línea posible entre palabras y sensaciones, entre intenciones y acciones. Estar vivo, verdaderamente vivo, como digo en el libro, vivo hasta el final.
—A lo largo de ambos libros pude encontrar un trabajo minucioso y pormenorizado de investigación histórica, ya que, explora, expone y sintetiza los intersticios de la historia, revelando que siempre hay algo más allá de lo que nos enteramos en la escuela o la universidad. ¿Cómo logró escribir estos libros? ¿Qué método seguió? ¿Qué podía entrar en las obras y qué no?
Un autor de novelas de detectives escribió que no sólo los ladrones y los policías están interesados en los eventos de acción. Así mismo yo creo que los libros que están dirigidos a los más jóvenes a menudo se leen junto con sus padres o en clase con los profesores. Por este motivo, en mis libros adopto un lenguaje y abordo unas temáticas que creo que pueden involucrar a todos en la lectura, de manera transversal. Para cada una de estas historias, incluso si a menudo se trata de narraciones breves, me documento extensamente, utilizando todos los recursos posibles: ensayos, autobiografías, entrevistas, documentales de audio y de video y, a veces, he recurrido a estudiosos y académicos más expertos que yo. En cada ocasión me he esforzado por identificar el punto luminoso de la historia, el punto de inflexión, para centrar bien la narración. Después de esta fase de documentación y de “edificación de los fundamentos” de la historia, paso a divertirme... escribiendo. Cada relato tiene un estilo y un punto de vista diferentes, intenta entablar un juego diferente con la curiosidad y la fantasía del lector. Estoy seguro, de hecho, de que se pueden tratar argumentos complejos sin sofocar el placer de la lectura. De esta obra excluí las historias que iban más allá de la medida que yo mismo me había dado (como, por ejemplo, algunas historias de Giustri entre las naciones que dieron vida a una novela posterior, ‘Il giardino dei Giusti’, (El jardín de los justos), publicada en Italia por Einaudi Ragazzi), o las historias de redención personal. A pesar de ser convincentes, a veces me parece que indican el logro económico o el llamado “éxito” como un valor en sí mismo. Creo que las niñas y los niños pueden construir su propia identidad de una manera más serena, concentrándose en otros valores.
—En ‘Ellos dijeron no’ se encuentra el caso de Mahvash Sabet, una mujer que fue cruelmente encarcelada por profesar el Bahaísmo, religión vetada en Irán. Usted mismo le escribió una carta de apoyo a ella y una de liberación al estado iraní. ¿Cómo fue todo este proceso? ¿Cómo se enteró de este hecho tan relativamente reciente?
Durante una campaña para defender a los escritores perseguidos del PEN International pedí la liberación de Mahvash Sabet. Me vinculé a la campaña, me impactó profundamente la historia de esta mujer valiente y, quizás por eso mismo, perseguida. Incluso hoy, en muchas partes del mundo, las ideas religiosas y políticas son perseguidas y, en ocasiones, incluso ser mujer es motivo de discriminación. Debo admitir que me impresionó mucho uno de los elementos que resaltaba la campaña de PEN Internacional: hay varios centenares de novelistas, poetas y periodistas que han sido perseguidos, encarcelados, asesinados o que han “desaparecido” y siguen desapareciendo en los últimos años. Me hizo reflexionar sobre la concreción de mi trabajo y de quienes intentan contar historias, sobre el valor que puede asumir una voz libre. Y esto me motivó aún más a abrazar la campaña, a tener confianza en el valor de una campaña internacional de denuncia y en la petición por la liberación de Mahvash y de los otros. Fue la comunidad italiana Bahai la que me avisó de la liberación, enviándome un libro de la poeta, con una dedicatoria escrita de su propia mano y un agradecimiento.
—En ‘Ellos dijeron no’ se pueden percibir dos clases de no, uno que oprime y otro que libera. El uno dependería del otro porque no encontraríamos solución a un problema que no existe, entonces ¿cree que hoy en día existen aún demasiados no opresores que imposibiliten vivir en un mundo sin racismo, desigualdad e injusticias? ¿O el panorama de la historia contemporánea señala que hemos aprendido de los errores del pasado?
Creo que todavía hay muchos desafíos pendientes y que las injusticias se repiten, inmutables, de generación en generación, incluso si pueden cambiar de nombre o ser propugnadas por nuevos rostros. Nuestra sociedad tiene un gran potencial de desarrollo y, al mismo tiempo, vive una gran contradicción. “Podemos” mucho, pero sectores cada vez más amplios de la sociedad “saben menos”. La utilización casi exclusiva de la web como fuente de información, una lectura apresurada e inmadura, emotiva, una idea del pasado como algo lejano y engorroso, el predominio de la opinión sobre la información, de las urgencias inmediatas sobre los sueños colectivos, el maniqueísmo que se nutre de las ideas conspirativas: estos elementos generan sujetos superficiales y manipulables, a veces individuos verdaderamente exaltados incapaces de confrontar algo. Confío sinceramente en esta nueva generación que se está expresando con fuerza y sobre muchos temas. No obstante, creo que se necesitan dos condiciones para un avance real. Debemos proteger y confiar en esta generación, proporcionándoles las herramientas para descifrar el pasado y luego escuchar. Las tareas dictadas desde arriba, los desafíos a los veinte o treinta años impuestos por gobiernos sin la costumbre de escuchar, no generan una voluntad de compartir y no necesariamente representan las prioridades reales de los jóvenes.
—Ha sido docente de escuela secundaria, y precisamente dos de sus intereses son la historia y la literatura, ¿de qué modo cree que la educación podría abordar esta paridad para poder transformar el mundo desde un eje dialógico?
Escuelas, bibliotecas, librerías, en general los lugares de encuentro material permiten a las personas redescubrir, de manera inmediata, algunos elementos fundamentales del alma humana. En estos lugares realizamos una experiencia inmediata de la democracia. Allí somos sujetos vivos y no sólo consumidores, compartimos con los demás un espacio físico y mental y tenemos el derecho de expresarnos y argumentar y el deber de escuchar. Fuera de estos lugares, todo se mueve más velozmente y, con frecuencia, se desliza hacia el conflicto sin solución. La historia y la literatura son herramientas útiles para indagar en el alma humana (que no cambia a lo largo de los siglos, se ama y se odia a sí misma siempre a la misma velocidad y según dinámicas similares) y para construir un vocabulario común. Sólo estudiándonos y comparándonos conseguimos dar sentido a las palabras que utilizamos y a reconocerle un valor a la “realidad”. El estudio y la comparación son las únicas herramientas que tenemos a nuestra disposición para no caer en la dictadura de las opiniones, tan móviles, poco fiables, imprecisas y manipulables.