La caleña Liliana Martínez ha dibujado toda su vida y desde siempre se ha sentido atraída por ese mundo artístico del que se vio rodeada gracias a su abuelo, Efraín Martínez, un reconocido pintor y retratista colombiano, autor de La Apoteosis de Popayán. “Por mi abuelo toda la vida estuve expuesta al arte, a la cultura, a sus pinturas. Siempre estuve rodeada de ese mundo”.

Sin embargo, al momento de escoger su profesión, Liliana no optó por la escuela de artes y no porque sintiera algún peso por la sombra de su abuelo, ya que para ella “todos tenemos un talento, algo en lo que somos buenos”. Su decisión se vio más influenciada por esa creencia común de que hay que estudiar una profesión con la que te puedas sostener.

“Usualmente somos criados de forma que debes tener un trabajo estable, estudiar una carrera que de ciertas de estabilidad, que sea convencional. Sobre todo en un país como Colombia, donde vivir de las artes es muy difícil. Por eso, tomé el camino que muchos jóvenes toman en su momento, que es el de coger una carrera diferente al arte, que de cierta seguridad. Luego, en otro punto de mi vida, más adelante, pude tener la libertad de encontrarme y de poseer el tiempo para hacer mis pinturas”, explica la artista, quien nunca ha hecho estudios en arte y todo es, según ella, “talento heredado de mi abuelo”.

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Liliana no se siente remordimiento por no haber optado por una carrera profesional en las artes, en parte porque siente que el hecho de haber empezado “tarde” a dibujar (a los 39 años) siente que le permitió tener más confianza, de la que pronto habría tenido a los 20 años, edad en la que “uno sigue descubriéndose como persona” y en la que se realizan los primeros pinos en el mundo artístico.

Otro motivo por el que, viéndolo en retrospectiva, Liliana siente que su camino fue el indicado, es porque gracias a sus estudios en negocios internacionales en Chile y el trabajo que consiguió en Colombia por tener esa profesión, le permitieron conocer al hombre que en la actualidad es su marido y que fue quien la llevó a Alemania, país en donde sus habilidades como pintora se han hecho notar de verdad.

En el país europeo, la caleña cuenta que ya había hecho varias exposiciones de arte, “como cualquier otro artista de aquí”. Pero, ella tuvo la oportunidad de ser invitada por el alcalde a pintar una parada de bus, del pueblo donde ella, dándole libertad total, para plasmar en sus muros lo que ella quisiera.

“Alemania es un país que tiene un invierno o clima frío durante casi cinco meses y ese un tiempo muy gris y cerrado, y por eso decidí pintar mucha naturaleza, muy colorida, con pájaros, peces”, como la que se vería en cualquier época del año en su natal Cali.


La gente quedó fascinada con la obra. Los conductores de bus le tomaron foto y empezaron a compartirla en sus redes y con sus conocidos, hasta que llegó a oídos del periódico de la zona, que le hizo una nota a Liliana y publicó su historia en el periódico local y en la página web, que llega a otros ‘departamentos’, “no es común que cubran así a un artista que no sea alemán”, explicó ella.

Ahora Liliana está dedicada cien por ciento al arte y sigue pintando en espacios públicos de todo tipo: en restaurantes, casetas de electricidad, entre otras cosas. Todos esos espacios los llenas de color y de tucanes, que son su logo.

Aunque Liliana admite que no se siente “ni remotamente cerca” del talento que tenía su abuelo, si puede decir con orgullo y alegría que ambos fueron muralistas.

“Mi abuelo era muy buen retratista, pintaba la figura humana de una forma divina, pero yo no me siento tan ligada a eso. Yo soy más de naturaleza, de animales y de otro tipo de cosas. Pero tenemos en común que ambos somos muralistas. Él fue muralista y mi obra es muy llevada al mural”, dice.

Esta labor de llevar el arte a las calles es muy importante para Martínez, ya que para ella el arte es una expresión de libertad y no debería estar encerrada en ningún lado.

“Si algo yo he tratado de hacer como artista, ha sido quitar la imagen tradicional del arte que solo está en los museos, en las galerías y que es una cosa lejana para las personas del común, que no tengan una inquietud cultural permanente y estén en búsqueda de cosas artísticas. Para mí el arte está en absolutamente todo y por eso yo pinto en todo, sobre todo”, explica la caleña que ha pintado tazas, chaquetas o hasta puestos de ventas de café.

“Una de las grandes razones por las que yo me alejé mucho del camino que tomó mi abuelo, fue porque él sí estudió arte y llegó a estudiarlo en París, siendo un hombre muy académico. Yo, en cambio, soy muy empírico, más instintivo y me fui por un lado contrario al de mi abuelo y me pregunté, ¿cómo puedo hacer para que más gente pueda ver mi arte y tenga acceso a él, sin que sea una cosa de clases sociales, de galerías o de accesos?”, fue así como Martínez comenzó por darse a conocer en redes, montando sus obras a Facebook y ahora se lanza a las calles de la ciudad alemana donde vive y donde ahora es reconocida por ser la mujer que llevó color a los días grises de invierno.

En este proceso de llegar a más personas y no necesariamente a las más selectas, la artista también se enfocó en hacer sus exposiciones en restaurantes o en la calle, donde, además de las obras ya terminadas, hace una presentación donde en máximo tres horas las personas pueden apreciar el proceso completo de la creación de una pintura.

“Cuando fui creando las obras, me di cuenta que cuando hacía un cuadro tenía que terminarlo ese mismo día, en el momento. No soy el tipo de artista al que pasan 3 días y vuelve y retoca y así. Yo me siento y pinto y lo termino y me pareció muy bonito que las personas pudieran ver de principio a fin la producción de una obra, porque es algo a lo que normalmente uno no tiene acceso”, explica Martínez, quien reconoce que ese proceso de pintar en vivo genera mucha presión “porque como artista las cosas a veces te salen y a veces no lo hacen. Es un riesgo, pero hasta ahora me ha funcionado”.

En los murales las cosas no son tan rápidas, ya que se trata de obras son a gran formato y además el mural es algo muy orgánico y, según explica la caleña, es difícil adivinar, antes de pintar, cómo la pared va a reaccionar ante la pintura.

“Hay paredes que son muy agradecidas y permiten que la pintura se quede y te la reciben bien. Pero hay otras paredes que absorben la pintura y te toca hacer varias capas. Es casi como un terreno desconocido al principio”, aclara. Es por ello que hay murales que los ha terminado el mismo día, en cuatro horas, mientras otros trabajos le pueden llevar una semana entera, “depende casi del estado de ánimo de la piedra”, dice entre risas, o también las circunstancias del espacio. Si es un espacio como un restaurante tiene tiempo límite de trabajo o ahora por las condiciones de la pandemia.

Una vez la obra está terminada, Liliana alza el pincel y firma en la esquina inferior, ‘Tichoart’, su nombre artístico, que escogió para evitar problemas por el peso del legado artístico de su abuelo y también para tener libertad artística, ya que con esa firma los que vieran la obra, solo con leerlo, no podrían determinar si el pintor fue un hombre, una mujer, un extranjera o no.

“Nunca empiezo una obra creyendo que será genial o que le va a gustar a todo el mundo. Siempre empiezas con la fe en que tu talento, tu ojo y tu mano se conectarán al mismo tiempo, para alcanzar la imagen que tenías en la mente, lo que querías transmitir. Uno nunca pierde el temor de que tu arte guste, pero eso es lo bonito, porque así sea el más famoso del mundo, uno trabaja con ese pánico. Creo que el día que se pierda eso, no le encontraría mucho sentido a seguir creando”, dice ella.