Eran las once de la noche, leía la novela ‘Aunque me muera a la izquierda’, y me identifiqué de inmediato con la protagonista, no solo porque también llevo su nombre, sino por su valentía, decisión, ingenuidad y fortaleza. Me hacían reír sus ocurrencias, sus ganas de enfrentarse al mundo, así como lo hizo con la madre superiora aquella tarde cuando le prohibió que escuchara a Los Beatles, porque solía decir que ellos tenían el demonio adentro. Cuando de pronto sonó el teléfono, era mi prima pero su voz se escuchaba diferente, no como siempre y en medio de un profundo silencio, me dijo que mi abuela Susana había fallecido y recuerdo que lo único que hice fue abrazar el libro, abrazarlo con mucha fuerza, quería sentirme protegida y pensé en mi abuela, en los recuerdos desde niña, su risa, sus consejos y cuando me escondía detrás de la puerta para escucharla cantar sus boleros preferidos.
Entonces pasaron los días y en medio del dolor, de las lágrimas, de la ausencia de Susana, me aferraba más al libro y a sus páginas, porque en la protagonista encontraba a mi abuela. Sentí unos escalofríos cuando leí la palabra Mariquita, un municipio donde se citaron dos de los personajes de la novela, allí vivió mi abuela Susana por muchos años, allí solíamos pasar las vacaciones, recordaba el río, la iglesia de la Ermita, los helados y la unión familiar. Lugares que dejaron un recuerdo imposible de olvidar.
“Jamás nos dijeron que el amor no podía ser solo dolor, gravedad, enfermedad, locura y que había vida después del amor. Había sueños, otros fines. La ilusión de luchar por algo, de pelear por ese algo. Cambiar el mundo, o por lo menos intentarlo. Dejar la vida por una causa. No, no nos lo dijeron nunca. No les convenía. A nadie le convenía que dejáramos de pensar en el amor”. Así, en un cuaderno, Verónica Domínguez escribe la historia, o mejor aún, se arriesga a contarle al lector su propia historia.
En su diario plasmó las luchas que vivió en la década de los 80, las mentiras que descubrió, las respuestas que encontró en infinidad de libros que le hablaban de creer, arriesgarse y luchar; siempre por una causa colectiva, llevándola a pensar en los demás, a interesarse por la vida de los otros. Esos otros que, como ella, veían el mundo diferente: que le hallaban sentido a las canciones de Silvio Rodríguez y a los versos de Neruda, quienes veían la vida para no pisotear a los demás con tal de avanzar, sino de trabajar entre todos; de quienes soñaban con calles, ciudades y pueblos donde se caminara en paz, sin temerle todos los días a la muerte.
Fernando Araújo Vélez es autor de otras obras como ‘Pena máxima: juicio al fútbol colombiano’ (1995), ‘Por favor miénteme’ (2016) y ‘Perturbados’ (2017).
En estas páginas, Fernando Araújo Vélez escribió la historia de una mujer que luchó desde pequeña, quizá sin darse cuenta. La primera vez que lo hizo fue cuando observó en la tienda de discos un álbum de un grupo llamado Los Beatles y de inmediato se contagió de su rebeldía. Aunque su mamá le prohibió escucharlos, Verónica Domínguez se rebeló contra ella y aquellos que se lo prohibieran. Así, una tarde después del colegio se fue a recorrer el barrio con María, la señora que ayudaba con los quehaceres de la casa, con la esperanza de encontrar a alguien que les diera información de ese grupo musical del cual ella vivía obsesionada.
Entonces conoció a don Martín Enciso, un gran coleccionista de Los Beatles, un hombre que con los años y por medio de cartas, le enseñaría sobre la revolución, la desilusión y la cantidad de inocentes que perdieron la vida por compartir las ideas del Che Guevara, por leer y soñar con la poesía y las canciones de Mercedes Sosa, Piero o Joan Manuel Serrat; letras profundas que plasmaban lo que ellos sentían y padecían.
Verónica guardó cada una de estas cartas y un día decidió luchar por este país, por descubrir la historia de su familia, cambiar a sus gobernantes, cambiar a los dueños de la prensa, quienes discutían a su antojo cuál escándalo saldría en las noticias del mediodía y cuál no, por imaginar un país libre de sangre y de culpas. Entonces cuando llegaba a su casa solía cantar la letra que escribió María Elena Walsh, “Cuántas veces me mataron, cuántas veces me morí, sin embargo estoy aquí resucitando, gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal porque me mató tan mal y seguí cantando, cantando al sol como la cigarra”. Esta letra siempre le devolvía la esperanza de creer y seguir creyendo en las palabras de los otros.
Aunque se enfrentó a miles de hombres por defender su causa, aunque se mostró valiente, fría y sin compasión ante sus enemigos, en las noches solía recuperar su ingenuidad y recordaba a sus compañeras de colegio y a sus papás cuando le decían que no podía creer en todo el mundo, que las personas engañaban con sus palabras. Pero Verónica Domínguez por más muertos que hubiese visto, seguía creyendo en el cambio, en la transformación, en que un día la guerra se acabaría y todos podrían ser libres y disfrutarían de su libertad escribiendo y cantando sin parar.
‘Aunque me muera a la izquierda’ es un llamado a descubrir nuestro verdadero andar, nos lleva a preguntar constantemente quiénes somos, qué queremos y para qué lo queremos. Nos invita a tener la convicción de que al final son nuestras decisiones las que nos impulsan o nos frenan, las que nos inspiran a caminar diferente o quedarnos allí, en las mismas palabras sin querer encontrar unas nuevas, unas propias. Esta es una obra que nos sumerge en las dudas, en los miedos, en las traiciones y en las lealtades, en las mentiras y las verdades, en el amor y el odio, en las palabras sinceras o llenas de engaño.
El escritor Fernando Araújo Vélez nos regala un personaje femenino que rompe con la cotidianidad de los días, con la arrogancia y la comodidad. Un personaje que renuncia a las ideas impuestas y conservadoras para aferrarse a una causa, una protagonista que se tomó el tiempo de escuchar y leer la historia de los otros. Es un libro que provocará en sus lectores miles de emociones, desde la primera hasta la última página, porque allí Araújo Vélez nos cuenta la historia de nuestro país, en el que tuvimos héroes que lucharon hasta su último palpitar.
Leer esta novela es sumergirse en la vida de Verónica Domínguez y en la de cientos de mujeres de este país, quienes enfrentaron los días sin miedo, lucharon por la vida, su familia, defendiendo la honestidad de muchos otros que se creían dioses por tener poder. Mujeres que nunca se victimizaron para lograr lo que se proponían, porque su fuerza y perseverancia las definía. Ellas al igual que mi abuela no se quedaron con la historia que les contaron, fueron más allá, mujeres que no llegaron al mundo para quejarse de él sino para transformarlo, saborearlo y disfrutarlo con sus días llenos de injusticia y lágrimas, pero no por eso se rindieron y limitaron, al contrario, aprendieron de sus cicatrices y decidieron que luchar era como un bálsamo para su alma, sonrieron porque estaban luchando por miles de personas y decidieron que si morían a la izquierda, sería una muerte perfecta, porque sería con dignidad.