Un petardo explota en el baño de un centro comercial del norte de Bogotá, con un saldo de 17 heridos y tres víctimas mortales.

Pedro, un menor de edad idealista e hijo único de Cecilia, es señalado como responsable del atentado terrorista y miembro de una célula rebelde que busca desestabilizar al país.

La más reciente novela de la escritora caleña Melba Escobar, presentada este fin de semana en la Feria del Libro de Bogotá, demuestra que con los hijos no existe un único parto. Son muchos y de diversas intensidades y consecuencias los partos que vendrán a lo largo de la vida, y algunos nos dejarán sangrando como si acabáramos de salir de un accidente. O de un atentado terrorista...

Es tal vez lo que le ocurre a la protagonista de ‘La mujer que hablaba sola’, viuda de un hombre a quien consintió en nombre del amor las conductas más intransigentes; madre de un hijo único y adolescente que, quizá confundido por una educación universitaria que replica formas arcaicas y violentas de combatir la injusticia social, optó por un camino violento de probado fracaso.

Agobiada por la realidad y la soledad Cecilia inicia “un diálogo desenfrenado con sus fantasmas, cuestiona las decisiones que tomó en su juventud, así como los motivos que la empujaron a la maternidad”, reza el argumento.

La novela explora los ciclos de la violencia en Colombia mientras se interna en los ciclos del universo íntimo femenino.

El esplendor de la juventud, el deseo, el erotismo. El enamoramiento, la infidelidad, el matrimonio. La sangre del parto, la regla y hasta el aborto no deseado. El ocaso de los amores, el cuerpo que envejece, y la trampa de ciertas entregas demasiado tempranas y generosas que se convierten al cabo del tiempo en una prisión de larga duración.

Como un ciclo de sangre se reinventan las violencias íntimas y las violencias sociales, porque como individuos y como sociedad seguimos interpretando unos papeles aprendidos, unos que nos enseñaron y otros que enseñamos a otros. ¿Cómo romper esos ciclos? Quizá una catarsis solitaria y valiente, de honestidad brutal, ayudaría.

No en vano sostiene Melba Escobar que “la sangre de las mujeres tiene muchas historias que contar”, aunque casi siempre la historia haya sido contada desde la sangre de los hombres causada por las guerras de otros hombres.

Con ocasión del lanzamiento de esta novela audaz e inteligente que sigue la buena ruta trazada por sus novelas anteriores ‘Duermevela’ y ‘La casa de la belleza’, hablamos con Melba Escobar.

Es inquietante esa idea de parir a un hijo perfecto, pero a medida que crece seguir pariendo a un desconocido que para nada es perfecto...

Sí, creo que el cuerpo de la mujer tiene muchas historias que contar, historias que hablan de la vida y la muerte, y tan aleatorias que nos pueden volver mujeres poderosas y a la vez frágiles.


Hay diversos tipos de sangre a lo largo de la novela, háblenos de esas sangres.

La sangre que recorre la novela habla del retorno de los ciclos, los ciclos menstruales, pero también las historias de familia que se repiten y las historias del país, que también se repiten. Jugué con todas esas sangres. La boda del inicio para mí es muy importante, porque revela la estructura de la novela y nos anuncia un destino trágico.

Claro, hay una boda al comienzo, que debería ser feliz pero deriva en un pacto muy oscuro.

Es una noche de bodas es bastante patética. Pensé en ‘Bodas de sangre’, de García Lorca, o en la película ‘Relatos salvajes’, y en lo posible quise llegar a un lado cómico que resultó más trágico que cómico.

Hay una exploración muy interesante sobre el machismo, por ejemplo cuando Cecilia descubre que a lo mejor abortó para compensar el ego herido de su esposo a causa de una infidelidad. O cuando cuestiona cómo la iconografía de las revoluciones de izquierda es sobre todo masculina...

María Moreno habla mucho de eso también, de la revolución que hubo en los 60 y 70. Allí la mujer era la compañera o camarada pero nunca hubo ningún interés en traerla a la primera escena, mostrarla, darle protagonismo. Se sabe cómo han sido las guerrillas latinoamericanas y estos movimientos de izquierda, violentos algunos, mucho más dados a la presión a la mujer, a la subordinación, a someterla. Y me pareció muy interesante hablar de estas cosas en un país que está tan polarizado y donde es tan difícil tratar de tener una conversación sobre estos temas.

¿Por qué dar esta discusión en forma de novela?

La novela es un espacio donde uno puede tocar temas incómodos de una manera distinta, dentro de un contexto. Si hay algo que es contrario a la novela, para mí, es el sectarismo y el activismo.

En medio de tantos discursos masivos polarizados, esta mujer de su novela habla sola. ¿Por qué?

En la novela la protagonista está teniendo una epifanía que la lleva a este monólogo, que es de alguna manera doloroso, porque es un diálogo que ella entabla con su pasado y su presente. Ahí está descubriendo verdades que le duelen, como que ella también fue machista de alguna manera.

No es para nada un monólogo donde ella se ubique en el rol de la víctima...

Me parece que la novela está llena de matices. Aquí no hay buenos ni malos. Estamos muy adaptados al discurso de víctimas y victimarios, donde siempre queremos señalar al responsable y nos hace falta entender que los responsables somos todos, y que parte de cambiar también pasa por esa aceptación. Me parece que la gente sectaria sigue a un candidato líder y eso le impide ver cuando el otro está haciendo las cosas bien. Mi personaje en la novela es una mujer muy inteligente, muy crítica, pero de alguna manera acaba traicionándose a sí misma por tratar de cumplir con lo que siente que la sociedad le está pidiendo.

Hablemos de las elecciones que toma en la novela. Primero, la elección del tema.

El pasado lo tenía todo escrito como si fuera una sola historia: la boda, el aborto y el final de esa relación de pareja. Lo escribí bastante rápido, fueron 15 días y tenía unas 70 páginas. Me parecía que le faltaba una parte esencial, pero no la encontraba. Fue ahí cuando ocurrió el atentado del Andino y me impresionó mucho, porque me pareció una cosa tan gratuita, en el baño de mujeres... Investigué y había distintas versiones, como suele pasar, porque antes de que se lleve a cabo cualquier investigación la gente ya tiene todo el juicio resuelto. Uno puede escoger un caso aleatorio en Colombia y más o menos lo que va a pasar es lo mismo: genera un inmenso movimiento de debate y discusión, movimientos en redes, en medios salen todas las teorías y al final todo se diluye y probablemente nadie vaya a saber la verdad. Yo creo que estaba particularmente sensible porque esto se repitiera una vez más, y encontré la otra pata que le faltaba a mi historia. Entendí que lo que quería contar era la historia de una madre. Se armó el rompecabezas.

La voz de la protagonista nos confronta. Nos recuerda que todos somos seres contradictorios y que, muchas veces, caemos en la trampa de emitir juicios que rayan en el fanatismo.

¿Se fue armando en el camino?

Sí, a veces me dejo llevar por una intuición o por una pregunta que no sé para dónde me va a llevar. Cuando investigué lo del Andino, acabé ubicando a una madre que me conmovió porque estaba muy mal, su hijo estaba en prisión por los petardos y yo me acerqué a ella, estuve visitándolos, seguí las audiencias de la imputación de cargos y finalmente a este chico lo liberaron. Yo creo que esta es una novela de país, pero también de maternidad, ese es el gran tema aquí.

También es una novela sobre el deseo...

Sobre el deseo y qué lo motiva. Y por qué de alguna manera se nos ha castrado la libertad de tener un discurso al rededor del deseo. Ahora yo veo que hay otras voces. María Moreno, por ejemplo. Son mujeres que están insistiendo en este tema: no solamente podemos ser las seducidas, las elegidas, las salvadas, siempre en pasivo, sino una mujer que desea, que quiere surgir, que quiere proteger a otro, tomar la iniciativa. Pero tenemos una dificultad para acercarnos al deseo de una manera que no conocemos, porque siempre hemos sido educadas con la idea de esperar a que él llame.

En esto de los ciclos, Cecilia pasa de ser una mujer muy desada, a salir con hombres que la suponen una madre soltera que necesita que le mantengan el hijo. Lo cual no es cierto, pero sí en la mente de los machistas con los que se topa.

Ella es un personaje muy adolorido y ese dolor proviene también de eso, de su relación con los hombres en general. Ella ha sido de distintas maneras usada y al final está completamente sola y con un motón de preguntas que los hombres parecen haber resuelto hace rato.

Hay un elemento relacionado con la salud mental en esta novela, porque algunas veces Cecilia describe los rasgos de su hijo Pedro en la infancia y adolescencia como sospechosos. Como malos indicios que prefirió no ver en medio de su amor materno.

Pedro sufre mucho, sufre con la injusticia, sufre por la desigualdad, por los indigentes. Tiene mucha empatía. A uno le causa angustia cómo puede estar tan atormentado por el sufrimiento de los otros, pero es también lo que lo ha llevado a ser violento porque está actuando como el justiciero.

Eligió narrar en primera persona, a partir de la voz de Cecilia. ¿Cómo fue el proceso de construir esa voz?

Es una primera persona pero también es una segunda, porque ella habla sola consigo misma pero también le está hablando a Rayo, su esposo muerto. Yo quería que fuera un monologo dirigido a ese esposo ausente porque he pensado mucho en la soledad de las madres solteras. Me parece una cosa tremenda. Una amiga me decía que ella terminaba teniendo conversaciones imaginarias con un marido porque es muy difícil ser el único responsable. Entonces a mi personaje le da mucha rabia que él se muera. Me parece que es una mártir, de alguna manera, porque quedó sola y atrapada en un rol.

Llama la atención esa profesión de su personaje: Cecilia es traductora. Todo el tiempo está en el centro, rodeada de voces polarizadas pero infamemente sola, en un intento por expresar a través del lenguaje y comprender el lenguaje de los otros. Y usted, ¿a veces también se siente sola en el discurso?

A veces. Creo que en algún momento sí me sentía como Cecilia. Al crear un personaje que ha sufrido tanto siento una gran empatía y conexión con ella. En ese sentido me parece que la literatura a uno lo acompaña muchísimo, acaba uno encontrando con quién conversar en el mismo libro.