Un escritor escéptico aborda el tema por excelencia para lectores crédulos: los fantasmas. Desde un principio deja clara su posición: “No me consta que los fantasmas existan. Y tampoco me consta que no existan”. Por eso, aunque el libro ‘Veinte historias de fantasmas’ del poeta Darío Jaramillo Agudelo, está incluido dentro de ese género conocido como literatura infantil, y teniendo en cuenta que los niños son actualmente los lectores más escépticos que existen; entonces, en este sentido, es un libro ideal para ellos —y para los adultos que aún conserven su natural escepticismo—, ya que esa duda metódica frente a realidades no comprobadas, será el recurso intelectual y creativo que animara cada uno de estos cuentos de fantasmas.

Antes de empezar sus narraciones, el autor comparte algunos de sus conocimientos fantasmales, que después desarrollará por completo en el ‘Breve tratado de fantasmología’, aquí establece algunas condiciones que definen una historia de fantasmas, que no necesariamente debe ser que haya un fantasma, “de cultura a cultura, de siglo en siglo, se repiten ciertos esquemas alrededor de los fantasmas: su gusto por la noche, por los cementerios, su afición al deporte macabro de asustar humanos, la repetición de argumentos como los de la casa embrujada, la falta de adecuadas honras fúnebres de un difunto que no cejará hasta lograr que se celebre el rito necesario para su descanso eterno. También la presencia de fantasmas cerrando algún episodio de su vida anterior con una venganza que ejecutan en su estado fantasmal”.

A esto se suma un ‘Protocolo fantasmal’, donde se recomienda —ya que de algún modo este libro también está dirigido a quienes en la otra vida deseen ejercer como fantasmas y se vayan preparando desde ahora—, cómo debe lucir frente al público vivo un fantasma que tenga intenciones de espantar: aparecer sin cabeza o sosteniéndola en la mano, o con varias cabezas o con cuernos, o la clásica calavera andante, pero con la advertencia de que los huesos pueden atraer a los perros.

Al respecto, el autor hace una aclaración, y es que por increíble que parezca, existen o podrían existir fantasmas que prefieren no asustar, como en la historia de ‘A Darío no le gustaba asustar a nadie’: “Asustar a cualquier criatura es una indecencia. A nadie le gusta que lo asusten, que lo atemoricen, que lo alarmen, que lo aterren”, comenta este fantasma cuya actitud excéntrica termina por causar temor, pero a los demás fantasmas.

Algo aún más extraño ocurre con Renato en ‘El fantasma que no creía en la realidad’, en este cuento el autor crea un reflejo inverso del escepticismo de los vivos frente a la realidad fantasmal —si puede llamarse así—, ¿qué tal si son ellos, los fantasmas los que no creen que haya seres vivos? Frente a esta duda, Renato como buen fantasma escéptico decide realizar un experimento, va en busca de personas vivas para pedirles pruebas sobre la inexistencia de los fantasmas, salvo que cada vez que se encuentra con una, esta sale espantada.

“Desde entonces, Renato piensa que los seres humanos no existen, que son un invento de los fantasmas. Y está escribiendo un libro para demostrarlo”.

Antes había dicho que no necesariamente una historia de fantasmas debe tener uno, y esa es una característica muy estimulante de estos cuentos de Darío Jaramillo Agudelo, pues siguiendo el modelo de Henry James en su paradigmático ‘Otra vuelta de tuerca’, sus historias de fantasmas no dejan certezas, pero crean una huella sutil de incertidumbre en la que los lectores se preguntan, ¿era o no un fantasma lo vio? Esa sola duda puede erizar la piel.

De todo lo anterior, como se dijo en un principio: no hay pruebas, pero hay historias, 20 en total, y para el caso que nos concierne, que es el de pasar un momento divertido, donde el miedo se transforma en humor e inteligencia, nada mejor que una buena historia de fantasmas.