La gallada son nueve: Pacho, el mayor de todos con 18 años, Topo, Pipo, Leo, Murillo, Héctor, el Flaco, Nando y Emiliano, el último en unirse para jugar fútbol y salir en exploración por las montañas de Aguadas (Caldas). Todos son rememorados por el treintañero Emiliano, quien acaba de renunciar a su trabajo como periodista en un medio de Cali y, en medio de una profunda crisis de identidad, comienza a cuestionar su propia historia —la del país y su propio oficio— desde aquel edénico pueblo donde un día con sus amigos presenció la barbarie en toda su muda perversidad.
Así empieza ‘Las medidas del engaño’, la primera novela del escritor y periodista Yefferson Ospina, en la que hace un recorrido del campo a la urbe caleña, midiendo con neurótica precisión el tamaño del desengaño que constituye la realidad colombiana, en la que generaciones enteras observan cómo las promesas de paz, bienestar, honor, igualdad, mérito y éxito se derrumban ante la violencia, la ambición y la rentable ignorancia.
En la novela, Emiliano cuenta los destinos de sus amigos, que también son ecos de sí mismo, circunstancias en las que, solo por ironías del azar, él terminó como periodista y ellos como falsos positivos, o como mercenarios de una guerra sustentada con mentiras oficiales y discursos revolucionarios delirantes. “¿Es eso un hombre?”, se pregunta el narrador, antes de renunciar a todas sus certezas.
Nacido en el mismo pueblo que sus personajes, Yefferson Ospina es Comunicador Social de la Universidad del Valle, trabajó por ocho años en el periódico El País y actualmente adelanta un doctorado de literaturas latinoamericanas en la Universidad de Austin (Texas, EE. UU.).
—¿Por qué escogió como narrador de ‘Las medidas del engaño’ a un periodista?
Al principio pensaba escribir otra novela, un poco inspirado en lo que estaba leyendo por esos días, ‘Sumisión’ de Michel Houellebecq y el ‘Lamento de Portnoy’ de Philip Roth, autores que yo sigo mucho, pero al mismo tiempo quería escribir una novela a partir de mi experiencia personal como periodista, por lo que necesitaba un personaje que pudiera recorrer la ciudad, un poco como el típico narrador desesperanzado que percibe en su entorno las huellas de cómo todo se echó a perder en la ciudad.
Para este personaje también tomé un poco de lo que yo sentía cada día subiéndome al MIO, pasando por el centro de Cali y lo que sentía cubriendo la realidad del país. Todo esto narrado por un hombre que pasa por la crisis de los 30 años, para quien su trabajo, la ciudad y su generación son reflejo de una crisis general.
—¿Podría considerarse como una autoficción?
No he explorado mucho ese concepto, en el sentido de que me parece como un nombre novedoso para un asunto antiguo. Puede que la autoficción se haya popularizado en los últimos años, pero el mismo concepto se lo podemos aplicar a Camus o a Kafka. Si consideran que mi novela es autoficción, no tengo ningún problema, pero yo la escribí teniendo claro que no es posible apartarse de la experiencia personal para la creación literaria, incluso para escribir historias de ciencia ficción.
—Más allá de la correspondencia autobiográfica entre el autor y el protagonista, ¿cuál es el potencial que tiene un periodista como personaje literario?
Sí, hay como una genealogía de estas novelas con periodistas, ahora mismo, por ejemplo, se me ocurre ‘Conversación en La Catedral’, de Vargas Llosa, donde hay un reportero. Pero yo no fui tan consciente de esto al escribir mi novela, de lo que sí fui consciente es de la posición privilegiada que tiene el periodista, al menos, en Colombia, como reportero del conflicto armado, para observar y escuchar cosas a las que no todo el mundo accede, a esos testimonios y esos hechos de primera mano. Por otro lado, también me interesó muchísimo, desde que empecé a experimentarlo, hacer evidente la crisis del periodismo que, bien analizada, es como la manifestación de una crisis mucho más profunda, la crisis de lo social y de narrativas de lo representacional.
Quería mostrar lo que está ocurriendo en el periodismo, este deseo por publicar como noticia lo que dice la influencer o publicar cosas que no son hechos verificados, pero que igual generan tráfico y audiencia fuerte, son síntomas de un asunto muy complejo, que está ligado a la idea posverdad y, en mi opinión, a la abundancia de relatos de la posmodernidad, exceso de narrativas ligeras y sobreinformación que no permite orientarse en el mundo. Cuando empecé a notar esta crisis desde mi experiencia personal, supe que el personaje debía ser un periodista para poder señalarla.
—La novela también es un testimonio generacional del conflicto armado, ¿cómo logró hallar un enfoque propio en la narrativa sobre la violencia colombiana?
Hemos tenido una guerra de más de 50 años, sobre la que el periodismo, la literatura y el cine han profundizado, pero si te pones a mirar no son tantas las obras, yo ahora recuerdo a ‘Toño Ciruelo’ y ‘Los ejércitos’ de Evelio Rosero, ‘Cóndores no entierran todos los días’, algunas novelas de Laura Restrepo. Pero, aparte de cómo se ha escrito sobre la guerra, me interesó preguntarme ¿quiénes han narrado la violencia en Colombia? Sobre eso no hay mucha discusión, han sido las clases medias altas, hay unas pocas excepciones como Gilmer Mesa en Antioquia, y Daniel Ferreira en Santander.
En este sentido, lo que me interesaba a mí era narrar el conflicto desde el punto de vista de las clases bajas, muy distinto de la clase media, o de como han hecho otros escritores narrando desde lo que, a falta un mejor nombre, llamamos pornomiseria. Además, yo vengo de un pueblo de gente pobre en el que viví, junto con otros jóvenes de mi generación, el peso del conflicto armado y cómo definió nuestro futuro. Al mismo tiempo, fui muy consciente de que esta historia, o al menos estas historias, que están en el justo medio de la sociedad, demuestran esa transición entre lo rural y lo urbano, una experiencia que es determinante para las clases bajas.
Siempre he estado interesado por las condiciones socioeconómicas en que se hace literatura. Escritores como Juan Gabriel Vásquez y Santiago Gamboa escriben la novela de sus viajes por el mundo, dado que sus privilegios se los permiten. Pero es válido también escribir la novela de los no privilegiados.
—¿Por qué escribir una novela y no un gran reportaje periodístico?
La novela me permite construir episodios que responden no solo a unos hechos reales, como en el reportaje, sino que me otorga la libertad de narrar respondiendo a una experiencia estética, a algo más allá de lo informativo que quieres que comunicar.