“Esas miserias son los bienes
que el precipitado tiempo nos deja.
Somos nuestra memoria.
somos ese quimérico museo de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos”.


Jorge Luis Borges

A menudo el ruido se vuelve mundo, sonidos e imágenes que estremecen la tensión o la terrible ansiedad, navegando situaciones que drenan nuestra vida poco a poco con una lentitud inquietante. Sin embargo, aún hay una herramienta contra algunas de las fatalidades del presente: cerrar los ojos e imaginar que estamos en nuestra infancia, en la cena con los amigos o viendo esa película con el ser amado. A pesar del presente, tenemos el pasado. Pero sucede que los tiempos que han pasado no siempre son del todo buenos, en la infancia el abuelo se enfermó, en la cena nuestros amigos se tuvieron que ir y la película fue muy corta. La memoria detenida en estos momentos da valor al presente, así duela, como una trayectoria espinosa que hemos de cruzar para llegar a donde estamos, en efecto, somos nuestra memoria. Recordar para evadir el desasosiego, recordar para comprender, recordar para vivir son las premisas de ‘Las primeras cosas’ del escritor portugués Bruno Vieira Amaral, obra publicada por Panamericana Editorial.

Luego de algún tiempo, producto del término de una relación de ocho años, Bruno, el protagonista del libro, vuelve al barrio Amelia, lugar que lo vio crecer. Mientras camina por sus calles encuentra distintas personas u objetos que le recuerdan una parte de su vida, mientras que, de telón de fondo hay una tensión entre conseguir un trabajo que realmente no quiere encontrar y tener una cita con la chica que atiende el restaurante donde desayuna todos los días. En su esfuerzo por lograr comprender la historia del barrio Amelia desde su partida, se encuentra con un viejo fotógrafo con problemas de visión que lo guía a través de los lugares y las historias, su candil de la memoria, Virgilio.

Lea aquí: 'Margarita Rosa de Francisco va sola': lea un fragmento del segundo libro de la actriz caleña

Virgilio es un personaje interesante, porque su compañía a través de los lugares físicos tiene repercusiones sobre los interiores de Bruno; salir a caminar significa mirar hacia adentro. Todo pasado es difícil, el recuerdo trae incongruencias e inexactitudes, como también dolor y amargas sorpresas, sin embargo siempre es necesario porque el significado de la tranquilidad no se entiende sin su directa oposición. El camino por comprender el barrio Amelia para Bruno, y también para el lector, está fragmentado por capítulos cortos que, con esencia de cuentos, constituyen una novela en su integridad, una estructura narrativa valiosa que permite reencontrarse con la obra desde múltiples puntos de vista.

Con una escritura pintoresca y anecdótica, el autor conforma una obra sólida que se permite divagar entre las calles del barrio, como si el lector fuera el tercer acompañante de la dupla ficcional. La botella de alcohol, la bicicleta que pasa, el viaje en autobús, etc., todo importa para ‘Las primeras cosas’ y el viaje de Bruno, incluso aquellas caminatas solitarias y silenciosas que describen círculos sobre las calles, son fundamentales para que el lector pueda descubrir aquello que aqueja y cuestiona tanto al protagonista. No hay mayor virtud que saber que el viaje hacia sí mismo de Bruno es, en esencia, el destino que nos lleva hacia nosotros mismos.

El sistema narrativo del libro de Vieira Amaral está tan bien planteado, que el encuentro fortuito con algunos personajes en varios capítulos se siente natural, como si tan solo fuéramos los espectadores de una vida que simplemente funciona, con sus altos y sus bajos. La felicidad del reencuentro, las historias increíbles de un marinero, abortos clandestinos con trasfondos muy tristes, infidelidades dolorosas y solitarias, pero un tanto cómicas, y soberbios asesinatos en el barrio Amelia son algunos de los recuerdos a los que el protagonista tiene que hacer frente para conseguir una liberación personal, exhumación existencial. Solo cuando Bruno comprenda la historia de su infancia y adolescencia podrá rehacer su vida, encontrando que el dilema real de muchas inquietudes, sean de cualquier índole, reside en no comprender, no recordar o no querer saber. El entender y recomponer el rompecabezas de su mundo será cuando, como añade el autor, “ya no habrá más muerte, no habrá más llanto, ni clamor ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de ser”.