El poeta y periodista caleño Harold Cortés publicó en 2019 su poemario ‘Tierra de nadie’, una obra que desde una mirada crítica sobre el paisaje urbano, reflexiona sobre la desigualdad y la belleza cotidiana. Compartimos una selección de poemas escogidos por su autor para Gaceta.
VIENTOS DE AGOSTO
Viento hilado en rumor de palomas;
alas como hojas de poemario
se baten airadas.
Ancianos sorben la plaza,
se sirven de ella; le pertenecen
a la gris mañana las palabras.
Admiración encerrada en monotonía;
tiempo hecho reflexión; ojos yertos,
un recuerdo reclama silencio.
Extendido ya el paisaje está;
el día gravita en barítono
sobre los tímpanos; tenue
sobre mi lengua naciendo
un sabor de tertulia lejana.
ALMAS SIN PATRIMONIOS
Somos almas sin patrimonios
transitando calles inciertas
como nómadas,
sin saber que en todas partes
hay una parte de nosotros.
Los rostros de mis hermanos
se los comió la noche.
La bruma dilata las pupilas
y veo: soy un forastero en tierra de nadie.
¿Dónde está mi parte?
¿Ese vientre de Valle
y los besos de San Antonio?
¿Aquella Loma de mitos,
y los viejos de la Plaza?
¿A dónde la quietud del Río Cali,
o las plegarias de La Ermita?
Silencio.
El espejo empañado,
tras un tibio baño,
me muestra mensajes cifrados;
extranjeros hablando en sentimientos.
¿De dónde eres pobre forastero?
En el aura de esta casa,
velas ceremoniales,
un rosario en una puerta
cuelga en el olvido.
Estos también se esconden
de los rostros extraños;
almas sin patrimonios,
transitando calles inciertas
como nómadas:
rostros que se comió la noche.
TIERRA DE NADIE
Han mudado los días;
el temor a lo incierto se desvaneció
en un sentimiento curioso.
Una necesidad de explorar y de explorarse
nace en la ebriedad del alma.
Un saludo se asoma en la boca,
tejer una tertulia con los hilos de la noche,
robarse una sonrisa
o un nombre para recordar.
Habitar lugares ajenos
es recorrer nuestras calles y pasillos.
Nos esforzamos por diezmar lo incierto
y vamos, sin saberlo, caminando nuestros pasos perdidos,
intentando meter las horas de esta ciudad
en nuestro reloj de lunas:
figuras o formas en álbum de memorias.
Buscamos caras conocidas en las nubes
o soñar despiertos;
preguntas a una pintura
sobre el retrato de un hombre o una mujer.
¿Seré yo la noche que se presta para la tertulia?
¿O las horas perdidas de un reloj color de nácar?
ALMA DESNUDA
El agua engendra al agua
en la estreches de un contacto;
el viento habla recuerdos
o un cálido amanecer en remotas estancias.
En un desliz el alma se desnuda,
se suspende en la quietud del río;
el cuerpo queda a merced del recuerdo,
y las cicatrices, hasta entonces dolientes,
hacen un monologo al fracaso.
Somos la suma de nuestros dolores;
sombras en cuerpos de tortura
u hojas de escribano
dispuestas al capricho de los dioses.
Por las riberas del río se oye la ciudad
Parejas disertan el porvenir;
la tarde, como animal herido,
se esconde en los edificios
atravesada por nuestro dolor.
ÁNGELES DE LUNA LLENA
A la hora en que el sueño se desliza,
mientras el demiurgo hablaba de la oscuridad,
perdí la luna.
En un paso barrido por el viento,
intentando abrazar lo inasible,
descubrí las puertas de un infierno
por donde entraba la noche.
Un pájaro escarlata,
con pico semejante a un puñal de nácar,
me enseñó, tras las puertas,
un bosque de infamia.
Dentro un cielo rojo;
un sombrero negro con zancas
albergaba ángeles ruinosos.
Ningún ser en la fría noche
se me escapaba más infinitamente;
avanzaba con el alba en su cráneo,
arrastrando tras sí cuerpos baldíos.
¿Vestidos de qué sueño
vendrían los viajeros de la sombra?
¿Qué dios los condujo al averno
y con qué propósito?
En los espesos bosques del silencio,
donde entran los cuerpos
como un tren en la niebla,
los seres abrían el pecho de la bóveda celeste.
Arriba, mordida por el sueño,
brillaba mi luna en el país de los ciegos.
TOMAR UNA DUCHA
Limpio mi rostro en un charco de agua;
restriego mi cuerpo con una reflexión
como si un estropajo me blanqueara
el alma o la conciencia.
El baño, oscuro y trémulo, me invita
a la memoria; abro la llave y tomo
con las yemas de los dedos un trozo
de fe para no morir de pena moral.
Mi piel es excremento de ángeles caídos.
El pelo huele a miradas graves,
mentiras piadosas; la hipocresía
acumulada en el contacto con la gente
hace perder el hilo: estamos sucios.
De mis ojos brotan lagañas de estupor;
levanto el índice y el pulgar,
me arranco las pestañas o
remuevo de mi barba las arañas que
huyendo de las oficinas públicas
se metieron por la ventana.
Sin pensarlo demasiado,
termino siendo una suma de partículas de polvo,
la mugre que surte las calles cada mañana o
el escupitajo indigente que sueña con ser gobernador.
Soy una calle solitaria por donde nadie transita,
ni fantasma o demonio.
Soy humo de alcantarillas,
vómito de estatales o hierro frío;
soy un latino sin olor a Francia:
la escoria. Lo que queda o lo que sobra.
No peguntes por qué me lijo la piel con un poema
mientras silbo las canciones de Beethoven;
en este baño, en cuya sombra el vaho
por mi cuerpo corre ¿acaso no soy yo
la suciedad de nuestros pueblos?
¿Acaso no somos lo que queda del roce de las pieles?
El ritual no dura, y sin embargo,
al sonar del segundero, recupero el ademán;
un vecino toca la puerta,
me pide que ahorre un poco de agua:
todos necesitan blanquear su alma
para ensuciarse de la vida un día más.
POR LA UTOPÍA
Escribimos porque nos toca,
porque nos hacemos cómplices
de la vida o de la muerte.
Escribimos por lo que sabemos,
y por lo que nos falta conocer;
Escribimos porque estamos hartos del mundo,
de la sombra del poder y el gran hermano.
Escribimos por la utopía o la distopía,
por el quebranto de los pueblos:
ese apocalipsis del ayer que se hace eco.
Escribimos porque lo merecemos
porque somos ángeles
o demonios que buscan redención.
Escribimos por lo que soñamos,
y también por la pesadilla de aceptar el presente,
Escribimos por los temores de seguir vivos,
por el desperdicio de ser masa sin caos.
Escribimos por revolución, por antídoto,
escribimos como última cura de la sociedad.
Escribimos porque venceremos la derrota,
porque creemos en la gente
Y escribimos porque el grito no es suficiente,
y no es suficiente una lágrima o un premio.
Escribimos porque es lo único que tenemos,
Y lo único que tienen los que leen,
Escribimos para bien y para mal,
Porque no tenemos alma
o porque se esconde en el tiempo.
Escribimos para cruzar fronteras inciertas,
para habitar constelaciones,
para rompernos en pedazos;
Escribimos como alabanza al sufrimiento;
como un canto a la belleza.