Hace 65 años, Octavio Paz planteó en su mayor poema, ‘Piedra de sol’ (1957), una paradoja de la cultura amatoria: “amar es combatir”. De esta forma consagró una vez más —en el siglo XX—, esa antigua imagen del amor como un enfrentamiento, en este caso, de los dos amantes: él y ella, contra una sociedad que impide amar con total libertad.

“Amar es combatir, si dos se besan/ el mundo cambia, encarnan los deseos,/ el pensamiento encarna, brotan alas/ en las espaldas del esclavo, el mundo/ es real y tangible, el vino es vino,/ el pan vuelve a saber, el agua es agua,/ amar es combatir, es abrir puertas,/ dejar de ser fantasma con un número/ a perpetua cadena condenado/ por un amo sin rostro”, dejó plasmado en versos endecasílabos. Pero, como aclaró después en su ensayo ‘La llama doble: amor y erotismo’ (1993), la libertad que pedía para el amor estaba limitada al amor entre hombre y mujer, y a un amor único, que consistía en elegir para siempre una compañera de vida que cumpliera todas las virtudes (morales, espirituales y sexuales) que la cultura occidental encargó representar a la feminidad, “vida y muerte pactan en ti; señora de la noche,/ torre de claridad, reina del alba,/ virgen lunar, madre del agua madre,/ cuerpo del mundo, casa de la muerte”.

En la poesía y pensamiento de Octavio Paz —como de otros poetas del siglo XX, no podemos olvidar la influyente imagen del amor construida por Pablo Neruda—, se encuentran varios sesgos tradicionales sobre el amor, más visibles para nosotros en el siglo XXI, de lo que parecían a los lectores y lectoras de generaciones pasadas. En primer lugar, que su visión de amor es unilateral, solo concibe al hombre como ser capaz de crear una poética amatoria, mientras que la mujer —aunque alabada— es su objeto de realización universal, un ser deificado que interviene en las relaciones amorosas sacrificando complacida su cuerpo, tiempo, aspiraciones e identidad propia, porque en el amor “no hay yo, siempre somos nosotros”, y ese yo amatorio configurado por una tradición machista, ha implicado la desaparición del “yo” deseante de la mujer, satisfaciendo casi siempre el “yo” deseante del hombre.

Esta es una historia de amor desigual y con frecuencia violento, que desde la antigüedad instituciones como la iglesia y el estado han sostenido, generando un sistema —o tradición cultural— basado en el sufrimiento, validado en costumbres y expresiones artísticas que lo normalizan, y actualmente, encuentra su mayor difusión en la industria del entretenimiento, puesto que en su sentido más básico, el publicitario “amar es combatir” de Paz, no se diferencia mucho del “oh mujeres tan divinas/ no queda otro camino que adorarlas” de Vicente Fernández, o del “y vivieron felices para siempre” de los cuentos de princesas producidos por Disney. En todos se configura un mismo paradigma amoroso que aplicado hoy —cuando, por lo menos en países Occidentales, hay libertad sexual y las relaciones no convencionales empiezan a ser aceptadas— resulta aún más desastroso, hablamos del fenómeno que define Aura García-Junco en su ensayo ‘El día que aprendí que no sé amar’: “la idea de que quedarnos con alguien toda la vida es la única finalidad de una relación, de que si no dura para siempre es un fracaso, de que las peleas solo son parte de un camino hacia el Amor, y por tanto necesarias, son eslabones de ese constructo cultural llamado Amor Romántico”.

En ‘El día que aprendí que no sé amar’, la escritora mexicana hace una crítica del Amor Romántico desde la perspectiva de una mujer del siglo XXI, sustentanda en un equilibrado análisis de la literatura clásica, particularmente del ‘Ars amatoria’ (Arte de amar) de Ovidio, la sociología, la psicología, el feminismo y las teorías queer, porque para descubrir qué es el amor en la actualidad deben considerarse las nuevas posibilidades de relaciones amorosas que traspasan el binarismo hombre-mujer, desacralizar la imagen del sacrificio personal como condición del amor puro —que casi siempre asumen las mujeres—, y superar el enamoramiento que se concibe como posesión del otro, esa innegable herencia machista.

No obstante, como experimentó la misma autora al manifestar que lleva una relación abierta con un hombre, “no me explico por qué más de una vez, y de hecho muchas, me he encontrado a mí misma irguiendo un escudo, porque ni a espada llego, para evadir los madrazos argumentales que me suelta la gente cuando escucha esa invocación a Belzebú —‘relación abierta’— salir de mi boca”. Las sociedades, particularmente las de Latinoamérica, se obstinan en negar una verdad latente y cada vez más evidente en las nuevas generaciones: el amor cambió, y por lo tanto, exige una actualización de sus imaginarios, prácticas y objetivos. Pero actualizar el amor, implica una permanente reivindicación ante la reacción camuflada entre conservadores y progresistas —incluso en las comunidades LGBTIQ+ la noción del Amor Romántico conserva su influencia—.

“Muchas estamos intentando, desde nuestros humildes nidos de amor, romper el estatu quo de las relaciones, o al menos cuestionarlo. Tratamos, como dice Coontz, de tener relaciones cada vez menos basadas en la coerción; pero esto no es la regla, y tampoco el resultado es siempre el deseado. Muchas otras personas y producciones culturales están felices de regodearse en los mismos paradigmas”, comenta con ironía.

Sin embargo, para la escritora, el principal problema de seguir manteniendo el Amor Romántico tradicional en nuestro tiempo, es el inmenso sufrimiento y la incomprensión que deja a su paso, esos “cadáveres emocionales” que no aprendieron a aceptar la realidad más dolorosa del amor: nunca será perfecto y jamás cumplirá las expectativas alimentadas por el Amor Romántico. Pero, en la medida que evolucionen estas condiciones, el amor podría llegar a ser una experiencia mucho más inteligente, sana y gratificante. Ahora bien, la autora no critica la continuidad de la monogamia y las relaciones binarias, más bien, busca ampliar el conjunto de relaciones posibles (homosexuales, bisexuales, transgénero, asexuales) cada una con iguales retos de convivencia y aprendizajes pendientes —los más urgentes—, principalmente para los hombres (heterosexuales) son: establecer relaciones no coercitivas y con unos protocolos claros de consentimiento, y la gestión saludable de las emociones para sostener una relación en igualdad y, en las rupturas, evitar tragedias impulsadas por el miedo, el egoísmo y duelos amorosos mal asimilados que —con espantosa frecuencia— culminan en feminicidios. Al mismo tiempo, en ‘El día que aprendí que no sé amar’, la escritora esboza un nuevo ‘Arte de amar’ con una estética feminista y la autenticidad de una mujer amante, que reconoce sus propias necesidades afectivas y sexuales, así como los riesgos que asume en las relaciones, configurando un nuevo código amatorio para el nuevo milenio, dirigido a personas mucho más complejas emocionalmente que aquellos romanos a los que se dirigía el poeta Ovidio, o que los amantes de Octavio Paz, quien al final de su vida acudió a nociones más abiertas del amor para superar los errores cometidos como amante en sus primeras relaciones.

“Es necesario pensar la idea de amar y estudiarla en toda su complejidad. No es algo secundario: es uno de los ejes rectores del mundo. Muchxs pueden ser de la idea de que es mejor que las cosas que han sido consideradas enigmas de la pasión sigan así. ¿Qué es el amor, si no misterio? Las relaciones no coercitivas, el consentimiento y otras novedades dicen no a andar a tientas y sí al diálogo. No a la naturalización y sí a cambiar la manera en que nos relacionamos (…) Amar ahora es ese diálogo esquizofrénico”, propone Aura García-Junco en su ensayo.

En su casa del D.F. en México, la escritora habla de cómo en la lectura de los clásicos encontró el diagnóstico del mal amor o “mal querer” como diría Rosalía, considerado como una enfermedad del intelecto que todos debemos sufrir irremediablemente, pero negándose seguir esta tradición victimista, decidió proponer algunas claves para conservar el cariño y la pasión entre seres humanos, curándose con fuertes dosis de inteligencia.

—El libro será leído de muchas formas, dependiendo la identidad de género y la orientación sexual de los lectores, como en mi caso, siendo hombre y heterosexual, ¿cómo manejó esta diversidad de enfoques sobre el amor?

Como la escritura del libro fue tan larga, pensé en diferentes aspectos a medida que escribía. Hace más de cuatro años, cuando empecé a escribirlo, pensaba que no era tan relevante para mí que lo leyeran hombres, porque en ese momento mi feminismo se enfocaba solo en nuestra condición, pero pasado un tiempo me di cuenta del absurdo que era no invitar de manera explícita a los hombres a la reflexión, porque son la otra parte de una relación heterosexual, y también pueden integrar relaciones homosexuales de dos hombres socializados como hombres. Entonces, me pareció que no podía dejar a los hombres fuera de este debate y simplemente acusarlos sin dar un espacio de entendimiento, como una apertura al diálogo que es muy necesario para que las cosas alrededor de las relaciones cambien y salgamos de los caminos violentos, estos actos que afectan la integridad y están relacionados con un binarismo brutal, basado en esos papeles que se nos atribuyen desde que nacemos, las maneras en que nos socializan para representar ciertos preceptos que tiene que ver con pasividad contra proactividad agresiva. Por eso, más adelante consideré que era muy importante la lectura de los hombres, si bien entiendo que es un libro difícil, porque te hace muchas preguntas y si eres mujer te cuestiona, pero siendo hombre, sin duda la crítica es más fuerte.

—¿Cuáles fueron esos aspectos de la masculinidad que buscó desarticular en su crítica del Amor Romántico?

Uno de ellos tiene que ver con la cultura del ligue o el acto de entablar una relación, y es esta idea que viene desde Ovidio hace 2000 años hasta nuestro tiempo, de que el camino para la seducción es la perseverancia, algo que muchas veces es un comportamiento agresivo y una forma de acoso, y de hecho es una parte importante de la socialización masculina. Esto no solo aplica para las relaciones, también en otros aspectos de la vida profesional por ejemplo, pero en las relaciones se evidencia claramente y las mujeres solemos resentir la manera agresiva por parte de los hombres a la hora de querer conseguir algo. Y el consentimiento está directamente ligado con esto, por eso hablo en el libro de la cultura de la violación, un concepto que causa resquemor y no significa que todos los hombres sean violadores, sino que existe una cultura que privilegia el deseo masculino sobre el femenino, posibilitando muchos tipos de violencia. Dentro de esta cultura a una mujer se le enseña que sus deseos no deben ser escuchados, por lo tanto, muchas veces acaba accediendo a actos que no desea, porque tiene que conceder al otro. Mientras que a los hombres se les dice que la mujer siempre quiere por “default”, como si estuviera ya predispuesta a su deseo. Allí se evidencia esa inequidad, en cuanto se concibe a la mujer como objeto y al hombre como sujeto, de modo que solo él tiene posibilidad de independencia y realizar su identidad, mientras la mujer orbita a su alrededor. Creo que hay todavía una especie de silencio ominoso sobre estas prácticas que acaban teniendo repercusiones violentas para ambas partes, pero especialmente para las mujeres.

Esos dos puntos son parte del debate social vigente en este momento, en particular el consentimiento y cuáles son las nuevas reglas que debemos seguir para ligar o acercarnos los unos a las otras, las unas a los otros, y demás.

—¿Por qué hizo este cuestionamiento desde la doble perspectiva de la biografía y la literatura clásica?

Como escritora yo vengo de la narrativa y los ensayos que escrito, la mayoría breves, siempre son un híbrido entre géneros, que es de lo más interesante que ofrece la escritura tanto de ensayos como novelas, esa posibilidad de crear como un monstruo de muchas cabezas, empleando un montón de recursos. Me pareció que este tema en particular, debía abordarlo de una manera muy prismática, porque siendo tan complejo tenía que pensarlo desde mi experiencia personal, en primer lugar, y también debía salirme de mi cuerpo para mostrar el aspecto sociológico del amor, acudiendo a las fuentes que hablan de una teoría más amplia de las relaciones. Pero, por otro lado, también me interesaba la historia de cómo se ha representado el amor en la literatura, esto se debe a que cuando estudié letras clásicas adquirí conocimientos sobre las instituciones culturales humanas, sobre la formación de algunas instituciones tan concretas como los bomberos hasta ideas más abstractas como el amor. Por ello, también tomé un poco de esta genealogía cultural en mi ensayo para entender qué tanto estamos dialogando con estas instituciones desde el presente, si son todavía parte de nuestra experiencia, y qué tanto estamos más bien luchando por salir de ese constructo cultural. De modo, que ese balance y esa tensión me parecieron un eje central del libro, por eso Ovidio recorre todos los capítulos.

—El ensayo muestra una relación entre el comportamiento del cazador que los hombres asumen para la seducción amorosa y también para sus propósitos empresariales, ¿cómo analiza esa tendencia de ver como una competencia el amor y la vida profesional?

A mí me parece curioso desde la palabra que se usa con frecuencia para el ligue, que es la conquista, utilizando el mismo léxico que se usa en una batalla. De hecho, desde la antigüedad existe un tópico que se llama el “ejército del amor”, que agrupa todas las estrategias masculinas que tienen como objetivo conquistar a la amada, comparándolos con el asedio en una guerra, y si bien tenemos 2000 años de aquí al tiempo de Ovidio mucho de ese léxico sigue utilizándose, tanto en la carrera profesional como en el amor. Expresiones como “voy a conquistarte”, “tal persona es mi objetivo”, “va rendirse ante mí”, “voy a acabar por vencerla”, no digo que no se aplique también desde la feminidad, sobre todo ahora que hay muchas prácticas masculinas adoptadas por mujeres, pero son algo primordialmente masculino, porque dentro de nuestra historia cultural es muy reciente que las mujeres tengan la suficiente autoridad para ser más proactivas. Y a pesar de que esto esté cambiando, suele ser complejo para las mujeres, incluso de manera subconsciente tomar esos primeros pasos en una relación.

Ahora está de moda la “girlboss”, algo que no comparto mucho, pero se trata de las mujeres que asumen altos cargos de trabajo y sienten que deben actuar un performance de hombre para ser tomadas en cuenta, y al mismo tiempo, tenemos la situación de que a su vez los hombres deben mantener este performance siempre para ser tomados en cuenta. Resulta muy complejo de remediar, porque estamos en un contexto social donde salir de estos patrones implica una resistencia social más allá de nuestras convicciones como individuos. Por eso en el libro no explico solo desde la individualidad, porque no se trata solo de cambiar la forma de pensar, también es importante recordar que no somos islas y la parte social de estos cambios es difícil articular, siempre hay muchos factores coercitivos en la sociedad que pueden estarnos llevando de regreso a comportamientos de los que queremos salir.

—En su libro demuestra que las complicaciones del Amor Romántico paradójicamente afectan también a las comunidades de sexualidad diversa, quienes a pesar de su libertad sexual mantienen ideas anacrónicas sobre las relaciones amorosas…

Es que todos y todas hemos sido socializados en el amor de la misma forma, luego a partir del lugar de resistencia o de privilegio que ocupamos en el mundo tenemos más o menos obstáculos para salirnos de la norma. Muchas veces pienso en cómo la comunidad LGBTIQ+ ha tratado de encontrar mecanismos para normalizarse, como con el matrimonio por ejemplo. Pero en este caso, la palabra normalizarse la debemos tomar entre comillas, porque una a veces quiere ser normal, pero la normalidad siempre es dudosa, porque es la sociedad que con sus intereses define qué es normal. Entonces, resulta mucho más problemático ser ‘normal’ cuando ya estás en una situación de marginalidad, y lo que buscas es aceptación. Pero al mismo tiempo dentro de esos espacios, como hay un rechazo hacia la heterosexualidad sin duda, también hay un espacio de creación más grande y eso genera menos tabús frente a la sexualidad y aceptación a relaciones abiertas, no binarias, por ejemplo. Sin embargo, otros también continúan con el legado del Amor Romántico cruzándolo todo, y esto demuestra la complejidad del amor, cómo nuestras opresiones y privilegios combaten constantemente, y lo que queremos ser y lo que nos educaron para ser se definen en permanente tensión por ver cuál sale ganando.

—‘La llama doble’ de Octavio Paz es un precedente importante entre los ensayos que abordan el amor desde una perspectiva cultural y literaria, ¿consideró la posición del poeta mexicano respecto a este tema, bien sea como referente o para someterlo a crítica?

En el ámbito de los libros sobre el amor la bibliografía es inabarcable, yo leí muchos clásicos del amor, y aunque ya había leído ‘La llama doble’, no lo releí para mi libro. Tuve en cuenta ‘Amor líquido’ de Zygmunt Bauman, o ‘El arte de amar’ de Erich Fromm y muchos más, pero al final el libro que yo estaba escribiendo tenía una genealogía diferente, y objetivos diferentes, y yo pensé en nutrir más esa perspectiva que ponerme a contrariar otras. Entre el camino que me tracé leí mucho sobre las políticas de las emociones, como los ensayos de Sara Ahmed, leí también los análisis sociológicos de Eva Illouz, y desde luego mucha teoría feminista, incluso entre los clásicos que leí estaba ‘Eros dulce y amargo’ de Anne Carson que es un poco más tradicional en sus concepciones, de modo que para ‘El día que aprendí que no sé amar’ me interesó mucho más leer dentro de esta genealogía, que releer los viejos lugares comunes sobre el amor, especialmente los escritos por hombres del siglo pasado.

No es que no haya leído a hombres, de hecho leí a Pierre Bourdieu, Michel Foucault, entre otros, pero me interesaba también rescatar una tradición teórica diferente. Por lo que no tuve necesidad de regresar a Octavio Paz, ni siquiera me pareció un ejercicio interesante refutarlo. Aunque hay otro ejercicio que sí me ha interesado, es el libro ‘Delta de sol’ de la poeta Lucía María y que es un contra poema de ‘Piedra de sol’ de Octavio Paz, ella utiliza el poema de Paz para reescribir el suyo. Creo que estos ejercicios son más interesantes, porque en últimas mi libro no se trata de ponerme a contra argumentar a nadie, sino de crear desde otro lado.

—Sin embargo, hasta finales del siglo XX el Amor Romántico estaba muy reforzado por la poesía…

Sí, la literatura también ha reforzado muchísimo esta idea, incluso desde mucho antes del siglo XX, en mi libro analizo un fragmento de ‘Dafnis y Cloe’, una novela pastoral de casi 2000 mil años de antigüedad donde ya aparecen todos los elementos del Amor Romántico, como los que te comenté antes de la “militia amoris”. En la poesía también ocurre, incluso en la literatura del Boom latinoamericano se encuentran montones de ejemplos, hay pasajes de Gabriel García Márquez que ahora leo y digo. “Dios mío, esto no está bien, aquí hay algo muy torcido”. Pero eso no quiere decir que no pueda apreciarlo por la parte literaria. Lo que sí comparto es que desde nuestro tiempo ejercemos una lectura crítica. Además, en mi libro también me nutro desde otras fuentes, como por ejemplo la música y el cine, que son creaciones culturales de alcance más masivo.

—Y desde su perspectiva, ¿cómo analiza el fenómeno de la corrección política?

La corrección política es una idea que predispone a lanzar juicios muy a la ligera, por eso prefiero no usarla, me parece que se usa desde cualquier ángulo y con cualquier interés. Pero en lo que sí creo sobre nuestra lectura contemporánea del arte y la literatura en general, es que siempre debe ser una lectura crítica, como se ha hecho a lo largo de la historia para analizar los fenómenos culturales, y en ese sentido puedo seguir disfrutando de muchas obras aunque contengan ideas que no comparta. Cada quien puede poner la vara a la altura de su tolerancia. Habrá quienes ya no lean a Octavio Paz por un montón de razones, y otros que también reconocerán sus defectos, pero seguirán valorando lo que les gusta de ese autor, cualquiera de las dos perspectivas son válidas. Para mí lo importante es siempre tener un punto de vista educado y crítico.