Este año se cumplen 50 años de la llegada del hombre a la luna, un hecho que partió en dos la historia cuando el 21 de julio de 1969 el estadounidense Neil Armstrong se convirtió en el primer ser humano que pisó la superficie del satélite terrestre, ubicado a 384.400 kilómetros de la tierra. Hay quienes dicen que ni la futura llegada del hombre a Marte será tan importante como el arribo a la luna.
“Para aquellos que tuvimos la suerte de seguir la llegada del hombre a la luna, esto forma parte de nuestra experiencia vital, de la sensación de haber asistido en primera fila al desarrollo de una de las grandes hazañas tecnológicas de la humanidad. Fue un acontecimiento irrepetible”, escribe el divulgador científico Rafael Clemente en su libro ‘Un pequeño paso para un hombre’.
Rafael es ingeniero industrial y vivió de cerca los primeros descensos controlados de vehículos sobre la superficie de la luna, incluido el lanzamiento del Apollo 15. Este experto admite que la llegada del hombre a la luna fue resultado directo de las confrontaciones de la Guerra Fría. “Es evidente el componente político que la animó, muy por encima del interés científico o tecnológico”, escribe.
A pesar de que ya han pasado casi 50 años de este acontecimiento que se retransmitió a todo el planeta desde las instalaciones del Observatorio Parkes, en Australia, todavía hay algunos detalles que son poco conocidos.
El autor reseña algunas historias poco conocidas o insólitas que tienden a quedar ocultas ante la imagen de los astronautas en el desolado paisaje lunar.
Ningún alimento fue refrigerado
Todos los alimentos podían conservarse sin refrigerar y tampoco hacía falta calentarlos, pues en el módulo lunar no había nada parecido a una cocina ni a una nevera. Algunos, como el tocino y el pavo, iban estabilizados con una cubierta de gelatina. Las galletas y el pan habían sido tratados para evitar migas que pudieran salir volando.
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Como si fuera poco, la vajilla del Eagle solo eran dos cucharas porque no había platos ni vasos. Si a los astronautas les apetecía comer algo más entre el almuerzo y el desayuno, podían comer pan, barras de caramelo y pavo en salsa.
Sueños a bordo
No era sencillo encontrar acomodo para dormir en el Apollo. En el módulo de mando estaban previstos tres sacos que podían desplegarse en la zona debajo de los asientos. Estos sacos ofrecían cierto abrigo, pero su utilidad principal era impedir que los astronautas saliesen flotando.
En una ocasión Neil Armstrong contó que tuvo que dormir sentado sobre la cubierta del motor de ascenso, aunque reconoció que en la baja gravedad lunar no resultó tan incómodo.
Los otros ocupantes
Junto a Neil Armstrong iban los astronautas Edwin E. Aldrin Jr., de 39 años, apodado Buzz; y Michael Collins, de 38 años y piloto del módulo de mando.
Aldrin se convirtió en el segundo ser humano en pisar la superficie lunar. Se dice que cuando descendió de la cápsula Eagle tuvo que tener cuidado de no cerrar la puerta tras de sí, ya que esta no tenía manija en la parte exterior y podían haber quedado por fuera de la nave.
A la hora de clavar la famosa bandera, Armstrong se encontró con un suelo muy duro y tan solo pudo enterrarla pocos centímetros.
Gastronomía de la misión
En las misiones Apollo, la cocina espacial había mejorado mucho con respecto a la que padecieron los primeros astronautas. Ya podían escoger sus preferencias entre un menú de 70 platos. Eso sí, siempre se trataba de alimentos liofilizados, es decir, conservados, deshidratados o que pudieran presentarse en pequeñas porciones. Para beber agua, la nave disponía de dos dispensadores: uno de agua fría y otro de agua caliente. Los astronautas se quejaron con frecuencia no tanto de su sabor, sino de que contenían numerosas burbujas de gas que les provocaban molestias gástricas.
Ya instalados en la luna había dos platos, el primero: cubos de tocino, melocotón, galletas de azúcar, zumo de piña y pomelo de café. El segundo era algo más sustancioso: estofado de buey, sopa de pollo, pastel de dátiles y zumos de uva y naranja.
Así se debía ir al baño en la luna
La eliminación de los residuos fisiológicos, tanto los sólidos como los líquidos, fue problemática desde los primeros vuelos tripulados y continuó siéndolo durante todo el programa Apollo.
En general, los sólidos se almacenaban a bordo; la orina se descargaba en el vacío del espacio, donde se vaporizaba al instante. Solo en los últimos vuelos se trajeron muestras de orina a la tierra, como parte de ciertos estudios médicos.
Para los astronautas ir al baño nunca resultó en una experiencia satisfactoria. Las heces se recogían en unas bolsas de plástico con borde adhesivo para sujetarlas a las nalgas. No era fácil y con frecuencia parte del material escapaba y flotaba en la cabina, pegándose a los trajes o a los paneles de mando.
Una vez terminado su uso, el astronauta debía introducir en las bolsas una pastilla germicida, amasar bien y guardarla en un compartimiento creado para ello. Todo este proceso podía llevar hasta una hora.
Para minimizar el problema se recurría a medicación reductora del movimiento intestinal.
38
años tenía Neil Armstrong cuando comandó la misión.
24
de julio fue la fecha en que los tres astronautas del Apollo 11 regresaron a la tierra. Aterrizaron en aguas del Océano Pacífico.
4
días se necesitaron para llegar desde la tierra hasta la luna. El mismo tiempo tardó el regreso.