Cuánto nos parecemos a las ciudades que amamos y cuánto nos vamos pareciendo a las ciudades que perdimos, pero también cuánto nos consuela descubrir en ciertos momentos que el mundo con todas sus ciudades está siempre en el sitio donde estamos nosotros”, dice Ramón Cote Baraibar en su poema Templo Portátil.

La poesía, afirma, “no está en el poema ni en el libro sino en lo que nos rodea. Todo es convertible en poema y en poesía. Es una manera de habitar el mundo”.

Cali, por ejemplo, se le antoja a unas de esas escaleras que suben hacia un bosque. “Me huele a humedad y a la sensación de que al final de unas escaleras voy a encontrarme un edén”.

La paz en Colombia la asocia con “salvación” y “una absoluta obligación”, “el único camino para hacer de este un país civilizado”.

Y la poesía para él es “la revelación, la alegría, lo inesperado. El momento inesperado que se vuelve real, como encontrarte con un amigo que no veías hace 21 años. Es una cita con alguien que nunca esperas”.

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Cuenta que en su casa había una biblioteca muy grande, que su padre —el poeta Eduardo Cote Lamus—, murió a los 36 años, cuando él tenía un año y medio de vida. Entonces no tiene memoria de él.

“De alguna manera, inconscientemente, me acerqué a la poesía buscando la figura de él”.

Tenía 12 años y leía mucho. “Sabiendo que mi papá había escrito poesía me estaba metiendo en la boca del lobo, porque todo lo que escribiera o hiciera podía ser usado en mi contra, porque mi obra va a ser siempre comparada con la de mi papá. Pero si te digo la verdad, superé eso porque yo tenía una necesidad de escribir, no de competir, ni de
comparar”.

A muy corta edad leyó a Neruda, a Cernuda, a Borges, a Elliot, en fin, a muchos poetas de la generación del 50 en España. Eso lo ayudó a reafirmar su relación con la poesía. También cuento y novela.

De madre española, —la galerista Alicia Baraibar—, se fue a vivir a España y al año publicó su primer libro de poemas a los 21 años. “No se lo recomiendo a nadie, es como un tiro al aire. Pero me sirvió para afianzarme. Empezar con un libro publicado te da mucha seguridad, es sellar el compromiso que uno tiene con su propia escritura y consigo mismo”. Así el fruto de trabajo de la adolescencia se compendió en Poemas para una Fosa Común que publicó en Madrid. Un año más tarde Darío Jaramillo lo publicó en Bogotá.

“Estudié historia del arte y quería unir dos lenguajes y mundos distintos, la literatura y la pintura. Escribí 45 poemas que forman parte de Colección Privada que se ganó en 2003 el Premio Casa de América”, dice refiriéndose al libro de poemas que leyó en Oiga, Mire, Lea, mientras proyectaba las imágenes de los cuadros que los inspiraron, obras del Renacimiento al Siglo XX. Empieza en el Siglo XV y termina en el XXI y hay cuadros de Leonardo Da Vinci, Goya, Caravaggio, Bonnard, Alejandro Obregón y Luis Caballero.

Sobre su interlocutor en este festival literario, el escritor español Manuel Vilas, opina que es “un poeta absolutamente maravilloso, muy original, muy personal y muy auténtico. Ahora se ha hecho famoso por su novela ‘Ordesa’, pero los que conocemos a Manolo de hace muchos años sabemos que su gran pasión es la poesía, cosa que se advierte también leyendo esa novela. Tenemos muchos temas en común. Él tiene una nostalgia sobre su España de los años 70, pero también tiene una ironía, una burla y una inteligencia espectaculares. Lo mío no tiene ironía, pero coincidimos en muchos temas del pasado y la condición de la fugacidad de las cosas. A ambos nos gusta la poesía urbana”.

Cote nació en Cúcuta, pero creció en Bogotá y luego se radicó en Madrid. A los cuatro meses de muerto su padre, cuenta que él y su familia vivieron en Bogotá, y que por eso su recuerdo de Cúcuta no es nítido. Pero Madrid y Bogotá sí fueron fundamentales en su formación.

“Quienes leemos acabamos escribiendo”, sentencia. Y así fue. Ha escrito además de poesía dos libros de cuentos, el primero publicado por Alfaguara, Páginas de Enmedio y Tres Pisos más Arriba. “El género del cuento me ha entusiasmado, porque comparte con la poesía la misma combustión”.

Además ha escrito literatura infantil. “Soy padre de dos hermosas hijas, a quienes les quise escribir cuentos infantiles, pero es muy difícil encontrar el tono, el tema”, cuenta el autor de Feliza y el Elefante, Magola contra la Ley de la Gravedad y El Gato Izquierdo. También incursionó “en el curioso género de la biografía”, escribió para la colección de Panamericana de 100 biografías ‘Goya, el pincel de la sombra’.

Acepta que tiene “por ahí” una novela inédita. “Era una evolución natural, uno empieza a escribir poemas, luego cuentos, estos empiezan a alargarse, al tener contacto con otros géneros se amplía el espectro”.

Como si se tratara de un niño que narra una travesura, relata que hace unos años escribió una novela “a mano”, “de 200 páginas, el problema fue entender mi propia letra, juro no volver a escribir otra novela en mi vida”

Sin embargo, en este momento hay una editorial interesada en su novela. Para él es otro género literario único. “La poesía es lo que no se puede decir de otro modo, el cuento te permite decir otras cosas y la novela, otras más. En la novela le atribuí a muchos personajes recuerdos que me habían pasado a mí. Es un género muy esponjoso, atrae recuerdos olvidados, y hay una especie de hilo conductor, el de la memoria. Uno escribe por descubrir en la poesía y por recobrar, en la novela”, dice este poeta al que le gusta caminar la ciudad, leer los nombres de los almacenes y escuchar charlas fugaces.