El fondo de la pantalla muestra una cama con las mantas revueltas, a un lado un ventanal: abiertas las cortinas. Entra el sol, parece un lugar cálido. En primer plano está un hombre de 64 años, mostacho cano y alargado a lo Dalí, que dice: “Esta es una imagen obscena para una entrevista, con esta cama atrás”. De inmediato caigo en cuenta, ese es el mismo escenario que usan las modelos webcam en sus sesiones privadas, así se lo digo, y después de reír, me responde: “Cosas de la virtualidad”.
En el segundo algo incómodo que pasamos, pensé que no era tan descabellada la idea. Según algunos informes, las modelos webcam en Colombia pueden ganar hasta 50 millones de pesos mensuales. Así que si este hombre, nacido en Argentina y llamado Martín Caparrós, uno de los mejores periodistas de Latinoamérica, decidió cambiar de profesión a estas alturas, por la crisis y la pandemia y toda esa suma de complicaciones del presente, tal vez debería seguir su ejemplo.
Nunca se sabe dónde pueda estar Martín Caparrós, desde muy temprano en su carrera periodística lo suyo fueron los viajes a las desconocidas provincias argentinas, a pueblos perdidos en Centroamérica, a Brasil, India, Rusia, China, Colombia. Pero por pura casualidad, hoy se encuentra en Bogotá, en el octavo piso de un hotel, donde después de superar una extraña primera impresión y comprobar que no ha cambiado de oficio, ahora está dispuesto a conversar sobre su último libro, un híbrido entre crónica y ensayo, en el que recorre algunas de las principales ciudades de Latinoamérica: México, La Paz, Bogotá, Caracas, La Habana, Buenos Aires, Managua y, por increíble que parezca, Miami —que, como demuestra, puede ser la ciudad más latina de todas—. El libro, como los mejores de Martín Caparrós, que exceden siempre 500 páginas, se titula ‘Ñamérica’, un chispazo de genialidad con el que su autor pretende renombrar a esos 19 países tan diferentes, con más de 420 millones de habitantes unidos por el idioma español.
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Dicen los críticos literarios que la tarea de otorgarle nombres nuevos a las cosas, es de los poetas. Pero, siempre cruzando las fronteras entre periodismo y literatura, Martín Caparrós demuestra en este libro que los periodistas también pueden renombrar un mundo. ‘Ñamérica’ tiene la ambición de redescubrir nuestro continente desde la perspectiva de la lengua. Siguiendo esa máxima de Emil Cioran, “no se habita un país, sino una lengua”, el periodista y escritor argentino parte de un elemento común para describir la diversidad de culturas —y subculturas— que se expresan en esa lengua. Todo sin clichés románticos, nostalgias indigenistas, sofismas de clase, retóricas nacionalistas, o afán turístico.
Es una mirada profunda, crítica y honesta en busca de definir nuestra identidad, una mirada que a cada paso reconoce sus limitaciones, porque el “ser latinoamericano” tal vez solo sea un fantasma o un ideal, en todo caso una figura inasible que solo puede reconocerse con toda su carga de barbarie y poesía. ‘Ñamérica’ es el retrato al desnudo de Latinoamérica, diría el retrato obsceno, porque en vez de ocultar o maquillar sus imperfecciones, se esfuerza por entender la violencia —que, así de extrema aún no se compara con el viejo mundo—, corrupción, hipocresías, devociones, pasiones, vulgaridad, racismo, autenticidad, copias y plagios, ingenio, inmigración, capacidad de resistencia y, ante todo, un mestizaje creador determinante para la cultura actual.
Mientras se acaricia su mostacho, el autor de los ensayos y reportajes ‘El Hambre’, ‘Lacrónica’, y las novelas ‘La Historia’ y ‘Sinfín’, entre otros libros, responde al otro lado de la pantalla.
¿Cómo surgió la necesidad de escribir un libro sobre Latinoamérica?
Me sucede con frecuencia que participo en encuentros donde se habla de América Latina, y entonces allí todos damos nuestras definiciones, pequeñas explicaciones, que en algún momento me empezaron a sonar huecas, o anacrónicas, ya superadas por los cambios en las últimas décadas. Recuerdo que fue en San Salvador, cuando iba a dar de nuevo una de estas definiciones con lugares comunes y clichés, y me dije: “Che, no puedo más con esto, quiero tratar de entender en serio, ¿y si mejor me dedico un tiempo a intentarlo?”. Y cuando volví a casa, empecé a buscar cómo contar y entender qué es ahora América Latina.
¿Cómo descubrió la palabra ‘Ñamérica’ con la que nombró su libro?
Desde un principio decidí concentrarme en los 19 países que hablan castellano, lo cual significaba dejar fuera a Brasil, un país con una historia y unas dimensiones completamente distintas. Todos estos países que hablan español son un fenómeno único, no hay otra región planetaria unida por un idioma y una cultura más o menos común. Pero se me presentó el problema de que eso, de lo que quería hablar, no tiene nombre. Bueno, sí hay un nombre que es Hispanoamérica, pero esa es una palabra que nadie dice gratis, solo si te pagan, como cuando el locutor dice al aire: “Somos hispanoamericanos”, pero eso no convence. Seguí con el problema, ¿cómo llamo a mi objeto de trabajo? Cuando se me ocurrió: si lo que nos define es el castellano y este idioma tiene como estandarte la ñ, entonces, ¿qué pasaría si cruzara América con la Ñ? Y salió ‘Añérica’, que fue peor, pero como por error puse la letra más adelante y salió ‘Ñamérica’, que fue menos peor y ahí quedó.
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El libro no solo es crítico con la cultura y la historia de estos países, sino con el oficio mismo del periodismo, ¿cuál sería uno de los pecados capitales del periodismo al contar Latinoamérica?
Uno de los primeros que señalo es nuestra obsesión por la violencia. Está claro que el mundo identifica a ‘Ñamérica’ con la violencia, por supuesto, no es del todo errado y tendríamos mucho que discutir para precisarlo, y eso tiene que ver en parte con Netflix y sus series de narcos, pero también con el trabajo que hacemos muchos periodistas que, de algún modo, nos dejamos cautivar por el drama que la violencia supone, y por cierto espíritu aventurero inherente, y lo contamos desproporcionadamente. Me ha pasado que, siendo jurado de algunos premios de periodismo, de 10 crónicas que se presentaban, 9 eran sobre hechos violentos. Sin embargo, esa no es la proporción de la violencia en nuestras vidas, si tengo en cuenta que la violencia se mide según la tasa de homicidios por cada 100 mil personas al año, y la tasa de homicidios anuales en Colombia es de 25 por cada 100 mil habitantes, vale la pena contarlo, pero aun así esto quiere decir que cuando muere violentamente toda esta gente, quedan 99.975 personas que cada año siguen vivas. Con ellas fallamos al no contar sus vidas, y a mí me gusta cada vez más el periodismo que consigue contar lo ordinario en el sentido de transmitir cómo vivimos todos, no los famosos o los violentos, sino tú, yo, toda la gente, que somos parte significativa de esa realidad que llamamos ‘Ñamérica’, desde luego que es algo mucho más complicado, ese es el reto. Siempre es más fácil contar el drama de la violencia, con sus claroscuros y lugares comunes, aunque es necesario, cuando se vuelve lo único, deforma.
Martín Caparrós fue invitado virtual a la Feria del Libro de Cali, donde conversó con su colega Roberto Herrcher. La conversación se puede encontrar en el perfil de Facebook: @califerialibro
Miami, la capital ‘Ñamericana’
Entre las ciudades latinoamericanas que retrata en su libro, ¿por qué incluyó a Miami?
Allí se presenta un fenómeno muy curioso, definido ya por un expresidente ecuatoriano cuando dijo que Miami era la capital de América Latina. Y en algún momento llegué a pensar que había un problema de género en la definición, que no era la capital, sino el capital, porque es adonde se fugan muchos millones de latinoamericanos que los han conseguido de formas dudosas en nuestra región. Pero, al mismo tiempo, hacia allí va mucha gente buscando trabajo, así que hay dos vertientes digamos ‘ñamericanas’ que confluyen en Miami, el capital mal habido y el trabajo esperanzado. Y todo eso forma un magma que no ocurre en ninguno de nuestros países, porque en cada uno hay una población nacional que se impone con ciertas características, como que tú eres colombiano y yo argentino, mientras que en Miami todos somos latinos y nos mezclamos de otra manera, formando una amalgama cultural curiosamente extraterritorial, por lo que esta ciudad terminó siendo más ‘ñamericana’ que cualquier otra.