Ella, Mercedes, el amor de más de medio siglo de Gabriel García Márquez, emerge de las páginas de su obra cumbre, Cien Años de Soledad, como “una muchacha con la sigilosa belleza de una serpiente del Nilo”, “la boticaria silenciosa” o la “mujer de cuello esbelto y ojos adormecidos”.
El Nobel la menciona dos veces en Crónica de Una Muerte Anunciada; El Amor en los Tiempos del Cólera tiene la dedicatoria: “Para Mercedes, por supuesto”, y Los Funerales de la Mama Grande: “Al Cocodrilo Sagrado”. Ese último fue el apodo con que el escritor de Aracataca, Magdalena, llamaba a Mercedes Barcha Pardo, por la filiación de la familia paterna de su esposa con Egipto. “Su cara es elegante, ancha, de pómulos altos, los ojos una pizca oblicuos, y una mirada que es, a veces, como una risa, y, otras, podría calificarse de orgullosa”, la describió Héctor Feliciano en el libro ‘Gabo, Periodista’.
“Ningún personaje de mis novelas se parece a Mercedes. Las dos veces que aparece en ‘Cien años de soledad’ es ella misma, con su nombre propio y su identidad de boticaria, y lo mismo ocurre las dos veces en que interviene en ‘Crónica de una muerte anunciada’”, dijo Gabo en El Olor de la Guayaba, a Plinio Apuleyo Mendoza.
Mercedes, el amor de su vida, su gran personaje, con la estirpe de Úrsula Iguarán y de las mujeres de ‘Cien años de soledad’, murió a sus 87 años, después de meses de padecer problemas respiratorios, la mañana del sábado 15 de agosto, en su casa, en Ciudad de México, seis años después de la muerte de su esposo (el 17 de abril de 2014). Sus restos serán trasladados a Cartagena, para que reposen junto a los de su amado, en el Claustro de La Merced.
“¿Bailamos?”, fue la primera palabra con la que Gabo se acercó a Mercedes, en una fiesta de Cayetano Gentile, en Sucre. “Desde los doce años supe que jamás escaparía de aquel muchacho tímido”. Así fue.
Durante 56 años que estuvieron juntos hasta la muerte del Nobel, ‘La Gaba’ fue musa, crítica, administradora del hogar y responsable en parte del éxito de su esposo. Incondicional, silenciosa, de bajo perfil ante la prensa, alentó al escritor en sus empresas literarias.
Con una “mezcla singular de inteligencia absoluta, fortaleza de carácter, pragmatismo, curiosidad, sentido del humor y hermetismo”, como la describe Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo, se hizo cargo de las finanzas del hogar, cuando en 1965 al escritor se le vino a la cabeza Cien Años de Soledad.
“Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada. Mercedes logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne; el panadero, el pan; y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagarle el alquiler. Tú sabes la cantidad de locuras que ella me ha aguantado”, le contó Gabo a Plinio Apuleyo.
Después de 18 meses, el manuscrito de la novela estuvo listo y fueron a Correos de México para enviarlo a una editorial en Argentina. El envío costaba 83 pesos mexicanos y sólo tenían 45. Enviaron la mitad del manuscrito.
Gabo contó: “Nos fuimos a la casa y Mercedes sacó lo último que faltaba por empeñar: un calentador, la secadora del cabello y la batidora”, para enviar el resto de la obra (que hizo a su esposo acreedor al Nobel en 1982), no sin antes advertirle: “Ahora lo único que falta es que la novela sea mala”. Ella admitiría después que era su favorita: “Es una maravilla. Uno pasa de capítulo y no se da cuenta”.
En datos
Mercedes Barcha Pardo, la mayor de seis hijos de hija de Raquel Pardo López y de Demetrio Barcha Velilla, boticario, liberal, nació el 6 de noviembre de 1932 en Magangué, Bolívar.
Conoció a Gabo en un baile en Sucre, en 1941, él tenía 13 años y ella 9. Antes de irse a Europa, en 1955, él le prometió que al volver se casarían. A sus 23 años, en La Jirafa, columna que publicaba en Barranquilla, habló de ella: “Has crecido mucho desde la última vez, hace tres años. Creo que antes tenías los pómulos menos pronunciados… Pareces una mujer oriental”.
Desde París le escribió en una carta “si no recibo respuesta, no volveré a Colombia” y ella respondió una suerte de “sí, quiero”. Se casaron el 21 de marzo de 1958 en la iglesia del Perpetuo Socorro, Barranquilla.