La narrativa del Antiguo Testamento no se caracteriza por ser un relato optimista y sin dificultades. Podríamos describirla como la larga y dolorosa crónica de cómo Dios amaba a Israel como un esposo ama a su esposa, pero esta esposa continuamente decidía apartarse al entregarse a ídolos y al desobedecer el amor de su Señor. Es la historia de un Dios que, a pesar de la persistencia en el pecado de su pueblo, permanecía paciente y compasivo ante sus corazones obstinados.
¿Cuál fue la razón de la elección?
En uno de los textos cruciales para comprender el Antiguo Testamento, el Señor proporciona respuestas a estas preguntas. Es fundamental prestar atención a las palabras de Moisés, quien, guiado por Dios, se dirigió al pueblo de Israel al término del éxodo:
“El Señor no puso Su amor en ustedes ni los escogió por ser ustedes más numerosos que otro pueblo, pues eran el más pequeño de todos los pueblos; mas porque el Señor los amó y guardó el juramento que hizo a sus padres, el Señor los sacó con mano fuerte y los redimió de casa de servidumbre, de la mano de Faraón, rey de Egipto”, Deuteronomio 7:7-8 (énfasis añadido).
Dios eligió a esta nación no debido a su grandeza o superioridad sobre otras, sino simplemente porque los amaba. Esta elección cumplía una promesa hecha a los patriarcas y se basaba en la pura gracia divina. En términos sencillos, el mensaje era claro: “Los amo porque los amo”. Este amor es tan profundo y soberano que está más allá de la comprensión humana finita.
Dios es sublime, todopoderoso e incomprensible; ama y selecciona a los pecadores desde la eternidad, sin que estos deban cumplir condiciones para ser objeto de su amor íntimo y especial. Como lo expresó a Moisés: “Tendré misericordia del que tendré misericordia y me compadeceré del que me compadeceré” (Éxodo 33:19). Así de soberano es el Señor en su amor y elección.
Escogidos de la misma manera
Entender que la elección de la nación israelita fue un acto de pura gracia, motivado por el amor de Dios, tiene una relevancia significativa para nosotros. Nos recuerda que Dios elige a los pecadores para que sean parte de su pueblo de la misma manera. La Escritura sostiene que los creyentes han sido escogidos de manera similar a como lo fue Israel. Esta comprensión nos revela la naturaleza generosa y amorosa de Dios, que nos acoge no por nuestros méritos, sino por su incondicional gracia y amor.
“Dios nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de El […] conforme a la buena intención de Su voluntad [¡no conforme a algo bueno en nosotros!], para alabanza de la gloria de Su gracia que gratuitamente ha impartido sobre nosotros en el Amado”, Efesios 1:4-6.
Como ocurrió con la antigua nación de Israel hace milenios, Dios nos elige por su gracia para que vivamos en gratitud y adoración, buscando glorificarlo en todo lo que hacemos. En la actualidad, tenemos el privilegio de comprender mucho más acerca del amor de Dios que lo que la nación de Israel podía conocer en los tiempos del Antiguo Testamento. Esto nos brinda una perspectiva más profunda y clara sobre la generosidad y el amor incondicional de Dios hacia nosotros.
Por lo tanto, es crucial vivir con humildad y asombro frente a Dios. Podemos orar para que Él nos permita comprender plenamente la inmensidad de estas verdades. La gracia de Dios es completamente soberana; en este hecho, Él revela su gloria. Esta certeza sólida es el fundamento de nuestra esperanza, independientemente de las circunstancias que enfrentemos en nuestras vidas. El amor de Dios es eterno, y por eso, nada en el mundo podrá separarnos de Él, como se nos asegura en Romanos 8:38-39. Este amor es tan asombroso que debe impulsarnos a vivir en obediencia. Es un amor que da significado a nuestras vidas y nos llena de una alegría profunda y perdurable.