Su mayor tormento, confiesa Felipe Ossa, el decano de los libreros en Colombia, sería no alcanzar a leer todos los libros que tiene en su biblioteca. Y eso que lee más de diez libros a la vez, alrededor de 200 en un año. El hombre que ha dedicado 58 años de su vida a la Librería Nacional, y que acaba de publicar su libro ‘Cómic, una aventura infinita’ (será presentado en la Feria del Libro de Bogotá, Filbo 2019), hizo una pausa en medio de sus lecturas para hablar con El País.
¿Es cierto que desertó del colegio por culpa de los libros?
Absolutamente cierto. Mi padre era librero en Bogotá. Cuando llegó el 9 de abril de 1948, tras el Bogotazo, la ciudad quedó en ruinas, y él no pudo seguir con la librería. Mi abuelo, que era muy rico e importante, nos dio una casa en Buga y mi padre se convirtió en su secretario privado.
Empecé a estudiar, pero para mí era más divertido quedarme leyendo en mi casa —donde mi papá tenía una biblioteca de 10.000 volúmenes—, esos maravillosos libros. Cuando entré a tercero de bachillerato decidí renunciar al colegio y dedicarme a leer, a pescar, a cazar, a montar en bicicleta con mis amigos; cosas que, creo, son la vida, más que estar en un aula fría con profesores mediocres. ¿Para qué ir al colegio? Cuando afuera estaban el sol, el aire, los ríos y las chicas.
¿Sus padres aceptaron su decisión?
Mi papá no estaba de acuerdo, pero no aplicaba la disciplina férrea. Me dijo: “Tú has escogido y tendrás que enfrentarte a la vida de otra manera”. Pero tuve la suerte maravillosa de encontrarme, cuando tuve la necesidad de trabajar, con la Librería Nacional, que fue mi universidad. Allí no solo leí más libros sobre temas más diversos sino que conocí a muchísima gente y me inicié en la disciplina del trabajo, de ser una persona que debía salir adelante y progresar. Amo el autodidactismo, posiblemente chocará con todas las doctrinas pedagógicas, pero muchas personas, varias famosas, han escogido la lectura como medio de información. Una vez el gran escritor George Bernard Shaw dijo: “Desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”. Otro escritor inglés afirmó: “Los grandes hombres lo han sido a pesar de su educación”. Yo he seguido esas normas y logré salir adelante, leer muchísimo y aprender muchas cosas de arte, de literatura y de ciencia.
¿Qué leía en su infancia y qué halló en ‘La Isla del Tesoro’, regalo de su padre?
Empecé a leer los cuentos infantiles que mi papá nos llevaba a mi hermana y a mí. A los 9 años, caí enfermo y luego de leerme todos los cuentos infantiles que había en casa, mi papá me entregó un ejemplar de la ‘Isla del Tesoro’. Me dijo: “Léete esto y te va a gustar muchísimo”, lo leí en un día y me apasionó. Fue la llave que me abrió la puerta a las grandes novelas. A los 13 años ya leía libros más serios y de grandes escritores, como Robert Louis Stevenson, Conan Doyle, Julio Verne, Emilio Salgari, Rafael Sabatini; luego pasé a Charles Dickens y Honoré de Balzac. El autor que leo y releo es Jorge Luis Borges, una caja de música por su inteligencia, imaginación e ironía.
¿Cuándo empezó a leer a Borges?
Cuando entré a la librería, a mis 18 años de edad. Desde esa época he leído los libros y biografías, reportes y todo lo de este, uno de mis escritores favoritos. A Stevenson también lo admiro muchísimo, así como a ensayistas de historia de Colombia y escritores latinoamericanos como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Carlos Onetti, Alfonso Reyes, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, Juan José Arreola, Octavio Paz, Cabrera Infante y Truman Capote. Su forma de escribir era única.
¿Cómo pasó de ser bodeguero de la Nacional a decano de los libreros?
Entré como ayudante de bodega a la Librería Nacional porque no tenía experiencia como librero ni tenía un título. Tenía a mi favor un bagaje cultural muy grande y poco a poco el dueño de la librería, Jesús Ordóñez, se dio cuenta de lo que yo sabía de autores y de libros, me sacó de la bodega y me puso en ventas. Me propuse ser un gran librero, que supiera de verdad lo que estaba vendiendo, que conociera de temas, autores y libros; que hiciera muchos clientes y amigos. Durante años me dediqué con fervor y disciplina a ser el mejor librero de Colombia. Escalé posiciones poco a poco, me entendí con pedidos hasta que llegué a Bogotá, donde fui nombrado gerente. Me hice amigo de escritores, de editores.
Lleva 58 años trabajando en la Librería Nacional. ¿Cuál es su balance?
La Librería Nacional tiene 78 años de haber sido fundada en Barranquilla. En los años 60 llegó a Cali y yo entré a trabajar allí un año después de que la abrieran. Estaba en pleno auge la literatura latinoamericana, todo el mundo andaba con su ejemplar de ‘Rayuela’ bajo el brazo. Eran los años del Festival de Arte, la época de los nadaístas. Esos días los viví en Cali.
¿Los cómics lo llevaron a la lectura?
Empecé a leer a los 5 años historietas, que se publicaban a doble página en periódicos y en revistas. Por mi gen coleccionista, empecé a recortarlas de los periódicos, a pegarlas en álbumes y a guardarlas en archivos, hasta que tuve 15 años. Cuando entré a trabajar en la Librería Nacional, que distribuía todas las historietas, tuve un mayor acceso a estas. En los años 70 se publicaron libros de crítica y de historia del cómic a nivel mundial, resurgió el cómic europeo y me dio por estudiar el origen de las historietas y a los grandes dibujantes. Conseguí muchos libros y así empecé a crear mi propia biblioteca de cómics.
Perdió su colección de revistas de Dick Tracy por prestársela a una mujer. Todo fue pérdida, ¿hasta el romance?
Esa es una historia juvenil, que como dice Antonio Machado, en una de sus poesías: “Mi historia, algunos casos que recordar no quiero”. Alguna vez, enamorado de alguna chica veleidosa y frívola, que me engatusó, le presté mi colección y nunca me la devolvió. A ella tampoco la volví a ver.
¿Entonces ya no presta libros?
A mi esposa, Claudia Alemán, que es librera también, le regalo todos los que quiera y a mi hija, Viviana, que vive en Estados Unidos y es una autoridad en Mafalda; a mi hermana María Luisa, que vive en Cali, cada ocho días le regalo libros. Y a mi hijo Andrés, que además de ser editor, es un gran lector. De resto no le presto un libro a nadie, porque los libros son los mejores amigos, cuando uno los presta se enojan con uno y no vuelven.
¿Cuando no está leyendo, qué hace?
He sido un lector desde muy niño de muchos libros, de muchos temas, mi padre fue librero y bibliófilo, tenía una enorme biblioteca donde pasé los mejores años de mi infancia y de mi adolescencia. Para mí el paraíso está en los libros. No quiere decir que no haya llevado una vida activa. Me han gustado los deportes, jugué béisbol, practiqué por muchos años el levantamiento de pesas en la época en que era casi antinatural ser fisicoculturista. El fútbol, sobre todo el de la Champion League no me lo pierdo. Pero dedico mayor parte de mi tiempo a leer, me apasionan la historia, las biografías de los grandes personajes y memorias, y la literatura.
¿De qué equipo es hincha?
Aunque nací en Bogotá toda mi familia es del Valle del Cauca. Me fui al Valle cuando tenía 5 años, allí viví mi infancia y juventud, regresé a Bogotá hace 22 años. Fui hincha del América cuando no había manera de que ganara un campeonato, antes del 79. Los hinchas sufríamos muchísimo, luego sacamos pecho cuando fue campeón. Cuando se perdió la Copa Libertadores, en el 87, con Peñarol, dije: “¡No más, no voy a sufrir más!”, y me retiré del fútbol colombiano. Hoy le hago fuercita al América por los laditos, ya no como antes.
En su relación con su esposa hubo algún libro de por medio...
Entre libros he encontrado todo, y ella no fue la excepción. Aparte de nuestra afinidad por el humor, nos atrajo la música, eso inició la posibilidad de un romance.
¿Qué libro llevaría a una isla desierta?
Uno sobre el tratado de carpintería para fabricar botes.
¿Qué libro es el que todo colombiano debería leer antes de morir?
(Risas) No sé si ‘La Imitación de Cristo’, de Tomás de Kempis. No, no, pero sí hay algo que creo firmemente y que hasta me da un poco de angustia, y es que hay muchos libros maravillosos y autores que uno debería leerse antes de que la vida caduque. Da pesar que se queden allí en las estanterías y que uno no los pueda leer. Por ejemplo, Robert Graves, novelista e historiador inglés, que escribió esa novela ‘Yo Claudio’, llevada a una serie de televisión, tengo sus obras y quiero terminar de leérmelas. También tengo varios libros de Chesterton, el gran escritor inglés. Cada persona tiene su autor favorito, porque así como a cada quien le llega el amor verdadero, también le llega un libro o un autor.
¿Pero cuál recomendaría usted?
‘El Mundo de Ayer’ es un libro extraordinario. Mi consejo es leer todo lo que uno pueda hasta el último instante. Todos los días de mi vida he leído.
Hijo de Tigre...
“Mi casa no era una casa con biblioteca sino una biblioteca con casa”, dice Andrés Ossa, hijo de Felipe Ossa. “Siempre hubo una enorme biblioteca de 8000 volúmenes o más. Yo me divertía mucho leyendo y jugando allí. Por eso le cogí gusto a los libros y también porque mi papá siempre nos inculcó el amor por la lectura, y por los cómics”.
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Al igual que lo hizo su padre con él, Felipe motivó a sus hijos a leer historietas, como ‘Boogie, el aceitoso’, de Roberto Fontanarrosa.
En la memoria de Andrés está dibujado el primer libro que su padre le dio, una novela gráfica sobre las guerras de las tribus zulu en Sudáfrica. “Me dijo: ‘Léetela que te va a gustar’ y me gustó mucho. Se llamaba ‘El hombre en el país de los Zulúes’”. También le dio ‘La Isla del Tesoro’ y ‘Robinson Crusoe’, herencia del abuelo.
Cuando supo que su padre se le escondía a los abuelos para no ir al colegio y quedarse leyendo en casa, se le antojó “un hombre muy decente y racional. ¿Quién quiere ir al colegio?”, dice Andrés, quien aclara que su padre nunca hizo de él y de sus hermanos unos típicos nerdos. “Nos inculcó entrenar la mente, pero también el cuerpo. En casa había gimnasio. Además, él tiene muy buen sentido del humor. Se la pasa todo el día haciendo chistes”.
Andrés, al contrario de sus hermanas Viviana, que es médica; Valentina, que es abogada y Sandra, que es ama de casa, heredó la vocación de su padre: es director de contenidos digitales de la Librería Nacional y coautor de cinco libros, el más reciente ‘Todos Somos Genios’, lo publicó con el seudónimo de Andrew Maltés. “Allí explico 31 vidas de ganadores del Premio Nobel”.
“Mi padre me dio el mejor regalo, que fue probarme la imaginación y apostarle como una herramienta para enfrentar los problemas en la vida, me enseñó la perseverancia y el coraje. Hay una frase de La Eneida que se aplica a mi papá: ‘Ante la adversidad está la astucia’”.
“Él se dedica todos los fines de semana a leer en las mañanas. Compartimos la misma religión, la historia, siempre hablamos de los autores, de los libros que hemos leído y estudiado. Le gusta mucho comer bien e ir a buenos restaurantes. Tiene un grupo de amigos con quienes comparte el tema de lecturas, de política e historia”, revela Andrés, quien dice que su libro preferido escrito por su padre es ‘Héroes de papel’.
Y es que los cómics son la pasión de su padre, en especial personajes como Dick Tracy, el famoso detective de la nariz de halcón; Tarzán, cuando era dibujado por Harold Foster, y de los europeos su predilecto es ‘Corto Maltés’, de Hugo Pratt, gran dibujante italiano, sobre un marino aventurero. También se fascinó con ‘Valentina’, del ilustrador italiano Guido Crepax, “una mujer sofisticada, fotógrafa, muy linda, por cierto”.
Se enamoró también de una historieta de tipo familiar y romántica sobre dos hermanas y su padre, Eva y Julieta. “La una era rubia y la otra morena, ambas me gustaban, al final terminé con una morena”.
Catador de libros
Como todo en su vida, Felipe Ossa encontró a Claudia Alemán en medio de libros, en la Librería Nacional. “Nos conocimos en la sede de Bogotá. Entré como asistente de gerencia, nos unió el amor por el bolero, y a él le debo el amor que tengo por los libros”, explica ella, también consagrada librera.
“Felipe era un poco malgeniado frente a las situaciones que solían presentarse en un punto abierto al público, peleaba con los vendedores, hasta que un día le dije que me dejara solucionar ese tipo de problemas por él, porque no le quedaba bien hacer eso”, confiesa.
El libro que los unió fue ‘De Profundis’, de Óscar Wilde, pero fue una suma de poemas, escritos de puño y letra de Ossa, y que llenaron un baúl, los que la enamoraron.
Llevan 18 años de casados. “Él, en un discurso de premiación de la Cámara del Libro, me definió como ‘La mano de Dios’ sobre su hombro. Pero todos sus amigos lo regañaron, le decían ‘Eso no se hace, ahora quién se aguanta a nuestras esposas bravas, porque nosotros no les decimos cosas como esas”, recuerda con una sonrisa.
Lo define como inmensamente amoroso con sus seres queridos, “se levanta, hace el desayuno, yo me voy a trabajar y él se queda leyendo, especialmente en un espacio en la sala donde hay un mueble amarillo que da hacia una ventana. Lee diferentes temáticas por horas, por ejemplo de 9:00 a.m. a 10:00 a.m., libros de historia; de 11:00 a.m. a 12:00 m., de ciencia, y así. Puede leer hasta 20 libros durante un mismo periodo”, revela Claudia, y añade que él “va a la Librería, revisa novedades, pedidos, va a los puntos de venta y sigue en contacto con algunos clientes”.
En su tiempo libre —el que le deja su pasión por los libros—, es amante de las películas, las series de Netflix, especialmente de guerra, historia y policíacas. Fotos de su época de Míster Atlas, cuando fue fisicoculturista, prueban su pasión por el ejercicio, pero aún camina, en compañía de su esposa, a quien le dibujó una rutina digna de un autor fitness actual. Siguen escuchando juntos boleros, blues y música clásica, disfrutan los buenos vinos y quesos, así como las charlas sobre libros.
En Cali vive otra de las mujeres de la vida de Felipe, María Luisa Ossa, su hermana, 13 años menor que él. Recuerda ella que crecieron “en una casa muy grande y él me trepaba en una cobija y me paseaba por los corredores. Tengo la imagen de él pequeño leyendo. También cantábamos, jugábamos a caer en la nota. Caminábamos por el Oeste y nos sentábamos en una de esas bancas de parque y nos poníamos a conversar. Le encantaba tomar fotografías”.
Añade María Luisa, “estuve en Bogotá el año pasado y no le conocía su nuevo apartamento y debo decir que esa es la casa para los libros. Entrar a esa biblioteca era casi que sentir a mi papá allí, dentro de tanta cosa. Su nuevo libro me pareció maravilloso y bien editado”.
En su mesita de noche, Felipe Ossa tiene diez libros, “uno me lo leo a una hora y el otro a otra. Estoy leyendo una biografía del dictador mexicano Porfirio Díaz; Los Caudillos, de Felix Luna, sobre el caudillismo en México; El Malpensante, de Gesualdo Bufalino; 21 Lecciones para el Siglo XXI, de Yuval Noah Harari; El Sueño y la Tumba, sobre las Cruzadas, de Robert Payne; Aspectos Políticos del Primer Gobierno de Alfonso López Pumarejo 1934-1938, de Álvaro Tirado e Historia Mínima de Colombia, de Jorge Orlando Melo.